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Cultura

El año en el que España se soñó cosmopolita

El joven historiador Julio Sanz revisita el así conocido como «efecto 92», un año en el que el marketing de estado intentó situar a España en el mapa internacional

El año en el que España se soñó cosmopolita

Juegos Olímpicos de Barcelona 1992

Convencido de que «no existe ninguna obra que aborde en todo su conjunto el significado y valor de aquella fecha», Julio Sanz lleva años dedicados al estudio no solo los dos grandes fastos (la Exposición Universal de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona, a los que se les ha de sumar la Capitalidad Cultural Europea de Madrid y la celebración del V Centenario de la conquista de América) que, de manera inusual, convergieron en España en un solo año mágico: 1992, un punto simbólico que marcó el reposicionamiento de nuestro país en el contexto europeo e internacional; «un parteaguas para una España que experimentaba grandes cambios», escribe Julio Sanz, sino también de sus consecuencias, así como de la década previa que permitió el éxito de tamaña empresa. El resultado es 1992. El año de España en el mundo (Sílex, 2022).

Todo comenzó tiempo atrás. Concretamente en 1981, cuando se creó la primera comisión nacional para supervisar la futura Conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América, presidida por Manuel Prado y Colón de Carvajal. La idea de celebrar una Exposición Universal, por su parte, ya había sido expresada por el monarca Juan Carlos I durante su escala en República Dominicana como parte de su primer viaje a Estados Unidos en 1976. Y, en lo que respecta a los Juegos Olímpicos, ya en 1986 Barcelona aspiraba a convertirse en sede de los Juegos Olímpicos del año 1992; se trataba de la cuarta postulación de la capital condal (tras las de 1924, 1936 y 1940), por lo que la vocación y el sentimiento olímpicos de la ciudad eran incuestionables.

Portada del libro

Previos a estos fastos, sin embargo, el país habría de hacer frente a dos grandes retos que servirían para demostrar su capacidad organizativa y política y que habrían de servir asimismo de aval para lo que habría de venir en el año 1992. El primero consistía en asumir la presidencia de turno del Consejo Europeo (a España le había supuesto un gran esfuerzo el acceder a las instituciones europeas), que finalizaría con la reunión de todos los líderes comunitarios en Madrid en el mes de junio de 1989. Acto seguido, y a nivel organizativo, se daba la celebración, también en Madrid, de la Cumbre de Paz de Oriente Medio en octubre de 1991. 

Y así llegamos al año 1992, con un saldo, como escribe Sanz, «desigual: penumbra en la realidad interior española y francos éxitos en la política internacional». Escándalos de corrupción, la permanente amenaza de la banda terrorista ETA, guerras internas en el seno del partido de gobierno, enormes desacuerdos con los sindicatos (que se ejemplifican en la gran huelga general del 14 de diciembre de 1988) a consecuencia de los problemas derivados de la reconversión industrial, pero también la lacra de la heroína o la inflación empañaron ese sentir de victorioso triunfo en la escena de la diplomacia internacional. Es precisamente por ello que, tal como cuenta Julio Sanz, desde las clases dirigentes «se tuvo en cuenta la importancia del apoyo popular y se patrocinó el año 92 y sus diferentes eventos como una operación de autoestima nacional, regional y local, para demostrar tanto a nivel internacional, pero también a nivel interno del país, las regiones y las localidades que eran capaces de llevar a cabo este tipo de operaciones». 

Un gran pacto de Estado 

Visto con la perspectiva de la actualidad, resulta asombroso que tantas instituciones como fueron necesarias para la llegada a buen puerto de todos los grandes eventos internacionales que coincidieron en el año 1992 se pusieran de acuerdo. La clave nos la da Julio Sanz, al decir que «no se hubiera podido producir de no haber sido por la fecha del año 1992, que era impostergable, es decir que cuando un país tiene un compromiso a nivel internacional, como es el caso de los Juegos Olímpicos, no puede fracasar. Entonces, a nivel de voluntad política, económica, de presupuestos, etc. se hace todo lo posible por llegar. Si, por ejemplo, uno quiere reformular urbanísticamente la ciudad de Barcelona y no tiene una fecha límite, ni tiene tampoco una presión o compromiso internacional, pues a lo mejor todo esto hubiera llegado más tarde». Y añade: «En este caso, tanto el Ayuntamiento, como la Generalitat, como el Gobierno nacional tienen un compromiso que es irrechazable a nivel internacional. Lógicamente lo presupuestado siempre queda en el olvido, siempre se aumentan los presupuestos, pero los proyectos salen, al fin y al cabo, hacia delante».

Así, muchos de los proyectos, de no haber sido por esta presión autoimpuesta, «no se hubieran realizado», dice Sanz. Y añade: «cosas como que Barcelona volviera a mirar al mar o que Sevilla se reconciliara con el Guadalquivir, pues a lo mejor habrían llevado muchísimos años más». Ello incluye también el AVE. Dice Julio Sanz: «España ha pasado en estos treinta años de no tener ninguna línea de alta velocidad a ser uno de los países líderes en todo el mundo en la alta velocidad. Lo más natural, sin embargo, hubiera sido establecer la línea de alta velocidad entre Madrid y Barcelona, que son los dos polos económicos más importantes del país, pero quisieron hacerlo hacia el sur, para no dejar atrás el sur de España y que no se produjera una fractura entre el norte, el centro y el sur de la península ibérica. Pero, además, tampoco se puede olvidar que el gobierno del partido socialista en esa época estaba comandado por Felipe González, pero también por Alfonso Guerra y muchos otros líderes eran andaluces».

Julio Sanz. | Cedida

Las relaciones con América Latina 

A partir de 1986 se produce «una ofensiva total hacia América latina», con la refundada Agencia Española de Cooperación como punto de referencia. Y este es uno de los asuntos asociados al efecto 92 que más interesa al historiador Julio Sanz, aparte de los dos grandes fastos del año 1992 (los Juegos Olímpicos y la Exposición Universal), y al que le dedica un amplio apartado en su libro: «las relaciones con América Latina». Así, nos cuenta Sanz que «después de las prioridades de España que son la OTAN y Europa, ya centra su política en otra de sus vertientes internacionales: América Latina. Y durante toda la década de los años 80 estará llevando una política de acercamiento». El V Centenario es una cuestión problemática, ya que siempre que se aborda el descubrimiento de América hay posiciones en contra. Por ello, explica el historiador que «desde España, los dirigentes tuvieron claro que eso iba a causar problemas y tuvieron mucho cuidado. Sobre todo, utilizaron herramientas como la Cooperación Internacional al Desarrollo, pero también lo hicieron sirviéndose de tratados y ayudas para poder luego vincularse económicamente, y así ciertos países quedaron enganchados a la celebración del V Centenario del Descubrimiento de América, proyecto que a priori a muchos de ellos no les interesaba. Se produce así, después de establecidos los lazos con grandes potencias, como Argentina, México o Brasil, un efecto arrastre de estas otras pequeñas potencias. Gracias a ello, en la década de los años 90, las grandes empresas españolas desembarcan en Latinoamérica, sobre todo en sectores estratégicos como las telecomunicaciones o la energía. Y lo que queda claro es que las relaciones personales que se habían tejido en los años previos fueron clave para el desembarco de todas estas empresas. A ello se sumaba el idioma común, que facilitó todo también». Y es que los lazos culturales tienden a acercar y, por ello, los líderes españoles (tanto el Rey como Felipe González), durante los cuatro o cinco años previos al año 92 viajaban con regularidad a Latinoamérica. 

Otra consecuencia colateral del así llamado efecto 92 fue la dinamización de muchos otros proyectos, que no hubieran podido salir adelante en otras circunstancias. Por ejemplo, el Instituto Cervantes. Nos cuenta Julio Sanz que «en las décadas precedentes, incluso siglos, hubo muchas operaciones culturales de políticos e intelectuales intentando acercar los lazos de la lengua con América Latina, pero no habían sido capaces de crear un organismo que vinculase la lengua y la cultura. Gracias a la coyuntura del año 92, se dinamiza la operación y es capaz de ponerse en marcha». Cierto es que, en sus primeros años, y por causa de la cruda crisis económica que comienza en ese mismo año 92, el Instituto se quedará apenas sin recursos, pero remontará luego el vuelo y continuará su exitosa andadura hasta nuestros días. 

La edad de oro de la diplomacia española

Preguntado sobre si sería posible que, en la actualidad, algo parecido al efecto 92 sucediese, cuenta Julio Sanz que «es impensable que hoy en día se repitiera algo así». Y añade: «Mira, por ejemplo, las tentativas que ha tenido la ciudad de Madrid para conseguir los Juegos Olímpicos». Y es que se trató de una oportunidad única, sin precedentes, de la historia reciente de España. «En ese momento España está en la edad de oro de su diplomacia», afirma Sanz. La duda, sin embargo, tiene que ver con sus ecos y con el coste de los mismos. Y es que, en este tipo de eventos internacionales, siempre se subestiman los costes, que luego aumentan sin cesar. Comprender el coste económico de estas operaciones es difícil, ya que el coste económico total resultante mezcla las cuestiones propiamente asociadas a los eventos, pero también muchas otras que tienen que ver con las infraestructuras (carreteras, rondas de circunvalación, etc). Así, se pregunta Julio Sanz: «¿Son costes que asume el país o inversiones?». En su opinión, y a pesar de considerar que el año 92 supuso un exceso, entiende que cualquier festejo es un exceso, algo que se sale de la norma. Así, «se trata de un exceso con importantes gastos, pero hay que comprender si están o no justificados por el valor futuro que van a tener», afirma. Y escribe: «Lo más relevante de una celebración es que sea proporcionada en relación a aquello que se desea festejar. Lo que se celebraba en España en 1992 era de veras muy relevante. No solo por las conmemoraciones que lo justificaron en parte, que también, sino porque se trataba de una fiesta internacional de confirmación. Lo conseguido por el país en aquellas décadas, teniendo siempre en cuenta el punto de partida, bien merecía una celebración».

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