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Cultura

Alfonso Guerra se retrata ante la cámara

Un documental repasa la trayectoria personal y política del exvicepresidente del Gobierno a través de su testimonio y el recuerdo de los hitos del socialismo

Alfonso Guerra se retrata ante la cámara

Felipe González y Alfonso Guerra en 1988. | Foto de archivo del documental

En la noche del 28 de octubre de 1982, Felipe González y Alfonso Guerra se asomaron al balcón del Hotel Palace con clara conciencia de haber hecho historia. Nada menos que 202 diputados y el regreso de la izquierda al poder en España tras más de 40 años. Un cronista de El País relata la euforia en las calles: «El espectáculo en Madrid era indescriptible y emocionante. Desde la Plaza Mayor, Puerta del Sol, Carrera de San Jerónimo, Cibeles, Recoletos o Gran Vía, el desfile de caravanas de coches que saludaban haciendo sonar los cláxones de sus coches era interminable. Eran momentos de confraternización en los que la gente se abrazaba y brindaba por la esperanza que en ese momento comenzaba a tener visos de realidad».

Desde el balcón del Palace, Felipe estaba deslumbrado. Le parecía que toda España había afluido ahí abajo para celebrarles. «Yo tomaba distancia», explica Alfonso Guerra. Se preguntó cuántas personas podría haber ahí abajo, «¿cincuenta mil, cien mil? En Madrid hay cuatro millones de personas, hay que tomarlo escépticamente», concluyó. 

Catel del documental | Teo Martínez

En la Antigua Roma, a los generales victoriosos que entraban aclamados en la ciudad, saludando desde una cuadriga, los acompañaba un simple siervo de la plebe: Memento mori, le iban diciendo cada tanto. Recuerda que eres mortal. La mañana del 29 de octubre, resaca de la deslumbrante victoria socialista, a Alfonso Guerra no le acompañaba siervo alguno pero su determinación era combatir la soberbia del general victorioso. «Me di una ducha y me fui al Museo del Prado. Había una exposición sobre Murillo, pero yo me fui directo a los cuadros de Brueghel y el Bosco, a El triunfo de la muerte y El carro de heno, las grandes dramatizaciones de la existencia. Lo hice para distanciarme, para no creerme que habíamos hecho lo mejor del mundo, un gran triunfo, para recordar que el mundo es más sencillo. Estuve cerca de una hora».

Guerra lo explica de este modo en el documental Guerra, Alfonso. El hombre detrás del político, una pieza testimonial dirigida por Manuel Lamarca y elaborada a partir de una larga entrevista en cuatro días en una suite del Hotel Lebreros de Sevilla. Para Lamarca (Córdoba, 1974), que es profesor y estudioso del cine, el interés por Alfonso Guerra viene de lejos y no ha menguado con el tiempo. «Siempre he sentido admiración personal por su figura política. Yo nací en el año del Congreso de Suresnes, cuando Franco estaba enfermo y se inicia el camino hacia la Transición. Crecí con los gobiernos socialistas y siempre he admirado a Guerra, por encima incluso de Felipe González», explica a THE OBJECTIVE.

Trailer oficial del documental.

En 2019, contactó con el expolítico para realizar este documental. Guerra dijo sí, pero Lamarca no logró que ninguna productora se embarcara en el proyecto: «Pensaba que era atractivo e iba a generar interés, pero me llevé una pequeña sorpresa. Creo que el contexto sociopolítico de España de esa época está muy desaprovechado en el cine». Tuvo que seguir por su cuenta: se autofinanció y se autoprodujo y, con solo dos técnicos, rodó este documental que ahora inicia su gira en festivales internacionales -acaba de recibir el premio mejor documental en el Pacific International Film festival de Canadá- y que aún no tiene fecha de estreno en nuestro país. Lamarca asume que la admiración lo ha llevado hasta Guerra, pero que ha intentado regirse por la «objetividad» sin meter el dedo en el ojo de manera recurrente. «Quería poner la cámara frente a él y que dejase un testimonio de su vida personal y política, una autobiografía. He buscado que se sintiera cómodo y llegara al punto que quisiera llegar», señala. Considera que dentro de 50 años este trabajo seguirá siendo válido como testimonio directo.  

Guerra arranca rememorando una infancia humilde, undécimo de trece hijos, el primer bachiller y universitario de la casa. «Una infancia festiva, feliz y responsable. No era introvertido pero sí excesivamente responsable. Las vecinas decían ‘este niño va a sacar de la pobreza a su familia’ y yo sentía un peso enorme». Por un lado, acompañaba a la familia a buscar chatarra, por el otro sentía la «obligación moral» de sacar las mejores notas de su promoción. 

Con Felipe González se topa en la universidad, «organizábamos actos contra la dictadura». El joven Alfonso ya ha descubierto el teatro y la literatura. A través de Antonio Machado ha llegado a Pablo Iglesias, y de ahí ha nacido la vocación de rearticular el Partido Socialista. Junto a otros compañeros, viaja por Andalucía en busca de exmilitantes, reuniéndose en el campo con veteranos. En más de un sitio les tomaron por chivatos, en algún que otro les cerraron las puertas en las narices. 

Imagen de archivo del documental.

Es mucho decir, opina, que con Felipe le vinculara una «historia de amor». «Éramos amigos antes de entrar en la política, pero siempre muy ligado a esas actividades -explica-. Siempre aceptamos los dos que éramos complementarios. Él era una persona fuerte y yo resistente, él tenía capacidad de improvisación y yo era muy minucioso. Ese carácter complementario nos sirvió mucho. La gente creó de nosotros esa imagen de Jano con dos caras que funcionó y dejamos correr la cantidad de cosas absurdas que se decían de nosotros».

Entre Felipe y él, con dimisiones en momentos clave, forzaron que el PSOE renunciara al marxismo y se pusiera de cara al gran electorado al inicio de la Transición. Confiesa Guerra que nadie confió en Juan Carlos I («nos temíamos que iba a ser la continuidad de Franco y nos equivocamos todos») y que sólo él le dio un margen de confianza a Adolfo Suárez: mientras en los periódicos nacionales se tildaba su elección de «inmenso error», el regreso del búnker, en una editorial del todavía clandestino El socialista de su puño y letra, Guerra lo consideró «una oportunidad para la democracia».

El político sevillano contribuyó a fraguar el nuevo régimen del 78 en cenas secretas en el restaurante José Luis, con Adolfo Suárez, y en las arduas negociaciones para la Constitución. En aquellas sesiones, una vez pasada la jornada sin acuerdos, Fernando Abril Martorell, de UCD, y él seguían debatiendo hasta la mañana. De día ya había acuerdo. «No porque fuéramos los más inteligentes, es que él era hipotenso y de noche se animaba mucho y yo controlaba muy bien mis horas de sueño. Seguíamos hasta las siete de la mañana mientras otros dormían y así hicimos la Constitución».

«El consenso es la nómina de las renuncias que tuvimos que hacer todos»

Alfonso Guerra

Guerra defiende ese marco: «Se hizo por consenso, dicen, y la versión más exacta es que el consenso es la nómina de las renuncias que tuvimos que hacer todos. Cada uno llevaba su plan y teníamos que renunciar a una parte. Algunos hoy eso lo ven como una traición, yo eso lo veo como una gesta». Lamenta, eso sí, la traición de los nacionalistas: «Quisimos integrarles y fuimos muy flexibles para que ellos vinieran a la construcción del Estado, hicimos cosas que a la vista de hoy no teníamos que haber hecho». Los nacionalistas renegaron de una enmienda de un diputado vasco para reconocer la autodeterminación. «No la votaron y nos dijeron: jamás estaremos en la independencia. Les creímos y a la vista de lo que ha pasado después nos engañaron. Traicionaron sus pronunciamientos». 

Al 1982 llegó el PSOE con opciones muy claras de hacerse con las urnas. Guerra dirigió las campañas del 77 y el 79. En el primer cartel, Felipe posaba con camisa de cuadros desabrochada; en el segundo, foto gris con traje. «Yo decía que hicimos una campaña de amante y luego otra de marido. La idea era ganar respetabilidad pero no creíamos que fuésemos a ganar en el 79 a pesar de lo que se dijo».

Manuel Lamarca en el rodaje. | Teo Martínez

La inmolación de UCD y la oportuna moción de censura pusieron a Felipe González en posición de fuerza. Todo aquello podía haberse ido por el sumidero de la historia cuando, el 23 de febrero del 81 «apareció un señor que parecía de guardarropía, de zarzuela». Muchos pensaron, cuando los militares sacaron del hemiciclo a González, Carrillo, Guerra y dos más, que no volverían a verlos. «Fue una noche bastante angustiosa», recuerda. Su hijo, que acaba de nacer, la acompañó en el pensamiento: «Durante toda la noche, sentí sus golpecitos en mi hombro, como si estuviera con él».

Luego vendrían la apoteósica noche de octubre del 82, las luces y sombras del socialismo, del felipismo, y el sonado divorcio de Guerra con Felipe o de Felipe con Guerra. Otra etapa, otra historia. Hoy en día, la figura de Guerra, antaño intocable, despierta pasiones encontradas en el socialismo. Su posición ante asuntos de actualidad lo ha llevado a situarse como una especie de apestado dentro del partido que ayudó a refundar. Para Manuel Lamarca, «su legado político es incuestionable» y está más allá de las coyunturas. 

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