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Cultura

Francisco Ibáñez, el mago del humor intergeneracional

El dibujante ha muerto con 87 años dejando un legado de seis décadas de humor, chanza y retratos del cambiante clima social español

Francisco Ibáñez, el mago del humor intergeneracional

Francisco Ibañez, creador de algunas de las mejores novelas gráficas de nuestro país. | Europa Press

De pequeños no son muchos los críos que se tiran a devorar libros. Eso sería como llevarse deberes de más a casa. A mí me ocurría igual. El apetito tras volver de la escuela eran los videojuegos o la tele, nada de pesados ejercicios manuales con una tapa dura entre las manos. Pero mis progenitores dieron con una inesperada clave. Leer, había que leer, y ¿cómo avivar el placer de la lectura con algo que sea más un ocio que un deber? ¿Dónde encontrar palabras que hagan reír al tiempo que pensar y avivar la imaginación? Ibáñez fue la clave. Sus cómics, principalmente Mortadelo y Filemón, se convirtieron desde que tuve 9 años en fieles compañeros a los que invocar con la felicidad de las buenas notas, así como para compensar el dolor de los mazazos existenciales.

La relación que uno tenía con los cómics de Ibáñez era una relación personal. A veces salía de detrás del lápiz y te hablaba de tú a tú, rompiendo la cuarta pared, autorretratándose feliz o desquiciado, con lo que lograba hacerte partícipe del sindiós tan descacharrante al que te rendías. Da igual si te plantaba en mitad del zoológico urbano de 13, Rue del Percebe, en los apaños de Pepe, Gotera y Otilio o te hacía espectador de las burradas de Rompetechos, siempre entrabas a jugar como quien se tira de cabeza a una pachanga.

«Francisco Ibáñez me enseñó bien pronto que el sentido del humor es la mejor cura para las desgracias»

Pero, como ya he dicho, mis más fieles camaradas siempre fueron Mortadelo y Filemón. La pareja de agentes de la TIA eran, ¡son!, lo mejor de este país porque le ponen un espejo frente a sus lectores, quienes acaban riéndose de sí mismos. Con las aventuras de ese dúo desustanciado, Francisco Ibáñez me enseñó bien pronto que el sentido del humor es la mejor cura para las desgracias. Los contratiempos, sin duda inevitables, saben mejor cuando puedes descojonarte del resultado.

Mortadelo no se tomaba demasiado en serio, o quizás sí, pero Filemón era tan terco que el rey del disfraz terminaba por comerse cualquier seriedad. Bacterio era un genio. Un genio loco, de los de verdad, de los que no asustan por su excentricidad sino por sus fallos de cálculo. El Superintendente era el jefe por todos conocido. Un mamonazo que en una de las ediciones especiales se presentaba cantando una canción que rezaba: «Sólo yo… Únicamente pienso en mí… Sólo yo…». Maldita tu estampa Ibáñez, cuando adolecía del cretinismo púber, ese se convirtió en el mantra que entonaba mi padre cada vez que era incapaz de pensar en nada que no fuera mi propio ombligo. Me repateaba. Tanto, que acabé convirtiéndome en un ser más generoso. Ay, Francisco… No sólo me hiciste tener más chanza, sino que incluso provocaste, indirectamente, que madurase. No sé cuántos han tenido, a lo largo de la historia, semejante don. Escasean. Eso seguro. 

Ibáñez logró hacer muchas cosas, como colar sátira política durante la dictadura, con la que agudizó el ingenio. Porque, aunque eso no es motivo para defender la censura, si algo bueno tiene es que los que la sufren entrenan una sutileza tan hábil que, cuando se libran de ella, los eleva a su forma más rica. Cabe suponer que fue esa habilidad la que hizo que, si bien Ibáñez fue un hombre politizado, su obra nunca llegó a dividir por ello. El humor de Ibáñez nos atañe a todos, porque todos somos absurdos, lerdos, ambiciosos, metepatas y peinacalvos, que es un adjetivo que al dibujante le venía al pelo. Porque sus personajes guardan siempre una parte de él. En el caso de sus protagonistas, la calvicie. Porque aunque Marvel o DC nos hayan vendido que el mundo sólo será salvado por superhéroes con abdominales de rayador de queso y mata de pelo vikinga, Ibáñez nos ha demostrado desde 1958 (primera aparición de Mortadelo y Filemón) que la humanidad y su destino dejan su suerte en manos de hombres sencillos, con dos pelos en el cráneo y una lustrosa tripita de buen vivir.

«La calvicie vista como una solución pragmática. Esa es otra de las magias de Ibáñez, que te pilla por sorpresa»

Aunque, como suele suceder con el hijo predilecto la escuela Bruguera, el plan maestro que acabo de esgrimir, la profunda reivindicación del costumbrismo español, se viene abajo con una rápida confesión. Y es que parece ser que, sencillamente, a Ibáñez se le comía la vagancia porque los personajes con mucho pelo son más trabajosos para terminar la viñeta. La calvicie vista como una solución pragmática. Esa es otra de las magias de Ibáñez, que te pilla por sorpresa.  

Lo que más me duele es escribir esto a toro pasado. Hacerle un homenaje en forma de obituario, y no como una carta de admiración que lea algún día. Así que, ya que se me agotó la posibilidad de conocer en vida al maestro, me he encargado de preguntar a quién sí lo hizo…

Enrique López Lavigne, icónico productor de cine, trabajó codo con codo con Francisco Ibáñez para llevar a la gran pantalla la película que reventó las taquillas e hizo carne a las leyendas dibujadas. La Gran Aventura de Mortadelo y Filemón nos hizo pensar que si Mortadelo hubiese existido, habría tenido la jeta de Benito Pocino, y que si Filemón hubiera venido al mundo, obviamente, lo habría hecho con la cara de Pepe Viyuela. Eso sin entrar en el maravilloso elenco de actores que caracterizaron a los personajes como si se hubieran dejado poseer por ellos.

Cuando le pregunto a Lavigne por Ibáñez, lo primero que le sale a Enrique es asegurar que era: «Un currante. Estaba preparando álbum (y cuando no) y todo lo que Javier Fesser (director de la película) le contaba, le parecía bien. Su única máxima era cada viñeta uno o varios GAGS, y Javier siguió esa guía hasta sus últimas consecuencias, ilustrando cada fotograma con infinidad de GAGS (Ibáñez repetía esta palabra una y otra vez, con esa sonrisa risueña y contagiosa que le caracterizaba). Fíjate si es así, que siempre que ves la película, descubres algo nuevo que te había pasado desapercibido. Lo mismo que en sus tiras cómicas. Por eso son eternas pero siempre nuevas. En la sala de montaje, el montador Ivan Aledo (fallecido en el COVID, un abrazo donde estés amigo) Javi y yo escudriñamos cada plano para evitar que se nos escapara una carcajada. Ese era parte de su legado y esa era su naturaleza. Arrancarte una sonrisa con un tema en el que todos conectábamos y observándote desde la esquina con su mirada picarona».

«Las Olimpiadas, Los Mundiales, los papeles de Bárcenas, el cambio climático, ilustrando nuestra realidad desde el anacronismo de un hombre nacido en la Barcelona del inicio de la guerra en 1936»

Pero Ibáñez no fue sólo un risueño dibujante, fue mucho más. Un autor intergeneracional. «Fue uno de los pocos españoles», dice el productor, «que han conseguido reunir y haber puesto de acuerdo a los españoles de varias generaciones, sexos, edades, claves sociales y culturales e intenciones de voto, en una viñeta. Creo que es algo único. En el imaginario colectivo, ha conseguido construir una CATEDRAL a modo de tiras cómicas o tebeos, sobre la identidad de los españoles. Nos ha retratado a través de sus personajes inmortales, con bondad y astucia, amplificando nuestros defectos, humanizando nuestros miedos y mezquindades, estableciendo lazos afectivos con la galería de Freaks caricaturizados, pero tan cercanos y reconocibles. A todo esto con el tiempo los álbumes de Mortadelo y Filemón, en los que se había centrado, han indagado en los grandes temas nacionales: Las Olimpiadas, Los Mundiales, los papeles de Bárcenas, el cambio climático, ilustrando nuestra realidad desde el anacronismo de un hombre nacido en la Barcelona del inicio de la guerra en 1936. Estuvo sometido a algunas polémicas de la era woke, como el racismo y el machismo, pero siempre actuó desde la mirada limpia de un niño grande, de un humanista con lápices de colores. Sin buscar el conflicto. Intentando comprender el mundo en que vive y que ha cambiado de repente. Como todos…».

Por último, y a modo de conclusión, le pregunto a Lavigne, ¿cuál cree que es el legado de semejante animal cultural de este país? «Hace exactamente dos décadas que produjimos La Gran Aventura de Mortadelo y Filemón. Ibáñez tenía entonces 67 años, 10 más que Javi Fesser y que yo, por ejemplo, y era para todos los que participamos un claro homenaje y agradecimiento a alguien que nos había hecho felices en nuestra infancia. El legado de Ibáñez, y de todos aquellos dibujantes de Bruguera, es un tesoro Nacional, pero entonces nadie podía adivinar qué Ibáñez seguiría 20 años más, dibujando, entregando sus tiras con puntualidad (algo que le diferenciaba del otro gran genio que era Vázquez, la otra cara de la moneda, del que Ibáñez hablaba con admiración), narrando sin descanso la historia de la España de los últimos 71 años. Cómo historietista ha conseguido contar nuestra historia, a su manera y con su galería de personajes y eso, es algo de lo que muy pocos pueden presumir».

Y poco más que añadir. Salvo que servidor se va a la biblioteca, se hace con el Magos del humor 58: Mortadelo y Filemón ¡Pesadiiillaaa…!, a reírse un rato. Toda una declaración de intenciones que, en semana de elecciones, falta que hace.

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