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Basado en hechos reales

Muchas de las series actuales tienen su origen en la prensa y no hay crimen con repercusión mediática que no haya tenido su versión audiovisual

Basado en hechos reales

Periódicos. | Pixabay

Las series de televisión se han convertido en la principal fuente de ocio cultural. Como la literatura y el cine, buscan inspiración en la vida real. No hay mayor reclamo que el «basado en hechos reales». Tanto en la película Fargo (Joel Coen, 1996) como en la posterior miniserie del mismo título (2014), se utilizaba con ironía la fórmula.  «Esta es una historia real. Por petición de los supervivientes, los nombres han sido cambiados. Por respeto a los muertos, el resto ha sido contado exactamente tal y como ocurrió».

Vivimos un tiempo en el que en las plataformas triunfa el llamado «true crime», es decir, los sucesos. A este fenómeno habría que añadir producciones de géneros fronterizos, como el reality show, la telerrealidad, o lo que ya hace muchas décadas se dio en llamar docudrama. Y dónde mejor que la prensa para encontrar historias con el plus de autenticidad que da el «basado en hechos reales».

La crisis de la prensa en sus canales tradicionales coincide con el boom de las plataformas. Un boom que necesita desesperadamente alimentarse de historias para satisfacer una demanda insaciable de nuevos títulos. Con las series está ocurriendo un fenómeno parecido al que se vivió en Hollywood  en los años 20 con la irrupción del cine sonoro. La repentina necesidad de escritores capaces de crear diálogos hizo que Hollywood se llenara de dramaturgos y periodistas. Es la época gloriosa de los Ben Hecht, Charles MacArthur, Joseph y Herman Mankiewicz, a los que luego seguirán Billy Wilder, Richard Brooks o Sam Fuller. De ahí la proliferación de películas que trataban precisamente de periodismo.

Salvando las distancias, ahora las plataformas buscan argumentos hasta debajo de las piedras. El escritor francés Pierre Lemaitre decía el otro día en este mismo medio a Nicolás Pan-Montojo que las series han desempolvado los folletines que se publicaban en los periódicos. «No saben hacer otra cosa que lo que nosotros les enseñamos». Haciendo gala de su característico humor, sostenía que las series «nos han quitado a los novelistas [y a los periodistas] algo que inventamos en el siglo XIX llamado novela por entregas (…) Hacen que al final de un episodio, quieras ver el siguiente. Que al final de la temporada, quieras ver la siguiente temporada».

Lemaitre acaba de publicar El ancho mundo (Salamandra), la quinta entrega de una serie de diez novelas en las que pretende contar el siglo XX francés a través de una saga familiar. Se refiere a los novelistas, pero es igualmente válido para los periodistas. «Estamos muy contentos, somos gente generosa, estamos encantados de prestar a los guionistas de series de televisión algo que hemos inventado. Pero que no olviden que lo hemos inventado nosotros y que también tenemos derecho a utilizarlo».

«Series norteamericanas de gran éxito también tienen su origen en la prensa, aunque, a diferencia de nuestras producciones, no se limitan a los sucesos»

El último ejemplo de ese recurso a la prensa lo tenemos en La chica de nieve, una de las series de Netflix más vistas en el mundo entero en las últimas semanas. Cuando le preguntaban al autor de la novela en que se basa, el superventas Javier Castillo, dónde encontraba sus historias, respondía que en recortes de periódicos. De hecho, La chica de la nieve -protagonizada por dos periodistas- pasaría por ser un gran reportaje sobre los abusos a mujeres y las tramas de pornografía infantil.

El periodista Carles Porta está teniendo un tremendo éxito con su serie documental Crímenes (2020), de la que ya lleva 25 capítulos y, muy en especial, con El crimen de la Guardia Urbana (2022). Por algo su productora se llama True Crime Factory. Pero antes ya habíamos visto series, documentales o dramatizadas, sobre el caso Wanninkhof-Carabantes (2021), la desaparición de Madeleine McCann (2019), las niñas de Alcasser (2019), Pablo Ibar condenado a muerte en Estados Unidos (2019), el asesinato del alcalde de Fago (2008), el narcotráfico en Galicia (Fariña, 2018) o la muerte a manos de sus padres de la niña Asunta (2017). No hay crimen con repercusión mediática que no haya tenido su versión para televisión.

No es solo un fenómeno español. Series norteamericanas de gran éxito también tienen su origen en la prensa, aunque, a diferencia de nuestras producciones, no se limitan a los sucesos. Basten unos ejemplos.  La asistenta (2021) está basada en un blog publicado por el New York Times;  ¿Quién es Anna? (2022) se inspira en un  artículo del New York MagazineDopesick: Historia de una adicción (2021) adapta a la pantalla un libro de investigación periodística; The Dropout. Auge y caída de Elizabeth Holmes (2022) procede del  podcast homónimo de ABC News; Sexo en Nueva York traslada las historias contadas en la columna Sex in the City, publicada en The New York Observer. La lista sería interminable.

Es un fenómeno, además, de ida y vuelta. La técnica de las series es aplicada en muchos reportajes. El escritor Santiago Díaz, autor de la trilogía Indira, reconocía en una entrevista que «todo lo que sé lo he aprendido de la televisión». «Lo primero es que no se puede aburrir al lector o al televidente -explicaba-. Hay que finalizar los capítulos en alto y que siempre les llame la atención (…) Una trama siempre ha de avanzar, nunca retroceder. No se puede aburrir al lector».

Para la prensa es un orgullo que las plataformas se alimenten de nuestro trabajo. Más en estos tiempos inciertos en que, con frecuencia, se cuestiona nuestra labor. Estaría bien, eso sí, que no se limitaran a la sección de sucesos. Todos los días se publican en la prensa grandes historias, no necesariamente truculentas, que sin duda serían de interés para los ávidos consumidores de series. Y, además, siempre basadas en hechos reales.

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