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Patrick Radden Keefe y la banalidad del crimen

El periodista norteamericano recoge en ‘Maleantes’ sus mejores textos sobre estafadores, asesinos y rebeldes publicados en el semanario ‘New Yorker’

Patrick Radden Keefe y la banalidad del crimen

Patrick Radden Keefe. | Phil Montgomery

Patrick Radden Keefe (Boston,1976) tiene colgada en la pared de su despacho (pintado de un iluminador y esperanzado color azul) la primera carta de rechazo que recibió del New Yorker, en 1999. Enamorado como estaba desde la secundaria de las revistas, Keefe se pasó los siguientes siete años picheando; esto es, proponiendo temas a los editores, hasta que finalmente le dijeron que sí. Un sí longevo que dura hasta la actualidad, diecisiete años después, en los que el periodista se ha convertido en miembro de la plantilla del New Yorker, la meca del periodismo narrativo y sueño húmedo de todo periodista con fuste de narrador.

Son 12 los textos que se incluyen en este volumen, una suerte de greatest hits del autor, con crónicas largas que cubren el periodo 2007-2018, destacando entre ellas quizá la suya más famosa: «A la caza del Chapo», sobre la captura del narco mexicano, un texto que precisamente se caracteriza por un tipo de escritura que le encanta a Keefe: lo que se conoce como writearound, o sea, «escribir artículos sobre personajes que se niegan a conceder una entrevista», nos cuenta el autor en el prólogo del libro. Es un tipo de artículo que exige una mayor creatividad, ya que merodea por los aledaños de un personaje sin tratarlo directamente. Pero es, generalmente, mucho más revelador, ya que evita la trampa del discurso interesado que inevitablemente se da en una entrevista con el protagonista y, además, permite ir cercando la historia desde diversos flancos, cotejando versiones y abriendo el marco interpretativo.

Hay un chiste que circula por ahí hace un tiempo y que dice que, dado el horror que le tienen los escritores actuales a la universalidad de la tercera persona, y obcecados en el ombligo propio de la autoficción, han tenido que venir los escritores de no ficción a rescatar del averno a esa tercera persona clásica, que busca una suerte de plausible objetividad, ecuménica y con ganas de rasgar las entretelas de la verdad de nuestro mundo.

Portada del libro

Y es esto precisamente lo que hace Keefe: crear relatos a la manera clásica, con su comienzo, nudo y desenlace. Igual que cualquier escritor de la vieja guardia, apostándole duro a la caracterización del personaje y la descripción de los entornos y dándole muchísima fuerza al diálogo recreado. De hecho, para el autor, Maleantes (Reservoir Books) no es un conjunto de textos periodísticos, sino más bien un conjunto de relatos con afán literario, como la antología de cuentos de un escritor con voluntad de estilo; solo que aquí prima la verdad, y los hechos de los relatos se ciñen a un concienzudo fact checking.

La obsesión del hermano de una víctima del atentado de Lockerbie, sucedido el 22 de diciembre de 1988, en el que el vuelo 103 de Pan Am sufre una explosión en pleno trayecto por encontrar a los terroristas responsables, la historia de delación de Astrid Holleder contra su propio hermano (un notorio gángster radicado en Amsterdam), la historia de Judy Clarke, abogada defensora especializada en casos de pena de muerte o el famoso caso del técnico informático Falciani, quien robó sesenta mil ficheros relacionados con decenas de miles de clientes del banco HSBC son algunos de los criminales que desfilan por estas páginas. 

Para el autor de No digas nada (2019) y El imperio del dolor (2021) la escritura es una aventura, una aventura que se ha de jugar con las cartas que tengas. Confirma en rueda de prensa que no es que le interesen per se los criminales, sino más bien lo que le intriga es el preguntarse por qué la gente mala hace cosas malas y, más aún, las historias que estos se cuentan a sí mismos y a los demás para poder vivir. Un ejemplo de esto es el texto más destacado del volumen, de lejos el mejor de todos: «Una escopeta cargada», por el que el autor recibió en 2014 el National Magazine Award en la categoría de crónica. En él, el periodista utiliza la percha de un tiroteo masivo sucedido el 12 de febrero de 2010 en el Centro Shelby para la Ciencia y la Tecnología, llevado a cabo por Amy Bishop (que entonces tenía cuarenta y cuatro años), para sacar un oscuro -y olvidado- suceso trágico del pasado de la protagonista, en la que se dijo que ésta había matado a su hermano por accidente, en 1986, cuando contaba con veintiún años. «Este es un ejemplo claro de un caso de autoengaño, de negación, de crearse un mundo en el que se pueda vivir», afirma Keefe. Y añade que no cree en ninguna de las versiones de inocencia que defendían los padres de Amy Bishop, quienes aparecen en el texto y quienes, tras la publicación del mismo, de hecho, dejaron de hablarle. «Mi única lealtad es con la verdad», afirma, como aceptando el inevitable destino del mensajero de una tragedia griega. Y es que hay mucho de griego aquí, en estas crónicas; mucha referencia sobre todo a las traiciones y a la familia, al drama prístino en el que se funda toda nuestra tradición literaria. 

Sobre este tema, Patrick Radden Keefe tiene claro que él como periodista no puede engañar a ninguno de los entrevistados; es su máxima. Ahora bien, tampoco les puede prometer que vayan a salir bien parados. Su único compromiso es con la verdad. «Yo no soy el abogado de nadie, pero tampoco soy un sacerdote», afirma. Su labor, pues, no es la del publicista, sino la de quien se ocupa en desenmarañar las mentiras que la gente se cuenta a sí misma. Lo cual no impide que no empatice con los personajes de los que se ocupa, y que se sienta emocionalmente implicado, de alguna forma. Pues las historias no acaban cuando se publican. Fe de ello son las actualizaciones de cada uno de los textos incluidos en Maleantes, que vienen con una adenda sobre lo transcurrido desde que originalmente salieron en la revista.

«Cuando la violencia quiebra súbitamente el curso de nuestra vida, tendemos a contarnos historias con el fin de hacerla más explicable» escribe el periodista norteamericano en la página 191 de su libro. Y sirve esta afirmación como leitmotiv del libro. Ya que resultan casi más atractivos los aledaños de cada uno de los casos, las personas que se ven afectados por el, la o los perpetradores de los crímenes que el propio criminal. Y ahí entra en juego el carácter narrativo de estos textos, escritos con la tranquilidad del privilegio.

Esto es, Keefe puede estar un año entero investigando cada una de estas historias (como mucho escribe dos o tres artículos al año), que se convierten finalmente en un destilado, nos dice, de una larga ristra de pesquisas, indagaciones, entrevistas y viajes. Gran parte de su trabajo, empero, tiene que ver con crear relaciones confiables, «la principal tarea del periodista es hacerle creer a la gente que puede fiarse de ti», afirma el autor de Maleantes, quien manifiesta asimismo que su mayor interés son las historias del aquí y el ahora. A pesar de lo cual, si hubiese de dedicarse a otra época, confiesa que le llama mucho la atención la época de la Guerra Fría, entre los años cincuenta y el final de los años setenta y que, incluso en un determinado momento valoró la posibilidad de escribir un libro sobre esa época.

Confiesa Keefe que una crítica generalizada a sus textos es la de que humaniza a los criminales, que los ve como seres humanos. En su opinión, sin embargo, la cuestión es entender cómo «la gente malvada no se ve a sí misma como malvada» dice, pero, por sobre todo, investigar de qué forma la gente se vuelve malvada. Además, la cuestión es darse cuenta de que hay gente a la que le resulta cómodo pensar que no tiene nada en común con estas personas, pero, no obstante, lo que quiere evidenciar el periodista con sus textos es «llegar a entender qué es lo que compartimos con estos criminales».

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