El turista
«Cada capítulo de las dos temporadas está escrito con la precisión de un diapasón, con un ritmo sostenido y creciente»
En lo que va de año no encuentro una serie a reseñar. Cabe aplaudir el tercer capítulo de The last of us. Retrata a una pareja homosexual de un mundo poblado de zombis. La pareja: blanca, preparacionista, ruda, trumpista. Eso la diferencia de las series melifluas en torno a la variedad sexual. No le gustará a la tontirubia percebeira, no suma a la tiranía de las identidades.
De las listas de las mejores series se escapó El turista, firmada por la inmejorable HBO. No se le puede exigir más al protagónico Jamie Dorman, al que la cámara bendice. Un personaje duro, agreste, sin un rastro de melancolía y, al final de la serie, con la bondad erradicada. Un cómico que sorprende. Lo vi en la pésima 50 sombras de Grey, basada en la novela basura del mismo título. Interpretaba a un idiota guapo, sin más, resta que te resta de lo escatológico. Ignoraba que fuese un actor de registros, capaz de cagarse en tu madre sin parpadear o de lanzar una lágrima creíble. La serie se inicia con el hombre, así se llama el personaje, perdiendo la memoria en un accidente de coche.
En base al extravío de la memoria se han rodado patadas de pelis y de series, la mayoría malas, establecidas en los lugares comunes de la condición humana. Con raras excepciones, como la fabulosa Absentia, de Prime Video, con la belleza Stana Katic. La había visto en la serie masticable Bones, pero en Absentia borda a una mujer atrapada en el delirio, circunspecta, triste y oscura. Un pibón vamos.
Al hombre, en El Turista, le ayuda una poli, la actriz Danielle Macdonald, una gordita encantadora. Ahora está de moda decir que la gordura empodera, especialmente a las mujeres. Los hombres gordos, siguiendo la línea de pensamiento absurda, deben ser unos idiotas. La gordura femenina, según nos cuentan, convierte a la hembra en un ser segurísimo, capaz de arrasar con siglos de machismo. La gordura ataca a la salud de toda la santa vida. La gordura acarrea problemas cardiovasculares, algo que se sabe. La ministra de sanidad que nombren tendrá que aclararlo, lo que no ocurrirá. La poli de El turista bebe directamente de la maravillosa Frances Marcdormand, de la fabulosa cinta Fargo, otra genialidad de los hermanos Coen. Nuestra poli, la de la serie, se enamora hasta las cachas de El hombre, y como debe ser, se aparta de la ley, pero sin convertirse en una malota. La evolución de este personaje está milimetrado en un ejercicio de guion deslumbrante.
Lo fácil de un guion en torno a la amnesia radica en abusar del flash back. En El turista los flash back escasean. Es la acción del presente y no los diálogos la que aborda el pasado. No lo narra, lo que pertenece a la técnica de la novela y no del guion. Cada capítulo de las dos temporadas está escrito con la precisión de un diapasón, con un ritmo sostenido y creciente. Las subtramas se entrelazan con una sutileza magistral, permitiendo que las historias individuales conformen un colectivo que chirría en ocasiones por las necesidades de la ficción, lo que es un nuevo acierto. Una serie más que apropiada para la disección de los guionistas noveles.
El actor Olafur Darri Olaffson protagonizaba la serie islandesa Atrapado. Los nórdicos tienden a hacer buenas series. El actor, gordo y grande, en la serie islandesa interpretaba a un poli de los buenos con su parte oscura, entregado a su profesión y en consecuencia divorciado. En El Turista borda al malo, un tipejo sin escrúpulos; un asesino, como todos, ido de la chaveta. La composición actoral del personaje no deja nada al azar. Será, entiendo, uno de los grandes del cine.
La serie está rodada en Australia, en el paisaje desértico y en los lugares lúgubres que condesan una puesta en escena de manual, la de los profesores de la ficción televisiva. La serie, permítanme, es cojonuda; tiene ese aire de derrota que redime a los personajes.