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Shostakóvich, una vida marcada por el terror soviético

Madrid se convierte en escenario de representación de las obras del compositor ruso y ahonda en su compleja vida durante la censura de la Unión Soviética

Shostakóvich, una vida marcada por el terror soviético

Imagen de archivo. Dmitri Shostakóvich en 1950. | Wikimedia Commons

El destino del compositor soviético Dmitri Shostakóvich (1906-1975) lo fue todo: el reconocimiento internacional y las órdenes nacionales, el hambre y la persecución de las autoridades. Su obra suscita un interés creciente casi medio siglo después de su muerte. Por ello, en el último mes, Madrid se ha convertido en escenario fundamental para la representación de sus obras. Destacan entre las actividades más concurridas su ópera La nariz en el Teatro Real y, como complemento de esta, la representación de su pequeña ópera de cámara Anti-formalist Rayok en la sala Teatro Fernando de Rojas en el Círculo de Bellas Artes, o el ciclo «Shostakóvich y la censura soviética» en la Fundación Juan March.

El director artístico del Teatro Real, Joan Matabosch, explicó en una entrevista –durante los primeros días de las funciones en el coliseo madrileño– que «la ópera La Nariz fue un gran escándalo y estuvo prohibida 40 años en la Unión Soviética». El debate sobre la relación de su música con la historia del siglo XX lleva abierto años a escala internacional. Sin embargo, su legado creativo no tiene parangón en cuanto a géneros: sinfonías y óperas, cuartetos de cuerda y conciertos, ballets y música de cine. Innovador, creativamente emotivo y humanamente humilde. El compositor es un clásico del siglo anterior, un gran maestro y un artista brillante que vivió los tiempos difíciles en los que le tocó crear y sobrevivir. Se tomó muy a pecho las preocupaciones de su pueblo: en sus obras se oye la voz de un luchador contra el mal y un defensor contra la injusticia social.

Imagen de archivo. Dimitri Shostakovich escucha a la Orquesta Sinfónica de Leningrado en Londres. 1960. | Keystone Pictures USA / Europa Press

A los trece años comenzó sus estudios en el conservatorio de Petrogrado, donde se graduó en 1925. Su tesis, la Primera Sinfonía, se convirtió inmediatamente en un éxito internacional. Tras graduarse, Shostakóvich –dudando de su vocación– se abrió camino inicialmente como pianista en salas de cine. Mientras escribía la segunda sinfonía, comenzó a trabajar en su primera ópera, La nariz, basada en la obra de Nikolái Gógol. Después de dieciséis funciones, la ópera no se volvió a representar otra vez en la Unión Soviética hasta 1974. No consiguió convencer ni a la crítica ni a sus colegas, a diferencia de lo ocurrido en el Teatro Real, donde sí fue un éxito rotundo, con una surrealista, grotesca e inteligente escenografía del australiano Barrie Kosky.

Si hay un libro recomendable sobre el terror que vivió el compositor ruso durante los años es el del escritor Julian Barnes (Reino Unido, 1946), El ruido del mundo (Anagrama, 2016), que explora la naturaleza de la intimidad del músico. Shostakóvich se enfrenta a la autoridad y sobrevive. Algunos dicen que merece ser condenado por ello. Para el escritor, sin embargo, la cuestión es más compleja, y la sopesa cuidadosamente. Escribe: «Sabía que tenía que proteger a sus allegados y que para hacerlo necesitaba calma, pero estaba desesperado. […] Una vez que te habían etiquetado como enemigo del pueblo todo a tu alrededor se volvía incriminatorio».

La ópera ‘La náriz’ en el Teatro Real. | Javier del Real

La maldición de ‘Lady Macbeth de Mtsensk’ y la opresión soviética

Shostakóvich obtuvo gran éxito con su segunda ópera, Lady Macbeth de Mtsensk, en 1934. La obra se representó más de cien veces en dos años, hasta que llegó el primer golpe. Despertó la animadversión de Stalin y en 1936 estalló el trueno: tras una visita del dictador a una representación, la ópera fue condenada en un artículo de Pravda titulado «Bulla en vez de música». Se acusaba a la ópera de «formalismo», «naturalismo» y «cacofonía». La ópera se retiró del repertorio.

Se inició una «reelaboración ideológica» de la música del compositor. Se escribieron artículos mordaces contra él y su obra, lo que provocó un descenso del interés del público y su situación financiera se deterioró drásticamente. Sus representaciones se cancelaron. Shostakóvich, acusado de «alejamiento del pueblo», vivió con el temor constante de ser víctima de la Gran Purga de Stalin. Temió por sí mismo y por sus seres queridos, tras ver que algunos de sus amigos y familiares fueron encarcelados y/o asesinados. A pesar de las dificultades en su vida personal y profesional, el compositor no dejó de trabajar y escribió su cuarta sinfonía (1935-1936). Sin embargo, se cree que recibió una prohibición, y temiendo la reacción del régimen, la retiró del cartel. No se estrenó hasta 1961, tras la muerte de Stalin.

La campaña duró más de un año y llegó a su fin tras el estreno de la exitosa quinta sinfonía (1937), que fue reconocida oficialmente como «la respuesta creativa del compositor soviético a la crítica». Julian Barnes escribe: «El éxito de la quinta sinfonía fue instantáneo y universal. En consecuencia, un fenómeno tan repentino fue analizado por burócratas del Partido y musicólogos sumisos que presentaron una descripción oficial de la obra para ayudar a comprenderla al público soviético. Llamaron a la sinfonía ‘una tragedia optimista’» Aunque fue rehabilitado oficialmente y recibió el primero de varios «premios Stalin» en 1941, el miedo a la muerte acompañó a Shostakóvich durante el resto de su vida.

Portada del libro de Julian Barnes

La mayor fama mundial le llegó en los años de la guerra. Compuso su séptima sinfonía, Leningrado (1941), que se convirtió en un símbolo mundial de resistencia al fascismo y con la que ascendió hasta convertirse en uno de los compositores más populares de la actualidad. «Había cometido un gran error al escribir Lady Macbeth de Mtsensk y el Poder lo había castigado como se debía. Arrepentido, había compuesto una respuesta creativa de un artista soviético a una crítica justa. Después, durante la Gran Guerra Patria, había escrito su séptima sinfonía, cuyo mensaje antifascista había resonado en todo el mundo. Y de este modo había obtenido el perdón. […] Aunque el pecador pudiera haberse rehabilitado, ello no significaba que el pecado hubiese sido erradicado de la faz de la tierra: ni mucho menos», relata el novelista británico.

Segundo golpe

El compositor pudo respirar tranquilo poco tiempo. En 1948 fue golpeado por segunda vez por el rayo de la ideología cultural soviética: las acusaciones de 1936 se repitieron. La Fundación Juan March ha dedicado tres conciertos a la censura soviética. En los conciertos se han interpretado obras de Shostakóvich, Roslavets y Weinberg, entre otros. El crítico musical Juan Manuel Viana –autor de las notas del programa–, escribe que «apenas tres años después de acabada la contienda contra la Alemania de Hitler, el tristemente célebre decreto redactado por Andréi Zhdanov –brazo derecho de Stalin en materia cultural– sobre el ‘formalismo’ en música, publicado el 10 de febrero de 1948, condena de nuevo su obra de forma indiscriminada, junto con las de Prokófiev, Shebalín y Jachaturián, entre otros, debido las ‘tendencias antidemocráticas de su música’, caracterizadas por el recurso de la atonalidad y el rechazo de la melodía».

Y ahora incluían a compositores como Serguéi Prokófiev. Si este último se exilió en Estados Unidos –aunque regresaría por primera vez en 1927– Shostakóvich eligió el camino de la emigración interior: en los viajes al extranjero, a los que le obligaban los funcionarios como representante de la música soviética, daba la impresión de lealtad al régimen; pero confiaba sus verdaderos sentimientos de forma críptica en sus composiciones, muchas de las cuales únicamente pudieron interpretarse tras la muerte de Stalin. Sólo la publicación de las memorias de Shostakóvich por Solomon Volkov, Testimonio (Aguilar, 1991) –aunque su autenticidad sigue siendo discutida hoy en día– reveló muchas de sus intenciones.

El «pesimismo» de sus sinfonías, alejadas del pueblo soviético, sirvió de cómodo pretexto para los ataques contra Shostakóvich. En un intento de desviar los golpes de sí mismo, el compositor pronunció un discurso en el que se arrepentía y admitía «los errores que había cometido». Lo hacía con una expresión absurda y, al parecer, deliberadamente exagerada, que recuerda mucho a los discursos de los héroes del escritor Mijaíl Zóschenko.

El cuarteto de Leipzig tocó obras de Weinberg, Roslavets y Shostakóvich en el primer concierto del ciclo ‘Shostakóvich y la censura soviética’

Esta vez, las consecuencias resultan más graves que en 1936. Entre ellas, la expulsión del compositor de los Conservatorios de Moscú y Leningrado por «inadaptación profesional» e influencia perjudicial en los jóvenes compositores. El Glavrepertkom (el organismo estatal de control y censura) prohibió la representación de sus óperas y obras sinfónicas, veto que se levantó un año después por orden personal de Stalin. El compositor ruso vivía en un constante terror y pánico psicológico. Hasta la muerte del dictador en 1953, las composiciones de Shostakóvich fueron principalmente música de cine, obras «soviéticas», obras de cámara y composiciones para niños.

Con la muerte de Stalin

Con el fin de Stalin en 1953, también comenzó un «deshielo» para Shostakóvich. Sus óperas volvieron a representarse y ascendió a altos cargos. Diez años más tarde, ya durante la liberalización de Jrushchov se reconoció que su «cancelación» había sido un «error». Entonces Shostakóvich pudo volver a la enseñanza en los conservatorios. Sus obras, desconocidas para los oyentes durante los años de la dictadura de Stalin, empezaron a escucharse. El músico fue nombrado presidente de la Unión de Compositores de la RSFSR (República Socialista Federativa Soviética de Rusia), para lo cual, sin embargo, tuvo que ingresar en el PCUS, algo que nunca se perdonó a sí mismo.

Muchas de sus obras compuestas en esta época están impregnadas de un optimismo y una vitalidad desconocidas en su obra. Un ejemplo típico de ello es la opereta Moscú, Cheromushki (1959), una comedia musical.

La décima sinfonía de Shostakóvich interpretada por el director polaco Stanisław Skrowaczewski con la Hr-Sinfonieorchester, la Orquesta Sinfónica de la Radio de Frankfurt

¿Qué diferencia la obra de Shostakóvich y por qué es fundamental en la educación musical? Tenía un alto nivel técnico, sabía crear melodías vívidas, dominaba a la perfección la polifonía y la orquestación, vivía emociones fuertes y las reflejaba en la música. Gracias a todo ello, creó obras musicales que poseen un carácter distintivo y rico, además de un gran valor artístico.

Su contribución a la música del siglo pasado es inestimable. Shostakóvich, cuya biografía y obra fueron igualmente intensas, hizo gala de una gran diversidad estética y de géneros. Combinó elementos tonales, modales y atonales y creó verdaderas obras maestras que le dieron fama mundial. Su obra entrelazó estilos como el modernismo, el tradicionalismo y el expresionismo.

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