Juan Muñoz, el escultor más literario
Dos grandes exposiciones en Madrid recuerdan la tensión emocional de uno de nuestros artistas más internacionales en su 70º aniversario de su nacimiento
Cuando el 18 de agosto de 2001 Juan Muñoz falleció abruptamente a los 48 años por un fallo en el corazón, provocado por un aneurisma, el escultor español se encontraba en su mejor momento. Premio Nacional de Artes Plásticas en el 2000, gozaba de reconocimiento internacional y acababa de inaugurar su gran instalación Double Bind en la Sala de Turbinas de la Tate Modern de Londres. Escrito a mano, entre las notas que tomó en uno de sus cuadernos para preparar lo que terminó por convertirse en su última muestra, había un verso casi profético de la poeta rusa Anna Ajmátova: «Todo lo que veo me sobrevivirá».
Bajo este título, más de dos décadas después, y en el año en el que el escultor hubiera cumplido los 70, la Sala Alcalá 31 rinde homenaje a uno de nuestros artistas más importantes con una exposición que reúne algunas de las piezas más icónicas de su última etapa y de la que tomará testigo el Museo Centro de Arte Dos de Mayo a partir de junio, con una propuesta complementaria, Juan Muñoz. En la hora violeta, que recorrerá sus primeros diez años de trayectoria artística.
Y es que a pesar de que Muñoz comenzó tarde a crear su obra su carrera tuvo una trayectoria meteórica. Ya desde su primera exposición individual, en 1984 en la Galería Fernando Vijande de Madrid, las obras del escultor pronto acapararon el interés internacional y despegaron hasta recaer en las muestras de arte más importantes como el Aperto de la Bienal de Venecia de 1986, la Documenta de Kassel 1992 o el Festival Sonsbeek (1993), además de las diferentes muestras en salas de Burdeos, Nueva York y Londres, lo que le consagró como uno de los artistas emergentes más relevantes de la escultura europea y mundial.
Fue, precisamente, en la capital de Reino Unido donde Double Bind se convirtió en su última gran historia. «Aquella instalación –cuenta el comisario de la muestra, Manuel Segade– constituyó la cima de su trayectoria y un hito en la historia del arte contemporáneo español: ningún artista había alcanzado en las últimas décadas su notoriedad internacional, en una trayectoria fulgurante desde su primera exposición en 1984 hasta su prematuro fallecimiento».
Más literatura que arte
Juegos visuales, trucos, espejos e imágenes dobles invaden ahora el espacio expositivo de la calle Alcalá con el mundo ilusorio de Muñoz, para quien todo arte albergaba cierta sospecha. «Si este es un oficio de creer en el ojo, también es un oficio de sospechar del ojo», dijo en una ocasión. Con una vocación existencialista, el escultor, que recurría a la figura humana y a la teatralidad para componer sus historias, rompió con los límites de la escultura tradicional e introdujo la ficción en sus obras en la década de los 90, época a la que pertenecen las obras que componen Todo lo que veo me sobrevivirá. Fue de hecho en esa época, matiza Segade, cuando el artista abrazó «la figuración, que no era común entonces en la escultura», y lo hizo «mostrando situaciones de gran tensión emocional. Lo más avanzado a su tiempo fue pensar que la ficción podría tener un efecto transformador sobre la realidad, algo que ha marcado la cultura de las últimas dos décadas».
Concebida como una instalación de instalaciones, la exposición de la Sala Alcalá 31 recibe al visitante con Dos centinelas sobre suelo óptico (1990), una pieza infranqueable que obliga al espectador a bordearla, tomando partido ya desde sus inicios. En el interior, obras como Barco con motor III (1990) o Carpet Piece III (1993), dos títulos complementarios en cuanto a su temática relacionada con el movimiento, dan paso a la pieza central de la muestra, Plaza. Expuesta por primera vez desde que se presentó en 1996 en el Palacio de Velázquez de Madrid, con motivo de la retrospectiva que el Museo Reina Sofía le organizó, esta obra pertenece hoy al Kunstsammlung K21 de Düsseldorf, que la ha cedido para la ocasión. En ella, 17 figuras grises con rasgos de ciudadanos chinos en actitud cómplice e hilarante, que hacen grupo, pero a su vez son individuales, llenan un espacio en el que el espectador participa como observador, al no poder acceder al círculo abierto que forman, ajeno a esas risas que afloran en el aire.
El mismo Muñoz era un destacado observador. Le gustaba, decía, quedarse quieto a contemplar a la gente en la calle y analizar su expresión corporal. Esas muecas, esas bocas abiertas que hablan, aunque no se las escucha, esos gestos en los rostros son, sin duda, parte de ese proceso. «Al principio –contaba el artista en una entrevista que realizó en el Centro Gallego de Arte Contemporáneo de Santiago de Compostela en 1996 y que RTVE rescató para su Imprescindibles– me preocupaba más cuando la gente decía que mi obra era como la de un contador de cuentos, que lo mío era más literatura que arte. Y tengo que decir que ya me ha dejado de preocupar. En el fondo quizás, es lo que siempre he querido, contar historias».
Gran defensor del truco y la suspensión de la incredulidad, el escultor nos devuelve además en Sarah with Blue Dress (1996) el reflejo azul de la joven y en Table with a Hold–Out (1994) juega con nosotros a las cartas, mientras se guarda un as en la manga. Coches volcados, juegos de espejos, alfombras enrolladas a figuras enmascaradas, espectadores sentados que levitan sobre la pared aupados por sus contagiosas risas, inquietantes trapecistas colgados por la boca a una cuerda y balcones vacíos, sin puerta ni ventanas, entre otros muchos elementos ficticios, interaccionan entre sí en un espacio ilusorio que cobra vida, donde los dobles, las parejas y los reflejos son una constante.
Entre realidad y ficción
Así, «la sala de exposiciones oscila entre la realidad y la ficción o, más bien, no deja de insistir en que –como el reflejo en un espejo– la realidad no es más que una modalidad de la representación», valora el comisario, para quien Muñoz fue uno de los primeros artistas que celebraron ese triunfo de la ficción. «Colgado entre dos siglos, su trabajo se alza como el puesto de avanzada del giro especulativo que caracteriza al arte en el presente inmediato. A pesar de su fascinación, su inteligencia crítica le permitió anunciar también los inquietantes peligros que la ficción conlleva».
Aunque autor tardío, lo cierto es que la producción de Muñoz, que había trabajado previamente como comisario y escritor de textos críticos, estuvo dotada desde sus inicios de una inmensa madurez, algo que se tradujo en un éxito instantáneo. «Desde mediados de los años 80, Juan Muñoz se había embarcado en la recuperación de la figuración en la escultura pero fue paulatinamente la dimensión instalativa y la vocación arquitectónica lo que llevó su trabajo a una escala cada vez más monumental, al tiempo que sus obras se volvían psicológicamente más complejas», analiza el comisario. Reflejo de estos primeros años, el Museo Centro de Arte Dos de Mayo que dirige el propio Segade, tomará, como decíamos, el relevo de Alcalá 31 desde junio hasta enero de 2024, con En la hora violeta, una muestra que acogerá instalaciones, esculturas, dibujo y pintura de esta primera época.Ambas propuestas componen un imprescindible recorrido para conocer la obra del escultor. Y es que, prueba de que sus obras aún le sobreviven 20 años después, dotadas aún de una pertinente actualidad, cobran más fuerza aún esos versos de Anna Ajmátova. «Todo lo que veo me sobrevivirá», había escrito el escultor. «Hasta los nido de los estorninos, / y este aire migratorio que cruzó, / aire primaveral, la mar en vuelo», compuso la poeta rusa. Del mismo aire, del mismo arte, también la obra de Juan Muñoz nos sobrevivirá a todos.