Juan Carlos Galindo debuta en la novela con un 'noir' clásico
El periodista y crítico literario Juan Carlos Galindo publica la novela ‘Hontoria’, cuya trama se centra en el triple asesinato de una familia segoviana
El salto es arriesgado, así que tiene que estar bien medido y mejor ejecutado: Juan Carlos Galindo (Segovia, 1979) pasa de la trinchera de la crítica literaria al bando de los criticados, y por consiguiente, a estar en la diana, expuesto en círculos concéntricos para ver dónde le clavan el dardo con su primera novela, Hontoria (Editorial Salamandra, 2023), que cuenta la historia de un triple crimen ocurrido en una antigua localidad anexa a Segovia y absorbida posteriormente por ésta y que, como el propio narrador describe, es un «lugar feo y sin alma, entre rural y residencial, y con los males de uno y otro mundo».
Dice la sinopsis: «No hay testigos, ni sospechosos ni arma del asesinato de Joaquín Vila, su esposa Consuelo Martín y su hijo Sergio. Jaime, el primogénito, se convierte en la primera opción de un equipo investigador desorientado ante la falta de indicios». ¿Cómo traza la parábola el autor para caer de pie, tratándose además del saturadísimo noir? Para empezar, le adjudica al narrador y protagonista un furor desmedido por el true crime, ese género auspiciado por el auge de las plataformas de contenidos. Todos somos un poco investigadores desde que Netflix, HBO y los pódcast de no ficción llegaron a nuestras vidas. Y eso le pasa a Jean Ezequiel, el protagonista de esta novela, que cae rendido ante Serial, el documental sonoro americano que ha conseguido incluso revocar una condena a cadena perpetua. Ezequiel, periodista de sucesos que ambiciona algo de fama, decide emular el formato y empieza a grabar un pódcast de crímenes desde el despacho situado en el ático de su vivienda, de forma rudimentaria y apasionada. Y el triple crimen se convierte en su obsesión particular.
De este modo, lo actual del personaje principal combina con otros rasgos más clásicos del género, a los que Juan Carlos Galindo no renuncia: tanto autor como protagonista visten barbour, pajarita y tienen declarada la guerra al calzado cómodo, a pesar de lo que le toca trotar, al menos a este último, siguiendo la infinidad de pistas dentro del caso que le ocupa. El otro aspecto que revitaliza la obra es la variedad de registros narrativos empleados, que disparan el ritmo en Hontoria y aportan gran verosimilitud: la novela abre con un mapa que ubica las localizaciones estratégicas que iremos descubriendo a lo largo de ésta. Pero es que además hay transcripciones de llamadas radiofónicas, los guiones de los pódcast de Jean Ezequiel, artículos periodísticos. Un festival de formas de hacer avanzar la trama.
El libro de Galindo (cumpliendo esa rancia tradición periodística de llamarnos entre colegas del gremio por el apellido, como él mismo dice) plantea, además de su trama, una interesante reflexión sobre por qué nos produce esta fascinación el género. En mi caso, siempre he pensado, y seguro que sin acierto, que por ponerme a salvo llegado el caso. Como si poder allanar la mente del criminal pudiera hacer que nos adelantáramos a sus planes y los arruináramos. En el caso de Jean Ezequiel, el protagonista, no por el morbo, sino porque el crimen le da «un contexto, un filtro con el que ver la realidad en las tonalidades adecuadas» y por una acusada predilección por «las historias, los relatos, los crímenes sin resolver, las preguntas sin respuesta».
En el debut literario de Juan Carlos está también la enfocada mirada al oficio ha desarrollado en su carrera, que a veces es levemente socarrona retratando cosas que hemos vivido los que nos hemos cocido al sol o congelado en las calles: por ejemplo, que la señora que un día sale en Antena 3 en batín hablando del crimen que ha acabado con sus vecinos, pillada de improviso por un reportero precoz, aparecerá al día siguiente en vestido de flores y el rabillo del ojo pintado en Telecinco. O viceversa.
Además, leyendo su obra se degusta Segovia a través de las viandas que come y de los caldos y bebidas alcohólicas de otras graduaciones que bebe el protagonista. La recia ciudad castellana se llena aquí de vida y ciertamente funciona como fondo, porque Galindo la conoce bien y la mima en su narrativa sin impostar nada, retratando el abismo entre los restaurantes y bares a los que acuden los turistas y aquellos que son parte de la identidad regional, donde si entra un foráneo las miradas se cruzan para intentar descifrar el porqué de la visita. No a mala baba. Por pura extrañeza.
Jean Ezequiel no es un lumbreras, pero es perseverante. Y se rodea bien. Y sabe hacer hablar. Eso lo necesita todo buen periodista; todo buen detective, también. Y, como las palabras aquí son vitales, en ellas duerme la resolución del caso. El trabajo está bien hecho, y sospecho que volveremos a ver al segoviano de la pajarita devanarse los sesos hasta resolver un próximo caso.