Picasso en guerra
Hace medio siglo murió Picasso, un pintor que escapa del marco arte para jugar un papel en la Historia
Picasso tardaría dos días en enterarse del bombardeo de Guernica, en aquellos tiempos no había redes sociales ni prensa on line que informaran en directo de los acontecimientos. El pintor descubre el drama que marcaría su obra en las páginas de L’Humanité, el periódico del Partido Comunista Francés. Allí, el 28 de abril de 1937, aparece un artículo de largo título: Mil bombas incendiarias lanzadas por los aviones de Hitler y Mussolini reducen a cenizas la ciudad de Guernica. Lo firma Gabriel Péri, jefe de internacional del diario, diputado comunista y futuro mártir de la Resistencia, pues será fusilado por los nazis en 1941.
En sólo tres días Picasso pone en ejecución las ideas que pugnan por salir a la luz. El 1 de mayo hace el boceto de la paloma y la mujer que sostiene una lámpara, el 2 dibuja la cabeza del caballo, el 8 la madre con su hijo muerto… Su amante de turno, la artista surrealista Dora Maar, documenta el proceso creativo haciendo fotografías para la revista Cahiers d’Art.
Ciertamente Picasso no parte de cero, puede decirse que se copia a si mismo, en 1933 había pintado un cuadro, Corrida. La muerte del torero, donde ya aparecen el toro y el caballo, éste último muy parecido al del Guernica. Aun así va a una velocidad insólita, pues entre el 10 de mayo y el 4 de junio, trabajando a destajo en su taller de la rue des Grands-Augustins, pinta su cuadro más grande y más importante, mejor dicho, el más importante del siglo XX.
Llega a tiempo para ser expuesto desde el primer día en el Pabellón de la República Española de la Exposición Internacional de París de 1937, pues aunque el evento abre sus puertas el 24 de mayo, el pabellón español no se inaugura hasta 12 de julio. El Guernica es por supuesto la gran atracción, aunque tiene que competir con obras geniales como la escultura de Alberto El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella, o la fuente de mercurio del norteamericano Calder.
El Guernica satisface, por otra parte, el compromiso de Picasso con la causa republicana, que hasta entonces parecía dudoso. La República le ha nombrado nada menos que director del Museo del Prado al poco de empezar la Guerra Civil, en septiembre del 36. Es una operación de propaganda política, por supuesto, el gobierno republicano quiere mostrar de su lado a un artista de fama mundial, y Picasso se presta a ello. Acepta el cargo, pero no sus obligaciones, se niega a venir a Madrid, le aterran los riesgos y las penurias de la guerra.
Josep Renau y Wenceslao Roces, director general y subsecretario de Bellas Artes, responsables luego de la evacuación del Museo del Prado, le insisten en que venga al menos a tomar posesión, que haga acto de presencia en Madrid como hacen tantos artistas e intelectuales extranjeros favorables a la República, pero Picasso no está dispuesto al menor sacrificio que le aparte de la dorada bohemia parisina. Sin embargo esa mancha de su expediente quedará borrada por el extraordinario servicio a la causa republicana que representa el Guernica, la pintura más impactante y famosa del siglo XX, la denuncia más feroz de la guerra y del fascismo.
La ocupación alemana
Picasso no ha querido venir a Madrid durante la Guerra Civil, sin embargo permanece en París durante la Segunda Guerra Mundial, pese a que el gobierno y el parlamento francés, y muchos antifascistas lo evacuan ante el avance alemán. Picasso guarda sus cuadros en la cámara acorazada de un banco -el Guernica no, porque no cabe- y aguanta en su estudio de la rue des Grands-Augustins durante la ocupación nazi, lo que dará lugar a la anécdota más famosa -y seguramente falsa- de Picasso y el Guernica.
«¿Ha hecho usted esto?», le pregunta un oficial alemán que visita el estudio, boquiabierto ante famoso cuadro. «No, lo han hecho ustedes» responde Picasso. Aunque la historia sea inventada, expone una verdad que la Historia con mayúscula ha preferido ocultar, las nada agresivas relaciones que se dan, al menos al principio, entre los ocupantes nazis y el mundo del arte y el pensamiento francés, incluidos los que se consideran de izquierdas.
El detalle de que un oficial alemán visite el estudio de un artista como Picasso refleja una doble realidad. Por una parte muchos de los alemanes que ocupan París son personas cultas y sensibles, que están encantadas de encontrarse en la capital de Europa como cualquier estudiante o turista. Es el caso por ejemplo del filósofo Ernst Jünger, capitán de la Wermacht, que se hace amigo de Picasso, del pintor Braque, de Jean Cocteau.
Y también pone de manifiesto que el mundo artístico admite de buen grado relacionarse con el invasor. Esas amistades tienen sus ventajas. Concretamente en el caso de Picasso, se puede permitir una impertinencia como la de decirle a un oficial alemán que el Guernica «lo han hecho ustedes» porque está bajo la protección de Arno Breker, el escultor de cámara de Hitler, el autor de las imponentes estatuas que adornan la Cancillería de Berlín. Breker ha vivido en los años 20 la bohemia parisina y se ha hecho amigo de todos sus protagonistas, especialmente de Dalí.
Ese protector de Picasso es tan especial que hace de cicerone de Hitler cuando éste visita París. Aunque la estancia del Führer es de apenas tres horas, resulta paradigmática. Hitler no visita ninguna otra de sus conquistas, solamente París que recorre muy temprano, cuando está vacío de gente, repitiendo «¡genial, genial!». Le encanta la Opera, va a la Tumba de Napoleón y le rinde homenaje al mayor héroe nacional de Francia quitándose la gorra, y como cualquier turista quiere conocer el Moulin Rouge, aunque esté cerrado. En sus paseos en coche descubierto por avenidas y bulevares, los policías franceses se ponen firmes y saludan militarmente a Hitler… y el Führer les devuelve el saludo.
Los nazis son unos auténticos genocidas en la ocupación de Polonia, de Rusia, de Yugoslavia, pero muestran sus mejores modales en París, que en realidad los acoge con alivio, porque el turismo ha desaparecido con la guerra, pero tras la invasión los restaurantes y hoteles, los cafés y cabarets, el comercio en general, sobreviven gracias a estos alemanes tan educados y tan dispuestos a gastarse su dinero.
Jean-Paul Sartre, el icono de la izquierda sesentayochista, llegará a decir: «Nunca fuimos tan libres como bajo la ocupación». La verdad es que a él le va bien. Le dan una plaza de profesor de filosofía en el Liceo Condorcet para cubrir la baja de un profesor judío destituido, y en 1943 estrena su primera obra dramática, Las moscas, con muchos oficiales alemanes entre el público.
Picasso, que no ha querido conocer Madrid bajo las bombas, sigue pintando sin molestia alguna en su estudio parisino, aunque eso sí, cuando los aliados entran en París en 1944, se afilia al Partido Comunista Francés.