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Montefiore, la Historia contada como un 'Juego de tronos'

El historiador británico publica el libro ‘El mundo. Una historia de familias’, sobre el ascenso y caída de las dinastías más poderosas de todos los tiempos

Montefiore, la Historia contada como un ‘Juego de tronos’

El historiador Simon Sebag Montefiore posa durante una entrevista para Europa Press, en el Hotel Santo Mauro en Madrid. | Jesús Hellín / Europa Press

El gran apagón de Nueva York de 1977 se hizo célebre por los multitudinarios saqueos que, aprovechando la oscuridad, se produjeron en la ciudad. Nueve meses después, se comprobó que los que se habían quedado en casa, privados de la televisión, se habían dedicado a otros menesteres, porque se produjo un sorprendente repunte de la natalidad. Habrá que estudiar muy en serio si el prolongado confinamiento pandémico ha generado más natalidad o más divorcios. Lo que empieza a estar muy claro son sus efectos sobre la producción cultural. Tenemos ya unos cuantos ejemplos de creadores que aprovecharon el encierro para escribir. En el caso del historiador Simon Sebag Montefiore (Londres, 1965), su «bebé» concebido durante el enclaustramiento se titula El mundo. Una historia de familias (Crítica), es un tocho de 1.446 páginas y, si por accidente se les cae en un pie, hay altas probabilidades de que acaben en urgencias con una fractura. 

La propuesta es como una de esas superproducciones bíblicas de Cecil B. DeMille que en los tráilers se anunciaban con eslóganes del tipo: «¡Épicas aventuras, pasiones y violencia, fastuosos decorados, grandes estrellas, miles de extras!» Y es que el título del libro no engaña. Estamos nada más y nada menos que ante la historia completa del mundo desde que la humanidad pinta algo en él hasta la guerra de Ucrania que, como se complique y escale, nos puede devolver a la casilla de salida. 

Portada del libro

Para sus superproducciones hollywoodienses, Cecil B. DeMille contaba con un enorme equipo. En cambio, Sebag Montefiore ha escrito su obra él solito. No hay engaño posible, no puede haber utilizado un ejército de ghostwriters para echarle una mano, porque su enfoque es muy personal y su estilo afilado, irónico y faltón, inimitable. De modo que su gesta es casi sobrehumana. Lo que se ha planteado es lo siguiente: relatar la historia a partir de la familia, lo cual quiere decir que hablamos de las dinastías y sagas políticas y económicas que han detentado el poder y gobernado el mundo. Van apareciendo los Ming, los Valois, los Médici, los Borgia, los Tudor, los Habsburgo, los Bonaparte, los Romanov, los Borbones, los Rothschild, los Krupp, los Rockefeller, los Kennedy, los Assad, los Pahlavi, los Kim, los Castro, los Trump… 

La propuesta de El mundo. Una historia de familias puede resultar sorprendente a estas alturas. Las corrientes más importantes de la historiografía del siglo XX -el marxismo y el materialismo histórico, la escuela de los Annales francesa, la historia de lo cotidiano y la microhistoria….- se ha dedicado a sermonearnos que eso de contar el pasado a través de los grandes líderes y sus épicas batallas era una cosa obsoleta y casposa, que lo importante eran las estructuras económicas, las condiciones de vida del pueblo y las vidas de los ciudadanos anónimos… Y de pronto aparece Sebag Montefiore y nos relata la historia de la humanidad como si fuera una mezcla de Juego de Tronos, Dallas, Dinastía, Los Soprano y Succession. No exagero: el libro es una bacanal de violencia y sexo. Las cabezas cortadas ruedan por los suelos en sesión continua, la sangre mana a borbotones, el veneno se vende al por mayor, el incesto parece un deporte nacional, hay concubinas, amantes, harenes, líderes aquejados de priapismo… El volumen debería llevar la advertencia de «No apto para menores de 16 años». 

El historiador Simon Sebag Montefiore posa durante una entrevista para Europa Press, en el Hotel Santo Mauro en Madrid. | Jesús Hellín / Europa Press

El autor es brillante y demoledor en sus sucintas descripciones de personajes. Nos cuenta de César Borgia: «En la noche de bodas, César presumió de que el matrimonio quedó ʻocho veces consumadoʼ, pero en realidad el joven sifilítico necesitó afrodisíacos, que en secreto fueron sustituidos por laxantes, un engaño que produjo un tipo de eyaculación muy distinta. La sífilis empezó a pudrir el rostro de César y devoró su nariz hasta que se vio obligado a llevar una máscara de piel para ocultar el deterioro». Describe a Colón como «un tirano susceptible y narcisista», y de Churchill dice: «Era un hombre extravagante, un bon vivant aficionado a la bebida y los cigarros, de carácter irascible, mordaz e ingenioso, que se complacía en lucir uniformes singulares: el traje de emergencia para los bomberos, que él mismo diseño, recordaba a un pelele de bebé». A Jimmy Carter lo despacha como «inexperto, gazmoño y dentudo» y nuestro emérito no sale mucho mejor parado: «Cazador compulsivo de piezas mayores y de mujeres rubias», aunque también le reconoce el papel en la Transición y en el 23-F

En cuanto al abundantísimo anecdotario, les selecciono aquí algunas perlas a modo de muestra del tono del libro. Se nos cuenta, por ejemplo, la dramática decisión que debió afrontar el historiador Sima Qian cuando el emperador Wu de la dinastía Han le dio a elegir entre el suicidio y la castración. Para poder terminar su obra, el erudito optó por lo segundo, que en la época se llevaba a cabo en la cámara en la que se cultivaban gusanos de seda porque era un entorno estéril que ayudaba a evitar las infecciones. 

Está también el caso del rey persa Dario, cuya práctica de la poligamia incluía matrimonios con hermanas, primas, sobrinas y tías. Y un ejemplo de mala suerte es el del líder bereber Abu Bakr, que murió abatido por la flecha disparada por un arquero enemigo que al parecer era ciego. De Catalina de Médici nos explica que combatía su infertilidad bebiendo orina de mula y cubriéndose las partes íntimas con cataplasmas hechas con cuerno de ciervo molido y estiércol de vaca mezclado con hierba doncella machacada y leche de yegua. 

Entre los casos de líderes lujuriosos sube al infame podio de los insaciables Napoleón III: «El lascivo emperador elegía mujeres en los bailes del Elíseo u ordenaba a su primo y chambelán que se las procurara. En palacio, les indicaban que esperaran desnudas al emperador y les decían: ʻPodéis besar a Su Majestad en cualquier parte menos en la bocaʼ. Sus amantes atestiguaban su descarada habilidad, su egoísmo como amante y el derretimiento de sus bigotes encerados». Y también Kennedy, del que se nos relata su lío amoroso con la becaria Mimi Alfrod (un antecedente de Monica Levinsky), que muchos años después lo contó todo en un libro. «Cuando Mimi llevaba solo cuatro días en la Casa Blanca, Dave Powers, el proxeneta y ʻprimer amigoʼ del presidente, la invitó a una fiesta en la piscina, que dio paso a unos cócteles y a una invitación eufemística: ʻ¿Le apetece dar un paseo por la residencia, Mimí?ʼ. Eran paseos muy completos, que solían incluir la cama presidencial». Esos revolcones durante los cuales ella lo llamaba en todo momento ʻSeñor Presidenteʼ incluían el consumo de nitrito de amilo para entonarse. Y en una ocasión, mientras estaban en la piscina, Kennedy «le ordenó que satisficiera oralmente a Powers». 

El historiador Simon Sebag Montefiore posa durante una entrevista para Europa Press, en el Hotel Santo Mauro en Madrid. | Jesús Hellín / Europa Press

¿Se queda el libro en un festival de sangre y sexo, en una mera sucesión de chismes sobre las manías y abyecciones de los grandes líderes? ¿Estamos ante una obra seria o ante un inacabable repertorio de cotilleos salaces y gore? Bueno, hay un poco de todo y lo cierto es que no está mal que sea así. El peligro de estos compendios tan voluminosos es que acaben ahogados en el alud de fríos datos y su lectura resulte farragosa. Hay diversas maneras de eludir este peligro y Sebag Montefiore opta por una infalible: tirar de anécdotas jugosas para amenizar la explicación cada periodo y cada personaje. Le funciona bien cuando se permite explayarse un poco y en cambio pierde fuelle cuando aborda un asunto de forma muy concisa, como por ejemplo la síntesis en apenas un párrafo de un asunto con tantas aristas como nuestra guerra civil. 

Sin embargo, priman los capítulos resueltos tirando de anecdotario, que agilizan la lectura. Sería problemático que se quedase solo en eso, pero el autor es un historiador de primera fila, con obras de mucho peso a sus espaldas como Jerusalén: la biografía o Los Romanov. De modo que sabe construir un relato histórico sólido en el que las conspiraciones por el poder se entretejen con los avances tecnológicos y médicos, los grandes hitos culturales y la evolución social y económica. Además, esquiva el eurocentrismo y dedica abundantes páginas a América Latina, el mundo árabe, África y hasta nos cuenta la historia del último rey de Hawái. De modo que el título no es engañoso, estamos ante una auténtica historia del mundo. 

El autor acaba con un toque de esperanza: «En este libro he escrito sobre la caída de ciudades nobles, la desaparición de reinos, el ascenso y caída de dinastías; sobre una crueldad tras otra, una locura tras otra, erupciones, masacres, hambrunas, pandemias y contaminaciones, pero una y otra vez en estas páginas la vitalidad y los pensamientos elevados, la capacidad de gozo y la amabilidad, la variedad y la excentricidad de la humanidad, las caras de amor y la devoción a la familia lo recorren todo y, en mi caso, me recuerdan por qué empecé a escribir».

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