THE OBJECTIVE
Sonia Sierra

Barcelona, ¿ciudad sin ley?

«Durante años, los dirigentes catalanes no solo han cuestionado sistemáticamente la justicia de este país, sino que también han alentado la desobediencia»

Opinión
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Barcelona, ¿ciudad sin ley?

Protestas en Barcelona | Glòria Sánchez (Europa Press)

De un tiempo a esta parte, esta pregunta se ha vuelto frecuente. No, Barcelona no es una ciudad sin ley, pero la realidad es que en los últimos años se ha degradado a la vista de todos y esa degradación coincide en el tiempo con el mandato de Ada Colau y con el procés. Colau accedió a la alcaldía afirmando que no había que cumplir las leyes injustas, algo que ya llevaban tiempo pregonando los líderes separatistas, que trazaron una línea divisoria entre legalidad y legitimidad. Huelga decir que la legitimidad coincidía milimétricamente con lo que ellos decidían que era legítimo. La separación de poderes, imprescindible en cualquier democracia para establecer contrapesos entre el legislativo, el ejecutivo y el judicial quedaba así dinamitada, y de esos lodos, estos polvos.

Durante años, los dirigentes políticos catalanes no solo han cuestionado sistemáticamente la justicia de este país sino que también han alentado la desobediencia y han llamado a la ciudadanía a cortar calles y vías del tren e, incluso, a ocupar el aeropuerto. Muchas de estas acciones acaban en auténticos actos de vandalismo con el consiguiente destrozo del mobiliario urbano en forma de incendios o de rotura de cristales y una vez destrozados los escaparates viene el saqueo de las tiendas. Y todo esto, repito, alentado por unos políticos que deberían procurar que todos los ciudadanos viviéramos lo mejor y lo más tranquilos posibles.

«Muchos de estos ‘okupas’ acaban ocasionando serias molestias a los vecinos, que a menudo ven como se devalúa el valor de las propiedades que con tanto esfuerzo están pagando»

A todo esto hay que sumar que Ada Colau ha sido ‘okupa’ y nunca ha escondido sus simpatías por ese movimiento, así que, desde que alcanzó el poder, las okupaciones se han multiplicado en la ciudad condal, alentadas por su permisividad, y también en el resto de Cataluña hasta alcanzar en esta comunidad autónoma casi la mitad de todas las que suceden en España. Muchos de estos ‘okupas’ acaban ocasionando serias molestias a los vecinos, que a menudo ven como se devalúa el valor de las propiedades que con tanto esfuerzo están pagando a medida de que sus barrios se van llenando de esta gente que no solo no paga por utilizar una vivienda que no es suya sino que, además, pinchan la luz con el consiguiente riesgo de incendio. Eso por no hablar cuando esas viviendas se convierten en narcopisos y la vida del vecindario pasa a ser un auténtico infierno. De nada sirve decirle a los que sufren todo esto o a los que, peor aún, les han okupado su hogar, que todo es un invento de la derecha para vender alarmas.

Y para acabar de tener la tormenta perfecta, el anterior Consejero de Asuntos Sociales se dedicaba a presumir de que los llamados MENA elegían Cataluña como destino por las buenas prestaciones que aquí se les ofrecían. Estos chicos, en tanto que menores de edad, tiene que estar con sus familias y las autoridades deberían procurar su rápido regreso al hogar del que se han escapado y, si eso no es posible, intentar que estén lo mejor atendidos posibles. Pero lo que a todas luces no es buena idea es crear un efecto llamada blasonando de las buenas condiciones con las que se van a encontrar aquí los niños y adolescentes que lleguen solos de otros países. No quiero decir con esto que todos sean delincuentes, pero hay cifras demoledoras: el 80% de los delitos de Barcelona los cometen personas de origen extranjero, muchos de ellos MENA.

«Las consecuencias de todo esto es que Barcelona se ha vuelto una ciudad más insegura, donde han crecido los robos con violencia y las violaciones y las agresiones sexuales»

Las consecuencias de todo esto es que Barcelona se ha vuelto una ciudad más insegura, donde han crecido los robos con violencia y las violaciones y las agresiones sexuales. Cuando Ada Colau accedió al poder se apresuró a crear una concejalía de Feminismos y también tenemos una Consejería con ese nombre en la Generalitat y, por supuesto, ambos gobiernos se autodenominan feministas. Pero la realidad es que la mujeres estamos ahora menos seguras en las calles de Barcelona y eso es de todo menos feminista, por mucho que se llenen la boca con esa palabra. También han subido las agresiones al colectivo LGTBI, de los que también se erigen como sus grandes defensores. Ahora que sabemos que el 46% de los condenados por agresiones sexuales son extranjeros y que los responsables del 20% de estas son africanos, pese a que tan solo son el 2,4% de la población de nuestro país. Sería interesante conocer también la nacionalidad de los que cometen delitos contra el colectivo LGTBI.

Así pues, en los últimos años hemos tenido en Barcelona un efecto llamada de manteros, okupas y menores no acompañados. En los dos primeros casos, sus actividades son delictivas y en el tercero pueden llegar a serlo pero, por alguna extraña razón, nuestras autoridades decidieron que eso era progresista y todo aquel al que se le ocurra decir algo en contra será tachado inmediatamente de facha y de ser de ultraderecha, obviando que lo realmente progresista es que todos los ciudadanos vivan en sus barrios seguros, especialmente los que habitan en los lugares menos privilegiados y que son los que acaban sufriendo las consecuencias de este tipos de políticas buenistas ejecutadas por aquellos que viven en barrios donde estos problemas nunca llegan.

«No, Barcelona no es una ciudad sin ley, pero está en una auténtica pendiente de degradación que no presagia nada bueno»

Y mientras se producen estos efectos llamada, también se produce el efecto huida, porque la fuga de empresas no ha cesado desde el 2017 por la inestabilidad política de Cataluña y por el infierno fiscal en el que vivimos. También han huido oportunidades como el Hermitage o la ampliación del aeropuerto por culpa del Gobierno de Colau y de los socialistas, dispuestos a convertir Barcelona, aquella Barcelona que había destacado por su belleza y su devoción por el diseño, en un lugar donde proliferan el horror estético y la suciedad.

No, Barcelona no es una ciudad sin ley, pero está en una auténtica pendiente de degradación que no presagia nada bueno. Esperemos que en el futuro tengamos mejores gobernantes porque de verdad es difícil cargarse una ciudad tan potente como Barcelona, pero Colau y su tropa por un lado y los separatistas por otro lo están consiguiendo.

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