Marcus Wolf: maestro de espías
Se cumple el centenario de Marcus Wolf, el mítico jefe del espionaje de Alemania Oriental que respetaban incluso sus enemigos
Le apodaron «el hombre sin rostro» porque no existía ninguna fotografía suya. Durante más de 30 años como jefe del espionaje de Alemania Oriental, los servicios de inteligencia occidentales no tenían idea del aspecto de su peor enemigo, quien durante más tiempo les burló, infiltrando topo tras topo en el gobierno, la seguridad o la defensa de Alemania Occidental. Era como un fantasma, lo que engrandecía su mito. Su único «hipotético retrato» era un personaje literario, Karla, el jefe del espionaje comunista en las novelas de John Le Carré.
Sin embargo era una persona de carne y hueso y cuando, una vez jubilado, se vieron sus fotos, resultó ser un hombre mayor atractivo, con cierto aire a lo Paul Newman. Había nacido el 19 de enero de 1923 en Suabia, hijo de un médico judío y comunista. Era una época convulsa, desde el final de la Gran Guerra Alemania vivía el enfrentamiento a muerte entre la extrema derecha y la extrema izquierda. Las milicias del Partido Comunista mantenían una guerra civil contra las de distintas organizaciones nacionalistas, que convergieron en Partido Nacional Socialista de Hitler.
Finalmente ganaron los nazis. Cuando Marcus tenía diez años, Hitler subió al poder. Su padre se sintió doblemente amenazado, por judío y por comunista, y no espero como tantos judíos que cuando quisieron huir ya no pudieron. Salieron en 1933 a través de Suiza y llegaron a la Unión Soviética en 1934. Allí se educó Marcus y allí combatió –como periodista- en la Segunda Guerra Mundial, de modo que era un comunista convencido cuando regresó a Alemania, con la ocupación soviética.
Trabajó como periodista –cubriría el Juicio de Núremberg- y como diplomático, hasta que en 1953 fue uno de los creadores del HVA, espionaje exterior de la recién creada República Democrática Alemana. Hay que resaltar lo de «espionaje exterior», porque eso fue lo que le evitó ir a la cárcel tras la caída del comunismo y la reunificación alemana. Wolf no participó en la represión interna que ejercía la famosa Stasi, el temible aparato de la seguridad de estado comunista alemán. Pero el caso es que, con sólo 30 años, se convirtió en el número dos de la Stasi.
Y desde 1953 hasta su jubilación en 1986, Marcus Wolf llevó a cabo las más novelescas hazañas que ha logrado el espionaje de la Guerra Fría. «Si paso a la Historia será por haber perfeccionado el uso del sexo para espiar», decía el propio Wolf en sus memorias, y efectivamente le dio la vuelta a los usos del espionaje. Hasta entonces todos usaban en el espionaje a las Mata-Haris, mujeres seductoras que sonsacasen los secretos en la cama a militares de alto rango o políticos. Pero Wolf hizo lo contrario, utilizó a hombres para seducir a simples secretarias.
Tras la Segunda Guerra Mundial había una dramática escasez de varones en Alemania, por la mortandad de soldados en los frentes, de modo que Wolf inventó el «agente Romeo», hombres jóvenes y atractivos que llegaban con promesas de matrimonio. Su objetivo eran mujeres desesperadas por quedarse solteras, que trabajasen en puestos auxiliares de organismos clave del gobierno. Una secretaria del canciller Helmuth Schmidt, jefe del gobierno alemán entre 1974 y 1982, se confesó dispuesta a cualquier cosa con tal de casarse. Su agente Romeo ni siquiera tuvo que disimular que era un espía del Este, la llevó al Berlín comunista y celebraron un matrimonio con todas las de la ley, con pompa y ceremonia. Aunque luego la Stasi destruiría el acta matrimonial, que es una forma rápida de anular un matrimonio.
Guillaume y Gisela
Pero los agentes Romeo no sólo eran capaces de seducir mujeres, también hombres, y no en puestos auxiliares, sino en la cima del poder, como hizo Günter Guillaume con Willy Brandt, figura emblemática de la social-democracia europea, antiguo alcalde de Berlín y canciller entre 1969 y 1974. Guillaume utilizó una técnica diferente de los agentes Romeo, porque siempre apareció como un hombre casado. Él y su mujer Christel Boom habían huido del comunismo en 1956, eran parte de la legión de refugiados a los que la República Federal abría los brazos. El matrimonio se afilió al SPD (Partido Social-demócrata) y comenzó una militancia política activa en el área municipal. Lentamente eso les ganó la confianza del partido, en los años 60 ella fue nombrada jefa de gabinete del presidente del grupo socialista del Parlamento Europeo, y en 1970 Guillaume entró a trabajar en la Cancillería, la oficina del jefe de gobierno.
Allí se las arregló para atraer la atención de Brandt, que enseguida le otorgó toda su confianza, hasta el punto que los dos matrimonios, Brandt y Guillaume, llegaron a pasar juntos las vacaciones en Noruega. Guillaume era el hombre de confianza de Willy Brandt, el que llevaba la agenda política del canciller, pero también el que le buscaba chicas y organizaba sus planes eróticos.
Guillaume fue descubierto por casualidad, y su caída provocó también la de Willy Brandt, que dimitió pocos días después de la detención de Guillaume. Marcus Wolf comentaría con amargura que esa operación resultó en realidad un fracaso, porque lo que menos querían los comunistas es que Brandt dejase el gobierno, ya que era el impulsor de la Ostpolitik (política del Este), favorable al bloque comunista.
La operación Guillaume fue la que más fama le dio a Marcus Wolf, por sus consecuencias políticas, pero la obra maestra del hombre sin rostro fue la Operación Gisela. Su protagonista era Gabi Gast, una brillante estudiante de doctorado de 25 años, que en 1968 viajó a Alemania Oriental por su tesis doctoral. Gabi era de una familia muy católica y estaba afiliada a la Democracia Cristiana, pero en su viaje conoció a un joven mecánico y se enamoró perdidamente de él. Su amor se llamaba Karl-Heinz Schneider, aunque ella le llamaba Karliszek. Pero cuando él estuvo seguro del amor de Gabi le reveló la verdad: era un agente del HVA. Y con la verdad, una gran mentira: Karliszek tenía problemas con sus jefes por haberse enamorado de una occidental. Sólo había una forma de seguir manteniendo la relación amorosa, decir a sus jefes que había reclutado a Gabi como agente, y que se veían para que le pasara información.
«¿Pero qué información voy a pasar? Soy una simple estudiante de doctorado», dijo ella. «No importa, cualquier tontería vale. Pasa informes de estudiantes o profesores que simpaticen con la izquierda», le contestó él. Así, sin darse cuenta, Gabi Gast se convirtió en Gisela, la mejor espía que tuvo Alemania Oriental, jamás descubierta en su periodo activo. El propio Marcus Wolf sentía debilidad por ella, y mantenían regularmente encuentros relajados en centros de vacaciones lejos de las dos Alemanias.
Gisela fue una inversión a medio plazo, porque cinco años después de su encuentro con Karliszek, tras haber trabajado en un grupo de presión conservador –excelente tarjeta de visita- ella ingresó en el BND, el servicio de inteligencia de Alemania Occidental. Así se convirtió en el topo perfecto, porque Gabi Gast, inteligente, atractiva, de buena familia y con credenciales de derechas, fue ascendiendo en el espionaje occidental hasta llegar a la cumbre, como jefe de la «sección Unión Soviética».
Aunque se habían prometido en una ceremonia formal, Gabi y Karliszek nunca se casaron porque él no quiso. Siguieron siendo novios durante 20 años, disfrutando de vez en cuando de encuentros amorosos en Austria o Italia, lejos del control de la Stasi o el BND. Cuando la pasión se apagó mantuvieron una relación de cariño, como tantos matrimonios. Y Gisela solamente fue descubierta cuando cayó el comunismo y se produjo la reunificación alemana. Pasó una temporada en la cárcel y escribió un libro de sus proezas en el espionaje de mucho éxito.