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Abraham Jiménez Enoa narra las historias censuradas por el régimen cubano

El periodista cubano conversa con The Objective sobre su trabajo periodístico, la vida en Cuba y su exilio en Europa

Abraham Jiménez Enoa narra las historias censuradas por el régimen cubano

Abraham Jiménez Enoa. | Cedida por el autor

Hubo una generación nacida en La Habana, a finales de los 80 y principios de los años 90, a la que se le dice la Generación Y. No hablamos de millennials ni de los Gen Z, sino de la Y, de Yuliecki, Yusimi, Yusnavi… esos nombres que le ponían a los niños nacidos en Cuba, especialmente si vivían cerca de Guantánamo, donde los cubanos veían los nombres de los barcos y así nombraban a sus hijos.

Nuestro entrevistado pertenece a la generación de nombres que empiezan por Y, sin embargo, su nombre tiene historia bíblica. Es el periodista Abraham Jiménez Enoa (La Habana, 1988), conocido por ser uno de los fundadores de la revista cubana de periodismo narrativo, El Estornudo, además de ser ganador del Premio Libertad de Prensa Internacional y colaborar con otros medios internacionales como el Washington Post; él es quien me relata esta anécdota de la generación Y mientras conversamos por la publicación de su primer libro de crónicas editado en España, La isla oculta (Libros del K.O., 2023).

Portada del libro

Jiménez Enoa se encuentra en España desde hace poco más de un año. Está exiliado del régimen cubano debido a la persecución que sufrió durante varios años como periodista independiente, al intentar publicar historias que narraban las cotidianidades de los cubanos y que no eran del agrado del régimen. En el libro La isla oculta, relata varias de esas de esas historias que no encontramos en la prensa digital española, porque, al igual que en Cuba, el relato hegemónico castrista es lo que se instaura a nivel internacional.

La isla oculta cuenta con 16 crónicas, un prólogo escrito por el periodista Jon Lee Anderson y un epílogo a modo de diario personal. Este es un libro en el que podemos observar cómo un país sigue viviendo a pesar de estar completamente aislado del mundo.

Periodismo, terapia e internet

«Hacer periodismo es muy difícil en Cuba», afirma el autor, quien cree que lo difícil está en no parcializarse y convertirse en un activista, ya que existe una delgada línea si ejerce la profesión en la isla. «Yo entiendo el activismo político en el periodismo como una suerte de activismo desde la libertad de expresión y la libertad de la palabra, pero no desde la consigna política». Para él, la mayor diferencia que se puede aportar desde el periodismo es a nivel de temático, seleccionando los temas y las historias que pueden ser interesantes para desvelar un problema, «presentando la crisis climática, el deporte, los feminicidios. En mi caso yo quería todo el tiempo separarme del activismo, que hablara mi trabajo y lo que pasa en este libro es que hablan las historias y no mi rabia».

Gracias a su trabajo periodístico, Jiménez Enoa se enfrentó al hostigamiento del régimen a partir de 2016, «un estigma que comenzó a aumentar entre 2017 y 2018», cuando fue detenido. «Para 2019 no me sentía una persona y esto va de la mano con las manifestaciones en Cuba y en cómo la sociedad civil se fue empoderando». Debido a la intimidación que recibió tuvo que acudir a terapia. «Lo peor que le pudo pasar a mi familia fue que a mí me sacaran televisión, no que me secuestraran o que me interrogaran», afirma, ya que además de las miradas que juzgaban y de la falta de confianza que recibía por parte de los demás, su primer terapeuta dejó de atenderlo al verlo acusado en televisión.

Fue a partir de ese hecho que buscó ayuda con el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ) y consiguió a otro especialista. La terapia ha sido una herramienta fundamental para desmenuzar su vida en los últimos años, descubriendo que en realidad estaba mal desde mucho antes de tocar fondo. «Tengo conciencia, incluso, de las primeras veces que no me dejaban salir del país. Siempre eso era un golpe muy demoledor para mí. En ese momento no lo sabía, pero eran como pequeñas depresiones. Cuando no me dejaban salir del país y yo me encerraba». 

Tengo conciencia, incluso, de las primeras veces que no me dejaban salir del país. Siempre eso era como un golpe muy demoledor para mí

Su encierro era doble. No solo sus amigos se estaban yendo del país -debido a la regulación que levantó el Gobierno cubano en 2013-, sino que su depresión alejaba a los pocos que quedaban. «Hay que entender, especialmente la gente de tu edad o de mi edad, que nunca había otra cosa en Cuba sino el Régimen», explica Jiménez Enoa al contraponer su experiencia de salida y la de muchos otros cubanos, ya que el mundo exterior no existía ni sabían cómo era antes de la aparición de internet en la isla. 

El internet en Cuba no es rápido y llega a la isla como una forma de crear la ilusión de una posible apertura. «A Raúl Castro le entra la locura y decide: ‘Vamos a poner internet’. 33 antenas en todo el país, pero en ese momento el salario de los cubanos era de 30 dólares y una hora de internet costaba dos, entonces, de alguna manera, era una forma de decir vamos a jugar a la democracia». Una de esas antenas era su oficina, donde escribía sus columnas y crónicas para medios internacionales en un parque público, tirado en el piso.

Abraham Jiménez Enoa reporteando durante la muerte de Fidel Castro. | Imagen cedida por el autor

La escritura de artículos para medios internacionales le proveía de dinero para poder hacer investigaciones largas, además de pagar el internet con el que investigaba o enviaba los artículos. En una de las crónicas del libro, ‘Los cibercombatientes’, se relata cómo prácticamente la gente tiene que dejar de comer o vestirse para conectarse a internet que, además, «es un internet malísimo» y donde solo «un 7% de la población es la que se conecta». 

La población cubana comenzó a usar Internet porque era la forma de saber «lo que hay más allá del agua o el aire», fue así que «les resultó más fácil no consumir un plato de frijoles rojos», entonces «como resultado, la cantidad de personas conectadas a Internet ha ido aumentado y ha cambiado por completo la dinámica». «Las autoridades han tenido que regular las leyes dentro del ecosistema virtual». De esa limitación es de donde nace la crónica que aparece en La isla oculta.

El clímax de esta regulación se vivió en las protestas de 2021, cuando el intento de protección de la propaganda cubana hizo que apagaran por completo el Internet en la isla.»Así literal, no sé si será un botón o no, pero lo quitaron, tuvimos dos días con el país entero apagado, sin internet». 

«Les interesa vender un imagen falsa de lo que es el país»

La censura en Cuba no es nueva, los medios de comunicación internacionales o los proyectos nacionales que no sean adeptos al Gobierno están bloqueados. Además, existen los combatientes que controlan las opiniones en redes sociales abiertas como Facebook o Twitter, no solo dentro de la isla, sino también fuera de ella, ya que «les interesa vender un imagen falsa de lo que es el país. No es sólo combatir los que a los que hablan mal desde adentro sino también generar un estado de opinión de que se va a leer desde afuera».

El desconocimiento de lo que pasa en la isla o fuera de ella es más fácil de detectar en las personas mayores que vive en Cuba, quienes, como afirma el autor, se conforman y donde muchos terminan creyendo lo que cuenta el aparato propagandístico cubano.

Crónicas, exilio y el asombro capital

Las crónicas de La isla oculta relatan historias no tan conocidas de Cuba. La primera crónica del libro narra la historia de los acuáticos, un grupo de personas creyente en los poderes curativos del agua, que tuvieron que huir en 1945 de Cayos San Felipe a la Sierra del Infierno, donde pasaron los años y, ni en 1959, con Fidel al mando, su territorio ni su culto fue allanado. 

Otras crónicas nos cuentan la vida de un jinetero en La Habana, o un hombre que podía cantar como los pájaros; en otra podemos observar la duras vicisitudes de un ciego en una casa que está en el fango o, cómo una boxeadora lucha en la isla por intentar hacer que el gobierno cree un equipo femenino de boxeo a pesar de los prejuicios que circundan el rol sobre la figura de la mujer.

En la crónica ‘El cazador’ leemos cómo en el período especial, ese espacio de tiempo después de la caída del bloque soviético, el exotismo de la sexualidad cubana se manifestó entre los turistas, ya que mantener relaciones sexuales con una mujer o un hombre cubano era pertenecer al paraíso, generando una de las formas más fáciles de obtener dinero en la isla: enamorar a los turistas que deseaban ser tocados por esos cuerpos tan exóticos como divinidades.

Respecto a este cambio en la identidad, Jiménez Enoa nos dice que quizás tendría que lanzarse un «piscinazo», porque no es historiador, pero sí cree que la figura «del amante cubano se consolidó porque de alguna manera la música cubana y del Caribe genera un ambiente y funda el germen de ese exotismo». Además atiza en que, posiblemente, esto ocurre mucho más con las mujeres ya que se «creó toda esta fama de que las cubanas son candela, que son putas, que son como un paraíso sexual y, obviamente, también eso llegó a los hombres. Eso marcó una pauta muy dura en cómo el mundo ve a los cubanos».

En su última crónica, a forma de epilogo, el autor recuerda cómo ha llegado a vivir en España este último año. Dentro de las tantas reflexiones y anécdotas de una persona que nunca ha salido de Cuba y que se enfrenta a «caer en el mundo», el autor narra su primer viaje a los Países Bajos, donde había sido invitado como ponente a unas charlas sobre periodismo y libertad de expresión. Estando allí recuerda cómo caminar por el Barrio Rojo lo impactó. A partir de la lectura de esta impresión, le pregunto sobre las diferencias de la prostitución en un estado socialista y en uno capitalista. Para él, el debate sobre si ser jinetera en Cuba o ser prostituta en Ámsterdam radica en «hasta qué punto tu haces con tu cuerpo lo que tu quieres y hasta dónde llegan las libertades, y hasta dónde tú puedes legislar las decisiones personales de las personas». También entiende cómo todas las libertades que se le han brindado a las prostitutas en Ámsterdam han caído dentro un vacío moral, porque se habrá solucionado la trata de personas, pero también, se ha convertido en un emporio comercial que, de todas formas, sigue estando estigmatizado. 

«Caminar y verlas detrás de una vitrina como si fueran helados te pone a pensar. En Cuba lo estás haciendo porque es una decisión que viene en base a una necesidad, entonces no sé hasta qué punto ese puede ser el caso de una mujer que está viviendo en un país donde puedes optar por otra opción, aunque quizás sea por eso, en que hay una línea muy débil para decidir». El asombro sobre la mercantilización del cuerpo por decisión propia en un estado democrático lo impresiona a la vez que lo cuestiona, así como muchas otras formas de consumo en Europa, en especial, después de ver un cartel en una gran tienda por departamentos que decía «Bienvenido, aquí se satisface el síndrome de la compulsión». No es de extrañar que en esa última crónica escriba sobre cómo lo impresionó ese mensaje: «No he dejado de pensar en la dinámica que se esconde detrás de la lógica del capital que convierte a las personas -y por su puesto que no estoy descubriendo el agua fría con esto- en depredadores compulsivos». Desde entonces, como afirma en el libro y en esta la entrevista, está obsesionado en el tema.

Después de la publicación de La isla oculta, Abraham Jiménez Enoa está desarrollando un proyecto que tiene que ver con esa obsesión, con esa percepción que se ha ido creando en él al pasar de un país que no tiene nada, a otro que lo tiene todo y más. «De alguna manera como yo no conocía esta forma de vida, no la idealizaba, pero sí tenía sospechas sobre el capitalismo para bien y para mal, y de pronto, al conocerlo, veo que hay muchas cosas con las cuales no estoy de acuerdo, pero a la vez aquello -el socialismo cubano- tampoco está bien». Entonces se pregunta: «¿Cuál es la solución a esta historia?».

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