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Cultura

El hiperrealismo sucio de Galo Abrain

El articulista publica ‘Morfina. Anatomía de una generación sedada’, un debut de no ficción en el que diserta sobre los subterfugios de su generación

El hiperrealismo sucio de Galo Abrain

Galo Abrain y la portada de su nuevo libro

Galo Abrain es hiperbólico en su expresión, y también en su contenido. Es un torrente que se niega a resumirse, que no trabaja la elipsis, que exuda verborrea y tiende a la yuxtaposición de ideas alocadas. También es joven, dirán algunos. También honesto, dirán todos. El cinismo le queda lejos, y eso no se lo puede negar nadie al articulista que debuta en narrativa con Morfina. Anatomía de una generación sedada (Editorial Rosamerón), la obra de no ficción -a caballo entre la novela y el ensayo- con la que pretende poner en solfa a su generación. 

Con los mimbres que aprendió de los cestos de Tom Wolfe, Carrère o su admirado Gay Talese, Abrain se lanza en plancha a analizar las coordenadas modernas partiendo de sus propias experiencias, en un ejercicio de Nuevo Periodismo, como él lo llama, que ya ciertamente no es tan nuevo. Y no se deja nada por contar por eso, porque le ha declarado una particular guerra a la elipsis: leer Morfina es zambullirse en todas las experiencias más o menos iniciáticas del autor contadas sin filtro alguno, desde sus más escabrosas peripecias sexuales hasta sus flirteos, en este caso, con las drogas. 

«He querido contar todo aquello que parece que nadie quiere decir. He mentado al elefante que hay en mitad de la habitación y al que nadie quiere hacer referencia, y al mismo tiempo he podido desgranar una serie de frustraciones y miserias personales que me parecían muy características de la época que habitamos», reflexiona al respecto. Le preguntamos si no le da pudor lo expuesto que queda con alguno de estos pasajes y, por extensión, con la suma de todos ellos. Niega en redondo: «¿Me quieres tildar de pornógrafo? Ya te he dicho yo que lo soy. ¿De frívolo? Ya te estoy diciendo que lo soy, al fin y al cabo quién no lo es. Quien no se diga parte de estas variaciones de lo correcto, miente. Me parece maravillosa una frase: ‘Quien luce como ángel guarda cien demonios por dentro’. No somos ángeles, somos gente perversa, con fetiches raros que te cagas: Internet da fe de ello», sentencia afilando, aún más, la lengua. 

Portada del libro

Por eso, Abrain se empeña en mostrar, a lo largo de estas páginas, la galería de personajes reales que, a su juicio, incurren también en dobles morales o en atajos fáciles para sortear lo que les ha tocado vivir. Por ejemplo, los habitantes de una suerte de casa okupa catalana, que viven entre la aparente ruina pero tienen los bolsillos saneados por sus pudientes padres y un Mac en cada cuarto. A ellos, por ejemplo, los acusa de encarnar el victimismo para no pelear (de verdad) por su presente: «Hay una serie de patrones, como el victimismo, en los que nos enclaustramos voluntariamente con el beneplácito de la sociedad de mercado para precisamente sentirnos mejor nosotros mismos. Cuando tú eres consciente de que no tienes ninguna oportunidad de conseguir algo, vas a entrar motu proprio en la narcotización de sentirte una víctima para obtener réditos. Tú no conquistas tus objetivos, das pena para lograrlos, para que te los den», reflexiona el escritor. 

De ahí el título que, aparte de referir a Morphine, una banda de rock alternativo de los 90 que Galo admira, habla de esa droga que «aceptamos que nos inyecten cuando nos están operando o sentimos un gran dolor», como él mismo apunta. «Está socialmente aceptada porque pertenece al rango de la curación. Y mi idea era hablar también de cómo nos habíamos adormecido en cuanto a la importancia de creer en el amor». Para no sufrir, se entiende. Para amorfinarnos.

Y en ésas entra Lola, por ejemplo. Otra de las pintorescas historias que salpican Morfina la encarna ella, una mujer en la cuarentena que había saltado de cama en cama (como la canción de Café Quijano, mira por dónde), convencida de que nadie podía allanar su casa ni su fuero más interno, pero que ahora se sentía profundamente desnortada en su isla desierta de verdades. Sobre ella habla así Abrain: «Lola por ejemplo pertenecía a esa generación que había vivido el rebufo del 68 y se había considerado una mujer individual y no dependiente de nadie. Pero había caído en otro engaño, la presunción de que esa soledad autoconvencida le iba a hacer feliz siempre, y no es verdad. De pronto, una mujer que había rechazado tanto el amor se había visto sola».

Galo lo dice durante la entrevista con THE OBJECTIVE: «La obra no es nada concesiva conmigo mismo. Soy el que menos se salva de todo. Cuando ya te has presentado al mundo en todos tus patetismos, ¿quién te va a poder atacar?», pregunta retóricamente. Y así es: el autor expone su propia ruina emocional que atraviesa tras la primera gran ruptura de su vida, y el vacío que enfrenta a partir de ese momento. «El amor es una gran revolución, y creer en el amor es de las cosas más anticapitalistas que podemos hacer». Y él a lo largo de la obra intenta amar, pero más allá de esa primera y profunda historia de amor con la que el libro comienza, todos los demás son intentos baldíos. El corazón tiene unos plazos para volver a la tarea cuando uno lo ha usado de verdad. Eso también se extrae de esta lectura. 

Habrá quien pueda decirle a Galo que no abre el espectro para contar desde otro punto de vista (de hecho, confiesa que se lo han dicho ya), pero el autor sale al paso diciendo que eso, quedarse en su ángulo de visión y ser hiperrealista, al estilo del noruego Kark Ove Knausgard (otro de sus referentes) era justo lo que ambicionaba en este debut: «Como obra de no ficción no me podía permitir el lujo de abrir un espectro más allá de lo que yo soy, porque si no estoy mintiendo. Quería una obra extremadamente sincera, a pesar de las consecuencias. También quería hacer reír, hacer la chanza: el humor es imprescindible». 

¿Quieren leer una pequeña muestra de esa sinceridad extrema, honestidad brutal, que decía aquél? La dejamos para el cierre: «Las buenas aventuras son resultado de un perfecto equilibrio entre riesgo y control, azar y elección, tensión y seguridad. Y aquel petardo de delitos a la autoconservación pudo excederse demasiado, como una acupuntura china malograda que trasciende al músculo y se escapa al hueso. Algo nacido de la inconsciencia y el error. Pero, honestamente, no termino de arrepentirme. Al menos ahora sé que he estado allí, en las bragas húmedas y exquisitas de la locura, y aunque no mola tener que pasarse varios días en plan oveja aterrada, como me ocurrió, creo que mereció la pena». Hay hoyos profundos y peligrosos, y el autor amante del (hiper)realismo más sucio ha metido el cuerpo entero en varios para escribir este libro. Acompañarle en la travesía es una experiencia más asequible y segura que la suya, pero también fascinante. 

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