Del Luis XIV a Juan XXIII pasando por Einstein: pacientes célebres bajo el arte del bisturí
«El corazón no es sólo un órgano esencial para mandar oxígeno a tu cuerpo, sino también un almacén para los sentimientos»
Paula de Parma es a quien Enrique Vila-Matas dedica todos sus libros. «A Paula de Parma. Tiembla mi alma enamorada». Sí, Dante. Paula de Parma es Paula Massot, esposa de Vila-Matas. Al escritor le hicieron un trasplante de riñón el 31 de diciembre de 2021. Su mujer se ofreció a donar el órgano. Vila-Matas asegura que la intervención le cambió la vida de una manera muy literaria. Al regresar observó que tenía una fuerza mental mayor. Nos salva la capacidad de amar, de vincularnos a otros, de poder admitir nuestras carencias. Al hilo de Vila-Matas, recordé el relato de Antonio Banderas sobre su ataque al corazón. Fue también un antes y un después. «Me cambió hasta la forma de actuar». Una enfermera le preguntó, «¿por qué crees que la gente dice «te quiero con todo mi corazón» y no «te quiero con todo mi cerebro» o «te quiero con todos mis riñones?». El corazón no es sólo un órgano esencial para mandar oxígeno a tu cuerpo, sino también un almacén para los sentimientos.
«Elemental, querido Watson, ¡perdón!, doctor»
En esta pandemia del «no te acerques», «no toques», «no respires», entendimos que somos gente limitada. Que tenemos problemas que intentamos solventar como podemos. La cultura trae un efecto balsámico, logra que algo se vaya reparando dentro de nosotros. Si contemplar los avances de la ciencia impresiona, El arte del bisturí, de Arnold Van de Laar nos muestra el deslumbrante paso de los años por la cirugía. No es un libro de texto para estudiantes de medicina, es toda una novela costumbrista desde una mirada médico-didáctica y entretenida, llena de herramientas quirúrgicas que rebanan, trocean, sajan, observan, limpian y, sobre todo, salvan… Van de Laar, especializado en cirugía laparoscópica, asegura, como si fuera Agatha Christie, que, «un médico que trata de averiguar qué le pasa a un paciente se parece a un detective que busca al asesino; identificar la causa de una enfermedad es como buscar el móvil del asesinato, y establecer el desarrollo de una enfermedad es como seguir las huellas del asesino».
Einstein, Houdini, Marlene Dietrich, Papas, monarcas…
El autor ha compilado 29 historias que siembran la esperanza (Ed. Salamandra). Un libro sobre pacientes famosos, sometidos a operaciones famosas sobre cirujanos célebres. ¿Sabía que Albert Einstein vivió mucho más de lo que le era posible? ¿que Houdini hizo su última representación mientras sufría peritonitis? ¿que los reyes ingleses preferían operarse en su propio palacio? Asimismo, aprenderá historia con un buen repaso a la larga lista de Papas que han honrado la iglesia católica hasta la actualidad siguiendo sus enfermedades e intentos de asesinato. Prepárese a ver el trasero de algún Rey tendido boca abajo en la cama mientras el cirujano se dispone con un enorme separador anal y ríanse de sus AirPods última tecnología ante el conducto auditivo de silicona que crearon para un astronauta. Por cierto, olvide el «jodío fumeque», que diría Paco Rabal; obstruyeron las arterias de las largas y maravillosas piernas de Marlene Dietrich. Y, si les parecían pocas las teorías conspirativas, mientras aprende a hacer una traqueotomía descifrará algo que pasó desapercibido en el asesinato de Kennedy. ¿Recuerdan que hizo una mueca unos segundos antes de recibir el disparo en la cabeza y se llevó las manos a la garganta? Lean, lean…
Abra su vejiga y extírpese a sí mismo
Maravilla y pasma ese intrépido ciudadano de Ámsterdam que se extirpó a sí mismo una piedra de su vejiga. Antes de que un día nos sorprenda la muerte a su modo, ya sea en el callejón del gato o durmiendo, este herrero del siglo XVII pensó, ante la retahíla de operaciones fallidas, que lo mejor era cortar con sus propias manos. Construyó un bisturí en su propia fragua. La única ayuda fue la de su aprendiz que le sujetó el escroto. Eso sí, tuvo el detalle de enviar a su mujer a comprar a la lonja. Tras introducir sus dedos y desgarrar la piel, la piedra cayó al suelo con gran estrépito. Era más grande que un huevo de gallina. Imaginen a su mujer al volver de la lonja y ver el panorama.
¿Por qué este resquemor? La palabra cirujano proviene del griego «cheirourgia», la combinación de mano -«cheiros»- y trabajo -«ergon»-. Hasta que no superamos la oscura Edad Media en la que seguían las instrucciones que alguien del pasado había dejado escritas, no emergió una nueva forma de cirugía basada en la experimentación. “¿Doctor, ha realizado esa operación cinco veces o quinientas?”. No era baladí asegurarse, los médicos estaban sujetos a las leyes severas del código Hammurabi (1754 a.C). Si algo iba mal, el cirujano rendía cuentas: artículo 218, si un paciente moría a raíz de una operación había que cortar las manos al cirujano.
La anestesia que no llegaba…
Las circunstancias que padeció Fanny Burney, precursora de la novela inglesa que desarrollarían posteriormente Jane Austen o las Brontë, seguían confirmándonos que la cirugía era un mal necesario. En el verano de 1810 notó un bulto en el pecho. La sola idea de «operación» la paralizaba, no tanto por el miedo a la cirugía sin anestesia, sino a las consecuencias. El primero en aparecer fue el doctor con un vaso de coñac. Rodeada de siete personas, el filo del cuchillo se introdujo en su pecho. Los gritos duraron toda la incisión. La segunda sajadura fue como si le arrancaran el pecho del esternón. Meses después aún resonaba en sus oídos. Su pecho fue extirpado. Tres años después publicaba su última novela. Después vendrían Diarios, Cartas y Memorias. Falleció 22 años después, con 87 años. ¡Brava!
La anestesia se usó por primera vez, para dormir a un paciente, en Boston, en 1846. Un buen número de médicos estaban abiertamente en contra de su uso. Sin ir más lejos, en Inglaterra la conocían como yankee humbug (una patraña yanqui). Lean el capítulo dedicado a la Reina Victoria de Inglaterra. Allí comienza a moverse la idea de dormir al paciente. Tras siete partos traumáticos se convirtió en una de las primeras personas en usar cloroformo mientras daba a luz a su octavo hijo. Las operaciones se volvieron seguras, minuciosas, sin chillidos ni salpicaduras de sangre.
El hoy y el futuro del cirujano
Al final, todo está en los clásicos. Ya Platón y Aristóteles hablaban de “medicina narrativa”, la importancia de la conversación entre paciente y médico. Hoy los médicos informan lo mejor posible, tanto que, a veces, no deseas que sigan contándote tanto. Se ha convertido en un rasgo de la relación médico-paciente moderno. Lo más importante: cada vez se realizan intervenciones más complejas con incisiones más pequeñas. Los tratamientos mínimamente invasivos serán clave. Muchas afecciones se pueden tratar con fármacos o con técnicas no quirúrgicas. Aun así, los cirujanos no desaparecerán nunca. Siempre hará falta alguien con un bisturí para salvar vidas, extirpar tumores y aliviar el sufrimiento. Cuánta razón, Hipócrates: «Hay que arreglar todo lo que pueda arreglarse, con la mínima intervención posible».