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'Succession': los Roy deciden

El octavo episodio nos revela de qué va ‘Succession’. No solo es una pelea familiar. Es un ensayo sobre las consecuencias del poder en los ciudadanos

‘Succession’: los Roy deciden

Momento de la serie Succession. | HBO

Atención, este artículo contiene ‘spoilers’.

La escena clave en el antepenúltimo episodio de Succession no parece serlo, hasta que te preguntas por qué la cámara se ha detenido tanto tiempo en ese intrascendente encuentro. Sucede así: Greg (Nicholas Braun), visiblemente nervioso, debe anunciar al personal de ATN, la división de noticias que quería revitalizar el fallecido Logan Roy (Brian Cox), que entronizarán a Mencken (Justin Kirk) manipulando la información existente sobre las elecciones en Estados Unidos. El larguirucho personaje es consciente de que tal decisión es muy peligrosa, por lo tanto intenta disminuir la culpa diciendo que solo transmite un mensaje. Jess (Juliana Canfield), a quien se ha encontrado por casualidad en el pasillo, no sabe qué responderle porque ella también está aterrorizada, aunque sabe que de alguna forma ha contribuido a este horror.

El título «America Decides», como se llama el episodio, es una gran ironía que devela exactamente de qué trata Succession. En el día de las elecciones en Estados Unidos no deciden los sufragantes sino un trío de hermanos caprichosos, traumados y asquerosamente millonarios. Estas personas horribles, con la venia de todos aquellos que les sirven (como Greg y Jess), son el verdadero poder, por encima del propio inquilino de la Casa Blanca. Tienen a la mano los medios para imponer o derribar narrativas. Es tan parecido a lo sucedido durante las elecciones estadounidenses de 2016 y 2020 que eriza la piel.

¿Y todo para qué? ¿Por qué Roman (Kieran Culkin) y Kendall (Jeremy Strong) quieren a un hombre tan peligroso al mando de la principal potencia mundial? Básicamente por un capricho: el mandatario elegido les ayudará a detener el trato con Lukas Matsson (Alexander Skarsgård); trato que al principio buscaban con delirio. Es así como los productores de la serie nos advierten que esta gente es peligrosa precisamente por eso, porque les importa un rábano el futuro de las personas y la democracia. El problema no es que sean excéntricos. De hecho nos encanta ser voyeurs de sus lujosas vidas. Sin embargo, detrás de esos cientos de millones de dólares que se gastan en nimiedades -ser un candidato del 1% por ejemplo- hay algo más que un simple derroche. 

Mucho se ha escrito sobre la influencia de William Shakespeare en la producción de HBO. Específicamente de las peleas filiales que se pueden leer en The Tragedy of King Lear. Es un argumento válido aunque simplista. Porque en este octavo episodio queda muy claro hacia dónde nos quería llevar la creación de Jesse Armstrong: la impunidad con la que actúan las familias más poderosas del mundo y el impacto en nuestras vidas. El capítulo grita que sin fiscalización, el poder absoluto movido por el capital nos perjudica diariamente. 

Sobre las consecuencias del poder de los millonarios habla en una reciente entrevista Johann Hari, autor oscarizado gracias a que uno de los capítulos de su libro «Tras el grito», sobre la guerra contra las drogas, fue la inspiración para la nominada Los Estados Unidos contra Billie Holiday. Dice Hari que fue a Silicon Valley para investigar sobre las redes sociales y cómo el algoritmo, entre otras cosas, promueve y capitaliza la radicalización y lo encontrado fue revelador. A continuación su relato:

«Facebook preparó a un grupo de científicos para averiguar cuál era su papel en esta polarización tóxica. Los resultados se acabaron filtrando y lo que descubrieron fue bastante impactante. El algoritmo actual promueve inherentemente el odio. De hecho, un tercio de todas las personas que se habían unido a grupos neonazis en Alemania lo hicieron porque el algoritmo lo recomendaba específicamente. Los propios científicos de Facebook dijeron que la única solución es abandonar el modelo de negocio actual. Obviamente, Mark Zuckerberg no quiso saber nada del tema. Creo que a estas alturas ya es evidente que esta dinámica es catastrófica para la democracia».

Shiv vs. Roman

Shiv (Sarah Snook) no es muy diferente a sus hermanos. Se vende como una demócrata, preocupada por los derechos civiles y la diversidad, sin embargo sabemos que realmente le mueve el deseo de venganza porque siempre la han apartado de las grandes decisiones familiares. A diferencia de Roman y Kendall, que suelen aceptar e incluso regodearse de sus cuentas bancarias, ella enarbola discursos liberales y progresistas siempre y cuando no pongan en riesgo sus marcas favoritas de ropa. Recordemos, por ejemplo, que fue clave para que Logan siguiera al frente del negocio en las primeras temporadas. Esa disonancia cognoscitiva es conocida por Tom (Matthew Macfadyen). Cuando recibe sorpresivamente la noticia del embarazo, le suelta la hiriente pregunta: «¿Es otra de tus tácticas?».

Es muy doloroso que Tom no le crea a Shiv, auque la reacción fotografía cuan rota está la relación, después de la ya famosa discusión en el balcón. De hecho, los espectadores somos incapaces de distinguir si en efecto ella se está disculpando, abriendo un espacio para la reconciliación o si simplemente está, una vez más, manipulando a su expareja para tener un aliado que le ayude a posicionar al candidato que apoya: Daniel Jiménez (Elliot Villar). Fracasa, porque a su tibieza se impone un arrollador Roman Roy.

En la última temporada de Succession hay un ganador y un perdedor en cada episodio. Kendall era quien más acumulaba puntos en esta quiniela. A falta de dos capítulos, llegó el turno para Roman, tan despreciable como el mejor Logan. No para de disparar dardos punzantes en todo el programa. «Banderas falsas», repite una y otra vez, como haría Donald Trump con «Fake news«, cada vez que Shiv quiere discutir sobre el incendio que ha dañado muchos votos y otros incidentes que están empañando el proceso electoral. Apunta hacia los «judíos y negros» como culpables y se burla del socialismo haciendo explícito lo que sabemos: los Roy pueden sobrevivir a cualquier presidente, después de todo Logan depuso mandatarios y promovió revoluciones «con solo un fax» en el pasado.

El veneno que teme haber heredado y trasmitido Kendall a sus hijos funciona como un superpoder para Roman. En este terreno, el de propinar los golpes más bajos, usando ironías y alianzas peligrosas, no hay quien le gane al menor de los Roy. Es su lenguaje natural. Y a diferencia de sus hermanos, es al que menos le importa el futuro, lo cual es natural porque no tiene hijos, esposa ni herencia por dejar. Tal vez su impotencia sexual tendrá que ver con esta mala leche con la que actúa. En todo caso es un huracán que termina inclinando el interés de ATN a favor de Mencken, cuando lo había iniciado hacia Jiménez.

Shiv parece agarrada a una palmera ante el Tsunami Roman. Incluso cuando es descubierta por Kendall, cuando el acuerdo entre ella y Matsson sale a la luz, es incapaz de articular un discurso creíble. Era un gran momento para darle rienda suelta a toda esa rabia contenida porque los hombres de la familia nunca la han sumado a sus planes. Tal vez en esa descarga habría encontrado comprensión. No obstante, tartamudea. Se va con la idea de fraguar un nuevo plan para «joder», como dice, a sus hermanos. ¿No es muy tarde? Depende.

Depende porque, por más que ATN haya decido que Mencken es el gran ganador de la noche, aún no se ha decretado oficialmente qué pasó con los votos en Milwaukee. Wisconsin podría girar a favor de Jiménez y por ende la credibilidad de las noticias del negocio de los Roy se iría al trasto y con ella, el futuro de Tom y Greg. El coste político para los dos hermanos, por haber apostado por el perdedor, podría ser muy alto. Esa es la esperanza de Shiv, y la esperanza -sabemos- es lo último que se pierde. 

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