THE OBJECTIVE
Cultura

Por qué leer a Umberto Eco

La reedicion de ‘Apocalípticos e integrados’ y ‘Confesiones de un joven novelista’ nos invita a plantearnos la vigencia de la obra ensayística del pensador italiano

Por qué leer a Umberto Eco

Umberto Eco en su apartamento de Milán (2010). | Wikimedia Commons

Hace años, Álvaro Mutis se hizo esta pregunta: ¿Y si el último hecho político que de verdad importase fuera la caída de Constantinopla en 1453? Al escritor colombiano le criticaban que no estuviera comprometido con su época. «Yo soy un gran lector del Quijote —decía— porque a través de él me escapo de la rutina diaria, de lo gris y neutro de la vida que vivimos en este siglo».

Habrán deducido que esta reticencia de Mutis será incomprensible para quien no haya leído el Quijote ni sepa qué diantres fue el Imperio romano de Oriente. En sus últimos años, Umberto Eco también vivía preocupado, al igual que su colega colombiano, por esa progresiva escasez de referentes. En pocas décadas, había visto cómo aquellos universitarios que en los 60 llevaban bajo el brazo libros de Roland Barthes y Marshall McLuhan eran sustituidos en los campus por los usuarios del nuevo milenio: estudiantes incapaces de leer más de dos párrafos seguidos, adictos al móvil y con un imparable ansia de avanzar en diagonal por páginas que Eco y los de su quinta habían devorado con detenimiento.

Pensando en ello, dedicó uno de sus artículos en L’Espresso a una encuesta realizada entre adolescentes ingleses. «Una quinta parte de ellos —escribe— piensa que Churchill es un personaje de fantasía, y lo mismo sucede con Gandhi y Dickens. En cambio, muchos de los encuestados habrían incluido entre las personas que realmente existieron a Sherlock Holmes, Robin Hood y Eleanor Rigby».

Umberto Eco no atribuía estos disparates a la falta de información, sino a su exceso. Al confundir calidad con cantidad, los nuevos estudiantes ya no son capaces de seleccionar lo que vale la pena recordar. Además, acostumbrados a confiar en Google o incluso en ChatGPT, tienden a pensar que aprender algo de memoria es un arcaísmo.

Precisamente por ese cambio tan profundo, uno echa de menos a figuras como el propio Eco, un intelectual que fue famoso por sus novelas y por su presencia en los medios, pero que antes de eso, alcanzó un enorme prestigio gracias a sus reflexiones sobre la cultura, el lenguaje y la creatividad.

Esa faceta ensayística de Eco remite, sobre todo, a la semiótica de lo cotidiano, a su obsesión por la Edad Media y a los recovecos de la teoría textual. Un repertorio de preferencias muy amplio, que él supo conjugar con otros ejercicios de erudición igual de apasionantes. Por ejemplo, sus estudios sobre temas como el cine, los cómics o el folletín literario, cuyas conclusiones dieron lugar a una dicotomía definitiva entre lo que él llamó apocalípticos e integrados.

Portada del libro

Este último fue el título de uno de sus ensayos más populares. Publicado en 1964, generalizó la fórmula que aún empleamos para distinguir nuestra actitud —abierta o elitista— frente a la cultura de masas. Se trata de dos posturas en eterno conflicto, como dos polos negativos. Por un lado, «el crítico apocalíptico: superhombre que opone el rechazo y el silencio a la banalidad imperante, nutrido por la desconfianza total en cualquier acción que pueda modificar el orden de las cosas». Frente a este defensor del mito nostálgico y del buen sentido oficial, «tenemos la reacción optimista del integrado. Dado que la televisión, los periódicos, la radio, el cine, las historietas, la novela popular y el Reader’s Digest ponen hoy en día los bienes culturales a disposición de todos, haciendo amable y liviana la absorción de nociones y la recepción de información, estamos viviendo una época de ampliación del campo cultural, en que se realiza finalmente a un nivel extenso, con el concurso de los mejores, la circulación de una cultura y un arte popular».

En los años 70 aún eran visibles estas dos tipologías. Unos pretendían rechazar el rock o la cultura del cómic en nombre de un elitismo sublime, mientras que otros leían tebeos de Hugo Pratt y distinguían a Bob Dylan como un poeta de primer nivel.

Con el tiempo —mejor dicho, gracias a la posmodernidad— ambas categorías se han vuelto difusas, y no es raro ver a un catedrático impartir doctrina en YouTube, situado frente a una estantería repleta de funkos y cómics de superhéroes. Sin embargo, en el fondo, las dos opciones siguen ahí: los millennials y la generación Z frente a los boomers y la generación X, revisionistas frente a posmos, defensores de Marvel y DC como alta cultura frente a nostálgicos del cine de Ford y Hawks, etc. A la vista de esto último, basta con releer Apocalípticos e integrados para comprobar que no hemos cambiado tanto como parece. De ahí que Umberto Eco aún sea un sólido punto de amarre para interpretar la cultura pop del presente e incluso del porvenir.

Todos los que acudieron a las clases de Eco en Bolonia y a sus seminarios de semiología en Urbino repiten que era un tipo didáctico, estimulante y generoso. El ensayista y escritor Blas Matamoro rememora en la revista Cualia dos de aquellos cursillos que el italiano impartió en Buenos Aires: «Eco era enormemente seductor y didáctico en sus exposiciones. Explicaba su semiótica con una bolsa de panes o un mazo de naipes de póker. De la bolsa extraía unos cuantos panes diversos: pan francés, flauta, pebete, pan criollo, hogaza. Señalaba que eran todos igualmente panes y diversamente panes, individualidades y género, la dispersión gramatical y la armonización sintáctica. Y así lo aplicaba a signos verbales y musicales».

Portada del libro

Un defensor de las humanidades

Quien quiera acceder a sus opiniones y hallazgos en ese terreno de la semiología, puede hacerlo en obras que no han perdido vigencia, como la ya citada Apocalípticos e integrados, La estructura ausente (1968), Tratado de semiótica general (1975) o Lector in fabula (1979). Si pensamos en lo que hoy se considera «divulgación», conviene aclarar que no son de lectura sencilla. Pese a esa exigencia, me parecen indispensables para cualquiera que desee analizar con cierta densidad la comunicación y la cultura de masas, especialmente en lo que viene a ser la era de los emoticonos con caritas sonrientes.

«Cuando yo he decidido ocuparme de los tebeos como si fueran una cosa seria, ha sido porque en el fondo son una cosa seria, aun cuando no sean serios». Así le hablaba Eco a Luis Pancorbo en el libro-entrevista Ecocoloquio con Umberto Eco o la magia imposible de la semiótica (1977). «Al principio, ha suscitado grandes resistencias, porque la mía parecía una actitud iconoclasta. Luego, otras muchas personas se han puesto a hacerlo». A continuación, exhibía una cautela que hoy chocará a algunos: «Una cosa es ocuparse de los mecanismos comunicativos del tebeo, y otra cosa continuar años y años trabajando sobre el tebeo como si fuera la Divina Comedia».

Este acercamiento crítico y nada condescendiente a la cultura popular y a la contracultura no es, por supuesto, lo único que debemos agradecerle a Eco. Desde que en 1954 se doctoró en filosofía y letras en la Universidad de Turín, su actividad docente fue continua, dentro y fuera de Italia. Su labor también fue incesante en la prensa.

Como articulista, Eco permaneció muy atento a problemas que, en términos periodísticos, parecían marginales, pero cuyas ramificaciones son hoy muy poderosas. Así, entre otras muchas cuestiones, analizó de forma reiterada el impacto de las nuevas tecnologías en la cultura, el populismo mediático, la crisis del mundo occidental y el declive de las humanidades en la educación. «Lo único que nos puede salvar en esta era tecnológica en la que vivimos —declaró— son las humanidades. El futuro es de los filósofos. Es más, detrás de todo científico hay una gran competencia cultural, filosófica y literaria».

Inevitablemente, el gran tema que cruza toda su obra es la importancia de los libros y la lectura. Predicando con el ejemplo, fue un sofisticado bibliófilo, dispuesto a viajar por librerías de media Europa para adquirir nuevos tesoros para su colección.

Portada de la adaptación al cómic realizada por Milo Manara.

¿Y qué decir de sus novelas?

Hay más, mucho más en la trayectoria de este ensayista italiano. Combinando su pasión literaria por Sherlock Holmes y sus conocimientos sobre la Edad Media, publicó en 1980 la novela que hizo de él una celebridad internacional, El nombre de la rosa. Su éxito le animó a emplear la literatura para abordar otras inquietudes culturales. En la inferior El péndulo de Foucault (1988) examinó un par de asuntos —las conspiraciones y el esoterismo— que ya habían puesto de moda Jacques Bergier y Louis Pauwels con El retorno de los brujos. Años después, La isla del día de antes (1994) le sirvió para mezclar la perplejidad de Kafka con la ironía de Jonathan Swift. De regreso al Medievo, actualizó en Baudolino (2000) las claves de la novela picaresca. Y cuatro años después, editó La misteriosa llama de la Reina Loana (2004), donde exploraba el papel de la cultura pop en nuestros recuerdos.

Al escribir El cementerio de Praga (2010), Eco recurrió a falsificaciones antisemitas para estudiar estas y otras imposturas en la Europa del XIX. Por último, su novela Número cero (2015), lanzada un año antes de que el cáncer acabase con su vida, le permitió diagnosticar los grandes males del periodismo actual: su discutible relación con el poder, su falta de escrúpulos y su indiferencia ante lo que es verdad o mentira.

En sus últimos años de vida, este gran descodificador de la cultura contemporánea aún tuvo tiempo para lanzarnos advertencias como esta, que ya casi es un meme en las redes sociales: «La telebasura —dijo el escritor en una rueda de prensa— ha promovido al tonto del pueblo, con respecto al cual el espectador se siente superior. El drama es que eso ha impulsado al tonto como portador de la verdad.  Precisamente por esto hay que fomentar la crítica desde los medios. En este sentido, yo soy fiel a la idea de Hegel: la lectura del periódico es la oración matinal del hombre moderno».

Apocalípticos e integrados
Umberto Eco Comprar
Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D