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Cultura

Iván de la Nuez y el mundo postdemocrático

El crítico de arte y ensayista cubano conversa con THE OBJECTIVE sobre su ensayo ‘Posmo’, en el que indaga en los efectos culturales del nuevo orden mundial

Iván de la Nuez y el mundo postdemocrático

Iván de la Nuez | Cedida por el autor

La muerte es una anécdota, el pistoletazo de salida, que funge como hilo conductor del nuevo ensayo del comisario, crítico de arte y ensayista cubano Iván de la Nuez (La Habana, 1964). En Posmo (Consonni, 2023), todo comienza en La Habana en el año 2015 cuando el autor va a cancelar la libreta de abastecimiento alimentario de su padre, quien había fallecido hace poco y «que, por razones obvias, ya no necesitaba».

Al entregar la tarjeta de defunción, la funcionaria del Estado cubano le dice al autor: «Mi vida, ¿tú te has fijado bien quién es el muerto en este documento?» El muerto era él y no su padre. Este «hecho insólito» termina siendo atribuido a un error burocrático y es el punto de partida para comenzar la primera crónica ensayística de Posmo, donde la muerte y el fracaso se van filtrando en otros tópicos como el mundo del arte, la democracia, el colonialismo o lo caribeño, conceptos trabajados anteriormente por Iván de la Nuez.

«Creo que la solemnidad nos está matando», comenta el autor y ratifica que el libro podría estar plagado con citas de José Martí sobre la muerte que son «maravillosas», pero él escoge jugar con el concepto de muerte de su maestro Benítez Rojo, quien le comentaba en intimidad que, al momento de tener un infarto, él prefería no ver la luz al final del túnel y «allí comprobó que morirse en buenísimo». Con esta frase como epígrafe comienza Posmo, así de la Nuez le quita solemnidad a su propio ensayo y marca un inicio de pensamiento donde la muerte, el fracaso y lo fallido impregnan todo.

PREGUNTA.- ¿Este ensayo bebe mucho de lo que hoy día muchos acuñan a las llamadas guerras culturales?

RESPUESTA.- Algo bebe, pero no hasta llegar a la borrachera o el empacho, porque soy escéptico y a la vez crítico con las guerras culturales actuales. Me molesta, por ejemplo, que los culturalistas hayan copiado todo lo que ha dicho la academia americana para incorporarlo a la sociedad. Que sean muy anti-imperialistas en el discurso ideológico, y a la vez tan pro campus norteamericanos en el discurso cultural. Pero del lado opuesto tampoco encuentro mucha enjundia. De hecho, y bajo el efecto de la desindustrialiación galopante, la guerra cultural española parece darse entre quienes quieren convertir las fábricas industriales en fábricas de creación y los que quisieran devolver esas fábricas de creación a su condición de fábricas industriales, pero eso no va a ser posible. Todo el mundo habla de la caída de las dictaduras del proletariado, pero pocos hablan de la caída del proletariado a secas. Porque, aparte de lo infames que fueran esas dictaduras, lo que empezó a cambiar en 1989 fue un modo de producción que se ha ido ajustando desde entonces atravesando hitos como la crisis financiera de 2008 o la pandemia.

P.- ¿Por qué sigue el pensamiento binario de la Guerra Fría?

R.- Ese mismo año que cae el muro de Berlín sale Microsoft, cae el PC [Partido Comunista] y se expande el otro PC [Personal Computer]. Cambia el sentido y el modo de producir. Por eso me parece un debate superfluo el encono entre culturalistas y obreristas -posmos y antiposmosmos- en la guerra cultural de una izquierda española entretenida en esa situación de dicotomía entre la clase o las identidades. Esto no es nuevo, por otra parte, recuerda que ya los soviéticos acusaban al Che Guevara por no seguir las líneas del partido y acabaron sacrificándolo en Bolivia. ¿Quién le diría posmo ahora y, además, saliera ileso?

P.- ¿Las ideologías ya son parte de ese museo del comunismo?

R.- Las ideologías existen, pero están bastante folclorizadas en las guerras culturales. Ocurre, por la parte comunista, con la Ostalgia, que es una nostalgia del mundo de Europa del Este, con un industrialismo bucólico como el que produce un pintor tan imitado como Neo Rauch, que sustituye a Deineka en el imaginario post-soviético. Por la derecha, aquí particularmente, hay también una nostalgia por los toros, el origen, el pasado imperial, como pasa con las políticas culturales del PP o las evocaciones de Vox.

P.- ¿Qué le ha hecho la nostalgia ideológica al mundo o a España?

R.- Le ha servido de paliativo a un mundo que no encuentra nuevos modelos y que ha salido de la Guerra Fría viendo triunfar lo peor de ambos mundos. O para no admitir que estamos en un mundo postdemocrático. O para licuar la diferencia entre el capitalismo y el comunismo en una contraposición fetichista que se dirime en el mercado. Después del desplome del comunismo, hemos vivido la caída de la socialdemocracia y, en breve, del liberalismo. Por eso hoy no son las huestes comunistas las que están tumbando la democracia, sino gente como Donald Trump o Bolsonaro. El divorcio entre capitalismo y democracia liberal es el preámbulo de una implosión muy grave en ese sentido que solo está en sus inicios.  

«El problema con el arte es que se politiza en la medida que la política se performatiza»

P.- ¿Cómo podemos trasladar eso a tu área, al mundo del arte? ¿El arte como performance pierde validez?

R.- El problema con el arte es que se politiza en la medida que la política se performatiza, pero el arte (al menos el que a mí me interesa) consiste en cambiar el lenguaje. No hay que hablar nunca con el lenguaje de la política ni consentir que esta se dedique a premiar el canon que ha establecido a base de afinidades ideológicas. También entiendo que todo esto es contradictorio y que los que estamos en este mundo somos parte del infierno, por más que nos guste afirmar, con Sartre, que ese infierno son «los otros». Así que no es difícil oponerse a un autoritarismo en tu país y vender tu obra en, pongamos, los Emiratos. O participar de la gentrificación de Brooklyn, Barcelona o Carabanchel, donde el arte es una avanzadilla de la especulación capitalista que crítica en todos los museos. Yo sí pienso que el arte tiene una función, pero no todas las funciones; que todo puede ser arte, pero no todo el tiempo. El arte es un ordenamiento o, desordenamiento, estético de la huella humana. Solo que cuando tienes el pie izquierdo en la plaza pública de la indignación y el derecho en los petrodólares, debes administrar tus ínfulas redentoras.

P.- ¿Cómo lo que dice Agustín Fernández Mallo en su último ensayo?

R.- Con Agustín compartimos muchas cosas, nos hemos presentado nuestros respectivos libros y respeto mucho su carrera y, sobre todo, cómo la ha conseguido. Creo que coincidimos en que hoy no existe nada fuera del capitalismo. Donde no coincidimos es en la duración de esa totalidad. Porque, si no lo he entendido mal, él piensa que ese capitalismo ubicuo es prácticamente eterno, y yo creo que está dando sus últimas pataletas entre la implosión, la extinción y la inercia hacia la caída que experimenta desde que se vino abajo su antagónica pareja de baile en el siglo XX.

P.- Ante tanta polarización en modo Guerra Fría, ¿cómo se genera un nuevo sistema? ¿Cómo no se es posmo? 

R.- Al identificar lo posmo con lo post mortem me sitúo en esa zona en la que no se avistan modelos relativamente idóneos o surgidos desde la perspectiva de una ruptura y una inconformidad con el presente. El modelo más socorrido actualmente es el de «Esto es lo que hay». No es que no tengamos modelos, pero sí que casi todos son variantes de ese modelo chino, una mezcla de autoritarismo y capitalismo, que se ha adueñado cuantitativamente del mundo. Aquí volvemos a las parejas de baile, y al hecho obvio de que comunismo y liberalismo forman parte de la misma corriente de extinción de estas sociedades postdemocráticas en las que ya solo actúan como una coartada cínica, como arqueología, como una nostalgia enmarcada para su propio museo. 

«El problema de España es que todo su debate intelectual es nacionalista, porque el mercado así lo ha decidido»

P.- En tus ensayos eres muy autocrítico contigo, con Cuba y con España y, volviendo al mundo del arte, comentas el tema del colonialismo. ¿Crees que la visión del arte en España con respecto a lo colonial hay una renovación de miradas?

R.- Creo que la conciencia social española no acaba de entender que eso que pasó fue terrible, o que la trata de esclavos fue un holocausto. El problema de España es que todo su debate intelectual es nacionalista, porque el mercado así lo ha decidido. Se ha construido un nicho editorial muy ombliguista desde el que no avanzamos. Pregúntate cuántos ensayistas españoles están traducidos en el mundo. ¿Por qué el ensayo español no le habla al mundo? En cambio, sí asume anglicismos de todo tipo. Jamás había sido tan nacionalista el medio intelectual español. En cuanto a Cuba, lamento repetirme. Pero allí no habrá una democracia liberal, que es hoy tan utópica como el paraíso socialista del que hablan los dirigentes de ese país. Cuba va a pasar de ser un régimen pre-democrático en términos liberales a un régimen post democrático en términos neoliberales, y eso estoy dispuesto a apostarlo. La prueba es que, probablemente, el país no ha estado peor que ahora, pero, al mismo tiempo, nunca ha encajado mejor en el mundo que ahora. En ese  mundo tan capitalista y tan poco democrático que se expande por todos lados. Ese mundo que hace mucho tiempo no conviene limitarlo a Europa occidental y Estados Unidos. 

P.Hablando de literatura, hay varios fragmentos que no son ensayo, ni crónica, ni memoir, son ficción. ¿Es un nuevo género a explorar de tu parte?

R.- En el año 98, Carmen Balcells se leyó mi ensayo La balsa perpetua y me dijo: «¿La novela para cuándo?» Pero, muy a pesar de mi bolsillo, siempre he querido reivindicar que todo lo que hago es ensayo. Es verdad que en todos mis libros están esas zonas narrativas, y que en Posmo se ha extremado con sueños, cuentos, poemas, un SMS, un cuento de navidad, un certificado de defunción. También en todos intento revolverme contra esa idea industrial que habla del ensayo como no ficción, porque a veces en lo que se llama ficción hay más verdad. Decía Artaud aquello de «nunca real, pero siempre verdadero». Me parece una buena brújula y un estandarte sobre lo que debería ser el arte. 

P.- El título del libro justamente juega con esa ampliación del lenguaje. Usas posmo como un silogismo…

R.- Claro que hago trampa, en parte porque estoy aburrido, y entonces juego a decir que soy posmo, pero de post mortem dejando para el final mi valoración del posmodernismo tardío. Es un título que apuesta al silogismo, pero una vez que te crees una noticia como esa de tu propia muerte, que te asumes como un fantasma, lo sientes como una liberación. Eso se ve en el desparpajo de  este libro y, espero, en el de los que vengan después. Ya si es una cosa u otra está empezando a darme lo mismo.  

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