Gregorio Luri: «La escuela está educando en el miedo al futuro»
Deusto publica ‘En busca del tiempo en que vivimos’, un magnífico ensayo en el que Gregorio Luri se asoma a cuestiones fundamentales de nuestra época.
Tres conclusiones pueden extraerse del nuevo libro de Gregorio Luri. La primera es que En busca del tiempo en que vivimos ayuda al lector a construir un imaginario consistente en esta época en la que el fatalismo y la renuncia al progreso se han convertido en tentaciones deseables. La segunda, que Luri es un maestro de la sugerencia, capaz de recorrer las sendas de la filosofía para recuperar el legado de viejos maestros. La tercera, que la perplejidad sobre lo humano, tan típica de nuestros días, es matizada en esta obra con respuestas muy convincentes.
El filósofo describe a THE OBJECTIVE el tono que ha querido dar a estas páginas: «Yo no sé pensar a la manera de Kant, de un modo en que te aíslas de todo y acabas construyendo la Crítica de la razón pura. Me identifico más bien con aquello que decía Nietzsche de que hay que pensar con los pies. A medida que vas escribiendo, son las propias ideas las que te van reclamando«.
A estas alturas, quizá no sorprenda al lector que Luri defienda la vida, con toda su complejidad, y también con la doble opción de alcanzar la trascendencia o degradarse: «Hay dos fenómenos que me dejan muy perplejo. Aunque no lo trato en el libro, uno de ellos es que las rodillas de nuestros niños están impolutas. Es la primera generación de la historia en la que eso sucede. Nuestros niños se han quedado sin espacios en los que vivir autónomamente su niñez. Siempre hay un supervisor adulto.
¿Y eso con qué se paga? Pues se paga, obviamente, con una pérdida de autonomía. Una escuela y una sociedad que están continuamente defendiendo la autonomía y el pensamiento crítico resulta que, en realidad, están sobreprotegiendo. Y la sobreprotección es una forma de maltrato. Por otra parte, me interesan mucho las dos vías que hoy están más en auge en la antropología: por una parte, el posthumanismo y, por otra, el transhumanismo. Aunque teóricamente sus fines sean distintos, en el fondo reflejan una desconfianza y una decepción con el hombre realmente existente. Y yo quiero reivindicar al hombre realmente existente, con sus frustraciones, sus miserias, sus perplejidades y sus fracasos»
Esto ilustra otro aspecto que aborda En busca del tiempo en que vivimos: la insatisfacción del hombre contemporáneo, temeroso de sí mismo, reacio a asumir responsabilidades y persuadido de que nos acercamos al fin de los tiempos. «La escuela está educando en el miedo al futuro, y eso también es nuevo. Antes te educaban para moverte en el futuro. Ahora parece que estamos en la víspera del Apocalipsis. Pero sean los que sean los problemas del futuro, ¿quién está mejor preparado para enfrentarlos? ¿Alguien que reacciona serenamente o alguien que reacciona con miedo? Sin embargo, resulta que el No Future se ha convertido en un lema glamuroso».
A la hora de observar esta sociedad, repleta de almas divididas, Luri echa la vista atrás. «En realidad, llevamos todo un siglo soñando con la idea del hombre nuevo«, nos dice. «Tanto Lenin como Stalin tenían ese objetivo. Según la dogmática marxista, en el momento que desapareciese la propiedad privada de los medios de producción, se crearía una situación nueva. Pero Stalin se da cuenta de que el hombre nuevo no acaba de aparecer, y entonces dice: ‘Si no podemos crearlo, vamos a ver si eliminamos al viejo’. Después tenemos toda esa literatura de ideación del hombre nuevo. Por ejemplo, La Eva futura, de Villiers de L’Isle-Adam, que plantea una síntesis muy atractiva de Hegel y Rousseau. O el que para mí es el primer libro profético de nuestro tiempo, el Frankenstein, de Mary Shelley. El monstruo grita a su creador: ‘Concededme la felicidad y volveré a ser virtuoso’. Si no soy feliz, ¿por qué se me exige ser virtuoso? A diferencia del monstruo, hoy te quedas con esa decepción de que somos un desastre. Y además no tienes un creador al que echarle la culpa. Un niño, cuando se enfada, patalea y llora para que lo oiga a alguien, pero nosotros tenemos la sensación de que no nos va a oír nadie. Solo hago dos excepciones. Por un lado, los filósofos que aún puedan considerarse platónicos y que crean que el bien es una realidad precedente y que el ser tiene un valor. Y por otro, los cristianos que realmente se crean lo que dijo Benedicto XVI en la encíclica Deus Caritas Est: al haber conocido el amor de Dios, estás vacunado contra ese miedo al futuro. No veo más alternativas».
Le pregunto en qué medida la aceleración del progreso modula estos temores: «Siempre he creído lo que decía Platón: cada régimen político produce ciudadanos con un tipo determinado de alma. El alma del ciudadano democrático no es igual que el alma del ciudadano que vive bajo una tiranía. Cuando las sociedades iban, como dicen los franceses, a tiempo lento, era relativamente fácil construir tu alma de ciudadano demócrata a partir de ese contacto lento con Atenas, por ejemplo». Y añade: «El presente siempre se nos escabulle porque nunca sabemos si una idea emergente será un fenómeno episódico o viene para quedarse. En realidad, como decía Nietzsche, suele ocurrir que las grandes revoluciones avanzan a paso de paloma».
Sin duda, la cordialidad ante la vida resulta difícil en una etapa histórica de transición, que colinda entre la decadencia del pasado y un porvenir casi inconcebible, cargado de incertidumbre: «Me interesa la idea de que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. Cuando lo plantea Marx, él está convencido de que lo nuevo va a nacer mañana. Gramsci reflexiona sobre esa dilación. Él cree que estas situaciones son las adecuadas para los fenómenos morbosos. Y el que más le llama la atención es la falta de autoridad».
Cuando le identifico como un pensador de frontera, Luri aborda otro tema recurrente en el libro: «Me interesa la imagen de los límites, el ‘entre dos’. Por eso me atrae tanto Juan David García Bacca. Su concepto de transfinito me parece que hoy nos ayudaría mucho. Lo mismo puedo decirte a propósito de Eugenio Trías y de su filosofía del límite».
A modo de catalizador y de caldo de cultivo, Gregorio Luri vuelve a retomar en esta obra el legado del humanismo español. Ya lo ha defendido en libros anteriores. «¿Cómo puedes amar lo que desconoces?», se pregunta. «¿Quién se acuerda de los maestros de la Escuela de Salamanca?». El filósofo transmite el mismo entusiasmo al hablarnos sobre el pensamiento conservador de nuestro país: «¿Quién crea las primeras políticas sociales? Cánovas. ¿Quién crea el Ministerio de Trabajo? Dato. ¿Quién crea los primeros estudios de verdad sociales? Pues Sanz y Escartín. ¿Quién crea la Ley de huelga? Maura… Tampoco entienden que reivindique a Donoso o a Balmes. Esas figuras se quedan en un baúl con moho, polvo y telarañas. Todo mi propósito es decir que aquí también hay alguna joya escondida que conviene buscar». Y concluye: «Para mí ser conservador quiere decir mantener viva la tensión entre la unidad y la pluralidad. Es decir, cómo crear sociedades que sean lo más plurales posibles, pero cuya pluralidad no nos lleve a situaciones de enfrentamiento. Como dice el lema del escudo de Estados Unidos: E pluribus unum (‘De muchos, uno’). Honestamente, tampoco creo que nada de esto parezca tener mucho eco. Pero yo voy a seguir dando la tabarra, eso sí te lo seguro».