Calcetines mojados y música eterna: Bob Dylan triunfa en Madrid a pesar de la lluvia
Netflix es para todos, Bob Dylan no. Pero a pesar de canciones irreconocibles y una falta de concesiones al público, el concierto fue excelente
Una lluvia pesada iba a caer. Y vaya si cayó. El público tardó en llenar los jardines del botánico de la Ciudad Universitaria de Madrid, calados hasta los huesos, con sus chubasqueros al viento y el ánimo un poco frío. Pero en cuanto Dylan y su escogido grupo de músicos comenzaron a tocar, la tormenta se detuvo y un ambiente cálido, como de bar de blues de Nueva Orleans, invadió la Complutense.
Dylan dio este miércoles el primero de los dos conciertos que tiene programados en Madrid y uno de los doce en total en toda España. Aparece ahora transmutado en su enésimo alter ego. Ya fue cantante folk, voz de una generación, rockero psicodélico, cantante country, predicador gospel, premio Nobel de literatura y nosécuántas cosas más. Ahora se agarra al piano como un borracho a la barra de un bar, como un sabio y viejo bluesman que, al mismo tiempo que nos relata canciones, nos sirviera un reconfortante bourbon.
Un grupo de cinco miembros, comandados por el gran Tony Garnier, acompañaba al cantante con la delicadeza de una luz de candil. Ya no se busca la potencia blusera de los tiempos del Modern Times. Los músicos se afanan en respetar la voz quebrada del de Minnesota y le arropan, devotos, con mimo. El resultado era paradójico: frágiles versiones, llenas de imperfecciones y, al mismo tiempo, rotundas y eternas como un epigrama romano.
Por supuesto, Dylan no es para todos. Netflix es para todos, Bob Dylan no: canciones irreconocibles, ninguna concesión al público (ayer pocos o ninguno de sus clásicos), graznidos, ronquidos, falsetes, declamaciones de bardo más que entonaciones de músico… qué más da, el concierto fue excelente. Allí estuvieron muchas, casi todas, de las canciones de su último disco, el aclamado Rough and Rowdy Ways. Incluyó además una versión blusera de su tema más country: «I’ll be Your Baby Tonight». Excelente también la potente «Gotta Serve Somebody», y arrulladoras baladas como «I’ve Made Up My Mind to Give Myself to You». Dylan llenó el ambiente de nostalgia («I Countain Multitudes»), de oscuros presagios («Black Ryder») y también de travesuras, porque hizo lo más insospechado en un concierto de Dylan, versionó a otro artista (Buddy Holly y su «Not Fade Away»). Salimos de allí helados, empapados y plastificados, pero también un poco más felices.
Una frase conocida o al menos atribuida a Sabina decía compadecerse de los chavales de hoy de veinte años por no tener bobdylanes también de veinte años. Perdón, pero menuda idiotez. Vaya un mundo estrecho el de la sola actualidad y la novedad. No es que Dylan no siga siendo actual, es que nunca lo ha sido. Esta noche seguirá allí aferrado a su piano, hosco, poético, intemporal. Allí parecían también quedarse algunas de las lánguidas notas de su steel guitar. Quizás algún estudiante, de los que todavía hoy andaban en la EvAU, las descubra aún flotando en el aire.