Nora Ephron: ingenio, inteligencia y unas gotas de frivolidad
La trayectoria de Eprhon va mucho más allá del periodismo. Muchos probablemente la conozcan por sus películas
«Cualquier cosa que no te guste de tu cuerpo a los treinta y cinco años te producirá nostalgia a los cuarenta y cinco», sentencia Nora Ephron (Nueva York, 1941-2012) en uno de los textos de No me gusta mi cuello, el penúltimo volumen de artículos que vio la luz antes de su muerte. Lo publica estos días en castellano Libros del Asteroide, que el año pasado ya presentó con notable éxito el último, No me acuerdo de nada. Ambos son un perfecto muestrario de la inteligencia y el sentido del humor de la autora, que añade además unas deliciosas gotas de frivolidad. Su ingenio forma parte de la riquísima escuela de humor judío de Nueva York. Aquí va otra perla a modo de muestra: «Cuando tienes hijos adolescentes, es importante tener un perro para asegurarte de que alguien se alegra de verte cuando regresas a casa».
Ephron hizo una brillante carrera como periodista. Dio sus primeros pasos en el tabloide neoyorquino New York Post. En uno de los textos de No me acuerdo de nada evocaba así la redacción, paradigma de los diarios de otros tiempos: «Me encantaba el Post. Era un zoo, naturalmente. El editor era un depredador sexual. El jefe de redacción era un pirado. A veces parecía que la mitad de la plantilla estaba borracha. Pero me encantaba mi trabajo. El primer año, aprendí a escribir». En una pieza de No me gusta mi cuello hace otra descripción impagable de su paso por ese antro periodístico: «La redacción es un cuchitril oscuro y polvoriento. Los escritorios están destrozados y se caen a trozos. Huele fatal. No hay suficientes teléfonos. El editor de la sección local me envía al acuario de Coney Island, a cubrir la noticia de una pareja de focas capuchinas que han traído para que se apareen y no se hacen ni caso. Escribo un artículo. Me parece divertido. Lo entrego. Oigo risas en la sección local. A ellos también les parece divertido. Me contratan indefinidamente. Soy más feliz que nunca. He conseguido mi ambición en la vida y tengo veintidós años».
Antes de eso, fue becaria de prensa nada menos que en la Casa Blanca y nada menos que durante el mandato de Kennedy, Lo cuenta en el artículo titulado JFK y yo: Ahora puedo contarlo «Soy probablemente la única joven que trabajó en la Casa Blanca a la que el presidente Kennedy no tiró los tejos». Lo que la salvó del priapismo presidencial fue acaso la permanente que lucía entonces y que ella misma califica de horrorosa. Porque, queridos lectores, Clinton con el affaire Levinsky no era más que un aprendiz de sátiro al lado del insaciable Kennedy.
Sin embargo, la trayectoria de Eprhon va mucho más allá del periodismo. Muchos de ustedes probablemente la conozcan por sus películas. Fue guionista de un par dirigidas por Mike Nichols y protagonizadas por Meryl Streep. La primera, Silkwood, contaba la historia real de una trabajadora de una central nuclear que murió en extrañas circunstancias cuando iba a denunciar las deficientes condiciones de seguridad. Y después vino Se acabó el pastel, basada en su propia novela autobiográfica, en la que relataba el final de su segundo matrimonio, con Carl Bernstein, uno de los dos reporteros que destaparon el Watergate. Pero sobre todo se la recuerda por el guion de las grandes comedias románticas de los ochenta, Cuando Harry encontró a Sally, dirigida por Rob Reiner (por cierto, les apunto una curiosidad: la señora que en la mítica escena del orgasmo simulado de Meg Ryan le dice al camarero que quiere que le sirvan lo mismo que está tomando ella era la actriz y cantante Estelle Lebost, madre del director).
«Ephron desarrolló una carrera como directora que consta de ocho películas, varias de ellas coescritas con su hermana Delia»
A partir de aquí, Ephron desarrolló una carrera como directora que consta de ocho películas, varias de ellas coescritas con su hermana Delia. Las más exitosas la convirtieron en la reina de la comedia romántica bajo batuta femenina: Algo para recordar (remake del clásico de Leo McCarey Tú y yo) y Tienes un email, ambas protagonizadas por la pareja Tom Hanks y Meg Ryan. También es estupenda la que cierra su carrera: Julia & Julia, que rendía homenaje a la pionera de los programas de cocina televisivos Julia Child, interpretada por Meryl Streep. Ephron escribió también tres obras de teatro, la última de las cuales, Lucky Guy, se estrenó póstumamente y en ella debutó en Broadway Tom Hanks.
La relación con el cine le venía de familia. Sus padres, judíos neoyorquinos, marcharon a California para trabajar como guionistas y allí criaron a sus cuatro hijas. En la casa familiar eran frecuentes las visitas de grandes guionistas del Hollywood clásico como Julius Epstein y Charles Brackett o de la legendaria periodista Lillian Ross. Después Nora volvió a Nueva York y allí se convirtió en una representante destacada de la sofisticada élite cultural de la ciudad, esa que retrata en sus películas Woody Allen. De hecho, ella aparece fugazmente en escenas de fiestas de dos de esas películas: Delitos y faltas y Maridos y mujeres.
Además de todo esto, Nora Ephron dejó constancia de su talento en artículos periodísticos como los que reúne No me gusta mi cuello. Hay en el libro piezas de longitudes y ambiciones variables, pero que siempre poseen el inconfundible toque de la autora: una aparente liviandad que contiene cargas de profundidad agazapadas. En uno de los artículos nos habla de lo mucho que odia su bolso; en otro de cuando alquiló un apartamento en un elegante edificio de Nueva York y fue testigo de las singulares trifulcas entre los vecinos; en otro de su incansable búsqueda del strudel de col (una receta húngara), que probó en una panadería que un buen día dejó de hacerlo. En la pieza que da título al volumen reflexiona sobre la edad, el inexorable deterioro físico y la tentación de hacerse algún retoque estético, ante lo que dictamina: «Prefiero mil veces ver esta cara y este cuello lamentables cuando me miro de reojo en un espejo que enfrentarme a una desconocida con una cara sospechosamente parecida a la piel de un tambor».
Entre los mejores textos del libro destacan una suerte de autobiografía fragmentaria titulada La historia de mi vida en algo menos de 3.500 palabras y otro sobre las angustias de los padres contemporáneos. Este último se titula La crianza en tres fases y termina con este certero comentario sobre la familia a partir del momento en que los hijos ya se han hecho mayores y se han marchado de casa: «Sus hijos vienen de visita de vez en cuando. Se han convertido, asombrosamente, en personas encantadoras. Les parece a ustedes increíble tener la suerte de conocerlos. Les hacen reír. Les producen orgullo. Los quieren con locura. Sus hijos han sobrevivido a pesar de ustedes. Ustedes han sobrevivido a pesar de ellos. (…) Se acabó. Todo menos la preocupación. La preocupación es para siempre».