THE OBJECTIVE
Vidas cruzadas

Javier Ocaña: «Además de erudición, un crítico necesita bagaje emocional»

El crítico de cine de El País habla con David Mejía sobre sus orígenes, el nacimiento de su pasión por el cine y los retos de su oficio.

Javier Ocaña (Martos, Jaén, 1971) es crítico de cine. Se licenció en Derecho por la Universidad de Granada, pero no tardó en convertirse en periodista. Trabajó en Cinemanía de 1997 a 2006, y es crítico de cine del diario El País desde 2003. Es también colaborador de Hoy por hoy, en la Cadena SER, y de Historia de nuestro cine, en La2 de TVE. Es profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid y de la Cátedra de Cine de Valladolid. Es autor de dos libros: La vida a través del cine (Punto de Lectura, 2003), prologado por Alejandro Amenábar, y De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos (Península, 2021).

P.- Naciste en Martos, un pueblo de Jaén.

R.- Sí, soy un niño de pueblo. Y creo que los niños de pueblo son distintos de los niños de ciudad. Se desarrollan de un modo distinto, mejor en algunos aspectos, peor en otros. Pero fui un niño de pueblo que se crió con libertad. También influye que mis padres siempre estaban trabajando, luego en casa nunca había nadie.

P.- Si la ventaja de ser un niño de pueblo es la libertad, ¿cuál dirías que es el principal inconveniente?

R.- Tanto en la niñez como en la adolescencia hay una libertad mayor, pero careces de las ventajas de una gran ciudad para todo lo relacionado con la cultura. Cuando era pequeño, había dos cines en mi pueblo. Luego solo quedó uno, y este último lo cerraron cuando yo tenía 15 o 16 años. En este sentido, soy de la cultura del videoclub y de la gran televisión pública que había entonces, porque para ir al cine tenía que coger el autobús a Jaén, a 25 kilómetros, y eso tampoco era fácil.

P.- ¿A qué se dedicaban tus padres?

R.- Mi padre tenía una particularidad que se menciona en mi libro De Blancanieves a Kurosawa. Tenía una doble profesión: era tapicero y saxofonista. Y mi madre tenía una tienda de muebles. Por las noches, mi padre tocaba el saxo en la banda municipal del pueblo y también formaba parte de una orquesta que tocaba en bodas y ferias, ese tipo de eventos. Así que con el dinero que obtenía de tocar el saxo, podía invertir y expandir el negocio. Esa era mi familia.

P.- ¿Dirías que esa vocación musical de tu padre despertó tu amor por las artes?

R.- Personalmente, no tengo habilidades musicales, pero siempre hemos disfrutado de buena música en casa. No sólo por ver a mi padre tocar el saxo, sino también por los buenos discos que teníamos. Recuerdo que cuando era pequeño mi padre compró un tocadiscos de alta calidad y adquirió una colección de discos con un excelente gusto musical, incluyendo cosas de Glenn Miller y géneros similares. Además, gracias a mi hermano mayor -tengo dos hermanos mayores-, descubrí a Pink Floyd y toda la música de los años 70. Siempre hubo buena música en nuestra casa y la fuimos absorbiendo. Aunque mis padres no tuvieran estudios, siempre había dinero reservado para comprar libros y discos.

P.- Había libros en casa.

R.- Sí, efectivamente, había libros en casa, especialmente los de mi hermano mayor. Él estudió filología y se convirtió en profesor de literatura. Siendo ocho años mayor que yo, cuando tenía diez años, nuestra habitación ya estaba repleta de libros.

P.- ¿Y cómo llegaste al cine?

R.- Fue una elección intuitiva tanto mía como de un grupo de amigos. Somos una pandilla algo peculiar, ya que somos de un pueblo grande, pero en nuestro grupo, aparte de mí, hay dos personas que han terminado trabajando profesionalmente en el ámbito del cine, la televisión y la dramaturgia. No es algo tan común.

P.- Es muy interesante, ya que el cine es un arte que se puede disfrutar tanto en solitario como en compañía.

R.- En nuestro caso, fue algo espectacular. Creo que nunca imaginamos que nos dedicaríamos a esto. Mi amigo se convirtió en guionista de cine y televisión y dramaturgo, y mi otro amigo se convirtió en productor de televisión y director de programas. Pero nosotros lo hacíamos como si estuviéramos jugando en el parque. Como si estuviéramos jugando al fútbol. Mi tiempo libre siempre estaba relacionado con el deporte y el cine. Recuerdo los viernes por la tarde, cuando salíamos del instituto, siempre íbamos a mi casa. No había nadie porque mis padres estaban trabajando y mis hermanos ya estudiaban fuera. Era la casa donde teníamos libertad. Recuerdo que antes de salir, íbamos a un videoclub y elegíamos una película. Esas sesiones eran bastante especiales, porque veíamos de todo.

P.- Era el auge de los blockbusters.

R.- Pero al mismo tiempo, también veíamos películas bastante más extrañas. El otro día, otra amiga de mi clase, Marta Fraile, que también ha tenido mucho éxito en su carrera profesional como investigadora del CSIC, me decía: «Javier, recuerdo cuando íbamos a tu casa a ver películas de Hitchcock cuando éramos pequeños». Ella decía que yo debía de ser la única en Martos que tenía Canal Plus. Mi padre, ya ves, lo contrató para que yo lo pudiera ver. Por eso te decía que, a pesar de ser una familia de clase media trabajadora, siempre había dinero para eso, siempre había dinero para el cine. Recuerdo cómo disfrutaba yendo al videoclub y llevándome un montón de películas para pasar el fin de semana, con toda la ilusión del mundo.

P.- Un niño o un joven de hoy puede acceder a un catálogo de películas infinito a través del mando a distancia, algo inimaginable para alguien de tu generación. No era tan fácil adquirir una cultura cinematográfica.

R.- Había que esforzarse. En cierto sentido, era un trabajo bonito. Teníamos que revisar la programación de Televisión Española. Te hablo de mediados de los 80, entre el 83 y el 89, cuando me fui a estudiar a Granada. En esos años, yo compraba una revista semanal donde ponían todas las películas que pasaban en Cine Club, un programa que comenzaba a las 12:30 de la madrugada en la segunda cadena. Eran películas en versión original subtitulada, en blanco y negro, clásicos del cine y no tan clásicos, muchas rarezas. Mis padres habían comprado un video Betamax, y yo grababa todo y veía las películas en dos partes. Al mediodía, cuando llegaba del colegio por la mañana, las veía a trozos, ya que no me daba tiempo a verlas completas. Las disfrutaba con total naturalidad, sin pensar en ningún momento que me dedicaría a esto. De hecho, estudié Derecho, que no tiene absolutamente nada que ver.

Foto: Carmen Suárez

P.- ¿Ves problemático el actual exceso de oferta?

R.- Siempre digo que si me hubiera tocado vivir esta época, nunca habría aprobado la carrera. Respecto al exceso de oferta, pienso, por ejemplo, en la burbuja de las series. Un día estallará; se harán menos cosas y habrá menos plataformas. Ahora estamos en la cima. No sé hasta dónde llegará esto y las plataformas ya lo están notando económicamente. Por otra parte, es una época maravillosa: cuando yo tenía 15, 16 o 17 años, o durante la universidad, si compraba una revista de cine y me llamaba mucho la atención una película, de Bergman, de Dreyer, o algo menos intelectual, como una película de Sam Peckinpah o Robert Altman, no era fácil conseguirla. Tenías que esperar a que la pusieran en la televisión, comprobar si estaba en el videoclub o ver si la proyectaban en alguna filmoteca. Ahora prácticamente la tienes asegurada. Para quien tiene el ansia de ver cosas, esto no se acaba nunca. Y es precioso que no se acabe nunca.

P.- Cuando decides estudiar Derecho, ¿qué futuro profesional tenías en mente?

R.- Me gustaba el derecho, pero la carrera la llevé un poco a trompicones. La terminé, pero desde el principio fue un desafío y me di cuenta de que no era para mí. Quería estudiar periodismo, pero me sugirieron que sería más práctico un Master. Hice las pruebas de acceso al máster de El País, éramos 300 solicitantes para 40 plazas, y logré pasar. Y lo que se evidenció cuando llegué al Master es que yo era el que más sabía de cine, teatro y cultura.

P.- Pero entiendo que una cosa es saber de cine y otra saber escribir sobre cine.

R.- Pero aprendes a escribir sobre cine. Probablemente yo tenía la ventaja de que había leído mucho sobre cine desde muy pequeño. Recuerdo que en casa comenzaron a comprar la revista Fotogramas. Empecé a leer no solo revistas de cine, sino también cosas relacionadas con el cine en periódicos, algo más elevadas que las revistas comerciales, como Fotogramas. Y desde joven se me daba relativamente bien escribir. Pero cuando llegué al máster en El País, después de haber estudiado Derecho, esa prosa no tenía nada que ver.

P.- Se había degradado tu estilo.

R.- Pero el máster de El País está muy bien estructurado en todos los sentidos, porque aprendías de tus errores y de los errores de los demás. Las correcciones eran comunes. Era un Master práctico y fue ahí donde realmente aprendí y adquirí seguridad en la escritura. El estilo se va forjando poco a poco. Vas encontrando tu forma de contar las cosas relacionadas tanto con la crítica cinematográfica como con la información cinematográfica. Cuando estaba a punto de terminar el máster, El País me dio una beca de trabajo en Cinemanía. Entré en 1997 y estuve allí durante diez años. Comencé como becario y eventualmente llegué a ser subdirector. Hice toda mi carrera allí, en una revista mensual con muy pocos empleados, donde tenías que escribir muchísimo, hacer crónicas, crítica de cine, entrevistas, y eso es genial.

P.- ¿Ser crítico de cine tiene el glamour que aparenta?

R.- Es apasionante, sobre todo para alguien cuya vida gira en torno al cine. Recuerdo mi primer festival internacional en Venecia a los 28 años. Tuve oportunidad de hacer entrevistas en Cannes, en Venecia, en Berlín… Entrevistaba a los mejores directores del mundo, a David Lynch, a Woody Allen, a todos los europeos, a Robert Zemeckis, a Harrison Ford. Y ver mi entrevista publicada me hacía feliz.

P.- ¿Hay algo que te haya sorprendido de estas celebridades?

R.- Cada uno es muy distinto. La naturalidad de algunos y la soberbia de otros. Hay algunos entrevistados que son difíciles. Son duros. Recuerdo una entrevista con los hermanos Dardenne en el Festival de Cine de Valladolid que fue durísima. Pero eso forma parte de la experiencia y ahí está la gracia. Luego, por otro lado, sorprende que muchas veces sea la gente con menos nivel la más soberbia y egocéntrica, mientras que hay gente con mucho nivel que es muy sencilla. Recuerdo con mucho gusto la entrevista con David Lynch en Cannes. De todos modos, siempre me gustó más la crítica que la información cinematográfica. Siempre me ha gustado más el hecho de ver una película, reflexionar sobre ella, analizarla, contarla y transmitir al lector lo que tú has visto en ella. Explicar los entresijos de esa película desde una perspectiva cultural, social y política.

P.- ¿Es difícil hacer esto sin revelar demasiado de la película?

R.- Se puede decir que nunca cuento de qué tratan las películas. Hay que prestar mucha más atención. Como siempre digo, el argumento no me importa en absoluto. Lo que importa son los temas de la película y, sobre todo, los textos que se encuentran en ella.

P.- ¿En qué momento te das cuenta de que película es mucho más que la trama?

R.- En el libro De Blancanieves a Kurosawa cuento algo en este sentido. Durante el bachillerato me di cuenta de que estaba viendo películas que, en principio, no estaban dirigidas a alguien de mi edad. Estaba viendo películas para adultos y tenía 15 años. Recuerdo, por ejemplo, ver Sangre sabia una película de John Huston de los años 70 basada en una novela de Flannery O’Connor. Trata sobre la religión, los telepredicadores, la falsedad de ciertas religiones y cómo se aprovechan de las dificultades de las personas. Pues recuerdo ver esa película y reflexionar, a mi manera juvenil, sobre el valor y utilidad de las religiones. El cine me enseñó todo en la vida. Es obvio que aprendes de la vida a través del cine, pero también aprendes del cine a través de la vida. La vida te enseña muchas cosas para poder analizar y reflexionar sobre las películas.

P.- En De Blancanieves a Kurosawa insistes en esto: uno tiene que tener experiencias vitales para poder sacarle partido al cine.

R.- Existe un tipo de crítico de cine que es muy erudito, pero que nunca ha salido de su habitación para vivir. Además de erudición, un crítico necesita bagaje emocional. En las charlas que doy en el Master en crítica siempre digo que para ser un buen crítico de cine no sólo hay que saber de cine, literatura, teatro y arte en general. Hay que saber estar en el mundo, interesarse por lo que está ocurriendo, leer el periódico, estar al tanto de lo que está sucediendo y por qué está sucediendo. Porque en dos o tres años llegará una película africana que reflexione sobre el conflicto en Sudán, y si no estás informado, no vas a entender nada. Y también les digo que hay que saber mucho sobre la vida, hay que haber reflexionado sobre la muerte, haberse enamorado, dejar y haber sido dejado por alguien, haber sido traicionado por un amigo o haber traicionado a un amigo.

P.- ¿Confías en que para dar una educación cinematográfica se puede partir de lo que nos gusta y avanzar desde ahí?

R.- Propongo partir de cosas sencillas, que no significa simples. Significa partir desde abajo y subir. Por ejemplo, puedes enseñarle a cualquier niño de 13 o 14 años Ladrón de bicicletas y que se vea cautivado por el drama de ese padre que necesita la bicicleta para trabajar. Se la han robado, y decide robar otra porque necesita seguir trabajando. El hijo ve cómo lo atrapan y al final padre e hijo terminan llorando de la mano, ambos humillados. Eso puede impactar a un niño adolescente, pero si no ha visto nada de cine y solo ha estado expuesto a series superficiales de Netflix y Disney, le resultará chocante el blanco y negro y los ritmos que tiene. Lo normal es que no entre. Pero si desde temprana edad, incluso a los 13 o 14 años, les enseñas cosas artísticamente potentes, emocionalmente interesantes y educativas, empiezan a ver el cine con naturalidad. Mis hijos comenzaron con cosas sencillas pero artísticas y han ido avanzando gradualmente. Y les sucede también a mis alumnos, que son de todas las edades. Mi objetivo con ellos, como con mis hijos, es que cada uno encuentre su lugar y vaya subiendo de nivel con el tiempo. Por eso paso de Doraemon y Bob Esponja a Miyazaki. Esa es la línea que se encuentra en todo el libro, en cada uno de los capítulos, en relación a los géneros.

P.- ¿Y qué películas recomiendas para un niño o una niña de cuatro o cinco años?

R.- La animación es perfecta para comenzar, pero dentro de la animación, se pueden subir escalones. En el capítulo de animación, comienzo hablando de Blancanieves, que fue la primera película que mi hija vio cuando no sabía ni hablar, pero le encantaban los dibujos y lo que decían. Y ese progreso continúa. Terminamos hablando de Persépolis, una película de animación sobre una niña que creció en Irán y que narra su transición de la niñez a la adolescencia. Todo eso a través de la animación. Pero no puedes ponerle Persépolis a una niña de 3, 4 o 5 años. Se trata de ir avanzando y cuando tiene 11, 12 o 13 años, estará completamente preparada para disfrutarla.

A mi hijo Santi le gustaban mucho, desde muy pequeño, tanto las aventuras clásicas como los westerns, las adaptaciones de Julio Verne o las aventuras clásicas en blanco y negro, como Gunga Din. Por otro lado, a Julia, mi hija, le interesaba menos eso, pero luego dio un salto significativo hacia películas mucho más maduras cuando tenía 11 o 12 años.

P.- Y a la hora de valorar películas, ¿en qué aspectos te fijas más?

R.- Me fijo en todo, pero con la experiencia entra con naturalidad. Antes, cuando había algún crítico tomando notas en la sala, me ponía muy nervioso. Creo que hay que ver la película, disfrutarla, emocionarse y ver cómo reaccionas a cada una de las cosas. Luego, todo lo demás se va quedando y después, al salir, puedes tomar notas para ir preparando la crítica. Pero en una película hay que fijarse en todo y, sobre todo, en lo que realmente quiere transmitir el autor o autora. No se puede valorar de la misma manera una película que solo busca entretenerte con una película que pretende reflexionar sobre cuestiones importantes de la condición humana. Permíteme darte un ejemplo: Los cazafantasmas es una tontería que no pretende transmitir nada profundo, pero es la tontería perfecta. Es una película perfecta en todos los sentidos. Es entretenimiento puro y duro, pura efervescencia juvenil para pasar el rato. Es lo más divertido del mundo y además está muy bien hecha. Entonces, no se puede decir que a Los cazafantasmas le falta enjundia porque nunca pretendió tenerla.

P.- La valoración dependerá siempre de las expectativas.

R.- Digamos que hay que tener en cuenta las expectativas y lo que intuyes que pretende transmitir el artista. Es importante diferenciar entre una obra de arte y una obra de espectáculo. A veces van de la mano, una obra de arte puede ser también un espectáculo. Pero otras veces simplemente busca ser un espectáculo, no tiene pretensiones artísticas, es algo diferente.

P.- Existe una tensión natural entre el autor y el crítico. Además, los autores a menudo ven a los críticos como autores frustrados. ¿Has tenido alguna experiencia en la que algún director te haya dicho: «Javier, no has entendido mi película»?

R.- Personalmente, como trabajo en Historia de nuestro cine en La 2, un programa en el que hay coloquios con los autores y se habla de sus películas, nunca he tenido esa experiencia. Lo que sí he experimentado son diversos desafíos. Después de 25 o 26 años ejerciendo la crítica de cine, no he tenido muchos problemas porque soy una persona tranquila y educada, tanto al escribir como en el trato. Pero sí he tenido quejas de directores a mis superiores y solicitudes de despido. Esas cosas ocurren de vez en cuando. Ahí es donde la empresa tiene que cuidarte. Si un director relevante, importante se queja de tu trabajo a tus superiores, tus superiores nunca deben decírtelo. Deben guardárselo para ellos. Si esa presión se transfiere al crítico, luego viene la autocensura. Te admito que he escrito críticas en El País que, al enviarlas, pensaba: «Mañana me despiden». Lo he pensado varias veces porque iba en contra de la línea editorial del periódico en un tema determinado, o estaba siendo demasiado crítico con una obra de un director que sabía que tenía relaciones con el medio. Intento ser honesto y no preocuparme demasiado por eso. Con los años, he aprendido a ser más frío en ese sentido.

Foto: Carmen Suárez

P.- Te propongo un juego: te voy a mencionar algunos directores y tú me sugieres una película de ellos. Comencemos por Kurosawa.

R.- Pues mira, aquí obviamente voy a citar Los siete samuráis, que es la película de aventuras perfecta para cerrar ese recorrido. Además, se relaciona mucho con el principio del libro, que es la serie de Doraemon. Hay varios episodios de samuráis y es ahí donde mis hijos empiezan a aprender qué eran los samuráis. Recuerdo que cuando comenzamos a ver la saga de Star Wars, les dije a mis hijos que los samuráis son la inspiración de los jedis y que una de las bases de George Lucas para su primera película es una película de Kurosawa llamada La fortaleza escondida, que tiene personajes con muchos paralelismos. Eso también les despertó el interés. La fortaleza escondida y Los siete samuráis son fundamentales. Con Kurosawa pasa lo mismo que con John Ford, siempre es difícil elegir: El hombre que mató a Liberty Valance o Centauros del desierto.

P.- Robert Altman.

R.- Cuando era adolescente y empecé a ver películas que no eran para mí en principio, vi una película de Altman sobre jugadores de póker y cosas así, pero no era la típica película espectacular de timos, sino algo más turbio: California Split. Elliott Gould, el protagonista, es un actor que me gustaba mucho en aquella época. Y luego, de Robert Altman hay una película que me encanta, basada en los relatos de Raymond Carver, Vidas cruzadas.

P.- Y comparte nombre con este podcast.

R.- Exacto.

P.- Woody Allen.

R.- Mi favorita de Woody siempre fue Hannah y sus hermanas. Creo que es la que mezcla perfectamente todos sus grandes temas y tonos. Ese tono a medio camino entre lo intelectual y lo superficial. Es una película que parece ligera, pero en realidad es muy profunda. Habla de arte, de la condición humana y de todas nuestras certezas, las pocas que tenemos, y de todas nuestras dudas, que son muchas, de una manera más compleja y divertida al mismo tiempo.

P.- Steven Spielberg.

R.- Spielberg me gusta, evidentemente, y es uno de los grandes, pero no soy fanático de su cine. Me interesa mucho más la parte efervescente juvenil, aunque tiene mucha sustancia también, que el Spielberg adulto. Mi película favorita de Steven Spielberg es Encuentros en la tercera fase. Me gusta mucho más que La lista de Schindler o Salvar al soldado Ryan, que también me encantan.

P.- ¿Y cuál es tu Hitchcock?

R.- Creo que es Vértigo. Es la película más difícil de resolver. Sólo puede ser cine, no se puede contar. Tiene una parte de diez minutos con un personaje dentro de un coche siguiendo a una chica, y es apasionante. Te hace sentir como si estuvieras dentro del coche. Visualmente juega con los colores, con los rojos y los verdes, y también juega con el interior del ser humano. Es sobre un hombre que se enamora de una mujer muerta y quiere recrearla en otra. Vértigo es una película inabarcable.

P.- Y aparte de los mencionados, ¿cuáles son tus cineastas predilectos?

R.- Siempre cito a Michael Powell y Emeric Pressburger. Son dos directores británicos, principalmente de los años 30 pero también de los años 40 y 50. Películas suyas, como Las zapatillas rojas o Narciso Negro se adelantaron a su tiempo. Además, artísticamente, visualmente y técnicamente son preciosas. Hay otro británico que me gusta: Nicolas Roeg. Es el director de una película de terror ambientada en Venecia llamada Amenaza en la sombra, basada en un relato de Daphne du Maurier. Aquí unimos a Hitchcock, porque es la escritora de Los pájaros y Rebeca.

Foto: Carmen Suárez

P.- Como siempre, terminamos preguntándote a quién te gustaría que invitáramos a ‘Vidas cruzadas’.

R.- Bueno, voy a proponer a un amigo íntimo con el que he trabajado durante muchos años, Carlos Marañón, director de Cinemanía. Personal y profesionalmente tiene facetas muy interesantes que se salen un poco del cliché. Él fue futbolista y es hijo de un futbolista profesional muy famoso, Rafa Marañón, que jugó en el Real Madrid y el Español. Carlos comenzó como futbolista, pero tuvo una lesión grave que lo obligó a dejarlo al final de su juventud. Esa combinación de fútbol y cine, deporte y cultura, con su enorme conocimiento y su sensibilidad para analizarlo todo, creo que les puede gustar a los oyentes.

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