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Cultura

Yayoi Kusama: sanar a través del arte

El Museo Guggenheim de Bilbao dedica una gran exposición, con casi 200 obras, a la artista japonesa

Yayoi Kusama: sanar a través del arte

Yayoi Kusama | Yusuke Miyazaki

Unos lunares de color rojo y de gran tamaño han tomado el estanque que rodea el Museo Guggenheim de Bilbao. Puede que llame la atención de quienes pasean por la zona pero no se trata de ninguna trastada, sino de un preludio de lo que se puede encontrar dentro del museo. Yayoi Kusama. Desde 1945 hasta hoy es la gran retrospectiva dedicada a la artista japonesa que encontró en el arte su vía de sanación.

Son casi 200 obras entre pinturas, dibujos, esculturas, instalaciones y material de archivo de sus happenings y performances las que componen esta exposición que recorre la trayectoria de una de las artistas vivas más cotizadas e icónicas del mundo. Si bien Kusama había sido conocida durante las décadas de los 60 y 70 en un Nueva York boyante en el que coincidió con Andy Warhol y donde tuvo una relación platónica con el también artista Joseph Cornell, su obra cayó en un relativo olvido del que recientemente ha sido rescatado para situarla en la posición que se merece. 

El singular universo de Kusama, compuesto por lunares, calabazas, redes infinitas e instalaciones de gran tamaño, recuerda en el museo bilbaíno el genio creativo que le ha acompañado desde que se trasladó a Estados Unidos en 1957 y los temas que más ha tratado durante su trayectoria. El infinito, la acumulación, lo biocósmico o la muerte son algunos de esos asuntos a los que ha vuelto en infinidad de ocasiones rozando, incluso, la obsesión.

Yayoi Kusama. Auto-obliteración (Self-Obliteration), 1966–74. Pintura sobre maniquíes, mesa, sillas, pelucas, bolso, tazas, platos, jarra, cenicero, plantas de plástico, flores de plástico y frutas de plástico. Dimensiones variables. | Yayoi Kusama. M+, Hong Kong

La exposición también pone de relieve todos los contextos históricos en los que Kusama ha vivido: desde el régimen totalitario de su país en los años 30, la Guerra del Pacífico, la ocupación de Japón hasta la guerra de Vietnam o la lucha por los derechos civiles. Organizada de manera temática en lugar de cronológica, la muestra arranca con un temprano autorretrato en el que un girasol de un tono rosa flota sobre una boca humana y concluye con algunas de las obras más recientes entre las que se encuentran algunas realizadas durante la pandemia y que se exponen por primera vez. 

De la autorrepresentación a las ideas suicidas

La obra de Kusama es en multitud de ocasiones autorreferencial incluso en las creaciones en las que su presencia es menos explícita. Kusama nace en el seno de una familia acomodada y crece en un vivero de semillas. Sin embargo, su infancia no es precisamente fácil. La sociedad japonesa, tan cerrada entonces, y la rectitud de una madre que rozaba la violencia no facilitaron que Kusama pudiera seguir la senda que quería. Su madre, cansada de las constantes infidelidades de su marido, mandaba a la pequeña Kusama a espiar sus movimientos. Estos episodios crearon varios traumas en una niña que pronto quiso escapar de una familia, y una sociedad, cerrada y que le alejaba del arte. 

Desde una edad temprana Kusama encuentra un refugio en los invernaderos familiares, lugar en el que empieza a tener sus primeras alucinaciones. Tal y como recuerda en su autobiografía, La red infinita (Sine Qua Non) un día experimenta cómo las violetas tienen rostro y empiezan a hablarle. Aquel no fue un episodio aislado, sino el inicio de un tormento que ha acompañado a la artista durante toda su vida y el motivo por el que decidió internarse en 1975 en un hospital psiquiátrico de Tokio.

Tras pasar por varias escuelas de arte en diferentes ciudades de Japón y tras toparse casi por casualidad con un libro de Georgia O’Keeffe, la artista americana se convierte en una especie de faro que impulsa su traslado a Estados Unidos en 1957. Durante el vuelo, y mientras sobrevuela el Pacífico, la visión del océano inspira sus conocidas pinturas de redes de infinito. «Iba repitiendo ese proceso una y otra y otra vez, y aquellas redes empezaban a expandirse hacia el infinito. Me envolvían, yo me olvidaba de mí misma, se me adherían a los brazos, a las piernas, a la ropa, y llenaban la habitación entera», comenta Kusama.

Feliz de empezar a vivir la vida a su manera, primero aterriza en Seattle, ciudad en la que organiza una exposición con su obra, y en Nueva York después. Su desembarco no es sencillo, en sus primeros pasos en la ciudad se gasta el poco dinero que tiene y experimenta la sensación de pasar hambre hasta poder hacerse un hueco en la escena artística de la ciudad. 

Yayoi Kusama. Retrato (Portrait), 2015. Acrílico sobre lienzo. 145.5 × 112 cm. |Yayoi Kusama. Colección Amoli Foundation Ltd.

Pero Kusama tiene un objetivo claro: quiere dedicarse al arte cueste lo que cueste y es a finales de los años 60 cuando adquiere notoriedad. «Quería iniciar una revolución, utilizar el arte para construir un tipo de sociedad que yo misma imaginaba», asegura la artista. El contexto social de la lucha en favor de los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam genera una atmósfera de contracultura en la que Kusama desarrolla una práctica centrada en la acción pública y la performance. 

En ellos, la artista denuncia los estereotipos de raza y género, critica la política belicista estadounidense y promueve unos ideales de amor y sexo libre que tuvieron su explosión con el movimiento hippy. Por supuesto, sus happenings tenían tanto admiradores como detractores y, en alguna ocasión, acabaron con sus participantes detenidos por la policía. Sin embargo, atrae la atención de los medios y Kusama sabe cómo intensificar su visibilidad a través de ellos. 

Yayoi Kusama. La muerte de un nervio (Death of a Nerve), 1976. Técnica mixta con tela rellena. Diámetro 15 cm, longitud 100 ml. | Yayoi Kusama. Colección Lito y Kim Camacho

A pesar de los kilómetros que separan a la artista de su familia, en Japón no son ajenos a las actividades de Kusama. La rígida sociedad nipona y sus padres reniegan de ello, como pudo comprobar cuando viajó a su país en 1970 durante dos meses. Esta estancia no hace más que reafirmar que está en lo cierto, que su lugar está fuera de Japón. Así que después de un viaje por Europa, Kusama regresa a Nueva York pero en 1973, aquejada de su frágil salud mental y con pensamientos suicidas que se convierten en recurrentes, vuelve a Tokio y decide internarse de manera voluntaria en el hospital psiquiátrico, donde aún hoy reside. A Kusama, que siempre ha manifestado que el arte es lo que le ha mantenido con vida, hablar de su salud mental le ha permitido renovar su deseo de vivir y la ha mantenido alejada la idea del suicidio. La salud mental no es para Kusama algo incapacitante sino una fuerza que ha facilitado su creatividad a lo largo de su carrera. 

Hacia finales de los 80, Kusama experimenta un cambio en su psique y también en su arte. En esta década vive un periodo de plenitud, de madurez artística y de reconocimiento público. Esto le lleva a  pensar que su misión en esta vida es la de  transformar el sufrimiento a través del arte para la sanación de toda la humanidad. Como ha manifestado Kusama en alguna ocasión, «la vida cotidiana es más que suficiente para aportar vitalidad a la obra, y antes de darme cuenta, el cuadro ya me ha transformado».

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