'Sin huellas': el 'paella-western' que combate estereotipos apropiándose de ellos
En el nuevo éxito español de Prime Video no encontrarán reflexiones profundas, pero sí horas de acción, comedia reveladora y un espejo ante el que mirarnos
Dicen que no hay que juzgar un libro por su portada. Por esa misma regla de tres, tampoco deberíamos juzgar una serie por su primer capítulo. Porque –disculpen otro lugar común– las apariencias engañan y no debemos dejarnos llevar por ellas, y la última muestra de ello en el audiovisual es Sin huellas, la nueva producción original made in Spain de Prime Video.
Esta serie de ocho episodios creada por Carlos de Pando y Sara Antuña –artífices también de ¡García!, la producción de HBO que ya reseñamos en su día en THE OBJECTIVE– nos presenta a dos kellys muy cañeras. Son Desi (Carolina Yuste) y Cata (Camila Sodi), una gitana y una mexicana que comparten piso, trabajo y una amistad inquebrantable. Lo que sí se rompe es su rutina de trabajos precarios y lucha diaria cuando dan con un cadáver en una mansión que acaban de limpiar. Es decir, que han dejado (casi) impoluta la escena de un crimen. A partir de ahí, esta comedia negra ambientada en el Alicante de nuestros días nos lleva por un frenético viaje con mafia rusa, ricos muy malos, un marido venido de México y una exnovia policía. Todo incluido.
¿Armada de estereotipos o el estereotipo como arma?
Sin huellas es una serie que parece armada de estereotipos, y eso, precisamente, es lo que puede echar para atrás al espectador que se acerca por primera vez a la ficción de Prime Video. Pero nada más lejos de la realidad: pronto descubrimos que estos estereotipos se derriban con un guion más inteligente de lo que podemos esperar en un principio. Y, sobre todo, sin esos alardes y esa intelectualidad impostada a los que nos tienen acostumbrados últimamente los showrunners patrios. Es de agradecer.
En el centro de la trama está, precisamente, la crítica al racismo imperante en una sociedad que no se fía de la gitana, o de la inmigrante sin papeles, o de la mujer precarizada. ¿Quién va a creer en su inocencia cuando se encuentran con el cadáver de una mujer que, además de asquerosamente rica, es la responsable de que se quedaran sin trabajo? Prácticamente nadie. Sin embargo, tienen unos cuantos apoyos. Entre ellos, el del espectador, que es cómplice y testigo desde el minuto uno de la injusticia que se está cometiendo con estas dos mujeres, Desi y Cata, que lo único que hacen es batallar por seguir adelante, como todo hijo de vecino. No es difícil empatizar con estos dos personajes que nos recuerdan, o bien a nosotros mismos, o bien a alguien que conocemos.
Sin huellas logra navegar por estas aguas, en parte, por la sensibilidad de sus creadores y sus guionistas, que se aseguraron de no caer en errores del pasado. Por ejemplo, tanto para el personaje de Desi como para su entorno –incluida una madre que no acepta su sexualidad, que eso pasa en familias gitanas y en familias payas por igual– contaron con la ayuda de la Fundación Secretariado Gitano, entidad referente de la comunidad gitana en España y en Europa. Y es que no quisieron dejar cabos sueltos a la hora de representar a uno de los colectivos más estereotipados históricamente en la ficción, especialmente la española. El resultado: tenemos a Desi, una mujer que estudió Empresariales pero que finalmente acabó limpiando –un trabajo que se reivindica desde el único lugar posible, la dignidad– precisamente por un antigitanismo que no le permitió trabajar de lo suyo. Y, además, es un gitana lesbiana, pero sin trauma: su seguridad es apabullante.
Hay otros estereotipos que sí están presentes en Sin huellas, pero que responden a propósitos estrictamente cómicos. Por ejemplo, los ricos, que también lloran pero que son todos muy malos. Todos. No hay ni uno bueno en esta trama, no lo busquen. Algunos con matices, pero ninguno bueno. Tal vez habría estado bien encontrar a uno con buen corazón, o con un poco de capacidad ante la vida. Tal vez la muerta, pero eso. Está muerta.
Sin pretensiones: un ‘paella-western’ para disfrutar
Lo mejor que tiene Sin huellas es que no pretende dar ninguna lección, su propósito no es otro que el de entretener. Y lo consigue. El guion está francamente bien resuelto, las escenas de acción –son muchas– están bien rodadas, y los actores convencen en sus papeles. Aparte de las dos protagonistas, los secundarios brillan cada uno por su lado. Silvia Alonso está estupenda en su papel de Irene, una policía comprometida (y un poco muy enamorada de su ex, Desi). Especialmente brillante está Adriana Torrebejano interpretando a una concejala corrupta y ambiciosa a la que siempre le sale todo bien. Porque, por lo que sea, los de siempre se salen con la suya. También hay otros tantos personajes masculinos muy interesantes, e igualmente bien interpretados, pero si algo destaca en este ‘paella-western’ es el poderío de los personajes femeninos, y la sororidad que emerge de muchos de ellos.
Más allá de las actuaciones, hay otros tantos aspectos que hacen de esta serie una obra hecha para disfrutar. El montaje, que logra mantenernos pegados a la pantalla con un ritmo frenético, o los paisajes en los que todo ocurre. La costa alicantina es un lugar a explorar (y explotar) cinematográficamente, un gusto ver todo lo que enseña. Lo que más destaca es su banda sonora desacomplejada. Los Gipsy Kings conviven estupendamente con Mónica Naranjo, Fuel Fandango, Sara Socas, Elvis Crespo, Chayanne, Julio Iglesias y León Benavente. No sobra nadie, tampoco Delaporte versionando Los tontos de C. Tangana.
En Sin huellas no encontrarán reflexiones profundas, pero sí varias horas de acción, comedia reveladora y un pequeño espejo ante el que mirarnos. Está hecha para pasarlo bien, y lo pasarán bien. No juzguen el libro por su portada.