Caminando con Rimbaud para vencer el tedio de la rutina
El último libro de Sylvain Tesson sigue los pasos de la mayor estrella fugaz de la poesía en un paseo en el que biografía, análisis y literatura se dan la mano
El verano es muchas veces sinónimo de huida. Momento preferido por muchos para irse de vacaciones, identificamos desde pequeños esta estación luminosa y efímera con escapar de las ataduras de la rutina y buscar nuevas aventuras, muchas veces bajo el sol ardiente de una playa sin fin, antes de volver a la gris realidad del trabajo asalariado y las semanas invernales, a veces indistinguibles unas de otras. Ante esta perspectiva, hay personas que hacen de su vida un verano constante, una huida eterna y deslumbrante hacia nuevas sensaciones y maneras de vivir, fascinando y enfadando al mismo tiempo a todos aquellos que no tienen el deseo o el coraje de ver la vida como un sprint en vez de una carrera de fondo. Y pocos ejemplos hay de esa visión del vivir como viaje fulgurante más evidentes que la de Arthur Rimbaud, el enfant terrible del malditismo francés.
Nacido en 1854 y muerto en 1891, Rimbaud sigue fascinando en nuestros días, no solo por su poesía innovadora y vanguardista, sino principalmente por su rebeldía y su incansable búsqueda de una existencia sin límites. Fue un espíritu libre y transgresor que desafió las normas establecidas de su época, rompiendo barreras y explorando nuevas fronteras tanto en su vida como en su arte. Su rechazo a la conformidad y su búsqueda desenfrenada de experiencias intensas y trascendentales lo han convertido en un icono de la rebeldía y la inquietud creativa. Porque Rimbaud encarna ante todo la figura del poeta maldito que se atreve a vivir al margen de lo establecido, y es precisamente esa pasión por la libertad y esa lucha por trascender los límites convencionales lo que ha fascinado e inspirado a movimientos culturales tan distintos como la música punk o el cine de la nouvelle vague.
Al aventurero y escritor Sylvain Tesson (París, 1972), muy conocido en Francia por sus numerosos ensayos y relatos de viajes, no solo le fascina Rimbaud, sino que se identifica con él, no tanto por sus similitudes creativas —al fin y al cabo, uno es un poeta y el otro ante todo un ensayista— sino por sus obsesiones vitales. Tesson se ve reflejado en la pasión de Rimbaud por la huida y la dromomanía, esa necesidad de movimiento constante que impulsa a explorar nuevos horizontes. De hecho, en su nuevo libro, Un verano con Rimbaud (Taurus, 2023), Tesson reconoce en el poeta maldito un espíritu rebelde y transgresor, y a través de diferentes conexiones biográficas y literarias, nos lleva de la mano en un viaje donde la introspección y la admiración se entrelazan para explorar la esencia del viajero.
«La poesía de Rimbaud lanza bengalas. De ella no se extraen enseñanzas sobre la vida, la muerte, el amor ni el arte. Pinta imágenes, arroja sus visiones, que son secretos de iniciado. Es violento, nuevo, infranqueable. El Verbo es un enigma. Lo único que uno puede hacer es tratar de desvelar sus misterios», escribe Tesson, que no duda en afirmar que «Rimbaud no alcanza nunca su meta porque siempre la está cruzando».
Tesson nos quiere sumergir en ese movimiento constante, en esa huida perpetua hacia adelante, precisamente porque esto es lo que caracteriza tanto la poesía como la vida de Rimbaud. A lo largo del libro, nos movemos entre apuntes biográficos que desvelan la evolución vital del poeta desde su infancia con una madre castradora en la que todo parece empapado por la tristeza y humedad de las Ardenas, su tierra natal, y análisis poéticos que bucean en la corta pero intensa producción literaria de un genio precoz. Entre verso y verso, nos encontramos con la aventura amorosa con Verlaine, el silencio en el que se sumerge Rimbaud con tan solo 19 años y la posterior huida a África que marcaría la última etapa de su vida. Todo ello, recogido en frases cortas y llenas de imágenes con las que Tesson parece a veces jugar con su propia prosa, bailando entre su tradicional forma de escribir y el verbo a veces surrealista del poeta francés.
Lo último que quiere hacer Tesson es limitarse a ofrecernos una biografía convencional del poeta. No solo reconoce en varias ocasiones que la biografía no es una ciencia exacta y que todos los biógrafos son meros «domadores de osos» que intentan encontrar un sentido en la vida del autor, sino que nos invita a adentrarnos en el mundo interior de Rimbaud, explorando sus versos y su vida con igual atención. El aventurero francés no solo comprende la fascinación del poeta por la huida y la necesidad de seguir viajando a pesar de las adversidades, sino que parece admirarla y no se corta a la hora de trazar paralelismos con su propia experiencia, logrando trazar un recorrido íntimo y personal que a veces dice más de Tesson que del propio Rimbaud.
La poesía como forma de cambiar la vida
«El mundo permanecerá inerte si el poeta no lo fertiliza con la mirada», escribe Tesson sobre el escurridizo autor de Une saison en enfer, a quien se niega a reducir a un arquetipo. Es más, en el libro, el ensayista ahonda en la búsqueda de Rimbaud por encontrar una nueva forma de lenguaje, una que pudiera cambiar el mundo a través del desorden de los sentidos. Como prueba, nada mejor que Les Illuminations, esos poemas oscuros y enigmáticos que desafían la lógica y la razón, pero que Tesson nos acerca disociando el verbo del sentido y sumergiéndonos en un carrusel de imágenes puras, libres de significado y subtextos.
No obstante, Tesson es consciente del peligro de llevar la filosofía del viaje y la búsqueda de la verdad a través del movimiento. El propio Rimbaud no logró el reconocimiento que esperaba y se sumió en un largo silencio, convirtiendo su huida hacia Oriente en el antídoto a su propia existencia infernal. Aunque intentó cambiar el mundo, ya fuera como comerciante, traficante de armas o esclavos, nunca logró escapar del aburrimiento ni alcanzar plenamente su objetivo de huir de sí mismo. Tesson aprovecha este trágico final para conectar la figura del poeta con otras temáticas recurrentes en su obra, como la pérdida del poder del lenguaje en la era actual y el dominio de la pantalla sobre la palabra.
«La vida de Rimbaud se parece a la dialéctica del meandro y el azimut. Habría podido seguir el curso de una vida de literato, racional, aplicada, eficaz, totalmente consagrada a su posteridad. Verlaine lo habría apoyado, se habría codeado con sus pares, habría aquilatado su obra, habría conocido la gloria. Y, de meandro en meandro, habría pasado noches estudiosas, días serios, esculpiendo su estatua. Una vida como el Mosa: poderosa, lenta, profunda; útil en definitiva», escribe un Tesson que, en una deliciosa contradicción que parece repetirse a lo largo de todo el libro, no duda tampoco en ensalzar esa decisión de arder cual estrella fugaz, avivando en el lector el deseo de conocer o encontrarse con una obra de Rimbaud que es tan escasa como salvaje.