'Walkaway': crónicas de un futuro imperfecto
Capitán Swing publica ‘Walkaway. La vida por defecto’, una novela en la que Cory Doctorow despliega su inquietante visión del porvenir que nos espera
Tanto en sus artículos periodísticos como en sus novelas, Cory Doctorow ha canalizado las emociones suscitadas por las nuevas tecnologías. El narrador y activista canadiense entiende que la revolución de internet no soluciona, por sí sola, problemas como la injusticia o la pobreza. No obstante, cree que la red «salva el primer gran escollo para solucionar estos errores: agrupar a la gente y mantenerla unida». Doctorow lleva bastante tiempo dándole vueltas al concepto de ciberespacio, el marco del que surgirán nuestras nuevas infraestructuras y, por consiguiente, nuestro nuevo modo de vivir.
La materia prima sobre la que trabaja a la hora de escribir ciencia ficción no es muy distinta de la que emplea como periodista. Le interesan la hipervigilancia a la que nos someten los grandes monopolios tecnológicos, los algoritmos de aprendizaje automático y los sistemas de decisiones automatizados. Cuando se le invita a ser optimista sobre el porvenir, él piensa en la post-escasez, un esquema socioeconómico alternativo, favorecido por las impresoras 3D y los avances digitales. Gracias a esos avances, la información, los bienes y los servicios podrían ser accesibles para todos.
Desde hace años, Doctorow también insiste en que hay algo sospechoso en lo que él llama ‘capitalismo de cuello de botella’. Las big tech, explica, colocan a toda la audiencia dentro de un jardín amurallado y luego obligan a los creadores de contenido y a los desarrolladores de software a jugar según sus reglas. De primeras, no ayuda el hecho de que a la mayoría le cueste entender las consecuencias de todo ello. «Hay un problema ‒señala‒ cuando surgen amenazas en nuestro horizonte donde la causa y el efecto están separados por un amplio margen de tiempo». Es en ese punto donde Doctorow recurre a la ciencia ficción. Precisamente porque, como escribía en Cultura (Crítica, 2011), en la vida real, «a los seres humanos no se nos da nada bien predecir el futuro y determinar lo que gozará mañana de relevancia y de utilidad».
El espectáculo al que nos invita Cory Doctorow no ha hecho más que comenzar. Hemos pasado la época en la que la ciencia ficción nos hacía soñar con astronaves rumbo a Venus, y hemos llegado a una era en la que el género se aproxima cada vez más a la novela realista. Hay una razón para ello. Dos de los temas que hemos elegido como iconos del siglo XXI, la biotecnología y la inteligencia artificial, ya se entrelazaron en una corriente surgida en los años 80, el ciberpunk, en su día popularizada por autores como William Gibson, Bruce Sterling o John Shirley. El ciberpunk, a juicio de Doctorow, fue una literatura radical: «Y si vas a radicalizar a la gente, tienes que involucrarte con las computadoras tal como son para que la gente entienda que no estás inventando un cuento de hadas».
Un factor que afecta al ciberpunk es que sus predicciones son bastante factibles. Casi diría que inmediatas. Podemos intuirlas en los actuales avances del metaverso o el transhumanismo. Quien hoy lea alguna de las distopías de William Gibson, gobernadas por megacorporaciones que aprovechan la convergencia entre el hombre y las máquinas, sentirá que ya están a la vuelta de la esquina.
Puestos a buscar antecedentes, resulta inevitable vincular las fantasías de Gibson con la energía creativa de Philip K. Dick, autor de títulos tan influyentes en nuestro imaginario como Podemos construirle (1972) y ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968). De la persistencia de estos argumentos también surgieron muchas películas ‒de Blade Runner a Matrix‒, bastantes cómics y una original mitología. El critico cultural Mark Dery la describió en su ensayo Velocidad de escape (Siruela, 1995): «Las arcadias de los románticos del siglo XVIII o de la contracultura de los sesenta no son alternativas viables para la gran mayoría de la cibercultura». Quienes hoy se acercan a ese País del Mañana, cada vez más cercano, dan por hecho que «la tecnología es uno de los elementos que configuran la trama de nuestras vidas». Una tecnología entre cuyas promesas figuran la interfaz hombre-máquina, la autonomía de las inteligencias artificiales, la desaparición de la propiedad privada o un acceso rápido y seguro a la inmortalidad. La mayor parte de nosotros, escribe Dery, considera el ordenador como un mecanismo de liberación, pero también como un instrumento represivo. Siguiendo esta lógica, «la esperanza errada de que renaceremos convertidos en ángeles biónicos es una interpretación del mito de Ícaro tremendamente equivocada, porque cifra nuestro futuro en unas alas hechas con cera y plumas».
Los cimientos de la literatura de Doctorow se asientan en ese mismo temario. Y aunque a lo largo de su carrera se le ha identificado con otra etiqueta ‒el llamado postciberpunk‒, ha conseguido sintetizar las experiencias y el temperamento de Gibson y compañía. La diferencia, como él mismo reconoce, es que ahora las supercomputadoras ya no son una metáfora, sino una realidad.
Como ocurre con otros libros de Doctorow, Walkaway se sitúa a medio camino entre la especulación narrativa y el manifiesto político. Los protagonistas, Hubert y su amigo Seth, a los que se une Natalie, la hija renegada de una poderosa familia, toman la decisión de apartarse de ese mundo ultracapitalista e hipervigilado, al que llaman pordefecto, surgido tras una catástrofe ecológica. Así conocemos a una nueva subcultura, la de los andantes. Se trata de pequeños grupos de emprendedores tecnológicos, que escapan de las viejas reglas. Los andantes sacan todo el partido a sus impresoras 3D y a sus máquinas de reciclaje. Tienen metas que aspiran a una utopía arriesgada, pero también prometedora.
Volvamos al principio: ¿es posible que Walkaway sea un buen resumen del ideario de Doctorow? Así lo parece. No hay mucha diferencia entre los andantes de la novela y los innovadores que, al igual que el propio escritor, defienden la ética del hágalo usted mismo. Eso es algo que ya está sucediendo. Pensemos en el movimiento maker ‒las comunidades artesanales que aprovechan el código abierto y las impresoras 3D‒ o en los fab labs ‒acrónimo de fabrication laboratory; es decir, talleres colaborativos, especializados en el modelado y la fabricación digital‒. Hay otra razón por la que Doctorow respalda estos fenómenos emergentes. Al basarse en el software libre, le parecen una alternativa viable al capitalismo de Silicon Valley, anclado en el copyright y el acopio de datos. Unos monopolios imponentes, cuya agenda, vista desde fuera, resulta poco alentadora. «Dejarles decidir qué recibe financiación ‒dice uno de los personajes de Walkaway‒ es proclamar que el planeta es una corporación gigantesca que dirigen los principales accionistas. Supone que el Gobierno no es más que la gestión intermedia, que se contrata o se despide según plazca a los directores».
Esto último nos invita a abrir los ojos ante otro matiz de esta nueva élite: «un sistema de jefes secretos es un sistema sin rendición de cuentas ni consentimiento». Evidentemente, se trata de una pesadilla que ya prospera en el mundo que conocemos, pero está por ver si lo que nos cuenta Walkaway será una realidad a medio plazo o si la tormenta pasará sobre nosotros con relativa clemencia.
Como bien saben sus seguidores, hay alguna atadura ideológica a la que Doctorow tiene que sujetarse en sus novelas para ser coherente con lo que defiende en público. Sin embargo, es difícil no simpatizar con su amor por los programas y máquinas que todavía es posible desmontar y volver a ensamblar. Una tecnología amigable, respetuosa con el usuario. Muy distinta de esos artilugios autosuficientes, diseñados, en el peor de los casos, para espiarnos, manipularnos o incluso sustituirnos.
Frente a los saltos extravagantes de otros escritores de ciencia ficción, Doctorow está poco interesado en epopeyas cósmicas o en el vertiginoso colapso de alguna civilización alienígena. Lo suyo es un tour por las próximas décadas, con conocimiento de primera mano sobre la evolución de los sistemas cibernéticos. Las historias que dominan su universo son representaciones ficticias de problemas del mundo real, con algún que otro guiño a los frikis antisistema. Como él mismo suele repetir, uno no tarda en percatarse de que es un escritor que predice el presente en lugar de imaginar el futuro.