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'Narvik': las consecuencias de ser neutral en la Segunda Guerra Mundial

Esta cinta bélica de Noruega agrega un nuevo capítulo sobre el mayor conflicto del siglo XX poco conocido por el gran público

‘Narvik’: las consecuencias de ser neutral en la Segunda Guerra Mundial

Imagen promocional de 'Narvik'. | Netflix

Es probable que desde hace pocos días muchas personas se hayan enterado de la existencia de un lugar llamado Narvik. Y que en esta pequeña ciudad se libró una de las primeras batallas al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Y que, después de un pequeño triunfo de los locales, los Aliados se esfumaron dejando a la población a merced de las tropas de Adolf Hitler. Todo esto está en los libros de historia. Sin embargo, Netflix ha esparcido el conocimiento gracias al estreno de la película bélica que lleva el nombre del municipio noruego.

Como ya lo hiciera Sin novedad en el frente, Narvik cuenta con bastante sobriedad cómo vivió Noruega la confrontación y resalta las consecuencias de la guerra, poniendo el foco en una familia separada por el enfrentamiento. La posterior reunión está muy lejos de ser idílica. Digamos que una vez que una guerra se desata -por corta o larga que sea-, siempre tiene un efecto devastador para sus protagonistas, sobre todo para la población civil.

En este contexto, la cinta de Erik Skjoldbjærg (Occupied, Pionér) tiene como protagonistas a Gunnar (Carl Martin Eggesbo), soldado sin experiencia en el combate debido a la neutralidad de Noruega en la época; Ingrid (Kristine Hartgen), su esposa y empleada de hotel; el hijo de la pareja, Ole (Christoph Gelfert Mathiesen) y el padre del recluta, Aslak (Stig Henrik Hoff). A continuación puedes ver el tráiler.

Esas pequeñas batallas diarias

La neutralidad de Noruega en el conflicto le permite a este drama indagar sobre temas que regularmente no se ven cuando el relato se concentra principalmente en la pelea entre bandos identificables. Los habitantes de Narvik, desde los trabajadores hasta su alcalde, libran pequeñas batallas diarias para, en un principio, llevarse bien con los alemanes y sus enemigos, con el objetivo de garantizar la subsistencia. Sin embargo, esto se hace cada vez más difícil cuando la conflagración obliga a tomar posición.

Entonces, más que las batallas a campo abierto, desmembraciones y muertes, algo que elevó la calidad de Sin novedad en el frente por su realismo, lo que hace diferente a Narvik son las decisiones de los ciudadanos y los dilemas éticos y morales de los protagonistas. ¿Qué estoy dispuesto a hacer por proteger a mi familia? ¿Cuál es mi deber cuando no se puede distinguir entre «buenos» y «malos»? Esas son algunas preguntas que plantea el film. 

Una escena de ‘Narvik’. | Netflix

Por eso, aunque Skjoldbjærg intenta mantener un paralelismo entre los caminos que recorren Gunnar e Ingrid, el largometraje gana más cuando se centra en la historia de la empleada del hotel, que por las circunstancias se convierte en la traductora oficial de los alemanes y, al mismo tiempo, en una informante de los británicos. Esta dualidad le brinda una gran profundidad al personaje que Hartgen interpreta con admirable solvencia.

El director acierta también al no juzgar las acciones de los involucrados. Las cámaras registran lo que está sucediendo con la objetividad requerida. Skjoldbjærg parece decir desde el primer minuto: esto le pasó a las siguientes personas, recuérdenlo, pero sin demonizar a los involucrados. De hecho, evade el fácil mecanismo de caricaturizar a los seguidores de Hitler, algo que se repite mucho en este tipo de producciones. 

Los convencionalismos

Sin embargo, Narvik no consigue lo que sí logra Sin novedad en el frente, precisamente por darle más tiempo a lo descriptivo que a los duelos íntimos. Si Skjoldbjærg hubiese profundizado más en esos conflictos internos de los personajes, probablemente la película habría alcanzado otros registros. No se puede decir que el largometraje sea malo, o aburrido, pero se mantiene en la media de películas bélicas.

Para ser más específicos, una vez que ha quedado claro el asunto que vamos a ver y somos conscientes de que esto es en parte una clase de historia sobre «la primera derrota de Hitler» (el título en inglés se vende como Narvik: Hitler’s First Defeat), queda un vacío. El cierre es bastante clásico y los letreros agregan más contexto sin que el espectador se sienta realmente impactado por lo que acaba de ver.

No obstante, se aplaude que al servicio de streaming lleguen otras versiones de la guerra, que no provengan de los vencidos o de los que la los libros de la historia han dado como vencedores. Porque desromantizar -si se me permite el término- el pasado es lo que nos permite tener conciencia de lo que se pierde en las sangrientas batallas. En estos tiempos en los que hemos normalizado los números de muertos diarios, como en la invasión de Vladímir Putin a Ucrania, estos repasos históricos se hacen necesarios. 

El apartado técnico requiere un párrafo aparte. Hay un gran esfuerzo por recrear cómo era Narvik en 1940 y cómo los barcos sitiaban al puerto, que era rico en hierro y por eso era un punto neurálgico para las aspiraciones expansionistas de Hitler. Las frías montañas, el clima inclemente para los propios soldados locales, una vez que son detenidos, son elementos que le permiten a Skjoldbjærg desarrollar su historia, dotándola de una gran verosimilitud.

En definitiva estamos ante una película que cumple con su rol de agregar más contexto al cine bélico, y que demuestra que aún hay mucho que contar sobre las guerras pasadas, pero no como un simple ejercicio de memoria, sino como una esperanza de que aprendamos de todo lo que se pierde, tanto en el campo de batalla, como en los llamados «daños colaterales».

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