La música a través de la mirada de Daniel Barenboim
Acantilado publica el ensayo ‘La música despierta el tiempo’ del aclamado director de orquesta argentino, en el que explica su teoría del sonido y del silencio
En 2001 el pianista y director de orquesta Daniel Barenboim (Buenos Aires, 1942) enfureció a mucha gente, en el Festival de Israel celebrado en Jerusalén, tras dirigir la obertura de Tristán e Isolda de Richard Wagner como segundo bis, rompiendo así un tabú y convirtiéndose en el primer músico que se ha atrevido a interpretar a Wagner en Israel (el compositor alemán es considerado antisemita), desde que en 1936 lo hiciera Toscanini. Su valiente concierto en Jerusalén en aquel lejano comienzo del siglo le valió ser declarado persona non grata en el país al que fuera a vivir cuando tenía 10 años.
Barenboim ha actuado también en Cisjordania para demostrar que simpatiza con los palestinos. El gobierno israelí le dijo que sería demasiado peligroso ir a Ramala, pero él fue a la ciudad por la noche para dar un recital de piano. Convencido de que la música es lo mejor para tender puentes, en 1999 fundó la Orquesta West-Eastern Divan con la ayuda del profesor palestino-estadounidense Edward Said, amigo íntimo suyo. La orquesta reúne cada verano a jóvenes músicos israelíes, palestinos, jordanos y libaneses. Una iniciativa por la que ambos recibieron el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 2002 y por el que Barenboim fue candidato al Nobel de la Paz en 2011.
«No nos consideramos un proyecto político, sino más bien un foro en el que los jóvenes procedentes de Israel, Palestina y los países árabes pueden expresarse con libertad y abiertamente, al tiempo que escuchan el relato del otro», escribe Barenboim en el libro La música despierta el tiempo (2023), publicado recientemente por Acantilado. La aparición de este volumen en español es un gran acontecimiento porque no se trata solamente de un libro para los entendidos de la materia, sino más bien de un texto erudito y filosófico (al menos la primera parte), que expresa la visión sobre la música y la vida, el silencio y el sonido, la diferencia entre el oír y el escuchar de uno de los directores de orquesta más consagrados de la actualidad.
De hecho, este libro casi parece haber sido escrito por dos personas diferentes. La primera parte, el «Preludio», se podría describir como su propia teoría de la música, –que abarca «Sonido y pensamiento», «Escuchar y oír» y «Libertad de pensamiento e interpretación», entre otros–. En ella el maestro Barenboim se explaya sobre el significado del sonido y del silencio, los matices de una sinfonía e investiga cómo el oído oye, escucha «activamente» y traduce en sentimiento, emoción. En la segunda parte, «Variaciones» –compuesta por artículos del compositor publicados en diversos medios, conferencias o entrevistas, en las que habla sobre Furtwängler, Mozart o Don Giovanni, por ejemplo–, el lector se encuentra otro Barenboim: más accesible, amigo de compositores vivos y muertos… se vuelve un poco más afable y jocoso en su tono.
El sonido, el oído y la teoría del silencio
La perla de estas páginas es la reflexión de Barenboim sobre la interdependencia entre el sonido y el silencio y el paralelismo que establece entre vida y música a partir de ese hondo pensamiento. «La música se expresa a través del sonido, pero el sonido no es en sí mismo música, sino tan sólo el medio por el que se transmite el mensaje o el contenido de la música», escribe. Según el director de orquesta ese sonido no puede existir por sí mismo, tiene una relación «permanente, continua e inevitable» con el silencio. Por decirlo de otra manera, la primera nota siempre mana del silencio que la precede. «El sonido no permanece en el mundo: se desvanece en el silencio. Esa es la esperanza de vida de yna sola nota: es finita, la nota muere». Al no ser indefinido ese sonido, recuerda a la vida misma. El tiempo en este mundo es limitado, al igual que lo es una nota suspendida entre dos silencios. «La música es un reflejo de la vida, pues ambas empiezan y terminan en la nada».
Otro punto interesante es su razonamiento sobre el oído. Según él, nosotros delegamos más atención a la vista y el oído queda en segundo plano. «Dependemos del ojo como medio de supervivencia. Entretanto, la relegación del oído empobrece aún más el sentido de la audición. De hecho, nos anima a oír sin escuchar». Sin embargo, el ser humano es capaz de cerrar los ojos cuando desee, cosa que no sucede con la parte auditiva: «El sonido es un elemento que penetra físicamente y sobre el que el ser humano no tiene control».
Para ello vuelve de nuevo a Wagner y propone como ejemplo su diseño del teatro, el Festspielhaus de Bayreuth, donde la orquesta se encuentra cubierta, a 11 metros debajo del escenario. De esta manera la orquesta queda completamente invisible para el público. Wagner pretendía, en palabras de Barenboim, «separar el oído del ojo, impidiendo que el espectador pudiera advertir el momento en que la música estaba a punto de empezar». De la misma manera, la obertura no era una simple melodía, sino que funcionaba como un tráiler de la ópera, una síntesis de lo que iba a suceder en las cinco horas siguientes. Véase el preludio de Tristán e Isolda, por ejemplo. «Wagner creía que la obertura no sólo debía infundir en el oyente el estado de ánimo adecuado, sino también transmitirle una premonición de lo que iba a suceder en el drama». Sentencia Barenboim: «Primero hay que comprender con el oído, y sólo después debemos percibir con el ojo». Eso es muy difícil con la actual moda de la «música ambiente» en casi todos los lugares que visitamos.
‘Muzak’ y la educación musical
En la primera parte Barenboim escribe sobre causas que le preocupan como, por ejemplo, la falta de una buena educación musical en las escuelas y el ruido que nos rodea. La falta de «sensibilidad auditiva», la degradación de la música en las tiendas de ropa, en supermercados, en anuncios y el no prestar atención en profundidad, sino escuchar melodías «de fondo». El músico opina que oímos, pero no escuchamos, sin embargo, su convencimiento fundamental es que «escuchar música entraña también oírla, para comprender el relato musical. La escucha es audición más pensamiento; de modo parecido, el sentimiento es emoción más pensamiento».
Barenboim proyecta una luminosa crítica al fenómeno denominado muzak. La empresa Muzak, que debutó en 1934, se basaba en la idea de que una banda sonora pegadiza puede poner a los consumidores en estado de compra. La empresa encontró un nicho en el suministro de música grabada a empresas, especialmente hoteles, restaurantes y clubes exclusivos. «Es imposible –escribe– que la muzak ofrezca una experiencia plena de la música, pues la música exige silencio y una concentración absoluta por parte del oyente. El consumo pasivo sustituye a la participación del intelecto». Para el dirigente es un error usar fragmentos de importantes obras musicales para empapar la cultura popular, pues esa no es la manera en la que se solucionará la crisis de la música clásica, sino que más bien si se sigue así, se deteriorará completamente. «La accesibilidad no se consigue con el populismo, sino con un mayor interés, una mayor curiosidad y un mayor conocimiento».
«La comprensión y el talento musicales, igual que la inteligencia sonora, son áreas a menudo escindidas del resto de la vida humana, relegadas o bien a la función de mero entretenimiento, o bien al ámbito esotérico del arte para las elites». La educación musical sufre puesto que la música empieza a percibirse en segundo plano. Muchos sistemas escolares deciden prescindir de ella y están empezando a descuidar poco a poco esta enorme parte del desarrollo del alumno, ya sea añadiendo nuevas asignaturas que desplazan a la música o simplemente por pura falta de interés y subestimación. Según Barenboim esto es un grave error, ya que la educación musical es necesaria porque aporta aptitudes imprescindibles en la sociedad, como la capacidad de reflexión en profundidad. Defiende la educación musical desde temprana edad, al igual que el estudio de un idioma. «La posibilidad de acceder a grabaciones y películas de conciertos y de óperas guarda una relación inversamente proporcional con la pobreza de comprensión y de los conocimientos musicales que impera en nuestra sociedad. El actual estado de la educación pública explica el hecho de que la población pueda escuchar poco menos que cualquier pieza de música a voluntad, pero sea incapaz de concentrarse en ella por entero».
Indudablemente, La música despierta el tiempo es un libro necesario para comprender que a través del prisma de la música la vida se vislumbra mejor. Como decía el célebre director de orquesta Leonard Bernstein, «la música puede dar nombre a lo innombrable y comunicar lo desconocido» y parece que Barenboim está de acuerdo con esa filosofía de vida.