Filmin, el videoclub de la era de la sobreinformación
El libro del cofundador de la plataforma, Jaume Ripoll, repasa las grandes películas de los últimos 30 años al tiempo que explica la transformación del cine
Aunque aún resisten unos pocos en algunas ciudades españolas, el videoclub parece pertenecer a un tiempo olvidado y es hoy en día ante todo una costumbre que como mucho conservan a algunos nostálgicos y despierta la curiosidad de los más jóvenes. Pero estos lugares llenos de estanterías repletas de películas en VHS o DVD eran auténticos templos para aquellos que crecieron a finales del siglo XX y comienzos del XXI: no sólo ofrecían una amplia selección de películas, sino que se convirtieron en auténticos centros de la vida cultural, donde amigos y familias podían descubrir nuevas historias, debatir sobre sus películas favoritas y vivir una experiencia compartida alquilando y disfrutando de las últimas novedades cinematográficas, los títulos más rarunos de serie b o incluso el porno más culpable. Sin embargo, en la era del streaming y las plataformas digitales, los videoclubs se han convertido en reliquias de un pasado no tan remoto, un testimonio tangible de una época en la que el acceso a películas no era tan sencillo como hacer clic.
Aunque la nostalgia persiste en la memoria de quienes vivieron esos tiempos, los videoclubs son ahora una rareza difícil de imaginar para las nuevas generaciones acostumbradas a una oferta infinita de contenido audiovisual al alcance de sus dispositivos en gigantes del streaming como Netflix, HBO Max o Disney+. Pero existe una plataforma, española para más señas, que busca recuperar ese espíritu de pasillos con moqueta y recomendaciones en el mostrador: Filmin. O al menos así lo ve su cofundador y actual director editorial, Jaume Ripoll, que se estrena en el mundo literario con un curioso libro, Videoclub (Ediciones B), en el que repasa los últimos 30 años de la historia del cine al tiempo que desgrana su propia historia de amor con el séptimo arte.
«Muchos trabajadores de Filmin somos gente de videoclub o de distribución doméstica. Y teníamos la mentalidad del público y la voluntad de poder conseguir que quien llegase a la plataforma encontrase alguna película o serie para poder ver como si estuviera uno de esos típicos callejones entre estanterías», explica Ripoll en conversación con THE OBJECTIVE. «Uno de los elementos diferenciales de cualquier videoclub es cómo agrupaba las películas en la estantería. Por novedad, por temática, por director, incluso por un estado de ánimo a veces. Pues estos elementos creo que son necesarios y se notan en Filmin», asegura, destacando varias de las claves que hacen a esta plataforma distinta de las demás: recomendaciones hechas por personas y no por un algoritmo, amplia selección de cine clásico o de autor y una amplia gama de eventos que ayudan a crear comunidad.
Pero el camino para llegar hasta aquí no ha sido fácil. Porque Videoclub, más allá de ser un retrato de un momento concreto en el tiempo, es un viaje que va de un cambio en el modelo de distribución y también en la mirada del espectador, todo a través de la experiencia personal de Ripoll, una persona que desde su infancia ha estado íntimamente ligada al mundo del cine, con unos padres volcados tanto en la distribución como en el alquiler de películas. Porque, si algo se apunta de manera clara en el libro, es que no vemos cine de la misma manera en la que lo hacíamos en los 80 o, al menos, todo lo que rodea al estreno de una película, ya sea en salas o en una plataforma de streaming, se ha transformado profundamente: la sobreinformación que caracteriza la era de Internet lo inunda todo, por lo que ahora las películas son también eventos que sobrepasan el simple contenido de un film cualquiera. «La anticipación y la expectación están dominando la conversación frente al propio análisis de lo que se ha visto. La expectativa está venciendo la realidad y de ahí que el misterio haya dado paso a la extenuación», asegura Ripoll que, sin embargo, no es tampoco especialmente pesimista sobre este cambio. Y es que la sobreinformación también se traduce en una abundancia nunca vista para los verdaderos cinéfilos
«Por un lado, podemos lamentar la impaciencia, pero, por otro, celebrar la inquietud que tenemos como espectadores, que gracias a la oportunidad de tener acceso a muchas obras que antes era mucho más difícil llegar, de alguna manera las celebramos y vamos pasando por ellas. Esa es la otra cara de la moneda», recuerda Ripoll, que tampoco ve inconveniente cinéfilo en el hecho de que parece que hemos perdido capacidad de concentración ante la multiplicación de estímulos que suponen móviles y otras pantallas. «Yo estoy a favor de que paremos las películas en casa. Está claro que ningún film tiene que pararse a los cinco minutos, pero está bien pararse a la media hora o a los 40 minutos y después retomarlo, ¿por qué no?», lanza.
Pero, entonces, ¿se ha perdido la capacidad de ver películas largas y contemplativas, es decir, esos títulos cuya fuerza reside precisamente en la necesidad de sacar tiempo de donde no lo hay para sumergirse por completo en la historia y en las imágenes? El fundador de Filmin cree que tampoco. «El ritmo lento de una película puede ser muy difícil para algunos, pero hay otros espectadores que están cansados de que todo vaya rápido y que en algún momento también quieren parar. En un país de 48 millones de habitantes, creo que hay miles de espectadores suficientes que quieren ver algo singular», asegura, recordando que no todo tienen que ser «obras con vocación masiva de público mayoritario». Pero siempre habrá personas «cansadas de fórmulas que ya agotan», que querrán ver grandes títulos de Eisenstein, Béla Tarr, o Frederick Wiseman, por poner tres ejemplos muy recientes que han triunfado en Filmin. «También en el caso de Pacifiction [la última película de Albert Serra, premiada en Cannes y con una duración de casi tres horas] la respuesta del público doméstico ha sido muy buena. Entonces, creo que ahí ha de haber algo más esperanza de la que tenía cuando empecé el libro», concluye.
Filmin y la apuesta por el cine que no se ve
En Filmin, plataforma cuya génesis y evolución se relata en Videoclub, se ha apostado en gran medida por eso, películas diferentes que atraigan a otro tipo de público. De hecho, cuenta Ripoll, incluso se ha apostado por renovar acuerdos de distribución con obras que se han visto poco, pero que ellos pensaban que eran «necesarias». Una suerte de servicio público, se entiende. «Nuestra plataforma, aparte de su función comercial, tiene una función de agente cultural, por lo que no todo se basa en el rendimiento económico. Eso puede parecer anacrónico, pero creo que es bello y es digno de admirar. Por ejemplo, en el caso de Chantal Akerman, no estrenamos solo Jeanne Dielman, sino que hacemos un ciclo, a pesar de que no tenga un retorno económico que justifique la inversión en el mismo», explica, dejando claro que otras plataformas «difícilmente harían algo así».
Esta vocación de servicio público se debe, al menos en parte, a que sin el apoyo institucional europeo Filmin no existiría. «Sin la ayuda de Europa Creativa Media, Filmin no hubiese llegado a donde está hoy, porque fueron ellos los que al principio de los primeros años nos apoyaron con unas ayudas que nos permitían arriesgar, innovar, lanzar aplicaciones, invertir en marketing», asegura Ripoll. «Por supuesto, ha habido capital privado y riesgo por parte de los socios de la compañía, pero digamos que la ayuda pública es la que nos ha permitido ampliar los límites de lo que puede ser Filmin y ser un poco ambiciosos. Cuando en España nadie, ninguna institución pública tenía confianza en el proyecto, en Europa sí», concluye.
Pero no todo es vocación de servicio y películas contemplativas para entusiastas del cine de autor. Jaume Ripoll deja claro que Filmin busca ser una plataforma para todo tipo de públicos, al igual que los videoclubs atraían desde familias en busca del último estreno juvenil hasta hombre solitarios que solo quería ver una y otra vez sus viejos clásicos del Oeste. «Yo vivo el presente con inquietud permanente, estamos en un país con una sobreabundancia de plataformas, tanto plataformas globales con capacidades de inversión millonaria como plataformas locales con cada vez más capacidad. La competencia es feroz y seguir siendo relevante o buscando esa relevancia por parte del público es clave», explica el autor de Videoclub.
«Tenemos una imagen, una identidad, pero aun así es necesario reforzar y mantener todo eso con obras que marquen la conversación o con series de producción propia o ajena. Y el reto es precisamente este: que en la mente del suscriptor la primera plataforma que quiera abrir tarde o en la noche cuando llega a casa sea la nuestra y no la de la competencia. Ese es el reto que tenemos y esto por supuesto depende de las novedades, del catálogo, de la tecnología y de la comunicación. Son los cuatro pilares sobre los que se sustenta una propuesta como la nuestra», apunta Ripoll, que explica que series como Autodefensa, que dominaron la conversación cultural durante un tiempo el pasado año, es precisamente el tipo de éxitos que buscan cuando hacen producciones propias. Y aunque por ahora los planes son más bien modestos, ya que quieren saber exactamente qué funciona antes de seguir apostando por otras formas de narrar, quieren seguir marcando la agenda y en septiembre estrenarán una serie de cuatro episodios sobre el conocido escritor Terenci Moix.
Pero, volviendo a Videoclub, Ripoll quiere también dejar claro que el cine es mucho más que tendencias y mercados ya que, tal y como ocurre en su libro, las películas que nos han marcado se acaban entremezclando con nuestra propia vida hasta definir, en parte, quiénes somos. «Nuestra vida es una colección de películas, a veces de terror, a veces dramáticas, y a la mayoría de veces cómicas. Nuestra vida es una mezcla de géneros que, en muchos casos, está definida o acompañada por el cine» relata, recordando que los grandes filmes no solo se ven, sino que también «plantean dilemas o anticipan dilemas que podemos tener». «Para mí, una buena ficción es aquella que plantea preguntas y una mala la que quiere tener respuestas a esas preguntas», remata. Para resolver esta paradoja, quizás haga falta pasearse por más pasillos de videoclub, ya sean reales o virtuales.