Tina Modotti: la vida novelesca de una gran fotógrafa
Fundación MAPFRE dedica una muestra completa a la retratista y militante antifascista italiana en Barcelona, que se podrá visitar hasta el 3 de septiembre
La escritora mexicana Elena Poniatowska publicó en 1992 Tinísima, una novela sobre la fotógrafa italiana Tina Modotti (1896-1942). Años después, en 2011, dio el protagonismo en Leonora a la pintora surrealista británica Leonora Carrington. Ambas artistas comparten, además del vínculo con México, el hecho de que sus vidas son muy novelescas. Ahora el KBr, el espacio expositivo dedicado a la fotografía de la Fundación MAPFRE en Barcelona, dedica una completísima muestra a Tina Modotti, comisariada por Isabel Tejeda y abierta hasta el 3 de septiembre.
Permítanme un apunte que me parece importante dejar claro desde el principio. Ni su agitada peripecia vital digna de un folletín ni su dogmática militancia comunista deberían opacar su relevancia como artista. Su caso es singular, porque dejó un corpus fotográfico bastante reducido -unas 400 fotografías- y lo produjo en los ocho años de su primera estancia mexicana. Durante los doce años posteriores, hasta su temprana muerte cuando solo tenía 45, apenas tomó fotografías y las pocas que se conservan son de escaso interés.
Vamos primero con la vida, que ha sido objeto del mencionado libro de Poniatowska, de una notable novela gráfica de Ángel de la Calle, Modotti. Una mujer del siglo XX (editada primero por Sinsentido y después por Reino de Cordelia), y de varias biografías, entre las que hay un par muy solventes traducidas al castellano. La de Pino Cacucci (publicada por Circe) y la de Margaret Hooks, Tina Modotti, fotógrafa y revolucionaria (publicada por La Fábrica), que aborda su vida y su obra y va profusamente ilustrada.
Modotti nació en Údine, en el norte de Italia, y la familia emigró a Estados Unidos cuando ella tenía dieciséis años. Desembarcaron en Nueva York, pero pronto se trasladaron a la costa oeste. Vivió primero en San Francisco, donde trabajó como costurera, mostró interés por la actuación e hizo algunos papeles en obras teatrales, que le abrieron las puertas de Hollywood. Se trasladó a Los Angeles y entre 1920 y 1922 llegó a protagonizar tres películas mudas -la más relevante es la primera, Tiger’s Coat– en las que interpretaba papeles de femme fatale dentro del difuso cliché de la mujer latina para los norteamericanos: una italiana morena y de cabello oscuro haciendo de mexicana.
En esa época conoció al ya reputado fotógrafo Edward Weston y se convirtió en su asistente, musa y amante (clandestina, porque él estaba casado). Modotti posó para él en varios desnudos y- como Lee Miller, que empezó como modelo en desnudos de Man Ray- dará el salto de musa a artista, poniéndose al otro lado de la cámara. Lo de haber hecho de mexicana en el cine acaso fuera premonitorio, porque en 1923 acompañó a Weston a México y durante la larga estancia en ese país le sucederán a la joven italiana las cosas más importantes de su vida.
Cuando Weston recibe encargos para la publicación Mexican Folkways y para ilustrar un libro de Anita Brenner sobre la cultura popular mexicana, Modotti empieza a trabajar codo con codo con él (de hecho, durante cierto tiempo algunas fotografías de ella se le atribuyeron a su mentor). Mientras que él mantiene las distancias con el mundo artístico local, ella se sumerge en él en un momento en el que la cultura mexicana está en plena efervescencia. Conoce a figuras como los muralistas Diego Rivera y Clemente Orozco, y a Frida Kahlo, todos vinculados con el Partido Comunista Mexicano, al que se afilia. Empieza a trabajar como fotógrafa para el periódico-panfleto El Machete y cuando Weston regresa a California, ella decide permanecer en México.
Su vida amorosa es intensa y tiene un romance con el líder estudiantil cubano Julio Antonio Mella, opositor al gobierno de Machado y exiliado en Ciudad de México. El 10 de enero de 1929 Mella es asesinado a tiros en plena calle. Modotti iba agarrada de su brazo y pasa rápidamente de testigo a sospechosa. La policía la interroga y detiene como posible cómplice en un crimen que se presenta como pasional. El asunto ocupa sensacionalistas portadas en la prensa mexicana (en las que aparecen unas célebres fotos de la reconstrucción del crimen en la que la policía la hizo participar). Diego Rivera, que tiene contactos en las altas esferas políticas, logra sacarla de prisión. Pero un año después se produce el intento de asesinato del presidente mexicano Pascual Ortiz Rubio; los comunistas son señalados como sospechosos y se inicia una contundente persecución. Modotti, extranjera y ferviente militante, es expulsada del país. Como en Estados Unidos no la dejan entrar por su ideología y a la Italia entonces fascista no puede volver por idéntico motivo, inicia un periplo europeo que incluye Rotterdam, París y Berlín, y acaba en Moscú.
La acompaña en la salida de México otro comunista italiano también expulsado, el siniestro Vittorio Vidali, que hace ya un tiempo es su amante. Vidali era un agente estalinista, un fanático sin escrúpulos, sospechoso de varios delitos de sangre, entre otros del asesinato de Mella. En uno de los murales más célebres de Diego Rivera titulado En la armería (que forma parte de los frescos del Ministerio de Educación) hay varios retratos de personas de su círculo: el centro lo ocupa una Frida Kahlo vestida de rojo revolucionario y en la esquina derecha Tina Modotti sostiene una canana llena de balas que entrega a Mella. Detrás, semioculto y con un sombrero negro, aparece Vidali. Dado que Rivera los conocía bien, ¿esconde ese retrato coral algunas claves sobre la relación triangular? ¿Presagia el crimen pasional o acaso político en el que ella fue acusada de cómplice?
Vidali siguió sus funestas andanzas en la Guerra Civil Española, donde ejerció de comisario político estalinista. Hay fundadas sospechas de que de nuevo manchó sus manos de sangre purgando a disidentes. La República le concedió un pasaporte con el nombre de comandante Carlos Contreras y hay una foto en la que posa, altivo y simiesco, junto a La Pasionaria. En la posguerra, ya de regreso en Italia, en pago por todos estos servicios acabó siendo diputado y senador del PCI (unos años antes de que Enrico Berlinguer se inventara el blanqueador eurocomunismo, al que se apuntó Carrillo, otro con un pasado muy turbio en la guerra civil).
Vittorio Vidali no solo fue amante de Modotti sino que en Moscú la convirtió en agente estalinista. Con la tapadera del Socorro Rojo Internacional, ella también estuvo en España durante la Guerra Civil bajo el nombre de María. Hizo labores humanitarias como enfermera, pero también de propaganda y de espionaje para Moscú. Aquí, si me lo permiten, hago un apunte sobre el uso sesgado del lenguaje: en muchos textos se habla de ella como antifascista, no como comunista, porque el primer término es claramente positivo mientras que el segundo es -por fin- más bien peyorativo.
Acabada la guerra, Modotti huyó, como tantos republicanos, cruzando los Pirineos y con Vidali regresó de forma muy discreta a México. Allí, una noche, al salir de una cena con amigos, tomó un taxi y murió fulminada por un ataque al corazón. ¿Fue una muerte natural o un envenenamiento? A día de hoy nadie lo sabe a ciencia cierta. Dicen que Diego Rivera comentó: «Ha muerto porque sabía demasiadas cosas de Vidali». Pablo Neruda le dedicó un poema, Tina Modotti ha muerto, una parte del cual se grabó como epitafio en la losa de su tumba.
Repasada la biografía, vamos a su obra. Modotti se formó con Edward Weston, una de las grandes figuras de la vanguardia fotográfica. Weston compuso precisas geometrías y sinuosas curvas en desnudos, bodegones y paisajes captados de tal forma por su cámara que devienen prácticamente abstracciones. Y fue uno de los fundadores en 1932 del grupo f/64, que aglutinaba a algunos de los más grandes fotógrafos artísticos y experimentales americanos de su época: Ansel Adams, Paul Strand, Imogen Cunningham… Modotti absorbe esta influencia, como se puede ver en la sofisticada geometría y rítmica repetición de sus imágenes de pétalos de rosa, copas de cristal, postes telegráficos, palmeras, bambúes o una máquina de escribir fotografiada desde arriba en diagonal. Sin embargo, su mirada empezó a evolucionar, como queda patente en la serie de fotografías que ella y Weston realizaron de un circo ambulante. Mientras que él busca las líneas geométricas y puntos de fuga de la carpa, ella también trabaja este aspecto formal, pero introduce la presencia humana -no abstracta- de los espectadores.
La politización que Modotti vivió en México dio lugar a dos nuevas líneas de trabajo en su obra. Por un lado, las composiciones de carácter simbólico de la serie de bodegones con mensaje como Canana, hoz y guitarra, y diversas variaciones con la hoz presente. Más allá de su carácter propagandístico, tienen una indiscutible calidad estética, como sucede con las fotos, collages y carteles de los vanguardistas soviéticos de la primera hornada como Aleksandr Ródchenko, cuyo fervor revolucionario no había sucumbido todavía al mortífero dogma del realismo socialista. La otra faceta de Modotti es quizá la más potente de su producción: los retratos de indígenas, mujeres y trabajadores captados con una mirada humanística, alejada del tipismo y el folclorismo, y que no pierde jamás la solidez formal. Son un buen ejemplo de esta elegancia compositiva Hombre con madero y Hombres leyendo El Machete. Y también destacan los extraordinarios retratos de mujeres con cántaros y cestas sobre la cabeza; las maternidades (mujeres con bebés lactantes, o esa mujer con el bebé en brazos cuyos pliegues evocan las sensuales abstracciones de Weston) y las imágenes de manos curtidas por el trabajo. Además, es muy de agradecer que la exposición de Mapfre permita apreciar en todo su esplendor estas fotografías porque se han recuperado copias vintage de gran calidad. Weston y sobre todo Modotti dejaron una huella indeleble en la cultura mexicana. Manuel Álvarez Bravo, el más grande fotógrafo que ha dado ese país, fue en su juventud discípulo de ambos.