El cine coreano descubre a Hitchcock
El cineasta coreano Park Chan-Wook estrena su última película ‘Decision to Leave’, que le valió el premio a la mejor dirección en el festival de Cannes
De los cines asiáticos, el primero que se empezó a conocer en Occidente fue el japonés. A partir de la década de los cincuenta del pasado siglo, las películas de directores como Mizoguchi, Ozu y Kurosawa circulaban por festivales internacionales y recibían premios. Un par de décadas después llegó Hong Kong con la fiebre de las artes marciales, las productoras Shaw Brothers y Golden Harvest y estrellas como Bruce Lee (más adelante sería el turno del gran Wong Kar-Wai). El cine chino tardó más en aterrizar entre nosotros, cuando los directores de la generación de Zhang Yimou dispusieron de un pequeño resquicio de libertad para rodar obras que no fueran meros panfletos comunistas. Y a partir de los años noventa asomaron el cine taiwanés -con maestros como Hou Hsiao-Hsien y Edward Yang– y el coreano.
Acaso este último sea el más singular de todos. De pronto descubrimos que Corea tenía una poderosa industria, que ya en los años cincuenta había producido joyas como La criada, mezcla de melodrama social y sexual y película de terror, restaurada hace unos años por la fundación de Martin Scorsese dedicada a estos menesteres. Los varios registros que se entrecruzan en esta película, de forma en ocasiones desconcertante y casi siempre fascinante para nuestros esquemas occidentales, son un recurso habitual en el mejor cine coreano contemporáneo.
Es una cinematografía que utiliza sin ningún complejo los eficaces mecanismos narrativos aprendidos del cine americano, pero que al mismo tiempo mezcla, con una desinhibición no tan habitual en Occidente, elementos dispares y giros argumentales inusuales. Un ejemplo perfecto de lo que trato de apuntar es la extraordinaria y oscarizada Parásitos de Bong Joon-ho, que es al mismo tiempo comedia, drama, crítica social, película de terror y unas cuantas cosas más, e incluye vuelcos de guión chifladísimos, como la súbita aparición del laberíntico mundo subterráneo bajo la casa.
El primero de los directores coreanos modernos en llegarnos fue Kim Ki Duk, con sus obras de arte y ensayo con toques bizarros. Uno de los últimos en triunfar ha sido el genial Bong, autor de, además de la película mencionada, otras joyas como Memories of Murder y The Host. Entre uno y otro se sitúa el tercero de los grandes cineastas de ese país: Park Chan-Wook.
Park asomó en el panorama internacional en 2000 con el drama bélico en la frontera entre las dos Coreas Joint Security Area. Dio un golpe en la mesa con su ultraviolenta trilogía de la venganza: Sympathy for Mr. Vengeance, Oldboy y Sympathy for Lady Vengeance, no aptas para pusilánimes. De ellas destaca Oldboy -basada en un manga japonés- como hito estético en el cine de acción del siglo XXI. Después vinieron dos rarezas, o directamente marcianadas: Soy un cyborg y Thirst, sobre un sacerdote que por un virus se convierte en vampiro. El éxito le permitió dar el salto a Estados Unidos con el tenso thriller familiar Stoker, con Nicole Kidman. Repitió experiencia occidental en Inglaterra con la serie televisiva La chica del tambor, adaptación de la novela homónima de John Le Carré. Entre ambas incursiones occidentales realizó su obra maestra, La doncella, una película sensual, perversa, misteriosa, provocadora y deslumbrante, ambientada durante la ocupación japonesa de Corea. De nuevo, no apta para pusilánimes.
Ahora regresa con Decision to Leave, un thriller que es, en apariencia, su obra más sobria y contenida. Y digo en apariencia porque aquí las turbulencias -que las hay y muchas- circulan de forma soterrada. Un policía investiga la muerte de un hombre que hacía escalada en un peñasco de difícil acceso. Los primeros indicios apuntan a que ha sido un accidente, la víctima perdió el equilibrio y cayó al vacío. Sin embargo, algo no acaba de encajar. Y para colmo, la esposa del fallecido, una mujer china de origen difuso, que entró en el país de forma ilegal y probablemente huyendo de algo, no parece muy apenada por la pérdida de su marido.
Entre el policía casado y la posible viuda negra se establece un juego de seducción y manipulación en el que nunca se pisa terreno firme. La enfermiza relación que se va trenzado entre ellos genera preguntas y dudas. ¿Es posible amar a alguien a quien se está utilizando? ¿Seducir es engañar? ¿El amor todo lo justifica? ¿Cuándo empieza a desmoronarse un matrimonio? ¿Cuándo llega el momento de tomar la decisión de marcharse a la que hace referencia el título? Esta decisión de dejarlo todo atrás afecta a los dos protagonistas por motivos diferentes y con consecuencias distintas.
Park construye su película con una paleta de colores muy oscura -escenas nocturnas, días nublados, interiores sombríos- y trabaja más la tensión larvada que los estallidos de violencia o la acción trepidante, aunque hay un par de persecuciones estupendamente rodadas, en especial una por varios tejados. De hecho, es más sólida la dirección de Park que el guion, que en algunos momentos puede resultar demasiado enrevesado. Sin embargo, merece la pena hacer el esfuerzo de no perder el hilo de la trama, porque la historia de pasión y engaño que se nos propone es muy rica en matices y conduce a un final redondo y desgarrador.
La tensión es subterránea, pero va en aumento con una progresión muy bien medida. Es destacable la capacidad del cineasta para crear un clima opresivo, con detalles como el insomnio que padece el protagonista. El resultado es que un cineasta que en sus inicios deslumbró por la virulencia y visceralidad de sus propuestas ha ido derivando hacia obras cada vez más sobrias y psicológicas. Puede que Decision to Leave sea menos vistosa que sus películas anteriores, pero es una lección de gran cine. Un thriller pasional y turbio en el que Park parece aplicar las sabias lecciones del Hitchcock de Sospecha, Encadenados o Vértigo.