Neil Jordan resucita a Philip Marlowe
El actor Liam Neeson interpreta al personaje eterno creado por Raymond Chandler, que configuró el paradigma del detective moderno
Hergé lo tuvo muy claro: fallecido él, nadie podría jamás retomar a Tintín. Otros no dejaron instrucciones escritas y cuando un personaje se hace muy popular, surge la tentación de continuar sus andanzas tras el fallecimiento de su creador, sobre todo si los herederos huelen negocio. El mundo del cómic está repleto de casos, que también se han dado con cierta frecuencia con figuras emblemáticas de la literatura policiaca. Sherlock Holmes ha tenido incontables continuaciones apócrifas y las andanzas del Hercules Poirot de Agatha Christie fueron proseguidas por Sophie Hannah. Otros han contado con resucitadores de lujo: el británico William Boyd dio nueva vida a James Bond en Solo y el irlandés John Banville —bajo el seudónimo de Benjamin Black, con el que firma sus incursiones policiacas— fue el encargado de prolongar en 2014 las aventuras del Philip Marlowe de Raymond Chandler en La rubia de los ojos negros (Alfaguara).
Esta es la novela que adapta Neil Jordan en Marlowe, con Liam Neeson encarnando al personaje que configuró el paradigma del detective moderno. La acción se sitúa en el entorno de Los Ángeles en 1939. Es decir, el año en que Chandler publicó la primera novela de la serie, El sueño eterno, aunque el aire melancólico y escéptico de este Marlowe parece más cercano al de las últimas novelas canónicas, El largo adiós y Playback. 1939 es también el año en que estalló la Segunda Guerra Mundial, un tema que está presente como un fondo amenazante y aparece de forma explícita al final, mientras que se insiste en la condición de veterano de la Primera Guerra del protagonista, que vio muchos muertos y mucho dolor en el campo de batalla.
La película contiene varios arquetipos casi inevitables en estas recreaciones del género negro clásico, como la femme fatale rubia platino que interpreta Diane Kruger. Pero incorpora también algunos ingeniosos juegos que le permiten ironizar sobre estos clichés. Hollywood está en Los Ángeles y hay varias escenas que recrean el rodaje de una cinta de gángsters y más adelante un personaje comenta que nadie supera a Hitchcock creando historias policiacas repletas de sorpresas. Como además tanto el director como el protagonista y el autor de la novela original son irlandeses, se deslizan algunos guiños al respecto, como una referencia a James Joyce.
La trama, muy enrevesada pero bien construida, parte de la búsqueda de un supuesto muerto que acaso no lo esté y haya simulado su fallecimiento. Y se va complicando con la aparición de diversos personajes peligrosos que buscan a una tal Serena, que resulta no ser una persona sino un objeto que contiene algo muy codiciado. Y hasta aquí puedo contar para no hacer ningún spoiler. Siguiendo los cánones del género, la película entrecruza el glamur de la época —exclusivos clubs, mansiones, ropa elegante…— con la sordidez que asoma bajo la alfombra en forma de drogas, prostitución, racismo y violencia. Entre lo mejor de la propuesta destaca la cuidadísima ambientación de época, tema relevante ya que Chandler fue con sus novelas fue uno de los principales forjadores de Los Ángeles —que carecía del poso cultural de Nueva York— como mito literario. Y llegados a este punto les desvelaré un secreto: los muy creíbles escenarios angelinos están en realidad rodados en España. Concretamente en Barcelona y alrededores, incluidos varios pueblos de la costa catalana como Sitges, San Pere de Ribas, Blanes y S’Agaró. Cosas de la magia del cine.
En cuanto a este nuevo Marlowe al que da vida Liam Neeson, la verdad es que el actor se limita a mostrarse en todo momento impasible, en la línea de los vengadores implacables que se ha especializado en interpretar. Para el aficionado al cine, el detective Chandler será siempre Humphrey Bogart en El sueño eterno. También le dieron vida, entre otros, Robert Mitchum en dos películas —Adiós, muñeca y Detective privado— y Elliott Gould en la desmitificadora El largo adiós de Altman (acaso la mejor adaptación, que se tomaba la libertad de saltar en el tiempo y situaba al personaje en el año 1973 en que se rodó la película). Hay otro Marlowe en el cine muy singular, el de La dama del lago de Robert Montgomery. Digo singular porque esta producción hollywoodiense de 1947 era todo un experimento vanguardista: la cámara era la mirada del protagonista y el espectador lo veía todo a través de sus ojos; de modo que el rostro del investigador privado (el propio Montgomery) solo aparecía en pantalla fugazmente cuando se miraba en un espejo.
Dudo que la interpretación de Neeson lo vaya a colocar como unos de los Marlowe inolvidables. Mucho mejor está la veterana Jessica Lange, que logra aparecer temible y seductora a sus 74 años. Y dos magníficos secundarios: Alan Cumming en el papel de un petulante criminal y Danny Huston (hijo de John Huston) en el del inquietante gerente de un club para las élites.
La película, estéticamente elegante y de ritmo sosegado, sabe sobre todo crear un clima y va cociendo a fuego lento la trama. La mayor pega que se le puede poner es que es sobre todo un trabajo arqueológico, que recrea el género policiaco clásico con arquetipos y giros narrativos que el espectador tiene ya muy asimilados. ¿Es imposible resucitar a un personaje clásico de novela policiaca y llevarlo más allá de la mera recreación nostálgica? No exactamente.
En HBO hay ya dos temporadas —la segunda recién estrenada— de la nueva versión de Perry Mason interpretado por Matthew Rhys (está producida por Robert Downey Jr, que iba a ser el protagonista, pero finalmente no pudo por problemas de agenda). La serie es fiel al perfil del abogado creado por Erle Stanley Gardner en 1933 y luce una cuidadísima ambientación de época que recrea el mismo periodo y lugar que Marlowe. Pero al mismo tiempo logra la difícil pirueta de armar unos personajes complejos y unas tramas que permiten lecturas muy contemporáneas. El Marlowe de Neil Jordan es un disfrutable ejercicio de nostalgia. El Perry Mason de HBO es una demostración de que se puede ir un paso más allá con resultados brillantísimos.