Norman Mailer y Picasso: los genios cancelados del año
Los fastos por el centenario del escritor y los 50 años de la muerte del pintor chocan con la revisión de sus figuras por la neoinquisición
Repican campanas de cancelación. Dos genios de la cultura celebran este año significativos aniversarios marcados por el estigma de la neoinquisición. Más allá de si lo merecen o no, las cuestiones que se abren acerca de una posible cancelación tienen que ver con el concepto de contexto y, sobre todo, con la posibilidad de salvar sus obras si se confirma que sus comportamientos personales deben ser considerados como inadmisibles.
El primero de ellos, Norman Mailer, hubiera cumplido hoy mismo un siglo. Teniendo en cuenta su vida de espléndidos excesos, tampoco debería quejarse de no presenciarlo en persona. Llegó a los 84 años, que ya está bien. Polifacético y polémico por vocación, se destacó por su trabajo como escritor. Saltó a la fama muy joven, gracias a la publicación en 1948 de Los desnudos y los muertos, una novela basada en sus experiencias durante la Segunda Guerra Mundial. Pero su salto definitivo a la inmortalidad llegó cuando se atrevió a pasar de ese «basado en sus experiencias» al descarnado género de la no ficción. La gran crónica Los ejércitos de la noche, con la que ganó el Pulitzer en 1969, contribuyó decisivamente a consolidar el fenómeno del Nuevo Periodismo, en el que compartiría filas con los Truman Capote, Hunter S. Thompson, Tom Wolfe y compañía. Buenos tiempos para el periodismo…
Los ejércitos de la noche está precisamente inspirada en la Marcha sobre el Pentágono de 1967, cuando una pintoresca variedad de tribus urbanas enarboló margaritas y guitarras contra la guerra de Vietnam en las mismas narices de los políticos de Washington. Mailer, juguetón, siempre ácido e incisivo, prestó especial atención a los grupos de la vieja y la nueva izquierda que se disputaban el liderazgo de la progresía… y en el que él mismo militaba hasta el punto de ser detenido por su implicación en las protestas.
En otras cuestiones, su comportamiento no se ajustaba al perfil ahora considerado canónico por el progresismo. Mujeriego incorregible, se casó seis veces, y en 1960 tuvo el poco empático gesto de apuñalar a su segunda esposa con un cortaplumas durante una fiesta. Quizá le sirviera de excusa la afición al alcohol y las broncas, porque el feminismo no le dio la espalda (imaginamos que su segunda esposa tampoco se la volvió a dar), hasta el punto de que su gran amiga Gloria Steinem, activista feminista de reconocido prestigio, lo convenció para presentarse a alcalde de Nueva York. Por el Partido Demócrata, obviamente. Sus propuestas eran bastante radicales y salpicadas de algo así como un trumpismo con talento literario. Dejó, por ejemplo, esta perla: «La diferencia entre los otros candidatos y yo es que yo no soy bueno y puedo probarlo». Quedó cuarto de cinco candidatos.
A partir de entonces, aunque siguió dando la lata con su peculiar activismo político, se centró en su carrera literaria (con algunos escarceos con el cine), hasta convertirse en la gloria indiscutible de las letras estadounidenses que era hasta hace poco. A principios del año pasado, Michael Wolff reveló en The Ankler la «cancelación de Norman Mailer por Random House». Al parecer, la editorial abortó la publicación de un libro sobre los ensayos políticos de Mailer porque a uno de sus empleados le repelió uno de ellos titulado «The White Negro». Polémico ya en su momento, critica a un «negro blanco» por su conformismo y apela a vivir como los negros «de verdad», es decir, siguiendo la estela de los beatniks… como él. Tipos rebeldes. Los malotes que les gustaba a los progresistas de aquella época. Aunque apuñalaran a alguna esposa.
En su momento, algunos intelectuales negros le afearon que se apropiara de los tópicos del afroamericano impulsivo, guiado por la violencia y el sexo. Pero a la progresía de la época, esa que tan brillantemente describió Tom Wolfe en La Izquierda Exquisita & Mau-mauando al parachoques le molaba aquella especie de Hemingway «de los nuestros». Hoy la cosa ya no está tan clara. Wolff asegura que la feminista Roxane Gay también contribuyó a la cancelación de Random House. La misma Gay lo ha negado, pero Wolff cita fuentes de la editorial y, sobre todo, explica que el nombre de la feminista podría haber sido usado, sin su consentimiento, como argumento para la cancelación.
La cuestión es que se ha utilizado el feminismo como ariete contra un autor muerto hace 16 años. El fondo va más allá de tener razón o no. Diogo Noivo emparejó en estas páginas a Mailer con Cervantes para reflexionar sobre el fondo del asunto: el juego, perverso, entre literalidad y cancelación.
La otra gran cancelación del año apunta a Pablo Picasso. Con matices. Por supuesto, nadie lo va a borrar de la historia, por mucho que lo intenten, pero sí hay en curso una campaña para disminuir el tamaño de su mito. El gran hito al respecto en los últimos tiempos ha sido el podcast «Vénus s’épilait-elle la chatte?», de la francesa Julie Beauzac, que afronta el arte desde una perspectiva agresivamente feminista. Cuando pasó de las 250.000 escuchas y deslumbró en el Paris Podcast Festival, los medios comenzaron a fijarse en su deconstrucción de Picasso.
No era la primera vez que el pintor malagueño recibía los ataques de la intelectualidad francesa. En 2017, por ejemplo, Sophie Chauveau se despachaba a gusto en su libro Picasso: la mirada del minotauro. Pero el éxito creciente del movimiento MeToo y la cercanía del 50 aniversario de la muerte de Picasso han precipitado las cosas. Un reportaje de AFP, replicado por buena parte de la prensa francesa, recogía el pasado abril el sentir de Cecile Debray, nada menos que directora del Museo Picasso de París: «Es evidente que el #MeToo empañó al artista». Algunas citas atribuidas a Picasso, recuerdan en el reportaje, harían arder Twitter si las dijera hoy. El ejemplo es demoledor: «Para mí sólo hay dos clases de mujeres: diosas y felpudos».
El museo de París decidió contemporizar con las enemigas del artista que da nombre a su institución y, entre otras iniciativas, invitaron a exponer sus trabajos a artistas críticas como Orlan, creadora de Las lloronas están enfadadas, una respuesta bastante explícita al retrato La llorona, de Picasso. La pinacoteca equivalente en Barcelona hizo algo parecido con unos talleres y charlas con historiadores del arte y sociólogos para desentrañar la presunta miga misógina de Picasso.
Un artículo en Presse Toi à Gauche en junio de 2021 ilustra a la perfección la postura de cierta izquierda feminista en casos como este. «¿Podemos aspirar a despatriarcalizar nuestros museos?», se pregunta Lorena Suelves, para a continuación plantear «cómo planificar una exposición de la obra de Picasso, un hombre extremadamente violento y misógino, en la era del movimiento #MeToo». Toma el ejemplo del Musée National des Beaux-Arts de Québec, que acababa de programar una exposición de Picasso: «Yo ya me preguntaba cómo iba a abordar al hombre, la figura y el artista. ¿Iba a exponer sus obras desde una perspectiva de género? ¿Iba a inspirarse en Madrid donde, por ejemplo, la exposición se centró en mostrar cómo una de sus mujeres, Olga, primero representada como su musa, fue retratada luego como un monstruo? ¿Íbamos a sublimar la obra de Picasso y pasar por alto sus atrocidades contra las mujeres? Fue un gran pintor, ciertamente, pero trató a sus esposas y amantes con infamia y sin piedad».
Se da por sentado un sesgo concreto previo en la gestión del arte. Aunque la contemporización de los museos tiene un límite. Debray ha criticado el famoso podcast y el libro de Chauveau argumentando que algunas de sus afirmaciones son anacrónicas y basadas en conjeturas y afirmaciones sin referencias históricas.
En realidad, sí hay algunas evidencias, o al menos fuertes indicios, de la lamentable actitud de Picasso hacia las mujeres. Su nieta Marina escribió que «las sometía a su sexualidad animal, las domaba, las hechizaba, las ingería y las aplastaba en sus lienzos». Aunque otro nieto, Olivier, se queja de que no se tenga en cuento las mujeres que lo amaron y pueden dar una buena imagen de él.
En su libro Las traiciones de Picasso, José María Beneyto trata de profundizar en la figura del artista a través de un género que la editorial denomina como «novela de no ficción». No solo se fija en sus tormentosas relaciones, de abuso y dependencia, con las mujeres. También entra en asuntos tan espinosos como sus negocios en el París ocupado por los nazis o su avaricia extrema. Carlos H. Vázquez le hizo una interesante entrevista en estas páginas.
Pero quizá fuera Carlos Mayoral el que da en el clavo al sostener en su artículo «Whisky contra Picasso» que «separar autor y obra es un ejercicio intelectual necesario: ella persistirá muy por encima de él, del mismo modo que la Ilíada persiste sin que sepamos quién demonios era ese tal Homero».