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Cultura

'El proceso' de Kafka, ante el tribunal del teatro

THE OBJECTIVE habla con Ernesto Caballero, el dramaturgo que dirige su versión del libro del escritor checo, protagonizada por Carlos Hipólito como Josef K.

‘El proceso’ de Kafka, ante el tribunal del teatro

El actor Carlos Hipólito como Josef K. | Centro Dramático Nacional

«La Ley, piensa, debería ser accesible siempre y para todos, pero cuando mira con más atención al guardián, con su abrigo de piel, su gran nariz puntiaguda y su barba tártara, escasa y negra, prefiere esperar a recibir autorización para entrar». La autorización, claro está, nunca llega. Como tampoco llegará la aprobación del propio Kafka cuando, antes de morir en junio de 1924 en el sanatorio de Kierling, donde ha ingresado por tuberculosis, le ordena expresamente a su amigo Max Brod que queme todos sus manuscritos. El editor, al contrario que el personaje de la historia, decide franquear esa puerta y cambiar el final del propio Kafka. A ese hecho le debemos, además de El Castillo y América (o El desaparecido), una de sus obras más memorables, El proceso, a cuya narración pertenecen también las palabras que dan comienzo a este párrafo. 

El proceso narra la historia de un gerente bancario (como el propio Kafka), de nombre Josef K., que una mañana mientras se prepara para desayunar, recibe la visita de dos funcionarios en su habitación. Estos le informan de que está acusado de no se sabe exactamente qué y le apremian para que se presente inmediatamente en los juzgados, donde se verá atrapado en un interminable laberinto burocrático. «La obra habla de un individuo atrapado por un sistema que no logra comprender y con el que colabora decididamente para no generar un vacío social. Es la situación del hombre y de la mujer de hoy. Abominamos de un sistema incoherente del que participamos por miedo a la incertidumbre», analiza Ernesto Caballero para THE OBJECTIVE.

Cartel de la obra teatral

El dramaturgo, que dirige una nueva versión de este título emblemático de la narrativa de Kafka en el Teatro María Guerrero de Madrid hasta el próximo 2 de abril, ha condensado el relato de Josef K. «en una suerte de declaración ante el tribunal de un auditorio de teatro donde revive su caso tras su ejecución», explica. Con este planteamiento, matiza, se busca potenciar el carácter cíclico de la fábula. «Se trata de un texto abierto donde la Justicia se aborda desde lo mundano –arbitrariedad, burocracia, preponderancia del aparato sobre el individuo– y, al mismo tiempo, desde una perspectiva filosófica: la Ley, en este sentido adquiere una dimensión metafísica».

Sobre las tablas, cuenta con un reparto habitual en trabajos previos formado por Carlos Hipólito, Felipe Ansola, Olivia Baglivi, Jorge Basanta, Alberto Jiménez, Paco Ochoa, Ainhoa Santamaría y Juan Carlos Talavera. Un elenco «dúctil e inteligente» que responde a una elección recíproca «al constatar entre todos que somos capaces de jugar al mismo juego». Con escenografía de Mónica Boromello, iluminación de Paco Ariza y música de José María Sánchez–Verdú, la puesta en escena que el dramaturgo propone recorre el trayecto «de un ser humano a lo largo de un laberinto que podría estar instalado sólo en su propia mente –describe–. Personajes, situaciones, atmósferas, distorsiones espaciotemporales, recreadas por un selecto grupo de primeros actores que, mediante numerosas transformaciones, evocan de forma dinámica, poética y coral, el absurdo universo tragicómico de Josef K.». 

‘El proceso’ en el Teatro María Guerrero de Madrid | Centro Dramático Nacional

Los juicios como obras de teatro

Y sobre ese juego, la justicia. Quizás porque como explica el anterior director del Centro Dramático Nacional, ya desde Las Euménides, donde Esquilo representaba el proceso contra Orestes en el Areópago ateniense, los juicios son representaciones teatrales y viceversa. Sin ir más lejos, no es la primera vez que El proceso se dramatiza. Ya antes dos grandes maestros como André Gide y Peter Weiss habían adaptado teatralmente esta pieza. Sin embargo, Caballero prefiere permanecer al margen. «Como siempre que abordo obras clásicas del repertorio, he procurado olvidar ilustres referentes. En los procesos de creación las influencias no deben aflorar a la conciencia», comparte.

Para ello, el dramaturgo ha buscado un enfoque diferente, inspirándose en uno de los relatos de El proceso, narrado en el penúltimo capítulo de la novela. En él, apunta Caballero, «el capellán de la cárcel le refiere al protagonista una bella parábola: un hombre pasa su vida delante de las puertas custodiadas por un enigmático guardián. Así vive, esperando pasar, hasta que al final, muere sin haber logrado franquearlas. En su último aliento escucha al guardia que le recrimina su fracaso y le comunica que esas puertas estaban reservadas sólo para él. Kafka parece confirmar lo que manifestó en varias ocasiones: tal vez exista algún dios, pero es imposible acceder a él, pues ha decidido desentenderse de los mortales».

‘El proceso’ en el Teatro María Guerrero de Madrid. | Centro Dramático Nacional

De la eterna burocracia a la inseguridad jurídica

Abandonado por Dios a su suerte, su protagonista también se ve atrapado en esa perenne espera de papeles y formularios que a algunos, no tan lejanos, les resultará familiar. «El furor por los engranajes burocráticos forma parte de nuestro hecho diferencial desde los tiempos de Felipe II –analiza Caballero al respecto–. A ello se añade el delicado momento de inseguridad jurídica que estamos atravesando y que de forma tan elocuente expone Kafka en El proceso. Es un asunto preocupante porque la inseguridad jurídica es una de las principales características de los regímenes autoritarios».

La Ley, decía el personaje del relato que el capellán le narra a K., debería ser siempre accesible y para todos. Y en este sentido, asume el director, «el sistema judicial de Occidente, basado en el Derecho romano es el pilar de nuestra civilización. Sin duda una asombrosa construcción para arbitrar la convivencia que introduce principios tan garantistas como la presunción de inocencia que, desgraciadamente, hoy empiezan a cuestionarse. En casos así, la justicia se vuelve inaccesible para algunos, lo cual resulta una anomalía en un Estado de Derecho».

‘El proceso’ en el Teatro María Guerrero de Madrid. | Centro Dramático Nacional

«Cicerón dijo que el buen ciudadano era aquel que no podía tolerar en su patria un poder que pretendiera hacerse superior a las leyes –continúa–. Estas leyes son susceptibles de transformación con el paso del tiempo, esta provisionalidad las distingue de los sistemas teocráticos. En una democracia la justicia debe ser un derecho accesible a todos los ciudadanos. Cuando esto no es así la democracia hace aguas». Algo que, por otro lado, va en consonancia con el sentimiento de culpa, tan presente en toda la obra de Kafka. Propio de nuestra tradición judeo–cristiana, sostiene Caballero «es un pecado original de difícil erradicación aún en sociedades secularizadas como la nuestra. Los nuevos dogmas laicos rezuman culpabilidad, así el apocalipsis climático, la revisión historicista o el propio lenguaje inclusivo… en todo ello palpita un acusado sentimiento de culpa». El peso de dar respuesta a los interrogantes, por supuesto, cae de la mano de los asistentes. En ese sentido, Caballero reconoce su satisfacción por las reacciones de los espectadores ante su propuesta pues es el público, matiza, «quien ha terminado de crear la obra». En este sentido, concluye enigmáticamente, «el público está haciendo gala de una enorme inspiración».

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