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La insólita vida nómada de Sergi Bellver

El escritor catalán narra en el libro ‘Blanco móvil’ su radical apuesta por el nomadismo, que le ha llevado a vivir en casas prestadas durante una década

La insólita vida nómada de Sergi Bellver

La insólita vida nómada de Sergi Bellver.

Aunque coincide perfectamente en tiempos con la gran crisis financiera, tanto que parece un caso emblemático, el de Sergi Bellver no responde del todo a ese molde. Lo suyo no fue propiamente una crisis, ni siquiera un desplome, sino un total desmoronamiento. Y luego, una cesura. Entre 2008 y 2012 lo fue perdiendo todo: perdió una pareja, le desahuciaron de casa, rompió con su familia y se quedó solo con un puñado de deudas. Hundido, pensó que valía más la pena huir hacia adelante, echarle un pulso a la catástrofe, que rehacerse con los mismos mimbres que le habían llevado al precipicio. «Estaba en un callejón sin salida y pensé: o reculo, me rindo y vuelvo a trabajar de mil cosas para ser mileurista como mucho o me tiro al monte», explica a THE OBJECTIVE. Apostó por vivir con poco, con casi nada, y hacerse escritor a tiempo completo. 

Hace tiempo que Sergi Bellver (Barcelona, 1971) dejó de llevar la cuenta de ‘sus casas’. Las cifra genéricamente en «un centenar». Cien en diez años; es decir, diez viviendas diferentes por año, a veces por unas semanas, a veces por unos meses. Lo que empezó como una solución transitoria («como mucho dos años») se ha convertido en su insólita forma de vida. A lo largo de una década ha residido en casas prestadas en toda España, desde cabañas perdidas en el campo, casas de pueblo a la que los nietos apenas vuelven, urbanizaciones costeras cerradas en invierno o apartamentos en barrios de extrarradio, pero también impresionantes cortijos andaluces, habitaciones con vistas al mar, viviendas en México, Praga, Marruecos, Estados Unidos… Ha conocido a todo tipo de personas y ha tejido una red de apoyo que le ha permitido vivir con sólo 250 o 300 euros al mes, una vez descontado el alquiler. 

Portada del libro

«He hecho grandes amistades y compañeros, pero yo siempre digo que no lo recomiendo. ‘Chicos, no hagáis esto en casa’. Es una vida bastante ingrata a menos que tengas muy claro qué es lo que quieres hacer», señala. A él, al menos hasta la fecha, poder dedicarse a su vocación sin ataduras y sin gastos, le compensa de la soledad, de la austeridad. Cree que su testimonio en Blanco móvil puede ayudar a mucha gente, no ya a realizar una apuesta tan radical como la suya, pero sí a motivar a los demás a acercarse a sus propios intereses, a apostar en la medida de lo posible y razonable por su vocación. «Este es mi primer libro de no ficción y me daba pudor contar mi historia, pero la editora de Aguilar me lo encargó y al final encontré el modo de comunicar lo que quería. Puede servir a quienes quieran salir de la rueda del hámster si no están satisfechos con su vida», añade.

Sergi Bellver se ha apretado el cinturón hasta donde no quedan agujeros. En una sociedad consumista en la que ‘vivir con menos’ o ‘decrecer’ son meros eslóganes de moda, él va por ahí con menos que nada: «Sólo una maleta de cabina de avión y la funda del portátil». Sus libros, los que no vendió, quedaron en un trastero. Cocina en casa, no sale a restaurantes, sólo compra la ropa imprescindible cuando los zapatos ya no dan para más, cuando se les ven las clavijas. No pasa de sus 300 euros de gastos y en contadas ocasiones se permite un viaje, como a Marruecos, donde le pilló el confinamiento. 

Sergi Bellver

«La gente que piensa que soy un aprovechado por ahorrarme el alquiler no me conoce. Y, además, ahorrarte un año podría colar, ¿pero diez años viviendo así? Pagas unos peajes de austeridad absoluta, no pido un duro y he aprendido a vivir con esa austeridad a rajatabla, en soledad, con la incertidumbre de buscar sitio. Sabes que no puedes construir relaciones sólidas ni sentimentales». Con todo, le ha compensado. En este tiempo ha publicado numerosos libros y, pasados los 40, pudo por fin dar curso a una vocación creativa frustrada por un padre autoritario. Ha vivido a su manera, encontrando esas ‘habitaciones propias’ de las que hablaba Virginia Woolf en casas de otros, a los que compensa manteniéndolas, cuidando a sus animales o proporcionando compañía a otros pájaros solitarios. «La experiencia me ha dado más tolerancia y respeto a los distintos puntos de vista. He convivido o tratado con personas de toda clase social e ideas políticas, todo tipo de familias», asegura.

Lo suyo, cree, nada tiene que ver con ese nomadismo digital de post de Instagram. «Los nómadas digitales que me he encontrado por ahí son migrantes oportunistas económicos, personas de países ricos, anglosajones, que se van a Málaga o a Canarias o donde sea y allí viven más barato que en sus países pero como sultanes, en pisazos. En Fuengirola conocí una comuna de anglosajones de este tipo que ni siquiera habían aprendido español. El nomadismo digital se ha romantizado, se ha puesto de moda, pero eso no es lo que yo hago»

Fuera de clichés, Bellver sí opina que «como sociedad, poniéndome estupendo, diría que tenemos que ir hacia cierto nomadismo en el buen sentido de la palabra: trabajar lo necesario y acumular la necesario sin depredar el entorno. Entrenar en la austeridad es algo que estaría bien para todos, al menos un poco, no de manera tan radical como yo». Asegura que la vida nómada, para él, va tocando a su fin. Volverá a ser sedentario más pronto que tarde, «ya voy teniendo ganas de tener mi espacio». «A mí me gusta vivir bien, comprar ropa, salir a cenar, viajar, como a todos, pero si vuelvo a ser ‘normal’, habré sacado de esta experiencia la enseñanza de que puedo vivir con lo necesario y no acumular cosas superfluas, y eso una vez lo entrenas, te queda», apunta. Paralelamente, se lleva una panorámica excepcional sobre la situación de la vivienda en España. «He vivido en urbanizaciones enteras pensadas para el veraneo, en bloques de 80 viviendas con solo dos vecinos en invierno, también en pueblos en los que la mitad de las casas están vacías. El problema es que las oportunidades se concentran en las grandes ciudades, Madrid y Barcelona, pero en España hay como tres millones de casas sin habitar. Hace falta consenso de todas las partes porque los jóvenes lo tienen crudo para independizarse», concluye.

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