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De la dificultad

«Cada vez se tolera menos y nos incomoda más un obstáculo que se tiene que sortear, un problema que se ha de solventar, una dificultad que se debe remontar»

De la dificultad

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La dificultad ya no es lo que era. O, para ser más exactos, muchas vidas en muchas sociedades occidentales discurren de tal forma que cada vez se tolera menos y nos incomoda más un obstáculo que de alguna forma se tiene que sortear, un problema que se ha de solventar, una dificultad que se debe remontar. Se hace más difícil evitar que nos acaben por desbordar o que seamos incapaces de afrontarlos o de aguantarlos durante el tiempo que fuera necesario. Puede que todo esto se deba a cierto ablandamiento de parte del mundo. Obviamente, esto no parece haberles aquejado a los ucranianos que según todos los indicios disponen de la fortaleza necesaria para hacer frente a la barbarie de los rusos, pese a que el resto del mundo anda con pies de plomo mientras debate si enviarles algún tanque más o menos. Creo que muchas otras sociedades menos acostumbradas hoy día a sufrir dificultades hubieran sucumbido rápida y fácilmente a los rusos. 

Parece que en muchos ámbitos de muchas sociedades occidentales preferimos hacer la vista gorda y rizar el rizo, complicando mucho más de lo necesario cosas en realidad triviales o nimias que deberían ser fáciles de solucionar o que ni siquiera constituyen un obstáculo, o a afrontar de verdad los problemas reales que nos aquejan. Quizás porque ya no sabemos cómo hacer frente a las dificultades.

Paul Auster comienza su Winter Journal o Diario de invierno diciendo que «uno piensa que nunca le va a pasar algo, que no le puede pasar a uno, que uno es la única persona en el mundo a quien jamás le sucederán estas cosas y que luego, una tras otra, empiezan a pasarle todas y cada una de ellas, como les sucede también a todos los demás». Esto se aprende con la edad. Pero lo preocupante es que a menudo no estamos preparados para enfrentarnos a esas cosas adversas que pasan. Y quizás esto tenga que ver con la educación y la formación de las personas hoy día. Desde hace treinta años, trabajo en la universidad y mi pareja es profesora de instituto desde hace unos 25 años, así que creo que tengo suficiente conocimiento de causa como para estar de acuerdo con Fernando Savater cuando afirma que «una educación cómoda, la escuela convertida en un entretenimiento y el profesor en un animador cultural que entretiene a los chicos, es algo muy grave». 

«La dificultad es imprescindible en la educación y la formación de los seres humanos»

Es grave porque la dificultad es una escuela imprescindible, como explicaba Toni Nadal el año pasado a raíz de la victoria de su sobrino Rafael Nadal en el Open de Australia, en un artículo titulado precisamente «La imprescindible escuela de la dificultad», que este año se ha incluido en la nueva edición de su libro Todo se puede entrenar, una destilación de las experiencias acumuladas durante su trayectoria profesional como entrenador de su sobrino y las reflexiones y lecciones derivadas de ellas. 

Toni Nadal intenta explicar las claves de la fortaleza mental de su sobrino, de su entereza ante las dificultades y su capacidad de sobreponerse a situaciones muy adversas (Se recordará que Rafael Nadal había acudido a Australia prácticamente sin preparación alguna y habiendo sucumbido a una lesión y luego a una infección de COVID días antes de viajar, y que protagonizó una remontada épica en una de las finales más complicadas de toda su trayectoria tenística, habiendo perdido los dos primeros sets del encuentro contra Daniil Medvedev). Y se pregunta también no sólo por qué su sobrino es capaz de actuar así, sino «por qué no lo hace de esa misma manera la mayoría de la gente que aspira a conseguir algún logro importante en su vida».

Su conclusión, citando a Mario Vargas Llosa, coincide con lo que dijo Savater: vivimos instalados en «la civilización del espectáculo» en la que prima el entretenimiento y donde se ha de evitar el aburrimiento. De este modo, se procura evitar lo que perturba, preocupa y angustia, lo que conlleva consecuencias nefastas para una buena formación de carácter. Toni Nadal concluye que «hemos logrado desdeñar todo lo que exige esfuerzo o que nos incomoda mínimamente», porque «las nuevas generaciones necesitan en una medida cada vez más creciente que los entrenamientos sean divertidos, que las recompensas sean inmediatas y que se les aplauda el más mínimo avance». Y no se trata sólo de los entrenamientos, sino de cualquier proceso de formación, añadiría yo. La razón por la que su sobrino escapó a todo eso se debe a que se preparó durante toda su vida para afrontar la dificultad sin quejarse, con buen ánimo y buena cara, dando por sentado que las cosas no salen bien de inmediato. En realidad, lo que se vislumbra es que todo es cuestión de actitud, de una actitud que se me antoja bastante estoica, si comparamos la de los Nadal con lo que aconseja Epicteto en sus obras, Séneca en sus cartas (Epistulae Morales ad Lucilium), o Marco Aurelio en sus Meditaciones. Como concluye Toni Nadal en el prólogo a la nueva edición de su libro, «una buena formación de carácter […] es la única base estable sobre la que se puede construir cualquier tipo de aprendizaje»; por eso le preocupan «la poca capacidad de aguante de las nuevas generaciones ante la adversidad, su poca resistencia ante la frustración y la dificultad para reflexionar y buscar soluciones ante los obstáculos», porque en tal caso la buena formación, el aprendizaje, es mucho más difícil. Pero hay que añadir además que la dificultad es imprescindible en la educación y la formación de los seres humanos, no sólo por todo lo mencionado arriba, sino también porque, como está demostrando la neurociencia en años recientes, la neuroplasticidad del cerebro humano es tal que cualquier obstáculo se convierte en una oportunidad de desarrollar herramientas que permitan mitigar o minimizar el daño. E incorporada al aprendizaje, la dificultad en sí a la hora de aprender algo, tal como la dificultad que se puede experimentar a la hora de intentar recuperar determinada información el cerebro, prepara al cerebro para el aprendizaje posterior, incluso cuando el intento por rescatar la información resulte infructuoso. Es decir, el esfuerzo en sí es real y realmente útil, independientemente de los resultados; de hecho, es preferible que el esfuerzo sea fallido, porque así se aprende mejor a largo plazo. Es lo que explica David Epstein en un libro titulado Range (Amplitud en español), en el que demuestra por qué los que no se especializan suelen triunfar en un mundo de especialistas. De ahí que el esfuerzo del cerebro por aprender, por recuperar lo aprendido, sea lo realmente valioso; como en la vida, lo que importa es el trayecto, no la llegada. Que, por cierto, es lo que no dejamos de repetirles a nuestros alumnos. La facilidad de los medios digitales es poco provechosa, se está demostrando; las dificultades relativas que presenta la lectura de libros de papel son preferibles para aprender, para memorizar, para comprender o establecer vínculos. Cuanto más difícil sea algo, tanto más se aprende.

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