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Cultura

'La hija de Marx', la revolución también es erótica

THE OBJECTIVE conversa con la escritora argentina Clara Obligado, que reedita la novela erótica por la que fue galardonada con el Premio Lumen en 1996

‘La hija de Marx’, la revolución también es erótica

Clara Obligado. | Isabel Wagemann

¿Cómo la hija del padre del Manifiesto comunista podría ser más libre que su propio padre? Esta pregunta se resuelve elegantemente en el libro La hija de Marx (Lumen 1996, 2023) de la escritora argentina, residente en Madrid, Clara Obligado.

La hija de Marx fue la novela ganadora del Premio Lumen en 1996 cuando Esther Tusquets llevaba la editorial y que hoy vuelve a la estanterías españolas en una reedición que va de la mano con la nueva convocatoria del premio, dentro de la cual, la escritora es jurado. 

Aunque el titulo podría hacernos pensar en una biografía, es una exploración especulativa sobre qué hubiese pasado si el hijo abandonado de Karl Marx hubiese sido una niña y cómo actuaría esta ante los roles políticos y la moralidad sexual del siglo XIX. Gracias a esta elucubración lectora, THE OBJECTIVE conversa con Clara Obligado entre libros y conexiones digitales en Zoom.

PREGUNTA.- ¿Qué te obsesiona del eros como tema para la creación literaria?

RESPUESTA.- Yo creo que las mujeres, así como los hombres, hacen sus revoluciones a través de la ideología, del pensamiento. Las mujeres hacemos nuestras revoluciones a través del cuerpo y nos implicamos de otra manera con las cosas. Me parece que lo erótico es quizá lo más claro de nuestras modificaciones físicas. Entendiendo que los cambios en el siglo XXI han sido básicamente eróticos, aunque se quieran conceptualizar de otra manera, por ejemplo: los cambios de relaciones en la pareja, cambios de relaciones con nuestros hijos, el sexo fluido, el aborto, etc. Todos los grandes temas que aparecen en el siglo XXI son temas que vienen de la revolución de las mujeres porque suceden en la esfera del cuerpo y del cuidado, entonces la erótica entra dentro de ese campo, que es el campo de nuestras relaciones, no solo mentales, que son mucho más fáciles, sino también donde el cuerpo se compromete.

P.- El gran padre del cambio social era un hombre que no aceptaba tener hijas mujeres. ¿Por qué elegir a Karl Marx como figura que mueve los hilos de la novela? 

R.- Este libro tiene mucho que ver con cómo vemos la política los hombres y las mujeres. Entonces, a mí me pareció muy interesante tomar a alguien incontestable como lo es Marx. Es un teórico que te puede gustar más o menos, pero sin duda es un economista importantísimo que dijo cosas muy relevantes aunque estés en el más absoluto desacuerdo, que me da igual, pero ¿qué pasa si yo a Marx lo muevo de lugar y miro a las mujeres que estaban a su alrededor, en vez de mirarlo a él directamente? Yo respondo a esto a través de la hipótesis de Virginia Woolf, que se pregunta: ¿Qué hubiera pasado en una habitación propia? ¿Qué hubiera pasado si en vez de Shakespeare hubiera sido la hermana de Shakespeare y lo traslado a ‘¿qué hubiera pasado si Marx de una ideología fraterna, libertaria, de compromiso común y que, sin embargo, tuvo un hijo con su criada y lo abandonó; entonces, ¿cómo se casan estas cosas teóricas’? Las mujeres no hacemos eso, yo escribo toda mi obra con mis hijas dando vueltas, entonces sí hay que pensar que la desigualdad o que el factor económico realmente sí importa.

Portada del libro

P.- Desvelas una diferencia en el cómo escribir según si eres mujer u hombre

R.- Puse a Marx en segundo plano. Aparece solo dos veces nada más en la novela. Se cruza con los personajes, pero toda la historia está armada con sus viajes. ¿Qué hubiera pasado si ese chico que tuvo Marx con su criada y que se lo regaló a Engels y que Engels también lo abandonó -que es la historia real- hubiera sido mujer e hija de una exiliada rusa? Esa es mi pregunta y la respuesta que doy en la novela. 

P.- La trama en La hija de Marx puede sonrojar a cualquiera por su carácter erótico. ¿Cómo no caer en provocaciones u ofender con una novela que tiene muchos toques que no son propios de lo que el mercado dicta hoy día?

R.- Creo que no se puede leer algo que está situado en el siglo XIX como si estuviera situado en el siglo XXI. Esta es una novelita libertina, especialmente su primera parte. Trabaja dentro de ese tópico y hay muchas novelas libertinas hechas en una Inglaterra en la que el personaje femenino era el ángel del hogar, o sea, el amor no existía, no estaba en el contrato. El amor existe recién a partir del siglo XX, lo que nosotros entendemos por amor, que vaya a saber lo que es eso, pero bueno, eso existe nada más que a partir del siglo XX. Antes del siglo XX, el amor siempre es un hecho desgraciado. El amor tiene gracia cuando es un fracaso, si no, ni siquiera vale la pena.

P.- Pero ese no es el punto de vista de lo que es el amor para el hombre. Para ellos es visto desde la nostalgia, ¿no? 

R.- Yo creo que no había amor para las mujeres porque hay que pensar cómo se casaban; se casaban como si se vendieran. El amor, si aparecía, era una tragedia.

P.- Sin embargo, el padre adoptivo de la protagonista le aconseja: «No todas las uniones tienen como finalidad el placer». Si quieres vivir del placer, el erotismo y de la libertad, tienes que entender que hay unas reglas en el juego que no te vas a poder saltar.

R.- Sí, no todas te las vas a poder saltar. En la novela el personaje de la chica que es una obrera, una criada, tiene un destino distinto al de la protagonista. Están marcados. Ella no tiene más remedio que casarse porque le conviene. Estas mujeres hacen lo que les conviene, las dos, porque son exiladas rusas. Son extranjeras y eso es muy importante dentro de la novela. Son extranjeras dentro de un mundo victoriano, que es el mundo más puritano que te puedes echar en el cuerpo. Dentro de ese mundo tan puritano, ellas son capaces de disfrutar con todo lo disfrutable y usar a los hombres como docentes en algunas cosas.

«Con esta novela lo que estoy haciendo es devolverle a las mujeres la agencia dentro del mundo de lo erótico»

P.- Justamente por no ser inglesas victorianas pueden llegar a manipular mejor la situación. ¿Es el origen un rasgo importante para la liberación en este caso?

R.- Son rusas, son hijas del mundo de las memorias de la princesa rusa, que es la gran erotómana del siglo XIX. Con esta novela lo que estoy haciendo es devolverle a las mujeres la agencia dentro del mundo de lo erótico, porque siempre se ha contado la historia, hasta el siglo XX, de las mujeres como víctimas del erotismo. Aquí es justo al revés. Son bribonas, hacen lo que les da la gana y lo que les viene bien.

P.- El imaginario femenino desde la visión masculina ve a la mujer como un objeto sexual. Sin embargo, ¿el cuerpo de las mujeres no es un arma de poder?

R.- Creo que la mujer siempre ha tenido el poder de la sexualidad dentro del cuerpo. Un poder y una autonomía. Si ves el libro, es un himno a los consoladores. La mujer tiene a los hombres, pero también prescinde de ellos. Entonces, no solamente se consigue el erotismo porque tiene el placer al alcance de su mano, sino que también se habla del lesbianismo en el XIX, que debería ser muy potente y que es un tema que a mí me costó muchísimo investigar porque los trazos están muy borrados. Se entiende el lesbianismo como estímulo para los hombres, porque todo se mira desde una mirada masculina.

P.- Hay un juego en el libro con las citas a pie de página. ¿A qué se debe?

R.- Los pies de página son los lugares de autoridad en un libro, donde se dice la verdad en general y, la verdad, está en otro lugar, que no está en los lugares canónicos, pero este es un chiste que lo entiendo yo sola.

P.- El poderío político también puede generar mujeres malas y mujeres que se victimizan, un arquetipo oscuro. ¿Por qué crees que hay que visibilizar este lado?

R.- Yo creo que tenemos derecho a ser oscuras. De hecho, el libro trabaja bastante a fondo lo que es una maternidad tóxica, que es un tema que no estaba tratado en el momento de la publicación de la novela. En la novela hay una madre que es narcisista extrema; una mujer que no sabe envejecer y en este no saber arrastra la juventud de su hija. Entonces, esto es algo que las mujeres con poder tienen que reflexionar quizá por primera vez: ¿qué pasa con sus hijas, sobre todo, cuando ese poder es tan visible y tan exultante y la belleza es tan extrema? Y, a la vez, ¿qué pasa con la hija y hasta qué punto? No es responsable la madre, que es una especie de paradoja cruel. Por su propio poder hasta qué punto no es culpable de lo que pasa al final. Claro, no puedo develar la novela porque no tiene gracia entonces. [Risas]

«Creo que no se puede leer algo que está situado en el siglo XIX como si estuviera situado en el siglo XXI»

P.- ¿Crees que tener una novela tildada como erótica te resta como escritora? ¿Te signa o te define?

R.- Cuando escribo todo lo que sucede fuera del libro me da igual porque me parece que no sería una escritora honesta si estuviera escribiendo mirando hacia afuera; hacia el mercado, dicho de manera cruda. Entonces, llevo la investigación donde pienso que debo llevarla, y sí, reflexiono bastante sobre lo que hago. Pero no sobre qué me van a decir, qué van a pensar; eso me da igual. El primer escandalizado por este libro fue mi padre, pero yo creo que mi compromiso es ese, que como escritora debo ser transmisora de unas ideas que están en la sociedad y que en realidad no son mías, solo están ahí, yo las voy captando, las voy leyendo, las voy viendo y las reflejo lo más honestamente que puedo.

Yo sé que vivimos en una época de muchas cortapisas, que yo creo que no son buenas para la literatura, no son buenas en absoluto. Uno con un libro puede opinar, puede ser parte de un debate, pero no se le puede pedir a un escritor que se reprima porque ese es el fin del arte. Ahora, yo me hago cargo también. Mi opinión es un punto de vista. Si perdemos la capacidad de opinión de los artistas, hemos perdido muchísimo. Yo no sé si con esa visión se puede seguir adelante, sinceramente me parece que es una línea donde el puritanismo nos va a llevar a territorios muy incómodos, y no con esto estoy defendiendo la violencia, ni muchísimo menos, pero creo que un libro violento puede hacer reflexionar sobre la violencia. Lolita es una gran novela, digamos lo que digamos, ¿no? Es mi punto de vista y respeto a los otros, pero si a mí se me ocurre Lolita; Lolita escribiré.

P.- Varias escenas de la novela serían censurables hoy día. ¿Te preocupa la cultura de la cancelación, ofender o haber ofendido a alguien con esta novela? ¿Te preocupa autocensurarte o te autocensuraste en la edición de este libro?

R.- Pienso que si el arte no ofende a nadie, tampoco tiene gracia. Siempre digo que un libro que no merece ser quemado, quizás no merezca ser escrito. Me parece que molestar es una manera de pensar. Creo que es digno molestarse, no veo el drama ahí. Mi editora, cuando publiqué la novela, era Esther Tusquets, una escritora y una intelectual muy abierta, muy interesante en su momento. Ahora cuando me llamó María Fasce para reeditar el libro, que yo ni me lo esperaba, tuve en algún momento ese miedo, pero decidí que no, que sobre eso hay que pasar, porque estaría traicionándome a mí misma. Solamente cambié la puntuación en el libro, alguna palabra quizás, porque me parece que la escritora que soy hoy respira de otra manera, eso sí es cierto. Respiro de otra manera en los textos. La respiración es la puntuación en el texto. Lo otro me parece que es parte de un debate y los debates siempre son sanos, y el arte ocupa ese lugar, que es el lugar de la incomodidad. 

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