Amélie Nothomb y la inmortalidad del padre
En ‘Primera sangre’, su novela número 30, galardonada con el premio Renaudot en 2021, la escritora rinde tributo a su progenitor, fallecido durante el confinamiento
Dice que escribe tres novelas al año, de las que publica una, y posa con sombreros y mitones como una dama romántica del siglo XVIII. La baronesa Fabienne Claire Nothomb, nombre auténtico de Amélie Nothomb (Kobe, Japón, 1967) vuelve con Primera sangre (Anagrama, 2023), publicada en español hace apenas unas semanas. Una novela breve, de unas 150 páginas, en la que convierte a su padre en narrador de su propia vida y que se ha alzado con el premio Renaudot 2021.
Experta en crear nuevos universos desde lo autobiográfico -cómo no recordar su debut en 1992 narrando el asesinato de su hermano mayor en Higiene del asesino-, novela la vida de Patrick Nothomb, fallecido durante el confinamiento. Poco después del fatal desenlace, se puso a escribir: «Parece una paradoja. La muerte no impide conocer a alguien, sino que permite conocerle íntimamente», manifestó recientemente en la presentación de esta obra en España.
Amélie pone voz a su padre partiendo de su no fusilamiento, un momento en el que su progenitor estuvo a punto de perder la vida y que, para cualquier novelista, supondría un hecho lo suficientemente impactante como para articular la narración en torno a esto. Sin embargo, y aunque volverá al final del libro a las circunstancias que lo llevaron al patíbulo, el poner al personaje frente a la muerte le sirve para que este vuelva la mirada, y esta es la parte más extensa y quizás más interesante del libro, sin duda más conmovedora, a su infancia.
Patrick es un niño solitario y melancólico. Huérfano de padre, un militar que saltó por los aires al intentar desactivar una mina, vive sobreprotegido por su abuela materna, ante la recia vigilancia del marido de ésta, un general que cree que el niño es un blando, y ante la ausencia de una madre entregada a lo mundano debido a su incapacidad para afrontar la muerte de su esposo.
En este ambiente un tanto opresivo y triste, por la falta de cariño y atención de la madre, tan ausente casi como el padre muerto, el niño encuentra la felicidad entre las privaciones y el frío del castillo que la familia paterna posee en Las Ardenas, donde es mandado durante las vacaciones escolares para curtirse en un ambiente duro, alejado de las comodidades burguesas de Bruselas.
Allí su otro abuelo, el barón de Nothomb, un aristócrata venido a menos que intenta ser poeta, esconde las penurias familiares entre la grandilocuencia de sus apellidos y sus rimbombantes versos, mientras la horda de sus hijos, nacidos de un segundo matrimonio y, por tanto, tíos de Patrick, salvajean por los bosques cercanos.
Durante estas páginas, la soledad y las carencias afectivas del niño nos conmueven, pero la autora, que psicoanaliza así al propio padre, nos regala también momentos cargados de humor, de ironía y hace la mejor de las literaturas: es la lucha del niño contra el miedo y el frío para salir a medianoche al baño en medio del fantasmagórico castillo tan emocionante como la más grande de las batallas.
Luego el niño, ya joven, ingresaría en la carrera diplomática, se casaría y, en su primer destino, acabaría secuestrado en Stanleyville junto a otros cientos de europeos en medio de la rebelión simba del Congo post-colonial en 1964. Allí el novel cónsul, convertido en una especie de Sherezade, consigue hacer olvidar a sus secuestradores sus ansias asesinas merced a estériles e interminables debates. Cuando un día el líder de los rebeldes quiso asustar al diplomático, poniéndolo ante un pelotón de fusilamiento que ya se había cobrado muchas vidas, este le preguntó a Patrick si pensaba tener más hijos: «Eso dependerá de usted», le dijo, y la ocurrente respuesta le permitió a la postre salvar la vida. Dos años después, nació Amélie Nothomb.
En Primera sangre, la novela número treinta de la escritora belga, se sintetiza el estilo Nothomb: novela corta, de prosa simple, con frases y capítulos igual de cortos, donde lo biográfico, en apariencia importante, deja paso a la gran literatura y a los valores universales: en esta obra deliciosa, el crecimiento del niño, su conversión en adulto y la figura del padre como rosa de los vientos que guía nuestra existencia son los verdaderos protagonistas del relato, más allá de las peripecias vitales del padre de la autora.