'Sade': una exposición solo para adultos
La muestra del CCCB, ‘La libertad o el mal’, explora la vigencia del marqués en el arte, la literatura, el cine y el pensamiento desde el siglo XX hasta el presente
En el ya lejano 1995 vi en el Centro Pompidou de París una de esas exposiciones que marcan época: Féminimasculin. Le sexe de l’art, un exhaustivo recorrido por el uso transgresor de la sexualidad en el arte contemporáneo. Ahora el CCCB de Barcelona presenta Sade. La libertad o el mal, comisariada por AlycCe Mahon y Antonio Monegal, y abierta hasta el 15 de octubre. Aunque más acotada y sin la apabullante presencia de obras de primerísimo nivel de la muestra del Pompidou, porque es obvio que el CCCB no tiene el músculo expositivo del centro de arte parisino, la propuesta barcelonesa tiene una similar ambición conceptual, centrada en este caso en la influencia del marqués de Sade en el arte, la literatura, el cine, el cómic y el pensamiento desde el siglo XX hasta el presente.
La exposición -¡oh, sorpresa!- no permite la entrada a menores de 18 años, lo cual no es un hábil reclamo publicitario para atraer a las masas a los museos, sino que está plenamente justificado por la explícita crudeza de algunas de las obras exhibidas. La interesante idea motora de la muestra es rastrear las resonancias del divino marqués en la producción cultural contemporánea. Y lo hace desde varios ángulos: desde la exploración de lo que ahora llaman sexualidades no normativas; desde la transgresión de los límites de los códigos morales, y desde la lectura política del personaje como revolucionario que cuestiona el orden establecido. Figura controvertida, incómoda y retadora, Sade permite todas estas reinterpretaciones a partir del dilema -o falso dilema- que plantea su obra y que recoge el título de la exposición: La libertad o el mal.
Donatien Alphonse François de Sade (1740-1814) fue un aristócrata que pasó buena parte de su vida en prolongadas estancias en prisiones y manicomios debido a sus perversas aficiones sexuales. Su suegra se convirtió en su archienemiga y puso especial empeño en encerrarlo, pero también tuvo que responder de las acusaciones de diversas prostitutas que lo denunciaron por azotarlas o tratar de envenenarlas con un supuesto afrodisíaco. El marqués daba además rienda suelta a sus fantasías sexuales en libros que forman parte de la nutrida tradición francesa de la novela libertina. Su literatura es en realidad soporífera, pero transpira una suerte de primaria filosofía del mal que lo ha convertido en fuente de inspiración para quienes han visto en él a un príncipe de la transgresión, un agente provocador, un proscrito. En el fondo, Sade es un contenedor que admite muchos contenidos, un estandarte que cada cual puede enarbolar según más le convenga a su vocación transgresora, como queda patente en las diversas lecturas sadianas -o presuntamente sadianas- que recoge la muestra. A la que, por cierto, hay que reconocer osadía, porque, en estos tiempos de doctrinaria corrección política, la figura de Sade es mucho más problemática y correosa que, por ejemplo, en los desmelenados años 60 y 70 del pasado siglo.
A diferencia de otros perversos históricos que han acabado en leyenda por sus crímenes, como la húngara Erzsébet Báthory, la condesa sangrienta, que se bañaba en sangre de muchachas vírgenes asesinadas en busca de la eterna juventud, o el mariscal francés Gilles de Rais, violador y asesino serial de niños y adolescentes, Sade, hasta donde sabemos, no llegó tan lejos y sublimó sus fantasías más aberrantes a través de la literatura. Él mismo lo dejó escrito: «Soy un libertino, lo admito; he imaginado todo lo que pueda imaginarse en este género, pero desde luego no he hecho todo lo que he imaginado, y desde luego que nunca lo haré. Soy un libertino, pero no soy un criminal ni un asesino». Este sería el único asidero moral de quien profanó todos los límites y rompió todos los tabúes. Aunque sí dio rienda suelta a sus pulsiones sexuales violentas, por las que su nombre dio origen a la parafilia del sadismo (el más modesto escritor austriaco Leopold von Sacher-Masoch sirvió para bautizar el masoquismo).
Olvidado durante el siglo XIX, Sade fue redescubierto en los albores del XX por las vanguardias, que vieron en él -como en otros malditos como Lautreamont- al adalid de la ruptura con la moral burguesa establecida. Guillaume Apollinaire fue su primer vocero con una antología de sus textos, rescatados del «infierno de la Biblioteca de Francia», en 1909 (para entonces, él mismo ya había escrito su propia novelita pornográfica y poliperversa: Las once mil vergas). Después, el editor Maurice Heine inició en 1926 el meticuloso rescate editorial de las obras del marqués.
André Breton y los surrealistas idolatran a Sade llevados por su vocación de épater le burgeois, subvertir el orden establecido a través de la provocación y celebrar la sexualidad libre de tabúes (o de algunos tabúes que les convenían, porque hay unas famosas fotos de un picnic en 1937 de Paul y Nush Eluard, Man Ray, Roland Penrose, Ady Fidelin y Lee Miller en las que ellas aparecen desnudas, muy liberadas, mientras que ellos lo único que han liberado es el botón del cuello de la camisa). Son los surrealistas los que hacen un uso artísticamente más estimulante del marqués. Hay en la exposición piezas -no siempre mayores- de figuras como Dalí, Buñuel, Man Ray, André Masson, Leonor Fini, Giacometti y Matta y las fotografías de fantasías sádicas de Hans Bellmer. A destacar la brillante idea de incluir obras de una artista excelsa, pero menos conocida que sus compinches varones, la checa Toyen.
Conectados con los surrealistas están Pierre Molinier, que se autorretrataba travestido en perturbadoras fotografías que plantean el juego de las identidades sexuales, y dos artistas que trabajaron entre otros géneros la performance: Jean-Jacques Lebel y el canadiense Jean Benoît. Este último llevó a cabo en 1959 la performace Exécution du Testament du Marquis de Sade, que finalizaba con él desnudándose y marcándose en el pecho con un hierro candente el nombre de su ídolo. Y es que buena parte de estos performers -piénsese en los accionistas vieneses- están a medio camino entre la exploración artística extrema y la mera patología mental.
En el ámbito de la fotografía, pero ya avanzada la segunda mitad del siglo XX, hay obras de Nobuyoshi Araki, una suerte de Bellmer japonés por sus imágenes de bondage que lo hicieron mundialmente célebre y polémico, aunque su producción va mucho más allá de estas imágenes escandalosas. Está también representada la serie sadomasoquista de Mapplethorpe, un manierista sobrevalorado gracias a su enfermizo empeño por triunfar y al impacto de sus fotos de sado gay, que él mismo practicaba. Si Mapplethorpe combina la crudeza con la estilización que proporciona el blanco y negro y el posado, la fotoperiodista Susan Meiselas muestra a todo color y sin aura alguna la cotidianeidad y las escenificaciones tirando a ridículas de un club de sado neoyorquino en la serie Pandora’s Box. Pero incluso estas fantasías sexuales sadianas han acabado siendo deglutidas y domesticadas por la cultura mainstream, convertidas en inocuo divertimento revestido de transgresión, como bien ejemplifica el bochornoso best-seller Cincuenta sobras de Grey de la escritora E. L. James. En cambio, sí son genuina y radicalmente transgresoras -gusten más o menos- las propuestas performativas de Angelica Liddell, la coreógrafa Candela Capitán y la estadounidense de origen tailandés Shu Lea Cheang.
En la segunda mitad del siglo XX, Sade empezó a interesar además de a los artistas, a los pensadores, sobre todo franceses, que exploran una lectura más compleja del autor, llevándolo a una dimensión política y filosófica. Simone de Bouvoir se pregunta en un ensayo ¿Hay que quemar a Sade? y reta a leerlo por los dilemas que provoca. Pierre Klossowski (también dibujante muy sadiano y hermano del exquisito y hoy cuestionado Balthus) escribe otro libro fundamental: Sade, mi prójimo. Y la figura del marqués también interesa a Maurice Blanchot, Bataille, Deleuze, Foucault, Barthes y Lacan. Además, en 1967 -vísperas del mayo francés-, le dedica un importante monográfico la revista Tel Quel, uno de cuyos fundadores fue el gran reivindicador de los libertinos Philippe Sollers, recientemente fallecido.
La exposición incluye varias obras que, partiendo de estas lecturas políticas, reflexionan sobre la violencia, como las imágenes de sombras chinescas de la afroamericana Kara Walker en torno al pasado esclavista de Estados Unidos; la vindicación de los derechos humanos del argentino Marcelo Brodsky en la serie Traces of Violence o el impresionante mural compuesto por portadas de diarios sobre los feminicidios de Ciudad Juárez de la mexicana Teresa Margolles.
También en el cine está presente la sombra de Sade: desde subproductos porno como la Justine del incansable Jesús Franco, con Klaus Kinski y Romina Power, hasta la violencia amoral de La naranja mecánica de Kubrick y Funny Games de Haneke, pasando por el indigesto alegato político de Pasolini en Saló o los 120 días de Sodoma. Al cine llevó Peter Brook una de las mejores obras inspiradas por la figura del marqués: la pieza teatral Marat/Sade de Peter Weiss. Parte del hecho real de que, en su último encierro, en el manicomio de Charenton, el aristócrata montó representaciones teatrales con los internos. Sade el loco, el comediante, el abyecto, el subversivo, entre lo sublime y lo ridículo, entre lo transgresor y lo patológico, entre lo revolucionario y lo criminal, sigue siendo hoy un acicate para provocar y perturbar, al menos en el espacio acotado de un museo.