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Cultura

Sylvia Plath vuelve a la vida (y al origen de su arte)

60 años después del suicido de la genial poeta norteamericana, se publica la edición española de su última biografía, finalista del Pullitzer

Sylvia Plath vuelve a la vida (y al origen de su arte)

Sylvia Plath y portada del libro

A todo el mundo fascinó y conmovió, por partes iguales, aquella fotografía de Sylvia Plath (Boston, 27 de octubre de 1932 – Londres, 11 de febrero de 1963) con su hija pequeña en brazos, aparecida el 17 de febrero de 1963 en el periódico The Observer. Venía acompañada de un breve obituario del influyente crítico literario Al Alvarez. Y acompañada de cuatro poemas asombrosos: «Límite», «Los miedosos», «La amabilidad» y «Contusión». Para ese momento, Plath solo había publicado un libro de poemas El coloso (publicado por la editorial inglesa Heinemann en 1960) y una novela bajo el pseudónimo de Victoria Lucas, La campana de cristal (que había salido a la venta apenas unos días antes de la muerte de Plath). Por ello, resultaba doblemente asombroso, que el más acreditado crítico inglés de la nueva poesía apostase su reputación afirmando que «la peculiar intensidad de su genio [de Plath] ha encontrado su forma perfecta», añadiendo que, en los últimos meses de su vida, la escritora «había estado probando ese angosto y violento límite entre lo factible y lo imposible, entre la experiencia que puede ser transformada en poesía y esa otra que es abrumadora». Con ello, Alvarez sentaba las bases de la ulterior imagen que sobreviviría a Sylvia Plath, así como su alcance de un público más amplio. Gracias a ello se publicaría su libro de poemas Ariel en 1965 en Faber and Faber, una segunda edición de su novela La campana de cristal ya con su verdadero nombre (y no con pseudónimo) en Inglaterra en 1966 y en Estados Unidos en 1971 y recibiría en 1981 el Premio Pulitzer (el primero que se concedía a una obra póstuma) por su Poesía completa

Desde entonces, la figura de Sylvia Plath ha sido vampirizada según el ismo más oportunista del momento, ha sido ridiculizada, convertida en símbolo, funcionado como icono pop al igual que como cliché de la suicida mujer torturada, histérica y completamente en desequilibrio. Desde la Marilyn Monroe de la literatura hasta sacerdotisa de la poesía a la que le falta más que algún tornillo han sido sus mixtificaciones. Por suerte, Cometa Rojo (un totémico volumen de más de mil páginas, traducido de forma excelente por Gudrun Palomino y Julia Viejo), se centra en el desarrollo literario e intelectual de Sylvia Plath más que en su caída en el infierno -sin rehuirla, claro está-. Es así, y aunque no se atreva a afirmarlo su autora (aunque sí su editorial, y con todas las de la ley), la biografía definitiva de la escritora bostoniana, una de las más importantes poetas del siglo XX, a la altura de Emily Dickinson. 

Portada de Cometa Rojo, la última biografía de Plath

Heather Clark es profesora de Poesía Contemporánea en la Universidad de Huddersfiels, en Yorkshire, y autora asimismo de The grief of influence: Sylvia Plath and Ted Hugues (Oxford University Press,2011), libro inédito en castellano donde, por primera vez, se estudia de manera sistemática el complejo y cambiante diálogo poético sobre el amor, la escritura y el dolor entre el matrimonio de poetas. Y ello se nota, este bagaje le permite crear un magnífico híbrido en el que obra y vida caminan de la mano.  Esto es importante en lo que respecta a las capacidades de análisis textual, que huyen del formalismo del New Criticism tan en boga a partir de los años cuarenta del pasado siglo (y cuyos postulados, los de la lectura interna del texto, que busca las contradicciones en su seno, abrazaría la propia Plath en su juventud) y se abre a una visión mucho más holística, desprejuiciada: exploradora. Con ello, Clark realiza un trabajo ímprobo coligiendo, asociando, relacionando, sugiriendo e interpretando influencias, vasos comunicantes, herencias, plagios y homenajes, tanto entre Hugues y Plath como de ésta con sus contemporáneos y la tradición en lengua inglesa. En este sentido, es un festín para los paladares literarios. Clark barrunta, pero no afirma; sugiere, pero no impone significados unívocos. Huye, además, del enfoque psicoanalítico de muchas biografías anteriores. 

Amén de su pericia como biógrafa y crítica literaria, se ayuda Heather Clark de material inédito recién descubierto o al que ha tenido acceso por vez primera cualquier estudioso de Sylvia Plath. Clark ha podido trabajar con todas las cartas de Sylvia Plath (incluyendo las que intercambió con su psiquiatra, y gracias a las cuales sabemos muchas cosas de los últimos meses de la vida de la escritora), pero también a diarios, agendas y obra literaria inédita (llama a la atención a este respecto los extractos de la novela perdida Falcon Yard). Asimismo, es la primera biografía que indaga en profundidad en la historia de su familia e incluye la investigación de su padre por el FBI, así como documentos legales, policiales, hospitalarios nunca examinados, la totalidad de los archivos de Ted Hugues y, muy importante, incorpora material el archivo de Harriet Rosenstein de la Universidad de Emory. Rosenstein entrevistó, a principios de los sesenta, a multitud de contemporáneos de Plath, para una biografía que nunca terminó. Estas voces fantasmagóricas, nos hablan desde aquel momento atrapado en el tiempo, y ello, sumado al presente de los diarios y las cartas, provocan una fascinante sensación de acompañamiento a tiempo real. Siente uno que, como dijo Jessica Ferri en Los Ángeles Times, está junto a Sylvia Plath en cada una de las semanas de su vida. Está todo tan profusamente documentado, contrapunteado y ofrecido en una visión panorámica que, la sensación de realidad, de sentirse asociado de manera cómplice al desarrollo creativo de la Plath es brutal. Además, Clark contextualiza estupendamente las preocupaciones y la simbología de las que Plath se servirá para dar forma a su obra (el Holocausto o la bomba atómica, por ejemplo, pero también la influencia poética del grupo de Ted Hugues, que detestaba la elegancia formal métrica y lingüística y pugnaba por una poesía más primitiva, salvaje y verdadera; una poesía que, como quería Al Alvarez, no solo fuera, sino que además significase). 

Ni libre ni sumisa 

Pizpireta, alocada y hasta vulgar típica chica norteamericana, saludable y vivaz, al tiempo que es también la fría, desdeñosa, agria criticona, pero igualmente es la inteligentísima escritora de enorme talento portentoso que busca su comprensión en el mundo, de su mundo (y un hombre que esté a su altura), y lucha en un entorno literario harto machista. Todo esto es Plath, pero también mucho más. Un ser singular y poliédrico que busca luchar contra sus contradicciones: quería triunfar como poeta y labrarse una carrera, pero no quería renunciar al hogar y la crianza de los hijos (tuvo dos con Ted Hugues, durante los seis años que duró su matrimonio), despreciaba lo material, pero estaba profundamente preocupada por el dinero; quiere estar por encima de las convenciones burguesas, pero no consigue abstraerse de la presión del sistema de clases. Detesta a su madre, pero tiene un feroz vinculo intelectual con ella (y, de hecho, le ofrece sus publicaciones como regalo y ofrenda). Y qué decir de la relación con su padre, a quien dedicaría su brutal elegía «Papi», pero de quien, sin embargo, hereda su arrogancia y su estoicismo germánico. En suma, que era una niña precoz que ya con quince meses desafiaba sus límites: a los cinco años ya sabía leer y escribir, escribió su primer poema a los ocho años, a los once años leía de media tres libros a la semana, a los doce años publicó su primer relato -y durante su breve vida publicó de continuo en múltiples revistas, tanto relatos como poesía-; curiosamente la regla no le bajaría hasta los 16 años. Aquí, en Cometa Rojo, Clark afirma que el origen de su arte, contra lo que se ha sostenido en muchos otros sitios, «no radicaba en el trauma o la súplica, sino en la confianza, el placer y la autosatisfacción». Lo que nos queda claro, eso sí, es su enorme ambición y su inquebrantable vocación poética. Para ella, era intolerable la autocompasión, y era enormemente perfeccionista; era, dicho de otro modo, demasiado exigente consigo misma. Su corolario era el poder, estaba literariamente obsesionada con el poder. Y ese querer controlar su arte máximo es, paradójicamente, lo que la consumió. Tras su separación de Hugues, en 1962, sola y con sus dos hijos, viviendo el peor momento de su vida, llegó, no obstante, a la cúspide de su arte. Intuimos que podría haberle afectado la depresión postparto, que el cóctel de pastillas que tomaba (sin ninguna supervisión psiquiátrica, pues se las recetaba su médico de cabecera) podrían haber tenido una indeseada reacción con el vino que tomo el día antes de morir… quizá algún día tendremos más certezas médicas sobre este particular. Lo que es incuestionable, tal como afirmó el poeta Robert Lowell tras la publicación de su obra póstuma en Encounter es que «lo que destrozó su vida de alguna manera le dio una ventaja, libertad e incluso control, a su poesía». Así, Sylvia Plath consiguió finalmente su propósito, pero pagando un precio altísimo.

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