La música también se lee: seis libros con mucho ritmo
La música no sólo está en las canciones. Libros de ensayos, novelas, poemarios y antologías nos hablan de tonadas, melodías, bailes y coplas
«Las canciones son como sueños que debes luchar por hacer realidad; países ignotos en los que hay que penetrar», escribía Bob Dylan (Duluth, Minnesota, 1941) en sus memorias Crónicas I, de 2004. Y eso, más o menos, es lo que trata de realizar en Filosofía de la canción moderna (Anagrama, 2022), un título algo pomposo para compendiar 66 textos sobre otras tantas canciones comprendidas entre la década de los años veinte del siglo pasado y el año 2004 que Dylan, más que analizar, evoca, parafrasea o en las que bucea tratando de desmenuzar sus significados, alusiones y metáforas.
Los 66 capítulos se presentan de una forma bastante anárquica (sin orden cronológico ni evidenciando ningún tipo de asociación, vínculo o agrupación temática) y, más que para entender la evolución de la música popular o su filosofía, sirven para entender el universo dylaniano. 66 capítulos que van desde Bobby Bare hasta Dion & the Belmonts. Entremedias: Little Richard, Jackson Browne, The Drifters, Willie Nelson, Ray Charles, Roy Orbison, Warren Zevon, Johnny Cash, Santana, Eagles, Dean Martin o Frank Sinatra, entre muchos otros. En la selección de canciones hay una abrumadora presencia norteamericana: 62 pertenecen a artistas de los USA. De entre las otras cuatro hay tres inglesas (pertenecientes a The Who, Elvis Costello y The Clash) y una italiana («Volare, (Nel blu, dipinto di blu»), de Domenico Modugno). Y solo cuatro temas son interpretados por mujeres (Cher, Rosemary Clooney, Judy Garland y Nina Simone).
Los textos que Bob Dylan dedica a las canciones son, en ocasiones, extraordinariamente breves (de apenas un párrafo, como el que dedica, por ejemplo, a «Long Tall Sally», de Little Richard). En otros casos alcanzan tres, cuatro o siete u ocho páginas y, en sus mejores momentos, se trata de artículos en los que el Premio Nobel de Literatura de 2016 mezcla sus personales evocaciones líricas de la canción con anécdotas de la misma, sumadas a reflexiones sobre la música y la composición de canciones. En algunos casos incluye listas con temáticas parecidas, relaciones de la canción con otras galaxias de canciones similares o acaso un contexto histórico que amplia el conocimiento del tema. A la manera del fanzine, pero con un diseño espectacular que incluye montones de fotografías y diverso material gráfico de archivo de época, el libro amplía sus coordenadas interpretativas a la iconografía de cada momento.
Dylan se da a la exégesis, parafrasea y, en ocasiones, fantasea o narrativiza, creando una suerte de mini-relatos que traen a cada canción como germen y disparador. Se da, asimismo, al humor hiperbólico y gusta del epigrama. Lo que no hace es justificar sus elecciones. El crítico de The New York Times Dwight Garner ha calificado estos textos de improvisaciones que sostienen el tono lírico que el propio Dylan impregna en sus canciones. Improvisaciones que le sirven también para opinar sobre distintos asuntos como la prostitución, la poligamia, el divorcio, la riqueza y la codicia, el plagio, la fama, la religión o la crítica social. Escribe Dylan que «a las canciones les pasan estas cosas. Como cualquier obra de arte, no buscan ser comprendidas. Podemos apreciar o interpretar el arte, pero apenas hay nada que se deba comprender». Por ello, más que un conjunto de reflexiones sobre la esencia, las propiedades, causas y efectos de una canción, aquí Dylan nos propone disfrutar de un listado de sus melodías preferidas. Y, con ello, nos habla de sí mismo y nos comparte un pedazo de su autobiografía emocional, ya que, como él mismo sostiene, «la música se adhiere de modo indeleble a incontables capilares de la memoria y la emoción».
Y mucha música hay también en Todo lo que importa sucede en las canciones (Pepitas de Calabaza, 2022), del periodista musical del diario El País, Fernando Navarro (Madrid,1981), una novela/cancionero compuesta por 15 capítulos en cuya base reside una canción, que sirve de pilar, estímulo, gatillo y excusa y con Bob Dylan y Bruce Springsteen como faros máximos. De hecho, confiesa el protagonista del libro que «me he pasado la vida poniéndole canciones de Bruce Springsteen a todo». Y sobre Dylan (y su canción «Changing wards») afirma que «no solo creo que es el mejor comienzo en la historia de una canción, sino que creo que es el mejor en la historia de un disco».
El libro es la historia de un hombre en permanente crisis quien, tras un largo matrimonio (y con un hijo de seis años), decide echarlo todo por la borda para tratar de vivir la vida intensamente, con libertad y abierto al desorden y la novedad. Escribe Navarro: «El rock ‘n’ roll es como un soplo de aire que guarda un vendaval. Si lo dejas entrar, te arrastra sin parar. Y he vuelto a dejarlo entrar». Así, el protagonista, ya con su madre muerta, y un padre al que no conoció, sin mujer y con la esperanza de un amor nuevo que no acaba de consolidarse, encuentra amparo, consuelo y entendimiento en la música. Dice: «Solo parece que amaine el temporal cuando las canciones merodean». Para ello se ha ido a vivir solo, a un piso del centro de Madrid, y se ha comprado una jukebox. La novela se beneficia del profesionalismo de artículo musical de Navarro y, con ello, es más reflexiva y emotiva que dramática, y su gran baza es la de (re)crear el mundo idealizado de las canciones que, a la vez que nos prometen otra realidad, nos ayudan a vivir.
Fiebre de carnaval (La navaja suiza, 2022), de la ecuatoriana Yuliana Ortiz Ruano (Esmeraldas, 1992), es una novela hipertérmica y rumbosa. Una novela sobre el lenguaje, la lengua y el aprendizaje de crecer. También sobre el hecho de hacerse mujer y los peligros de rumbear. Fiebre de carnaval es una narración ambigua, singular y muy corpórea que nos habla del deseo libertino del carnaval a la vez que nos alerta sobre sus peligros (en él habita el diablo, se nos dice). Así, la fiebre aquí es tanto enfermedad como anhelo, tanto pasión como alarma. A la madre de Ainhoa, la protagonista del relato, la embarazaron en el carnaval de Esmeraldas (cuando tenía 17 años). Y la misma Ainhoa, en llegando al final del relato, se pierde ella misma en las perversiones, el caótico desorden del ritmo y las bajas pasiones del carnaval, del que no saldrá indemne.
Fiebre de carnaval es una novela llena de cuerpos arracimados, sudorosos y libidinosos que recuerda, aunque vagamente, a la narrativa de la dominicana Rita Indiana. La protagonista del relato trepa a los árboles para huir de la gente, a la que no entiende, y con ellos se comunica, y desde allí ve el mundo. Un mundo que, al igual que en la novela de Navarro, desaparece cuando Ainhoa canta canciones a lo loco, en esa «forma enferma de comunicarme a través del son y el guaguancó» que le sirve «para no saber lo que pasa a mi alrededor», nos dice. Es una novela donde se canta mucho, y que incluye bastantes pasajes de letras que cumplen el cometido de samplear la narración y musicalizarla. En un segundo plano, se explora también en la novela las relaciones paterno-filiales, que aquí son expansivas (también sucede con las materno-filiales, pero éstas últimas son de amparo y las anteriores no). Así, afirma la protagonista que «el amor de los hombres hacia sus hijas es el más terrible».
Danzad, malditos
Luis Costa (Barcelona, 1972) escribe y pincha discos, programa conciertos y es el responsable de prensa de Razzmatazz Clubs, además de bailongo consumado. Y a ello dedica su ensayo Dance Usted, Asuntos de baile (Anagrama, 2022), a explicarnos cómo el baile es un medio para alcanzar una experiencia extática. Nos dice: «Me gusta bailar, soy de los que siempre lo ha dado todo en la pista». Su libro está dedicado al «baile libre e individual, en un contexto social y festivo; no en uno profesional, ni tampoco en uno amateur. Es decir, todo baile que no precise de ningún tipo de técnica o ensayo o aprendizaje». Nos comparte Costa su idea de que «bailamos por puro placer, siempre».
Así, Dance Usted es una breve panorámica de la cultura de club que rastrea en la danza de la mitología griega esa idea de que es el baile el movimiento primigenio del que surgen todas las cosas, y desde el que nos disparamos a otro lugar. Y es que afirma Costa que «todas las culturas han tenido y tienen el baile como uno de los ritos más arraigados para trascender la realidad». Y que no será sino hasta finales del s.XIX y principios del s. XX que «el baile se vincule abiertamente a la cultura del ocio y al entorno de la juventud». Costa identifica diferentes aspectos del baile, y así nos lo presenta como elemento subversivo, como forma de identificación, como elemento de introspección y como actividad lúdica que trabaja al alimón con el despertar sexual. Nos habla, asimismo, del origen de la palabra discoteca, del nacimiento de la figura del dj o del beatmatching («un ritmo constante a base de mezclas fluidas, sin cortes ni transiciones abruptas») y, entretanto, aprovecha para hablarnos de su experiencia personal en la escena clubbing (y posteriormente ravera) de la ciudad de Barcelona.
Escribe Dylan en Filosofía de la canción moderna que «toda la caterva de pretendidos comentaristas sociales que se ponen a leer las letras de canciones en un sonsonete monótono para parodiar su falta de profundidad no hacen más que exhibir sus limitaciones». Y como para callarles la boca es que Alberto Manzano ha preparado para la editorial Hiperión la antología Festival Poético. Blues,Jazz & Soul. Las letras de más de 150 canciones que son, como dice Terry Berne, «un viaje por el tiempo y espacio de nuestra herencia común que no ha dejado de influir hondamente en las músicas más diversas de todo el planeta”. Alberto Manzano ha compilado, seleccionado y traducido canciones desde 1779 («Amazing Grace», de John Newton) y hasta 2020 («Stumble on my way», de Norah Jones). Se trata de una edición bilingüe español / inglés que es un curioso experimento poético que sitúa, en su desnudez, a los textos que siempre han llegado a nosotros a través de la melodía de una canción. Y, asombrosamente (o quizá no tanto), muchas de ellas funcionan a las mil maravillas. Lo que nos ofrece Manzano es ese momento previo a la alquimia, sobre el que escribe Bob Dylan que «algo inexplicable ocurre cuando las palabras se acoplan a la música. El milagro está servido».
Donde no hay milagros sino tragedia es en Redención (La bella Varsovia, 2022), de David Refoyo (Zamora, 1983). Un poemario en el que la voz poética se acuerda de un amigo de su juventud, que hace dieciocho años que murió en un accidente de coche (con apenas veinte años). Aquí la música está ligada a la amistad, la pérdida y un futuro que nunca será. Le escribe Refoyo a su amigo: «Prometiste enseñarme a tocar. La primera clase, en tu casa, en el preludio del verano. Soñamos una banda juntos. Creímos en el porvenir. Un futuro de más de treinta días no podía vislumbrarse entonces». El amigo se había enrolado en una gira veraniega a la que al narrador sus padres no le habían dejado ir.
Dice: «Te fuiste para cargar con los amplificadores de una orquesta y regresaste sin voz»; una voz que ya no podrá cantar unas canciones que «buscaban ser luz y salir del pueblo en su estallido». El narrador, compra una guitarra, pero no aprende a tocarla. Una Yamaha Pacífica. Y reconoce que «quise ser tú en tantas ocasiones». Y que ahora ya no se reconoce en su ausencia. Que ahora, sin embargo, si le nombra, vive. Dice. Vive en ese poemario: Redención. Un poemario donde el verso es música: la que evoca (y recupera, sin solución de continuidad) un verano fatal; aquel que significó el final de la adolescencia.
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