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'Ven y dime cómo vives': Agatha Christie, la escritora que quiso ser arqueóloga 

Tusquets publica una de las obras más singulares de la autora británica, un libro autobiográfico en el que recuerda sus experiencias arqueológicas en Siria e Irak

‘Ven y dime cómo vives’: Agatha Christie, la escritora que quiso ser arqueóloga 

Agatha Chrstie y su marido Max Mallowan en 1950.

Cuando se habla de la gran dama del crimen, rara vez sale a relucir este libro de viajes, publicado originalmente en 1946. Sin embargo, la amenidad que Agatha Christie despliega en Ven y dime cómo vives (Tusquets, 2022) es la misma que caracteriza a sus novelas de misterio, aunque en este caso la ponga al servicio de una experiencia real: su participación en varias campañas arqueológicas en Oriente Medio.

La escritora juega su carta ganadora al indicarnos que esta es una obra concebida para pasar un buen rato: «Este libro no es profundo, no te aportará consideraciones interesantes sobre arqueología, no habrá hermosas descripciones de paisajes, ni tratamiento de problemas económicos, ni reflexiones raciales, ni historia. Es, en realidad, un entretenimiento». 

Inevitable, por tanto, recordar el costumbrismo y la ligereza de sus novelas, dos cualidades que, sin necesidad de plantear enigmas, reaparecen en estas páginas. Christie escribe con simpatía sobre lo que significa ser británico en el extranjero. A veces, muestra esa tendencia, habitual en los ingleses de su clase social, a sentirse excéntricos. No es para menos: el carácter y las costumbres de los árabes que conoce en su itinerario oscilan entre el exotismo, una dignidad de otros tiempos y lo que ella define como «enfoque naïf de la vida». En todo caso, encuentra entre ellos una alegría de vivir y una generosidad que afloran en un sinfín de anécdotas. También hay espacio para el humor, siempre con un punto de ternura: «¡Entre nuestros trabajadores hay uno que sabe leer y escribir!», nos dice. «Se llama Yusuf Hassan y es uno de los más holgazanes de la excavación». 

Portada del libro.

En otros pasajes, alude a experiencias más evocadoras, sobre todo cuando llega a lugares que se disuelven en la imprecisa geografía del desierto: «La tierra sólida ya no es tierra sólida. Posee una cualidad fantasmagórica».

Aunque la traducción de Iris Menéndez es impecable, hay una curiosidad que al lector hispanohablante se le escapa del título original: Come, Tell Me How You Live. Christie utiliza aquí uno de los versos de la canción Ojos de abadejo, con la que el Caballero Blanco pretende animar a Alicia en A través del espejo, de Lewis Carroll. En este caso, la escritora juega con el término Tell («dime»), usado en arqueología para describir esos yacimientos con forma de montículo que surgen a partir de la erosión de los ladrillos de adobe. No es una mala síntesis del libro: una excursión por lugares prodigiosos, observados con la mirada inquisitiva de un arqueólogo.

Y ese arqueólogo no es otro que Max Mallowan, el segundo marido de Christie. Mallowan, un distinguido especialista en Oriente Medio, era todo un gentleman, formal y reservado, cuya profesión ‒»desenterrar a los muertos», bromeaba él‒ atrajo de inmediato a la novelista: «Me encantan los cadáveres y las momias», llego a decirle ella en una carta. 

Crímenes y tesoros arqueológicos

Ambos se casaron en 1930, no mucho después de haberse conocido en la ciudad sumeria de Ur. Aquella historia de amor fue terapéutica. Cuatro años antes, Christie había experimentado una grave crisis nerviosa cuando su primer marido, Archibald, inició un romance con otra mujer. En cambio, en Mallowan encontró cariño y respeto.

Para la sociedad inglesa de la época, la suya era una relación que parecía difícil, más aún porque Max era católico y quince años más joven que ella. Sin embargo, vivir en su compañía fue un modo de alcanzar la serenidad y sanar viejas heridas: «Todavía las siento, y poco bastaría para abrirlas de nuevo, pero curarán». 

Max Mallowan fue director de campo de varias expediciones dirigidas por el Museo Británico y la Escuela Británica de Arqueología en Irak. De forma habitual, contó con la ayuda de la novelista. Hechizada por la paz absoluta del desierto, aprendió a seguir entre cráteres y caminos pedregosos el rastro de antiguas civilizaciones. Durante las campañas de su marido, fotografiaba y catalogaba las piezas, además de restaurarlas

La labor de Mallowan fascinó a Christie por muchas razones, pero la más obvia de todas era su similitud con el arte de la deducción, propio de un detective. No es llamativo que el propio Poirot lo admitiese en uno de sus misterios: «Una vez estuve en una expedición arqueológica y aprendí algo», leemos en el capítulo XXVII de Muerte en el Nilo (1937). «En el curso de una excavación, si sale algo a la superficie, se limpia todo muy cuidadosamente a su alrededor; se quita la tierra suelta; se rasca aquí y allí con un cuchillo hasta que, finalmente, el objeto se encuentra allí solo, dispuesto a ser extraído y fotografiado, sin ninguna materia extraña que sirva de confusión».

Otro superventas de Agatha Christie, Asesinato en Mesopotamia (1936) incluye en su trama a varios personajes inspirados en los amigos arqueólogos del matrimonio. La biógrafa de la escritora, Janet Morgan, cuenta que «un par de ellos se molestaron, aunque nunca quedó claro si fue por verse retratados en sus páginas o por no aparecer en ellas». Cita con la muerte (1938), ambientada en Jerusalén y Petra, se nutre de las mismas experiencias. Pero es en Ven y dime cómo vives donde la escritora revive, esta vez al margen de la ficción, aquellas peripecias que vivió durante los años treinta junto a su esposo, acompañada por el tímido arquitecto Robin Macartney, buen dibujante y autor de las portadas de tres de sus novelas. 

El libro recrea, con ciertas libertades, cuatro campañas arqueológicas que realizaron en Chagar Bazar y Tell Brak, al noroeste de Siria, pero ante todo, es un excepcional retrato de gentes y lugares, narrado con un encanto inagotable.

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