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Humor judío: autodefensa y autoparodia a carcajadas

Acantilado publica ‘El humor judío. Una historia seria’, el nuevo libro del profesor estadounidense Jeremy Dauber

Humor judío: autodefensa y autoparodia a carcajadas

Woody Allen en su casa, en Nueva York. 1978. | Wikimedia Commons

¿Qué tienen en común los hermanos Marx, Sid Caesar, Jerry Lewis, Neil Simon, Lenny Bruce, Joan Rivers, Mike Nichols y Elaine May, Mel Brooks, Zero Mostel, Woody Allen, Gene Wilder, Gilda Radner Jerry Seinfeld, Norah Ephron, Ben Stiller, Larry David, Adam Sandler, Judd Apatow, Amy Schumer, Jonah Hill y Jesse Eisenberg? Dos cosas: todos son humoristas y todos son judíos. Sin ellos y un montón más es imposible explicar la comedia americana del siglo XX y lo que llevamos de XXI. Según un artículo que publicó la revista Time en 1978, en aquel entonces el 80% de los stand-up comedians o monologuistas de clubes de comedia eran judíos. ¿Pero tiene este humor unas características diferenciales propias? Es lo que trata de dilucidar Jeremy Dauber en El humor judío. Una historia seria (Acantilado). 

El autor, profesor de Lengua, Literatura y Cultura Yiddish en la Universidad de Columbia, no se centra en exclusiva en la América contemporánea, sino que se remonta a los tiempos bíblicos y analiza figuras relevantes de la literatura en yiddish en Europa en los siglos XVIII y XIX, pero dado el importante desarrollo que este humor ha tenido en Estados Unidos, dedica buena parte del texto a este país. Dauber sintetiza las siete características -complementarias o contradictorias entre sí- que servirían para acotar y definir el humor judío y dedica un capítulo a cada una de ellas. Las más destacadas son: es una respuesta a la persecución y al antisemitismo; plantea una mirada satírica sobre las propias normas y costumbres de la comunidad; es intelectual, alusivo y literariamente elaborado (un ejemplo: Woody Allen); pero al mismo tiempo puede jugar con lo vulgar, grosero y escatológico (un ejemplo: Mel Brooks)… Definir la comicidad de una comunidad no es fácil, porque presenta muchos matices y variaciones. Con todo, sí hay -como apunta el autor- algunos elementos que permiten hablar de humor judío y de su enorme relevancia cultural. 

Portada del libro

El gran clásico literario cómico en yiddish fue Sholem Aleijem, un escritor ruso que acabó emigrando a Nueva York. Fue el creador del personaje de Tevie el lechero y de populares cuentos y novelas ambientados en las comunidades rurales judías de Europa del Este. Cuando el autor falleció en 1916, su funeral fue uno de los más multitudinarios jamás vistos en la ciudad; se estima que acudieron más de cien mil personas. ¿No saben quién es Aleijem? Les doy una pista: sus relatos fueron la base de un celebérrimo musical de Broadway, estrenado en 1964 y convertido después en película: El violinista en el tejado

Podemos rastrear pinceladas de este tipo de comicidad en escritores norteamericanos como el humorista S. J. Perelman (que fue guionista de los hermanos Marx), Bernard Malamud, Philip Roth, Joseph Heller o, por citar a uno más joven, el actor Jesse Eisenberg y sus divertidísimos relatos reunidos en El besugo me da hipo. Volviendo por un momento a la vieja Europa, no olvidemos que Kafka fue, entre otras cosas, un escritor con toques de humor grotesco en algunas de sus obras más célebres. ¿O es que no hay algo absurdamente cómico en un mono hablando ante un grupo de profesores en Informe para una academia o en la historia de un tipo que se transforma en cucaracha? 

Kafka escribió una novela llamada América, pero no emigró allí. Sí lo hicieron algunos familiares suyos, como otros muchos judíos europeos, que trajeron consigo una cultura, una religión y un tipo de humor. Este humor acaba saliendo de la comunidad emigrante, cambia el yiddish por el inglés y salta a medios como el cine y la televisión. Al hacerlo, lima algunos de sus aspectos más identitarios. Es lo que sucede cuando los hermanos Marx conquistan Hollywood, dejando atrás los chistes centrados en su propia comunidad, de difícil comprensión fuera de ella. 

Mel Brooks en la comedia satírica estadounidense ‘Máxima ansiedad’ (1977). | Wikimedia Commons

La emigración judía a Estados Unidos se concentró sobre todo en Nueva York y eso explica que sea la ciudad que más humoristas judíos por metro cuadrado ha producido. En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, los cómicos judíos neoyorquinos seguían el mismo periplo iniciático. Daban sus primeros pasos en el llamado Borscht Belt (el cinturón del Borscht) en las montañas Catskill, también conocidas como los Alpes judíos. En unos años en que esta comunidad no era bien recibida en muchos hoteles, esa zona concentraba resorts de veraneo para familias judías pudientes de Nueva York. Y contaban, como parte de su oferta de ocio, con actuaciones de humoristas (este mundo está muy bien retratado en la segunda temporada de la serie La maravillosa señora Maisel). En las Catskill se foguearon futuras leyendas como Sid Caesar, George Burns, Milton Berle, Don Rickles, Danny Kaye, Red Buttons, Rodney Dangerfield, Joan Rivers, Jean Carroll, Phyllis Diller, Mel Brooks, Carl Reiner, Jerry Lewis, Lenny Bruce, Woody Allen… 

Tras probar que eran capaces de provocar la carcajada de los veraneantes, los cómicos daban el salto a los clubs de comedia de la ciudad y desde ahí al medio que entonces se estaba expandiendo por todo el país: la televisión. Hay un programa de gags de especial relevancia a principios de los años cincuenta: Your Show of Shows de Sid Caesar, en el que formaba pareja con Imogene Coca. Su departamento de guionistas fue una cantera de humoristas judíos de Nueva York. Allí se reunían, con Mel Tolkin al mando, Carl Reiner (que también actuaba), Mel Brooks, Neil Simon y su hermano Danny, y en la última etapa un jovencísimo Woody Allen. 

Buena parte de los competidores televisivos de Caesar eran también judíos: George Burns y Gracie Allen por un lado y Jack Benny por otro tuvieron su programa televisivo de gags. Y en 1955 llegó The Phil Silvers Show, en el que el cómico interpretaba al personaje del caradura y liante sargento Bilko. Silvers era un humorista procaz procedente del vodevil al que llamaban The King of Chutzpah, una palabra yiddish que quiere decir descarado, insolente. 

Kafka delante de la casa Oppelt, el edificio de apartamentos donde vivía su familia. Praga, hacia 1922. | Wikimedia Commons

El humor faltón tuvo un representante notorio en Mort Sahl, cómico de clubes al que denominaron «el sicknik original». Este término (que quería decir escabroso, obsceno, maleducado) designaba a los comediantes que a partir de los años cincuenta forzaron los límites de lo que se consideraba tolerable y de buen gusto. Su máximo exponente fue el iconoclasta y Lenny Bruce, que hacía provocadores chistes sobre judíos y negros, buscando incomodar al público, y fue detenido en más de una ocasión por comportamiento obsceno en el escenario. Si para Bruce el humor era un acto subversivo, unos años después Andy Kaufman fue un paso más allá. Le gustaba desconcertar a los espectadores, que muchas veces no sabían si lo que veían formaba parte del espectáculo o era fruto de algún imprevisto. Uno de los personajes que creó fue el casposo y repulsivo cantante melódico Tony Clifton, que encadenaba comentarios ofensivos hasta sacar de quicio a la audiencia.

Sin ir tan lejos, Mel Brooks (del que acaban de publicarse sus estupendas memorias, ya reseñadas en estas páginas por Guzmán Urrero) también maneja en sus películas el trazo grueso, lo escatológico y lo iconoclasta. El mejor ejemplo es Los productores, cuyos protagonistas contratan a un perturbado dramaturgo nazi para que escriba un musical sobre Hitler. Hubo asociaciones judías que protestaron airadamente, pero Brooks respondió con aplastante inteligencia: el modo más efectivo de desactivar la figura de Hitler era reducirlo a un chiste (ya lo entendieron así, en plena guerra mundial, Chaplin con El gran dictador y Lubitsch -judío alemán instalado en Hollywood- con Ser o no ser). 

Frente a este tipo de humor estaría el sofisticado, intelectual y hasta metafísico de figuras como Woody Allen o Jerry Seinfeld. En el caso del primero, su cine está plagado de madres posesivas, hermanas ortodoxas, histriónicas reuniones familiares, pesadillas con rabinos y un inacabable repertorio de obsesiones neuróticas de judío neoyorquino. Una de las características de sus películas es la brillantez y agudeza de los diálogos, con una capacidad inagotable de encadenar frases ingeniosas. En cuanto a la serie Seinfeld, revolucionó en los años noventa los planteamientos clásicos y acaso adocenados de la sitcom televisiva. En palabras de sus creadores, Jerry Seinfeld y Larry David, se trataba de «un show sobre nada», que partía de las situaciones cotidianas más anodinas para convertirlas en puro disparate. El protagonista, proveniente de la stand-up comedy, se interpretaba a sí mismo, acompañado por otros tres personajes: su ex novia Elaine, el excéntrico vecino Kramer y el mezquino y fracasado George Constanza (a cuyo padre interpretaba el veterano Jerry Stiller, progenitor de Ben Stiller). 

Michael Richards y Jerry Seinfeld en la 44ª edición de los premios Emmy, agosto de 1992. | Wikimedia Commons

Larry David, el coguionista de Seinfeld, puso después en marcha la serie Curb Your Enthusiasm, en la que interpreta una versión grotesca de sí mismo y juega a traspasar una y otra vez las líneas rojas de lo políticamente incorrecto. Son solo algunos ejemplos de la fuerza del humor judío en la cultura norteamericana. Para terminar, cederemos a la palabra al gran Mel Brooks, que apunta en sus memorias: «Aunque parezca absurda, idiota y disparatada, la comedia dice mucho sobre la condición humana. Porque si puedes reír, puedes sobrevivir». Y ya que hemos hablado de humor judío, les listo como propina una sucinta selección de algunas de mis frases favoritas de los maestros. 

Groucho Marx 

«¡Hay tantas cosas en la vida más importantes que el dinero! ¡Pero cuestan tanto!».

«En mi próxima existencia me gustaría venir al mundo con la brillante inteligencia de Kissinger, la fabulosa apostura de Steve McQueen y el indestructible hígado de Dean Martin».

«La televisión es muy educativa. Siempre que alguien la enciende, voy a otra habitación y leo un buen libro». 

Sid Caesar

«El tío que inventó la primera rueda era un idiota; el tío que inventó las otras tres era un genio». 

Joan Rivers

«Una sabe que ha llegado a la mediana edad cuando quien le dice que aminore es su médico y no un policía». 

«La mitad de los matrimonios acaban en divorcio… Y después están los verdaderamente infelices».

Mort Sahl

«Washington era incapaz de decir una mentira. Nixon era incapaz de decir una verdad. Reagan era incapaz de distinguir una cosa de la otra». 

Lenny Bruce

«Si a Jesucristo lo hubieran matado hace veinte años, los niños de los colegios católicos llevarían colgadas del cuello sillas eléctricas en miniatura en lugar de cruces». 

Phyllis Diller

«Nos pasamos los primeros doce meses de la vida de un niño enseñándole a caminar y a hablar, y los siguientes doce enseñándoles a estarse quietos y callados». 

Mel Brooks

«Mientras el mundo siga girando, te vas a sentir mareado y vas a ir cometiendo errores». 

Woody Allen 

«Yo no sé nada de suicidios. Vengo de Brooklyn y allí nadie se suicida. La gente es demasiado infeliz». 

«Me crié en la confesión israelita, pero al hacerme adulto me convertí al narcisismo».

Jerry Seinfeld

«Ser un buen marido es como ser un buen cómico, necesitas al menos diez años antes de poder considerarte un mero principiante». 

«Pedirle prestado dinero a un amigo es como tener sexo con él. Cambia la relación completamente».

Nora Ephron

«Tener un hijo es como lanzar una granada en el matrimonio». 

«Los locos siempre están convencidos de que están cuerdos. Son los cuerdos los que están dispuestos a admitir que están locos».

Larry David

«Tolero la lactosa como tolero a la gente». 

«No me gustan los retos. Huyo de los retos. He batido récords mundiales de velocidad huyendo de los retos».

El humor judío. Una historia seria.
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