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'Succession': claves para entender un final a la altura de la gran saga de los Roy

El cierre de la serie es acorde al camino trazado por los personajes. El naufragio es inevitable

‘Succession’: claves para entender un final a la altura de la gran saga de los Roy

El actor Jeremy Strong en una de las últimas escenas de 'Succession'. | HBO Max

Atención, este artículo contiene spoilers de Succession.

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Antes de despedirnos de los Roy para siempre, Kendall (Jeremy Strong) descansa sus ojos sobre el mar. Una noche antes parecía que lo había dominado. Estaba sobre una plataforma, rodeado de agua, mientras sus dos hermanos le coronaban, hundidos hasta el cuello, como él lo estuvo en varias ocasiones. Sin embargo, 24 horas después, cuando creía que domaba la ola, fue barrido y arrastrado hasta la orilla. Ahora solo puede observar como otros navegan su barco.

With open Eyes, como se llama el último episodio de Succession, es un recordatorio de que en esta familia no hay redención posible ni final feliz. Las armas no se deponen cuando el poder está en juego y la puñalada se asesta no solo en el lugar más vulnerable sino en el momento más oportuno. Shiv (Sarah Snook) termina con la fantasía de Kendall, incluso con la de muchos espectadores que creían ver al hermano mayor como el sucesor de Logan (Biran Cox), porque al final ninguno de los tres puede ocupar esa silla.

Logan lo había advertido en aquella reunión familiar en el decadente karaoke: «No sois gente seria». La pregunta es, ¿porque no lo son? El propio padre es el principal culpable: les ofreció lo mismo de manera individual —convertirse en los sucesores—mientras en el camino les humillaba y minaba sus confianzas. La madre se encargaba de darles el golpe mortal con esa incapacidad para equilibrar la falta de afecto. Incluso, en este capítulo, Lady Caroline Collingwood (Harriet Walter) apenas si les da pan congelado en esta reunión de emergencia, lo que da pie a una de las escenas más memorables del episodio: Roman (Kieran Culkin) lame todos los lados del queso que está reservado para su «padrastro».

Quien ha seguido con lupa de detective la serie de Jesse Armstrong no deja de levantar la ceja ante este —permítanme el término— bucólico paisaje. Y hay razones para sospechar de esta repentina hermandad. El creador nos quiere con las defensas bajas para luego sacudirnos con la fuerza de un tsunami. Es una táctica audiovisual muy antigua, aunque impecablemente armada en esta oportunidad. En el fondo —aceptemos— es una complicidad con Armstrong, quien ha conseguido que nos encariñemos con estas horribles personas. ¿La tríada contra el vikingo invasor? ¿Por qué no?, respondemos, aunque la duda nos persigue.

Rápidamente llega el uppercut: estas personas se odian, no solo entre ellas, sino a sí mismas. «Cuando odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros», dice Hermann Hesse en Demian. Shiv acepta que no puede ver a Kendall en la silla de su padre. Lo dice cuando apenas horas antes aceptaba lo que concluía Roman: si había que escoger entre los tres, Ken era la carta ganadora. Lo que sucede después es una carnicería para ser degustada por los psicoanalistas.

Al impedir que Ken «sea» Logan, ¿Shiv está matando definitivamente a su padre o liberando a su hermano? Si repasamos las consecuencias de pelear por años por ser el favorito de Logan; las dificultades de Roman para relacionarse con las mujeres, de Shiv para mantener su matrimonio y de Kendall para ser un padre presente, es probable que la firma a favor de Lukas Mattson (Alexander Skarsgård) sea un gran a favor —inconsciente eso sí— de la mujer que vivió siempre apartada de las grandes decisiones. Los hermanos ya no tienen que preocuparse por el legado, ni deben convivir en un ambiente delirante. Pueden incluso, más millonarios si es que eso pudiera ser posible, preocuparse por resolver sus asuntos y trabajar sus traumas. No es casual que el único que lleva una vida medianamente normal de pareja sea Connor (Alan Ruck), quien se autoexcluyó del cetro hace tiempo. 

Por supuesto, está el otro lado de la historia. Shiv no está liberando a Prometeo, solo se asegura de permanecer lo más cerca del poder, protegiendo el futuro de su hijo. Para ello debe seguir al lado de Tom (Matthew Macfadyen), un hombre que no solo le ha cortado los pies de la silla, sino que ha sido incapaz de contestarle si es posible que se pueda reavivar la llama entre ambos. Esa imagen en la que ella accede a extender la mano sobre la de su marido, si bien no tanto como para estrecharla, es un mensaje claro: no tiene idea hacia dónde va, mucho menos de lo que viene.

‘Succession’ y el Logan 2.0

Tom, para sorpresa de todos, queda en un puesto envidiable en la unificación, solo por su poder de «tragar mierda» y «cortar cabezas y recoger ojos». El «Logan 2.0», como le define Mattson, es quien tiene la capacidad de eliminar decenas o cientos de puestos de trabajo si así lo requiere su amo. Sin embargo, Tom ha cambiado y mucho. Pasó de ser el esposo devoto que soportaba estoicamente una infidelidad al que le brinda una salida digna a la infiel, Shiv, de «su» exempresa. ¿Puede en este contexto de poder ser Shiv una influencia? Y si pudiera, ¿qué le costaría a Mattson enterarse o salir del propio Tom si así lo quisiera?

Tom es ahora lo suficientemente inteligente para manejar sus alianzas y saber el valor de Greg (Nicholas Braun). Decide apostar por Judas, a pesar de las cachetadas previas. Aunque muchos pensaban, descabelladamente, que el hijo de Ewan quedaría al mando por encima de sus primos, es cierto que protagoniza el ascenso más grande en la historia de Succession. Estamos hablando de un imberbe que distraía a los niños en un parque de atracciones vestido como una copia de Pluto, y ahora es la mano derecha del nuevo CEO de Waystar-GoJo. De hecho, es el único Roy de sangre que sigue en la empresa tras la invasión bárbara.

Todo esto nos deja con Roman, quien saborea un Martini después de una lucha cuerpo a cuerpo con Kendall. Su herida es una metáfora. Sangra, primero cuando se apoya contra el hombro de su hermano mayor, buscando consuelo y vuelve a abrirse cuando el mismo hermano le empuja y aprieta tras la burla a su descendencia. Es un penitente, en el cierre de la serie. Rom es una guillotina para herir con las palabras, básicamente es su mayor talento. Sin embargo, también es el más sincero cuando el momento lo amerita. Así, limpiándose la sutura maltratada, concluye lo que parte de la audiencia de Succession y casi en su totalidad los accionistas de Waystar piensan: «Somos unas mierdas, no somos nada».

¿Cuál es el futuro de Roman? El más débil del grupo, que no es capaz de ser oportunista como Shiv ni tiene el ego de Ken, primero esboza una sonrisa en la solitaria barra y luego, casi de manera inmediata, tal vez invadido por un negativo pensamiento, se muestra impávido ante este abrupto final. ¿Cómo podrá sobrevivir sin sus fantasías alrededor de Gerri (J. Smith-Cameron)? Después de todo, su hermana tiene un bebé en camino, y Ken puede centrarse en reconectar con su familia. Rom… ¿qué? Ha quedado huérfano, tan huérfano como nosotros, los fanáticos de Succession, cada vez que los domingos empiecen a envejecer. 

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