Furious Monkey House, la madurez de un rock adolescente
El grupo pontevedrés lanza su tercer trabajo, ‘Oniric’, un disco heterogéneo y de asombrosa calidad, que marca un salto hacia adelante en su carrera
El caso de la banda Furious Monkey House es de una insólita precocidad. Debutaron con 11 años y llevan casi una década viviendo en paralelo el sueño de los escenarios y la tortura de las aulas. Su desarrollo educativo y su tempranísima edad no les ha impedido parir dos discos: RUN (2015), que sacaron a la luz mientras algunos aprendíamos todavía a atarnos los cordones de los zapatos, y Love, Scum & Dust (2019), alumbrado a la tierna de edad de esa primera cerveza y calada a un cigarrillo. Ahora, con la mayoría de edad y una gira de roulotte rock n’roll como Dios manda a la vista, sale a pelear su tercer álbum: Oneiric (2023); un rock alternativo plagado electrónica, motivos musicales descaradamente decorativos y con texturas densas que planean sobre sonidos de ambiente muy imponentes.
Con motivo de la promoción de su disco, me encuentro con ellos en el bar Dolores de Madrid. Aunque se trata de un sexteto, a esta ronda han acudido tres de sus integrantes. Gonzalo, el mono furioso, originalmente profesor musical de la banda, bajista y la chispa de esta hoguera de primates, que aparece con una camiseta de Anarchy in the UK y pelo Don Limpio. Mariña, la joven y talentosa cantante que luce unos grandes cascos de música colgados del cuello como si fuese la protagonista de un anime. Y Diego, risueño hardcore-boy que a pesar de su edad parece haber empezado ya con los ciclos anabolizantes.
Se les ve radiantes. Comienzo confesándoles que me ha gustado su último disco, que no me creía que esto fuese obra de faringes y falanges posadolescentes. La respuesta, al unísono, un «qué guay» repetido varias veces. Les pregunto por sus orígenes. Por cuando mordieron la manzana prohibida de la música. «Gonzalo era nuestro profe de música y fue él quien nos juntó a todos», interviene Mariña. «Efectivamente, fue su iniciativa, pero también nuestra, ya que nos lanzamos de cabeza desde un principio. Originalmente, no sabíamos muy bien dónde nos estábamos metiendo. Era así como un proyecto muy de prueba para juntar a unos alumnos suyos que ni siquiera nos conocíamos. Yo creo que ahí nació la pasión por la música de casi todos, gracias a la calidad de la experiencia que experimentamos al ver que esa prueba funcionó genial. Desde luego, yo es a lo que me quiero dedicar».
Diego, por su parte, cuenta que se unió al grupo más tarde. Siendo los Furious ya un grupo algo consolidado, con conciertos y hasta una banda sonora (la de la película Zipi y Zape y la isla del capitán). «Entré cuando ya habían hecho lo más difícil. No lo dudé ni un segundo. Y sobre lo de amar la música…». La parquedad verbal del joven guitarrista es rápidamente respaldada por Gonzalo, quien ve en la banda, más que un proyecto, una pequeña familia: «Respecto a Diego recuerdo perfectamente cuando entró. Siendo la opción más idónea, lo invité con su hermano a hacer unas jams y que se soltaran un poco tocando. Tengo la imagen de ver a ambos pegándole al instrumento, con una sonrisa de oreja a oreja, diciendo para sus adentros, sin que se notara mucho, ‘¡Joder cómo me mola esto tío!’ y zurrando leña haciendo el salvaje. Viendo eso, quedó claro que la música y el rollo estaban en él».
Fuese aquel primer amor musical un acierto o un error, debían dar un salto hacer algo maduro. «Ahora estamos mucho más involucrados», asegura Mariña. «Somos mayores y entendemos las responsabilidades que tenemos con el proyecto. Sabemos lo competitiva que es la música y lo difícil que es la industria. Antes, siempre había sido algo muy chill. Ensayo una vez a la semana o cada dos semanas, como si fuera una clase extraescolar, sin demasiada proyección».
Pregunto al trío si han tenido dificultades para vivir los paralelismos de una carrera musical con su día a día. Gonzalo salta diciendo: «El hecho de que el proyecto fuese tan amable y compatible con nuestras vidas ha hecho que nos sintamos siempre a gusto. Ha estado todo muy hablado con sus tutores desde siempre y, además, somos ante todo amigos. A pesar de que, por ejemplo, Diego salga a muerte y tengamos que echarle la bronca [Se ríen]. Lo cierto es que nos queremos y seguimos juntos».
Gonzalo narra el desarrollo de Furious Monkey House: «Fue desde el inicio un proyecto súper especial. Empezamos en Abbey Road Studios. Cuando acabé y escuché lo que habíamos hecho, lloré de emoción. Y no lloro con facilidad. También tengo el recuerdo de los primeros festivales. De ver a peña que no medía ni metro cuarenta haciendo un rollo bastante único. Por ejemplo, en los Cuarenta Principales, el día que había que tocar, fueron los únicos que tocaron en directo. Los demás eran playback. Recuerdo a todos los técnicos de sonido diciendo: ‘¡Chavales, cómo moláis, sois los únicos que tocáis en directo. Sois auténticos!’».
Sin embargo, ha llovido desde ese primer y prometedor álbum. De hecho, por lo que cuenta Mariña, ha llovido bastante incluso desde el inicio de Oneiric, el disco que estrenan ahora. «A ver, las canciones las escribí con 16 años y ahora tengo 19. Todo lo que digo, en ese momento, era súper cierto para mí y por eso lo dije, pero ahora mi mentalidad es distinta y quiero comunicar otras cosas. Esas canciones son una expresión de inseguridad adolescente muy clara, pero, a pesar de ello, sigo creyendo que mucha gente se puede sentir identificada. Además, cuando hice el álbum tenía unas referencias que no son mis referencias de ahora, que irían más en la línea de Lou Reed, Nick Cave o Patti Smith».
Gonzalo, por su parte, hablando de sus orígenes, afirma haber crecido con el punk rock california, pero también estar muy influenciado por bandas de rock-electrónico actuales, como Nine Inch Nails, cosa que tiene una impronta clara en el disco. «De hecho, estuvimos a punto de colaborar con Joshua Eustis, de Telefone Tel Aviv, que también colabora con NIN», dice, antes de dejar el turno de palabra al siempre tímido Diego, que termina declarando su influencia más dura, también perceptible en el disco.
Visto lo visto, parecen henchidos de decisión y valor. «Nuestro objetivo», acaban diciendo todos de una forma u otra, «es llegar a lo más alto. Salir de España. Rular por ahí. No nos ponemos límites ni pensamos en ellos». Una perspectiva peligrosa, pues ya sabemos qué le sucedió a Ícaro, pero también que sin ese arrojo de valentía, también es imposible acercarse a los soleados deseos. Furious Monkey House ha dejado de ser una promesa para confirmarse como una revelación. Les espera ahora una gira vivida en la mayoría de edad, en la libertad del error y la anécdota imperecedera. Espero que no sea la última…