'Nido de piratas': la gloriosa canalla del diario 'Pueblo'
Jesús Fernández Úbeda homenajea los años dorados del periódico, en los 60 y 70, en el que coincidieron Raúl del Pozo, Pérez-Reverte y Raúl Cancio, entre otros
Sólo hay una cosa que le guste más a un periodista que escribir en los periódicos: hablar de periódicos, glosar batallitas, bufar de la profesión, renegar de lo que ama. Mirarse al espejo. Mark Twain, que fue un poco de todo (tipógrafo, dibujante, redactor…) plantó en un puñado de cuentos humorísticos el cliché de la prensa canalla. Allí, un tipo cualquiera llega a un periódico agrícola sin distinguir un nabo de una cebolleta, y se echa de primeras a editorializar; otro, un veterano de Tennessee se lía en una balacera con el director de la competencia, en la calle de enfrente, mientras atiende al becario y retoca titulares. «Bien, ese es el modo de escribir: con pimienta y al grano. El periodismo de galletitas con leche me da náuseas».
El periodismo como una derivación del Lejano Oeste. El periodismo como mito, como leyenda, como farsa. «¡Oh, qué placer el de ser redactor!», clamaba Larra en un artículo satírico. Al periodista le gusta, le sigue gustando, su triste estampa, su leyenda negra, la del pianista en un burdel. Incluso hoy, con las redacciones transmutadas en oficinas de consultoría (silencio sepulcral, ya no baja a fumar ni el segurata) o directamente atomizadas y diseminadas por mor del teletrabajo, a uno le gusta escuchar historias de la vieja canalla, ver películas en las que alguien lleva manguitos y visera y escupe al director. Pensar que su profesión fue una vez una cosa excitante, con más influencia, más oportunidades, más calle, menos academia, menos agentes de prensa, menos mamoneo y, para el que guste, más tacos y más alcohol.
Jesús Fernández Úbeda, periodista tardo-millennial, año 89, asegura al inicio de Nido de Piratas. La fascinante historia del diario Pueblo (1965-1984), editada por Debate, que «los periodistas de mi generación nos hemos cocido en unas redacciones asépticas, funcionariales e informatizadas que tienen más que ver con un laboratorio de biogenética que con la jungla de tabaco, whisky y máquinas de escribir del diario Pueblo». Dos mundos bien distintos. Lo que no sabía Úbeda cuando el veneno de la escritura le picó de chaval -y renunció, dice, a ser «el Félix Rodríguez de la Fuente de Ciudad Real»- es que, andando el tiempo, acabaría formando parte en cierta manera de aquella redacción de Huertas, 73 en la que se hacía un periodismo «bronco, caliente, hecho de olfato y de oficio», relata Arturo Pérez-Reverte en el prólogo a este libro.
Fue Pérez-Reverte, explica Úbeda a THE OBJECTIVE, quien lo señaló, lo mandató. «Hace cuatro años escribí con Julio Valdeón un libro sobre Raúl del Pozo, No le des más whisky a la perrita, que me descubrió como escritor. Arturo me tenía ya fichado, pero no sabía cómo corría yo en las distancias largas. El libro le gustó y dijo que tenía que contar la historia de Pueblo». En una cena en La posada de la Villa, en octubre de 2021, Pérez-Reverte, Raúl del Pozo y José María García lo consagran como cronista. ¡Como para decir que no! «Acepté el encargo con un placer fantástico y un vértigo terrible».
Nido de Piratas se centra en los años de mandato de Emilio Romero, cuando el periódico de los Sindicatos Verticales franquistas alcanza los 200.000 ejemplares de tirada, con una redacción joven y temeraria en la que se dan cita los ya mencionados periodistas junto a Rosa Villacastín, Yale, Andrés Aberasturi, Carmen Rigalt, Tico Medina, Raúl Cancio, José María Carrascal y un largo etcétera. Todo o casi todo vale con tal de lograr una exclusiva, una primera página. Desde inventarse una entrevista con Indira Ghandi, como dicen que hizo Tico Medina, hasta vestirse de monja para entrar en La Paz a ver el cadáver del caudillo, como hizo Yale, padre de la escritora Julia Navarro. «Él y sus compañeros eran personajes de película, no parecían reales», señala la autora.
Están todos invitados. pic.twitter.com/CD1AYfjGg1
— Jesús Fernández Úbeda (@jfubeda89) May 8, 2023
Lo primero que habría que decir es que Nido de piratas no es un ensayo, es una crónica vibrante que, haciendo periodismo (más de 30 entrevistas), renuncia al periodismo comparado. Hay mucha leña que podría echarse al fuego al hablar de Pueblo si nos ponemos estupendos, presentistas: el sensacionalismo, el exceso de testosterona, los numerosos fakes, su adscripción a un régimen que a menudo apiolaba desde sus páginas. Sin embargo, una vez se acepta que no van por ahí los derroteros, que su autor quiere más bien meternos a cabezazos en una redacción de época, humeante y con algún revólver en los bolsillos (como en los cuentos de Twain), este libro es una tertulia gozosa, una reunión de veteranos de una guerra hoy perdida por incomparecencia. «Es un periódico hijo de sus días, de una España en transformación. Sí, era un periódico macho pero también aquél en el que había más mujeres en su época, el primero con una subdirectora y una directora adjunta (Pilar Narvión). Era un diario del régimen que en el 73 premia a Salvador Allende. No hay que ceñirse a la brocha gorda», señala Úbeda.
¿Pero qué distingue a Pueblo del resto de publicaciones de su tiempo? «Tenía rotativas propias y un equipo que no había entonces. Vas a la hemeroteca, agarras sus ejemplares y ves que es un objeto precioso -prosigue el autor-. A nivel técnico era mejor periódico que los otros, pero es que además tenía un punto, no sé si salvaje, pero sí más carnívoro que el resto. La pandilla de piratas que se unió en Huertas, 73 es inigualable».
Sus exclusivas eran tan sonadas como los enconos y hasta las peleas que despertaba en la redacción un ambiente tan competitivo. Firmar en la primera página era, en un periódico de tal distribución, un pasaporte a la gloria. Para lograrlo, señala Pérez-Reverte, todo eran esfuerzos conjuntos hasta el sprint final; ahí, dice, los redactores eran capaces de «vender la virginidad de su hermana». Pero, más allá de la sonrisa que pueda despertarnos el filibusterismo, Úbeda, que no quería dejarse llevar por la nostalgia de lo no vivido pero asume que ha sido «un pulso perdido conmigo mismo», destaca en contraste con el periodismo actual el «amor de esta gente por la profesión, ese instinto, esa hambre, la sensación de que el periódico no era un lugar de trabajo sino de vida. Pueblo era un garito, la gente se lo pasaba bien, no iba solo a fichar, iba a vivir y trabajar, a estar con amigos, a ser el número uno. Esa voracidad me gusta mucho y he intentado que sea la médula espinal del libro. Esta es la historia de una pandilla de bucaneros que amaban salvajemente la profesión y querían firmar en primera página».
Algunos de esos salvajes estuvieron, en la última etapa de Pueblo, en el Congreso cuando el «¡Quieto todo el mundo!». Estaban, por ejemplo, cuatro mujeres: Rosa Villacastín, Pilar Narvión, Mercedes Jansa y Julia Navarro. Ante el ataque de nervios de las dos últimas jóvenes, Narvión, veterana, ordenó: «Niñas, ¡ya está bien! Apuntad la hora: esto es lo que dicen los libros de historia que es un golpe de Estado». Tras el 23-F y con la victoria socialista, Pueblo queda disuelto. Ya antes, Suárez le había dado la puntilla con una patada hacia arriba a Emilio Romero, su director más longevo, del 52 al 75.
De Pueblo se diseminaron hacia otros periódicos y revistas un surtido de profesionales que son parte de un tiempo y un modo de hacer prensa muy diferente del actual. Siendo equitativos, ¿caritativos?, habría que decir que las comparaciones son odiosas, injustas; siendo sanguíneos, admitiríamos que mucho de aquel nervio se ha perdido. «Hoy sobra postureo, hay mucho activista en la prensa, pendiente de fusilar o encubrir. En Pueblo no eran monaguillos pero no querían dar lecciones de nada, a diferencia de los que ahora buscan la Verdad con mayúsculas y los que más que informar hacen proselitismo. No aconsejo hacer a nadie lo que hizo Tico Medina con la entrevista a Indira Ghandi, pero que no vengan a dar lecciones de nada a los periodistas que nos precedieron», concluye Jesús Fernández-Úbeda.
Su semblanza de un tiempo ido es ante todo entretenida y se lee, se bebe, con o sin combinado, con una sonrisa. Qué más se le puede pedir a una crónica de 300 páginas.