Karina Sainz Borgo: «Ya no soporto cargar el sambenito de explicar el apocalipsis»
La escritora conversa sobre ‘La isla del doctor Schubert’, el adiós de Javier Marías y su plan para secuestrar a un ministro de Hacienda
Karina Sainz Borgo (Caracas, 1982) llega a la entrevista pisando fuerte y rápido, surgiendo como un temporal que se permite hacerse notar. Saluda, posa para las fotos de rigor y entre bromas que esconden verdades pide que no le saquen el ojo izquierdo porque por el frío que hace en Madrid (rozando el negativo cuando uno tiene la mala suerte de pasearse por la sombra) le llora. Cumple con el protocolo y tras sentarse comienza con el gesto que la caracterizará durante toda la entrevista: un movimiento frenético de las piernas que termina por acompañar con una gran expresividad que, sobre todo, se descubre en sus silencios.
Karina conversa con THE OBJECTIVE sobre su última publicación, La isla del doctor Schubert (Lumen), un relato complicado de encajar entre los géneros habituales que la propia autora admite que ha escrito como remedio a su gran temor literario: encasillarse en una voz y en un tipo de historia que repetir una y otra vez hasta la saciedad.
Da de lleno en el clavo. Sea lo que sea el texto —a veces una fabula, otras veces una novela y siempre un gran poema sin más rima que la musicalidad del lenguaje de la autora—, no se parece al resto y descubre un nuevo mundo literario, plagado de metáforas, que rehuye de los lugares comunes de los piratas, los marineros y las bestias entrando de lleno en ellos y buscando en sus recodos las virtudes que pocos saben cómo encontrar. Su prosa, tan veloz y directa que a veces más que frases parecen ráfagas de viento, ha madurado tras cuatro libros y centenas de artículos y entrevistas hasta desvelar a una escritora que página a página, historia a historia, no hace más que tratar de pelar nuevas capas para descubrirse a sí misma, aunque uno nunca llegue a saberlo del todo.
Sainz Borgo se sumerje en el adjetivo sin permitirse el error de dispararse al pie o tropezarse en ideas enrevesadas y sin rumbo. Acude a él y lo exprime hasta extraer toda su riqueza, y cuando parece que no queda nada más que sacar, vuelve a agitarlo, a sacudirlo y a lanzarlo hasta extraer sus restos y construir con ellos un viaje verbal con el que mecer al lector.
Su doctor Schubert, un hombre con aristas, que irradia bondad y pasión en unas páginas y en las siguientes desvela una oscuridad y un tetricismo, mantiene la misma característica que el resto de sus protagonistas: gentes que echan raíces en los lugares de paso, y en ellos se permiten crecer, se expanden, desarrollan sus personalidades hasta convertirse en gigantes que llenan los vacíos de sitios en los que no deberían estar. Sainz Borgo habla de ellos -de sus defectos y de sus virtudes- entre sonrisas cuando salen a lo largo de la conversación. Habla de ellos como se habla los verdaderos amigos, esos con los que siempre volvemos a las mismas historias que se repiten en cada mesa. Al final, los hombres, mujeres y bestias que nacen de la imaginación tienen una pequeña parte de uno, por eso se puede pensar en ellos con esta cierta ternura que roza la amistad.
La escritora conversa con THE OBJECTIVE sobre su nueva obra, sobre el mar y el miedo, sobre la importancia de no dejar nunca de leer, sobre la jungla de asfalto en la que se ha convertido Madrid, de Javier Marías y, sobre todo, de sus planes para secuestrar a un ministro de Hacienda si ocupa la cartera de Cultura.
Entrevista a Karina Sainz Borgo, autora de La isla del doctor Schubert
PREGUNTA.- Después de todas las entrevistas que has concedido, ¿qué es lo que no te han preguntado que te habría gustado contar sobre el libro?
RESPUESTA.- Pues déjame decirte que no hay ninguna. Han visto cosas incluso que me parecen tremendas. Muchos han identificado la maldad de Schubert, su crueldad como personaje. Schubert es un personaje muy hermoso, muy extraño, pero identificaron que era un personaje cruel e incluso hoy me decían que era nazi. No me han preguntado de política, cosa que me parece maravillosa y que puede continuar así toda la conversación.
P.- ¿Te cansa hablar de política después de tantos años?
R.- No es eso, es que en La hija de la española tuve que pagar demasiado peaje y explicarles demasiadas cosas para y estar hablando menos del libro. Ya no soporto cargar el sambenito de explicar el apocalipsis. Me siento más cómoda y me encanta hablar de política siempre que no sea la mía. Me divierte, pero lo que no me gusta es hablar de Chávez, Maduro y de esta gentuza. La política actual es como un acuario.
P.- Todavía estás a tiempo de dar el salto al cronismo parlamentario.
R.- No, hombre, no, hay gente que lo hace muchísimo mejor que yo.
«Ningún monstruo lo es por naturaleza, nadie tiene esa vocación: lo eres a pesar de ti mismo».
P.- Bueno, solo es atreverse.
R.- Sí, pero tampoco me lo han propuesto. La verdad es que en esa fauna que hay ahí, una fauna maravillosa con… ¿Cómo se llamaba? ¡Rufián, el de Esquerra que habla como si estuviera apoyado una barra! Me encanta. Es todo el poco cuidado de las formas que es maravilloso el western de la Carrera de San Jerónimo.
P.- Tus personajes también son parte de un western mucho más grande, no sólo en La hija de la española o El tercer país, sino también ahora, en La isla del doctor Schubert. Das el salto una especie historia de aventuras, de piratas, de exploradores. ¿De dónde viene este deseo de volver a lo que son los relatos de la infancia?
R.- Para mí es un relato marino, un relato de aventura. Es cierto que tiene mucho de la infancia, pero yo tengo la sensación de que escribí al doctor Schubert el día que descubrí el mar en un sentido real. Siempre lo había visto desde la orilla y cuando hice un reportaje con Arturo Pérez-Reverte, todas las conversaciones sobre literatura de mar prendieron una mecha.
De manera paralela a esto, empecé a escribir mi cuarta novela, que es otra vez dura, en un universo asfixiante. Ahí me dije: «Tengo otra vez las mismas palabras». Un personaje que tenía que hablar de una manera estaba hablando como el personaje de la novela anterior y dije: «Tienes que leer, tienes que irte de aquí». Me puse en serio con la literatura de mar. Leí Stevenson, volví a todo Conrad, volví a La Ilíada y La Odisea. Fui a los bestiarios. Trabajé y volví otra vez a leer La Metamorfosis de Ovidio… Yo siempre lo repito y lo repetiré hasta que me canse: un escritor que no lee, está muerto. Tú no te puedes sentar a escribir con el estómago vacío, tú no puedes empezar a escribir sobre ti mismo como si tu vida fue interesante. Que descubras que eres bisexual no creo que sea una cosa que a nadie le interese en este momento. Hay que superar la anécdota, no puedes convertirla en un canon y yo estoy muy aburrida de toda esa autoficción y tenía muchísimas ganas de eso, de subirme a un barco.
La isla del doctor Schubert tiene mucho de barco, pero también es un bestiario. Hay un montón de bestias y de monstruos que son bastante contemporáneos. La propia idea de la isla y de la individualidad. El doctor Schubert es un personaje extraño del que no sabemos nada, que no le gustan los forasteros, que no le gustan los turistas, que no le gusta el orbe en general. Y me parecía que era muy bonito porque es como una fábula.
P.- ¿Cuáles son nuestros monstruos en la actualidad?
R.- Hay tantos. Mira, todos somos potenciales monstruos, todos. Por raros, por demasiado bellos o por demasiado feos o por singulares. Todo lo que no conocemos y que nos resulta desconocido es monstruoso y es mostrenco. Pero ningún monstruo lo es por naturaleza, nadie tiene esa vocación: lo eres a pesar de ti mismo. La noción que yo manejo en el libro es la fantástica del que se ha transformado en algo a su pesar.
P.- ¿Por qué nos fascina tanto el mar?
R.- Porque fue el primer episodio, el primer lugar de la aventura, de lo desconocido, lo indomable. Porque piensa que no solamente el mar hay que navegarlo y cruzarlo, sino que hay que entenderlo y cartografiarlo. Todas las grandes gestas, Elcano, Magallanes, son una tragedia maravillosa porque están impulsadas por la necesidad de saber. En la tierra puede que también quieras, pero la tierra no se mueve mientras caminas sobre ella. Eso requiere una capacidad superior de supervivencia y atención. Piensa que toda la Ilíada, toda la Odisea está basada sobre grandes episodios en el mar. Incluso uno piensa que los grandes hombres de letras del Siglo de Oro se embarcaban con la Armada Invencible. Lope lo hizo y Cervantes también fue marino.
P.- ¿Karina Sanz le tiene miedo al mar?
R.- Siempre le tuve muchísimo miedo al mar, de pequeña y de adulta también. No saber qué hay debajo, no poder ver qué hay es una cosa que me produce un terror gigantesco pero una fascinación tremenda. Justamente por el hecho de que me da tanto miedo es que me fascina.
P.- ¿Por qué escribir sobre lo que nos da miedo?
R.- ¡Porque si no no tiene chiste, no tiene gracia! En el caso de La isla del doctor Schubert, puede que yo lo escribiese para combatir el miedo que me daba repetirme, el miedo de regresar a la fórmula ya asimilada de historias duras protagonizadas por mujeres virulentas e inmisericordes y volver a repetir una historia más de atrocidades. A mí se me da muy bien la tragedia y me decía por qué no probar otro registro antes de continuar. Yo no me considero a mí misma una escritora todavía: soy un autor que se está haciendo.
P.- ¿Te preocupa como autora encasillarte y atascarte en un mismo registro?
R.- Me preocupa cuando ya no me divierto
P.- ¿Y te diviertes ahora?
P.- Con este me divertí muchísimo. Todos los libros que yo he escrito seriamente y que han llegado a buen puerto son libros con los que solo quiero escribirlos. Cuando quiero hacer eso es que funciona y me gusta. Lo que me da miedo es que esa sensación de novedad y de gozo se disuelva. Por eso terminé escribiendo este, porque no podía escribir ahí como quien pega baldosas o adoquines sobre una pared.
P.- ¿Has estado alguna vez a las puertas de ese desenamoramiento?
R.- Es verdad que cuando uno comienza a escribir tiene un ímpetu enorme y escribes todo el tiempo y hay miles de manuscritos abominables que gracias a Dios se pierden en los sitios. Yo todavía no he llegado al momento de desencanto porque creo que tengo la inmensa suerte de leer. Si tú no lees y no te sorprendes, no tienes nada que ofrecer.
P.- ¿Qué pretendes contar en La isla del doctor Schubert? ¿A qué puerto quieres llevar la fábula?
R.- No tiene un propósito moralizante, pero podría tenerlo perfectamente porque de alguna manera cada quien últimamente se ha mudado a su propia isla. Yo quería diseñar un mundo hermoso, y este lo era, y cruel. Es bello y repleto de deformaciones y de transformaciones. Me apetecía que el lector pasara 120 folios de una vieja historia de aventura contada en el mundo contemporáneo, porque en este libro hay cruceros, hay turistas y gentrificación, y se va la luz y hay saldos de ocasión, hay un operario polaco. Quería, con muchísimo cuidado y humildad, hacer un relato de aventuras contemporáneo.
P.- ¿Podrías explicarnos cómo fue el proceso a través del que nació la obra?
R.- Tiene su detonante a bordo del velero Corso del escritor Pérez Reverte. Esa constatación del mar me lleva a meterme en una literatura de mar y a la vez, por una serie de viajes que empiezo a hacer, conozco Mallorca. La descubro como un lugar creativo. Es muy curioso que en la misma isla se hayan ido a vivir Robert Graves, Chopin… Es un sitio que imanta, y a partir de esa relación con el mar y con lo insular empecé también a ir un montón a las Canarias. Cada vez que podía me iba y encontré ahí como un lugar creativo, excepcional. Ahora entiendo por qué Saramago se muda a Lanzarote: porque realmente vivir en una isla es una manera de no estar al alcance del todo y de poder sentarse a escribir.
P.- ¿Te estás planteando mudarte a una isla en unos años?
R.- Me planteo mudarme a un sitio donde haya mar. Ray Loriga dice que el único mar que tiene Madrid es el Dry Martini. Después de casi 20 años en Madrid soy consciente de lo mucho que echaba de menos el mar como una presencia constante en la vida. No sé si una isla, que me encantaría, pero sí a cualquier sitio con mar. Yo no quiero seguir viviendo encerrada en una ciudad sin árboles como Almeida, que nos tiene absolutamente torturados, que lo que ha hecho es deforestar toda la ciudad, llenarla de concreto.
«Yo todavía no he llegado al momento de desencanto porque creo que tengo la inmensa suerte de leer. Si tú no lees y no te sorprendes, no tienes nada que ofrecer».
P.- Te leí decir que esto se estaba convirtiéndose en una playa de cemento.
R.- Literalmente. Está en un campeonato con Ana Botella en quién puede arrancar más árboles y va ganando Almeida. Mira que era difícil.
P.- ¿Madrid está condenada a convertirse en un sitio inhabitable?
R.- Madrid no ha cambiado, he cambiado yo. Ahorita es una ciudad impensable. Hace 20 años, cuando yo llegué, no era todo lo cosmopolita que es ahora. Está llena de gente y a nadie le importa que yo tenga acento latino, no pronuncie las eses y me coma las vocales. Lo que pasa es que sí es verdad que se convirtió en una ciudad asombrosamente cosmopolita. Y como toda ciudad interesante, en tiempos de viajes low-cost, de movilidad mucho más sencilla, de alquiler turístico como Airbnb, como todos los paraísos, acaba lleno de gente.
P.- Hay un debate histórico que ahora ha vuelto, que es el de si el autor y su obra tienen que ir de la mano o podemos separarlos.
R.- Hay un libro recientemente publicado por Alfaguara que reúne las columnas de Javier Marías. Se llama ¿Es buena persona el cocinero. Dice que cuando tú vas a un restaurante a comer no preguntas si el cocinero de aquella cosa maravillosa es buena persona: importa tres pepinos, tú lo que quieres es saber quién lo cocinó. Eso es una explicación en buena medida, pero hay cosas que nos resultan inevitables. Hay coherencias morales e ideológicas en determinados autores que a mí me hacen temblar. García Márquez no podía ver un dictador y un populista porque se le echaba en los brazos y es uno de los mejores autores del siglo XX latinoamericano. El hecho que haya sido en muchas ocasiones un entretenedor, parte de la corte de algunos tiranos no le quita que sea una maravilla. Uno debe juzgar a una persona por su obra, no a su historia o sus elecciones ideológicas. Cuando a Peter Handke le dan el Nobel, realmente es brutal como escritor, otra cosa es que en los posicionamientos de la de la guerra de los Balcanes haya apoyado a los más brutales. Siempre hay aprietos, pero yo creo que una obra, ante todo, tiene derecho a emanciparse de quien la escribió.
P.- La Sainz Borgo escritora toca temas sangrientos, duros, complicados. Ahonda en temas como la pérdida, la muerte, el miedo al olvido. ¿Qué nos dice a los lectores sobre la Sainz Borgo persona?
R.- No soy muy divertida, honestamente. Sainz Borgo persona es una ciudadana antes que nada y eso comporta una serie de obligaciones y deberes. Me gusta pensar siempre en relación al lugar que me rodea, a la cosa pública. Yo no puedo permanecer muchas veces al margen de muchas discusiones; lo que pasa es que, como siempre, tengo una vocación de verso libre manifiesta. Siempre hago un poco lo que me da la gana, no me gusta seguir las reglas. No soy una persona cándida y candorosa, pero sí soy una persona muy sensible, muy emocional y eso normalmente siempre condiciona mi manera de ver las cosas y de relacionarme con el mundo. No he matado a nadie… todavía. No uso pieles, pero como carne y voy a los toros, que eso es fatal. Reivindico mucho el principio de vivir y dejar de vivir.
P.- Si fueras ministra de Cultura por un día, ¡un solo día!, ¿qué medidas tomarías?
R.- Muy buena pregunta… Dame, dame un minuto porque la respuesta que tengo es casi de vándalo. Ya sé, ya sé, ya sé, ya sé que haría. Creo que tomaría en una situación de rehenes al ministro de Hacienda… Sí eso es: asaltar el Ministerio de Hacienda y Economía, tomar por rehén al ministro y hacerle corregir, so pena de asalto, muchos incentivos fiscales que vendrían muy bien para la actividad cultural. Y ya a partir de ahí, como solo es un día y voy a perder el cargo, pues no pasa nada.
P.- Un día como ministro, una vida en la cárcel.
R.- ¡Ah, maravilloso! Pero fue por una buena causa. ¿Tú sabes toda la gente que viviría mejor con incentivos fiscales?, ¿sabes cuántas series y películas se vendrían a filmar aquí? ¿Cuánto ayudaría al mecenazgo privado que existiera una fundación y una biblioteca y unos archivos con papeles y correspondencia?
P.- Te quería hacer una última pregunta. En el prólogo de este libro añades una cita de Javier Marías en Berta Isla. ¿Qué significa la pérdida de Javier Marías para ti, como lectora y como escritora?
R.- Mi trato con Marías no era un trato de amigo, sino al revés: era casi de palacio, príncipe (Hace una reverencia sin levantarse de la silla). Marías es una pérdida mucho más grande de lo que nosotros estamos conscientes. No solamente era el gran escritor del siglo XX y del XXI, sino que era nuestro gran clásico moderno, era el escritor más contemporáneo y universal del español, era el único candidato que teníamos para un Nobel. Honestamente, yo no veo a nadie con ese perfil. Y aparte era el gran pedagogo sin querer serlo. No iba como un beato cultural diciendo (Araña con una voz afilada y lenta mientras alza el dedo) «¡Tenéis que leer a Shakespeare!». No. Si tú lees a Javier Marías, automáticamente acabas leyendo Shakespeare. Es uno de los escritores más cultos, libres e irreverentes que ha habido y el mundo cultural va a ser bastante más aburrido, endogámico, simple, provinciano.
P.- Yo no tengo nada más que preguntarte. No sé si hay algo que quieras decir antes de acabar.
R.- Soy inocente.