Barcelona, crónicas de una decadencia
El columnista Carlos García-Mateos debuta en la literatura con ‘Barcelonerías’, un conjunto de textos sobre el deterioro de la capital catalana por el ‘procés’
Carlos García-Mateo (Barcelona, 1969) es un escritor tardío. «Yo soy tardío en todo. No me he casado, no tengo hijos…», afirma. Siempre fue aficionado a la literatura y tuvo en casa a un padre que fue un gran lector, médico de profesión, y que le hacía leer toda la gran novelística de la literatura europea. Sin embargo, su pulsión de escritura no derivó hacia la novela, sino que «encontré en la crónica mi manera cómoda y adaptada a mis capacidades, que son limitadas, de contar cosas de forma breve y concisa, y sobre todo autobiográficamente, porque la crónica es pura autobiografía», contaba García-Mateo a THE OBJECTIVE una tarde de finales del pasado año, en la coctelería barcelonesa Dry Martini.
García-Mateo se mudó a Ibiza a los ocho años (su padre consiguió una plaza de médico en la isla) y ahí pasaría el resto de la niñez y gran parte de su adolescencia. Era una Ibiza «llena de personajes muy pintorescos e interesantes. Teníamos de vecinos gente mundialmente famosa. Ursula Andrews, por ejemplo, o incluso un desertor de la guerra de Vietnam. Podías estar cenando en el Sausalito y tener al lado a Julio Iglesias y nadie le hacía ni caso», nos cuenta. El hecho de estar conviviendo en esa Ibiza hedonista y gozosa donde se mezclaba todo el mundo, junto a «un carácter curioso que es innato, de mirar, y que en algunos casos podría ser puro cotilleo», es donde sitúa el cronista barcelonés el origen de su afán por saber, por observar las cosas, las gentes, las costumbres. Y es justo eso lo que hace en Barcelonerías (Monóculo, 2022): observar una ciudad a la deriva, centrándose en el período 2018-2020.
Un barcelonés proscrito, así se define el propio autor en su libro, habitante de una urbe «que se ha tornado escurridiza, transformada en criatura desconocida y de imprevisibles bandazos», escribe. Y añade que hay algunos barceloneses -entre los que se cuenta el propio autor- que se encuentran «como aquel capitán de barco que, agitado tras luchar contra la tormenta, suelta el timón, baja a su camarote y se acurruca en la litera, dejando que el destino escoja su final».
Mostrar la política con un estilo literario
Barcelonerías es un dietario costumbrista. Nos cuenta, de hecho, Carlos García-Mateo que él es un gran lector del clásico género español de la crónica. Fan de Josep Pla, «nuestro moralista afrancesado más notable», escribe. El título del libro, Barcelonerías, procede de un librito de idéntico título, publicado en 1942 por Joaquín María de Nadal y que contiene 3 conferencias pronunciadas en el Fomento de las Artes Decorativas de Barcelona por quien fuese cronista de la ciudad, además de político; «un autor olvidado, de familia burguesa de larga tradición política y cultural», nos dice García-Mateo.
«Barcelona está viviendo una gran decadencia por culpa de una tormenta perfecta que es política»
El libro llegó a las manos de Carlos García-Mateo allá por el 2014. Un año después, comenzó a escribir un dietario, pero pronto se dio cuenta de que le interesaba más explorar el género de la crónica, pero con un estilo propio, contando «las vivencias de la época que uno vive, haciéndolo siempre de un modo simpático, también con cierto cinismo».
Apunta García-Mateo al hecho de que la decadencia actual de Barcelona no es solo económica y social, sino que es también intelectual. Uno de los orígenes de su libro se halla ahí, en ese constatar que «mi amadísima ciudad, en la que nací, está viviendo una gran decadencia por culpa de una tormenta perfecta que es política». García-Mateo es un hombre que ha estudiado el mundo político muy a fondo, especialmente en ciertas geografías y en ciertos momentos de la historia de Europa y quería en su libro mostrar la política «digamos que con un estilo literario».
Carlos García-Mateo ha vivido así el procés, «como una cosa traumática». Y añade: «Es un momento muy importante para los barceloneses, que muchos vivimos trágicamente. Nos afectó personalmente. Ha sido una consecuencia muy fastidiosa para la sociedad barcelonesa». Y es que lo que sucede es que esa energía del 2012 (cuando se produce la gran manifestación en Barcelona durante la Diada, que contó con la asistencia de más de un millón y medio de personas) es la que provoca «una altísima fiebre, que está inducida y provocada por unas élites que se vuelven locas (con Artur Mas a la cabeza) y que no calcula el precio no digamos ya político y económico, que lo ha tenido y muy importante, sino el precio para los ciudadanos de Barcelona. Pues, en la ciudad, al fin y al cabo, mayoritariamente se habla español. Y no solo en Barcelona, sino en todo el cinturón metropolitano. Y entonces, todo eso deviene en una crisis, para mí, espeluznante», sentencia.
Se trata de una tormenta perfecta que se une a la alcaldía de Ada Colau. «Ahí es donde se va a pique todo: la burguesía de Barcelona, que es la que provoca esos incendios que vivimos en la ciudad, directa o indirectamente (no lo tengo claro), y una alcaldía antisistema, de una señora que era portavoz de la PAU, y que no tenía hipoteca», nos cuenta García-Mateo. No obstante, y como siempre, todo viene de antes. El crack, en opinión del cronista barcelonés, se produce con Maragall, cuando este se obceca en un estatuto que no quería nadie en Barcelona. Los apologetas del procés dicen que el origen está en el rechazo del Parlamento al estatut, y sí, el origen está realmente en el estatuto, nos cuenta García-Mateo, «pero no porque lo rechace Madrid, sino porque hay un señor del PSC que se llama Maragall y que se tira al monte». Y añade: «Debería hacerse también, no obstante, una crítica a Madrid como corresponsable de lo que ha pasado en Cataluña». Todo esto ha sido terrible para la ciudad, opina el autor de Barcelonerías, «como ambiente, como imagen de una ciudad que estaba muy orgullosa de serlo. Y ese orgullo ahora ha desaparecido».
Preguntado por la paradoja (o no) de que el libro se haya publicado en Madrid y no en su propia ciudad, Carlos García-Mateo opina: «Así sea ínfimo, podría considerarse esto un signo de algo muy importante y que es la curiosidad madrileña por lo que pasa en Barcelona, que no es una cosa de ahora mismo, sino de siempre, y que habla de una ciudad mucho más abierta y mucho más interesante». No obstante, eso tiene también otra cara, que es oscura: «La curiosidad madrileña por lo que ocurre en Barcelona, desde el punto de vista político, tiene -en ocasiones- unas consecuencias digamos un poco terribles», matiza.
En segunda instancia, en el espíritu de Barcelonerías también hay la voluntad de dar cuenta de una situación personal y de un carácter melancólico, «por experiencias y vivencias personales, que son pérdidas», nos cuenta el cronista barcelonés. Un caminante barcelonés, un adalid de la que podría ser la nueva «escritura local flâneur», para quien cada paseo parece una despedida y que, con su proceder, espera alcanzar «firmes las piernas, henchido el disimulo, una nueva Barcelona surgida de la indolencia», escribe. Un hombre que, empero, no olvida que los barceloneses «seguimos siendo espíritus dionisíacos» y de ahí que no deje de dar cuenta en su dietario de sus visitas a coctelerías, restaurantes y hoteles de la ciudad (pero también de Madrid).
La (nueva) élite del funcionariado catalán
Una de las cosas que señala Carlos García-Mateo en su libro y que pasa en Barcelona es que se llena en los últimos años de funcionarios y la cultura popular queda acaparada por ingente dinero público «que la cubre en todos los sentidos, la cubre y la aplasta», nos cuenta. Idéntico análisis realiza el periodista Cristian Segura en su libro Gente de orden. La derrota de una élite (Galaxia Gutenberg, 2022) al decir que «parte de las nuevas élites son un mandarinato que depende de la administración pública catalana y de sus favores». Ya en un artículo del 2017 para El País escribía Segura que «se han roto los hilos intangibles que vinculaban al mundo empresarial con las acciones unificadoras y solidarias de las fuerzas sociales catalanas».
Además del divorcio entre la esfera empresarial y la sociedad catalana, al decir de Segura, la clave está en que «también se ha perdido la conexión entre el intelectual pijoprogre y el intelectual catalanista portador de la costumbre y las esencias nacionales». Cosa que tiene que ver con la política y que ha provocado que se rompa entre estos dos ámbitos «la convicción de formar parte de una misma comunidad». Se lo contaba Adolf Tobeña, profesor de Psiquiatría de la Universidad Autónoma de Barcelona, a Cristian Segura, diciendo que las élites catalanas han tenido un cambio generacional acusado y que los que ahora han encabezado el procés son «dos mil, tres mil, cuatro mil individuos […] ligados a la administración catalana […] ha crecido un cuerpo funcionarial nuevo, que está en rangos altos, con una edad de entre los cuarenta y cinco y los cincuenta y cinco años».