Alicia: la exposición
La exposición Alicia en el país de las maravillas (Fundación Canal) celebra la profundidad lóbrega y festiva de la obra. No hay antítesis
Alicia en el país de las maravillas, la novela, acepta todo tipo de interpretaciones. El cortometraje del director Balaguero, en 2009, borda el perfil humano del personaje, el que está al límite. La muestra con la menstruación, secuestrada por semihombres. El escritor de Alicia, Lewis Carroll, diacono y humanista, era un perturbas de manual, lo que le llevó a escribir un cuento dual, inocente en su lectura infantil y tenebroso en la interpretación adulta. Alicia retrata a un personaje oscuro, atrapado en el reverso de su espejo. Sputnik mi amor, novela corta del magistral Haruki Murakami, debe ser de los últimos trabajos literarios que engarza con Alicia y se adentra en el abismo del propio yo, el que se flagela al hilo de las fechas y de lo que fuerza cada cual sin ser exógeno. En Alicia cabe desde la contemplación de una flor hasta una decapitación. La magia de fusionar los extremos de la condición humana la convierte en una obra de primera magnitud, donde la sencillez del lenguaje detiene la observancia directa de lo siniestro, lo palpable en las aguas subterráneas de la obra.
La exposición Alicia en el país de las maravillas (Fundación Canal) celebra la profundidad lóbrega y festiva de la obra. No hay antítesis. Lo cruel y lo festivo se dan la mano en la exposición, igual que un sátiro rodeado de féminas. La exposición te conduce por túneles, los mismos por los que se desliza Alicia, que se comunican mediante los capítulos de la novela. En los túneles, y en las salas, se ven las obras basadas en Alicia de Dalí, Ernst, Laurencin y Tenniel. Los artistas retuercen al personaje. Apelando los artistas, los buenos, a las sensaciones, el quinteto se caracteriza por desorbitarlas.
La escultura de Dalí que cierra la exposición enseña a Alicia en topless y atrapada en su sueño. La boca y la nariz se confunden en un bozal. Las manos se transforman en una cuerda. La falda la encarcela. El bronce endurece al personaje. La sombra que proyecta la escultura en la pared resulta terrorífica. El campo de croquet de la reina, litografía del catalán, vuelve a trampear con los personajes de la novela. La reina petulante y despiada reina de corazones aparece en dos cartas de baraja. Solo que detrás el genio del desdoblamiento pictórico materializa sombras.
El dibujante británico Jhon Tiennel tampoco cae rendido a la presunta inocencia de la niña de las mil caras. La presenta reducida en las paredes que encogen, con el rostro más sulfurado que triste, sacando una mano por la ventana. Alicia siempre logra escapar porque Alicia es la mala del cuento. Mejor no cortejarla ni amenazarla.
El pintor Max Ernst, alemán, fue amigo de Dalí y de Buñuel. Ernst plasma mejor que ninguno a Cheshire, el gato de Alicia. El gato que nunca fue benevolente en la obra de Ernst aparece como lo que es, el emisario de la muerte. Ernst, capaz de desdibujar los límites de la conciencia, conoce la sonrisa amortajada de Cheshire.
Los dibujos de la parisina Marie Laurencin persiguen despojar de perfidia a Alicia, pero no lo consiguen. La pintora adulta observa a la niña mujer y define en las lágrimas que la plasman el alma retorcida del personaje. Laurince, intensa en su vida y su obra, no se deja embaucar por Alicia.
Los cinco artistas, unos con claridad y otros de refilón, son maestros de surrealismo. Y pintan a la Alicia, en diferentes obras de la exposición, dotada de una sensualidad mayúscula. El quinteto del exceso ve a Alicia a través de un cristal deformante, la única manera, con sus mil variantes, de leer la novela y asistir a la exposición. Saben lo que intuimos los demás. Alicia está loca y acaba en el manicomio. Merece la pena dedicarse unos minutos a contemplar, en los dibujos del quinteto, al maestro de ceremonias, al sombrerero loco.